Capítulo 9
Después de viajar por un espacio de varias horas, el tren se detuvo en la estación de Obertauern, que queda en cercanías de Salzburgo, en ese pueblo suele practicarse esquí y otros deportes sobre la nieve, abonó una sencilla habitación y salió a conocer el pueblo, llevaba escondida en su bota izquierda el puñal que robó del cadáver del soldado muerto.
Entró a una taberna, se ubicó en una de las mesas, un joven interpretaba música de moda en un piano destartalado y parroquianos que se bebían la cerveza como si estuvieran sedientos sumado al bullicio de las voces y risas.
Una muchacha de cabellos rojizos, ojos verdes y rostro con pecas que lucía un vestido típico estilo bávaro con delantal se le acercó.
—¿Gusta servir algo?
—Una jarro con cerveza, jamón tirolés y pan.
Transcurridos diez minutos la muchacha le llevó el pedido.
—Son quince schilings —le anticipó ella.
Max sacó de su billetera el importe y le dijo: —Quédate con el vuelto.
—Gracias, Herr. Todo parecía estar apacible, cuando imprevistamente ingresaron tres soldados con el uniforme de las SS provistos de fusiles Gewher y un cachorro Pastor alemán de nueve meses y tras ellos un individuo con atavío negro y sombrero, estaba armado con una ametralladora FG42 equipada con una mira telescópica, Max reconoció que los uniformados pertenecían a las fuerzas de choque de las Waffen SS, todos quedaron en silencio cuando entraron los matones, el Asesino los observaba desde su mesa.
Uno de los soldados se acercó a la barra y dijo en tono mordaz: —No piensen que venimos con la intención de alterar la tranquilidad de este pueblo, pero es menester que nos digan de una vez dónde es el escondite del famoso Cuervo, el Reichkomisar sabrá retribuir con su colaboración si alguno de ustedes nos entregan a esa basura.
El de atuendo negro intervino diciendo: —También se ha comentado de cierto personaje encapuchado que se dedica a matar gente, si alguien de aquí lo ha visto, se lo agradeceremos, tienen hasta mañana al mediodía, caso contrario morirán todos fusilados o serán llevados hacia Auschwitz.
Y concluyendo de pronunciar su romería de coacciones se marcharon de allí, muchos de los presentes quedaron alterados, un hombre se desmayó por lo que debieron reanimarlo, a todo esto, en medio del desorden Max salió de allí y sin que los sicarios del Reichkomisar lo viesen se dispuso a seguirlos para dilucidar su paradero.
Tras seguirlos sin que lo descubrieran vio que ingresaban a una cabaña de estilo alpina, había estacionado allí un Mercedes Benz 320 K color azul marino con las banderas del Reich.
No solamente andaban tras los rastros de Déborah sino también habían puesto precio a su cabeza, pero ¿quién sería el entregador? Posiblemente si asesinaba al baladrón iba a poder despejar sus dudas.
Max fue hasta el hostal donde estaba parando, se vistió con el atavío blanco, seleccionó la hoja oculta, y el fusil Gewher saliendo por una de las ventanas que daba al patio, seguidamente ascendió por una tapia hasta llegar al tejado, algunos lo observaban y susurraban entre ellos.
Max caminó por los techos hasta encontrarse con una antigua iglesia en cuya parte trasera había tumbas, se detuvo unos minutos para secarse el sudor que le provocaba la máscara, sacó sus binoculares para ver si divisaba a cómplices del Reichkomisar, ya que la iglesia quedaba en proximidades de la vivienda donde se albergaban y aguardó el momento oportuno para actuar.
No habrán transcurrido diez minutos cuando un soldado salió fumando un cigarrillo y llevando al perro de una cadena, Max estaba a diez metros de distancia de ellos y la única forma de acabar su con su objetivo era disparando con el fusil, calculó el trecho y cuando el soldado fue hacia el costado de la construcción, Max efectuó el disparo dejando al infeliz tendido en el suelo, a todo esto el perro comenzó a ladrar, era una lástima sacrificar a ese bruto que se había alterado, en eso salieron los dos soldados secundando al caza recompensas que vociferaba: —¿Dónde estás Asesino?
La respuesta fue otra descarga que finalizó con sus dos guardaespaldas y un proyectil que impactó en su brazo derecho haciendo que dejara caer su arma.
Rápidamente Max corrió hacia él, pero el mercenario logró levantar su ametralladora y disparar contra el Asesino, afortunadamente las balas le alcanzaron a rozar su brazal porque pudo arrojarse al suelo.
—¡Di tus últimas palabras Asesino!
Estaba a punto de recargar cuando Max sacó su revólver y le disparó a quemarropa, dándole en el pulmón derecho, el desgraciado perdía borbollones de sangre y se colocaba la mano, enseguida se derrumbó sin emitir un solo quejido.
—Que la muerte te acoja con su gélido y eterno abrazo...Ruhe in Frieden (descansa en paz) —expresó Max acercándose.
Max revisó las vestiduras del sicario y encontró un sobre escrito, lo guardó en una especie de cartera que tenía, además le sacó la ametralladora FG42 con mirilla, una muchedumbre se había reunido en torno a él, por un momento creyó que alguien iba agredirlo, pero un hombre que vestía un traje azul de alrededor de cincuenta años, anteojos redondos y sombrero negro se acercó diciéndole: —Gracias por lo que ha hecho, nos ha devuelto la paz, le sugiero que se vaya lo antes posible.
Max se alejó de la multitud, no sin antes habiendo llevado al perro hasta el hospedaje, de inmediato se quitó la vestimenta con capucha, abrió el sobre y se encontró que estaba escrita en código Morse, se fijó en el remitente y decía “Rudolf Röhm, Salzburgo” —¡Malditos alcahuetes!— masculló Max-tengo que terminar con ese tal Röhm. Horas más tarde Max partía hacia Salzburgo en tren para ir en búsqueda de ese tal Röhm, las nubes cubrían el cielo y una brisa del sudeste soplaba.
Luego de un viaje extenuante Max estuvo en Salzburgo, uno de los estados federados con más cantidad de habitantes y ciudad natal de Wolfang Amadeus Mozart.
Era de noche y llovía a cántaros por lo que debió aguardar hasta que finalizara la tempestad, el perro estaba mojado y constantemente se sacudía, se fijó si tenía un alias en la medalla que colgaba de su collar marrón y decía “Ramsés”, nombre de un faraón egipcio.
—Lindo nombre para alguien como tú.
El cachorro se había adaptado de inmediato a su nuevo amo, lo había traído en un vagón de carga junto a otros animales.
Acabado el vendaval Max fue en búsqueda de un albergue hasta que consiguió un sitio donde lo admitían con el perro.
A la mañana siguiente fue a una cafetería a tomar su desayuno, pidió leche con chocolate y unas masas que se preparaban allí; a su vez el perro se había quedado afuera, había otras personas en el bar, llamó a uno de los empleados del café y le preguntó: —¿Usted conoce a una persona de apellido Röhm?
—¿Usted me está hablando de Rudolf Röhm, el recaudador de impuestos?
—El mismo-contestó Max.
—A esta hora suele frecuentar la Residenseplatz —contestó el camarero.
—Gracias-fue el agradecimiento de Max.
Max fue con Ramsés hacia el lugar señalado para estudiar los movimientos del bastardo colaboracionista, se sentó en un banco que estaba en cercanías de la sede del gobierno donde se encuentra la torre del carillón, Glockenespiel, cuyas campanas interpretan obras clásicas a las 07:00 y 11:00 de la mañana y a las 18:00 y también colindante con la Residencia de los Obispos, había allí una estricta custodia de las SS.
—¿Quién será ese maldito de Röhm? —se preguntó Max.
Se encontraban varios puestos de venta, pronto Max alcanzó a distinguir a un individuo de talla mediana, delgado, cabellos negros, de unos cuarenta y cinco años, vestía camisa blanca, corbata azul, sombrero negro y un pantalón marrón, iba en compañía de tres soldados de la Reichführer.SS y era algo cojo para caminar.
El funcionario se detuvo frente a uno de los puntos y empezó amenazar al vendedor: —He sido demasiado flexible contigo, o me pagas ahora o te destruyo toda la mercadería.
—Por favor señor, es que no alcanzo a juntar el dinero-respondió el pobre hombre con voz desesperada.
—No te espero más; soldados, rómpanle todo-fue la orden severa del cobrador.
Los soldados arrojaron todo lo que había allí, al tiempo que el desdichado clamaba para que dejaran de actuar así, pero nadie lo socorría.
—¡Cómo no estoy vestido de Asesino! —se lamentaba Max.
Acabado el procedimiento, el oficinista se marchó de allí con sus guardaespaldas, Max lo siguió desde lejos para que no se diera cuenta de que alguien estaba espiándolo hasta que lo vio ingresar al edificio gubernamental.
—Por esta zona será difícil sorprenderlo —se dijo Max— debo buscar un punto donde este más sensible, salvo que busque otra forma contundente, lo espiaré desde uno de esos edificios.
No habrán transcurrido diez minutos cuando vio salir a Röhm protegido por dos soldados armados con ametralladoras MP40, los tres hombres caminaron en dirección a una parada de vehículos, Röhm iba hablando con uno de los vigías.
—¿Cómo es posible que esos inútiles se hayan dejado sorprender por ese infame Asesino? Era el mejor Caza Recompensas que conocía y viene este ratón de cloaca y lo mata, de haber estado allí le arranco la garganta con mis propias manos-finalizó-Hay que cerciorarse de que no esté aquí en Salzburgo-sostuvo uno de sus soldados —¡Para eso están ustedes, pedazo de inútiles!— vociferó arteramente Röhm —¿Pero cómo encontrarlo? Se habla de que usa una máscara-fue la respuesta del uniformado.
—Mire sargento, si usted no elimina a ese Asesino, le juro que yo mismo en persona hablaré con Himmler para que tome medidas contra usted. ¿Me entendió? —fue la amenaza de Röhm.
—Sí, señor. Seguidamente subieron en un Mercedes Benz 600k modelo 1941 color blanco y capota negra con las banderas del Tercer Reich a los costados.
Max regresó al hostal donde se albergaba y estudió las distintas maneras de eliminar al corrupto recaudador sin levantar la mínima sospecha, vigiló sus movimientos día y noche.
La noche del 6 de julio de 1942, Röhm entró a un Restaurante de nombre “Esszimer”, custodiado por dos oficiales de las SS, Max fue tras él luciendo un traje negro con el emblema del Reich en su brazo izquierdo, había muchos comensales y estaba una orquesta de Jazz, Röhm se había ubicado en una de las mesas y continuamente se secaba el sudor de la frente con un pañuelo, en tanto que Max se sentó en una mesa diagonal.
Justo se acercó el camarero a la mesa de Röhm y le preguntó: —¿Qué va a servirse Herr Röhm?
—Pato al horno con papas y salsa blanca, una botella con “Don Perignon” y Postre helado.
Max se puso de pie y disimuladamente entró a la cocina, uno de los que trabajaba allí le señaló: —Señor, no puede ingresar aquí.
—Soy el Supervisor de Higiene y Sanidad-contestó Max —Perdone Señor, no sabíamos que estaba aquí-respondió el empleado.
Max disimuladamente fue donde estaban preparando el pedido que había hecho Röhm y dijo al cocinero: —Déjeme probar esta salsa blanca.
—Como usted mande-fue la respuesta del trabajador gastronómico.
—¡Pero por favor! Necesito que no esté encima mío —expresó Max haciéndose el molesto.
—Lo siento.
Max comió una cucharada y seguidamente agregó una dosis considerable del veneno suministrado por Leonid y revolvió hasta que se disolviera.
—Lave la cuchara, es antihigiénico estar usando utensilios que utilizó alguien con anterioridad, y a propósito, esa salsa está para servir.
Por su parte Max se sentó nuevamente a la mesa donde estaba antes que ingresara a la cocina; Röhm en tanto dialogaba con los dos oficiales y se vanagloriaba de sus fechorías: —Entonces tomé al desgraciado del cuello y le dije: escúchame insolente, más te vale que pagues tu deuda, de lo contrario las consecuencias serán funestas.
En ese instante vino el mesero trayendo lo pedido por Röhm, a su vez Max se hacía que leía la cartilla del menú.
Röhm y los oficiales comieron y bebieron hasta saciarse, entretanto Max tomaba un Chardonay acompañado de un salmón rosa al horno con papas y de tanto en tanto observaba al deshonesto burócrata.
El recaudador hizo una mímica al servidor con la botella, repentinamente los tres huéspedes empezaron a secarse la transpiración que les fluía de sus cuerpos.
—Hace mucho calor aquí adentro —sostuvo uno de los oficiales.
—Y a mí me duele la cabeza —añadió otro.
—Es que hemos bebido a discreción —señaló Röhm. Súbitamente uno de los germanos se tambaleó como si estuviera borracho y perdió por completo su estabilidad, Röhm quiso asistirlo pero repentinamente llevó sus manos al abdomen como si le hubieran clavado con algún elemento punzante y profirió:— ¡Asesinos!
Transcurrido un minuto una saliva espesa salió de su boca y a continuación brotó sangre de sus ojos quedando inmóvil, en tanto que el otro subalterno vomitaba como bestia.
Un griterío se oyó en todo el comedor, Röhm y los oficiales habían caído bajo el efecto nocivo del narcótico.
—Que la muerte te brinde el descanso merecido... Ruhe in Frieden —y diciendo esto se alejó de allí.
Media hora más tarde fue rumbo a la estación de tren, a todo esto las patrullas de las SS se habían enterado de lo ocurrido y buscaban en todas partes al autor de los envenenamientos.
Después de una espera de una hora en la Terminal ferroviaria, el tren partió rumbo a Viena, eran cerca de las 02:00 pm.
Era de noche cuando arribó a Viena, Leonid estaba aún despierto, hacía varios días que no sabía noticias de Max.
—¡Vaya! Al parecer has estado ocupado-observó Leonid. —¿Y ese perro?
—Es una historia larga, mañana te la contaré-contestó Max.
—Que tengas buenas noches.
Max se bañó y se acostó semidesnudo, tapándose con una sábana, el perro se echó a su lado.
A la mañana siguiente Max se despertó con el reflejo del sol que le daba en su cara, luego de higienizarse fue a la cocina donde se hallaban Ludwig, Bautista y Sophie que estaba amasando pan.
—¿Y bien? ¿Qué buenas nuevas traes? —le interrogó Leonid.
—Colaboré con Déborah Geisze a eliminar a un matón enviado por un colaboracionista del Reichkomisar que se disponía a terminar con ella y conmigo.
—Pero, ¿quién sabe de ti? —indagó curioso Leonid.
—Realmente no lo sé, siempre traté de actuar con discreción-contestó Max-Tendremos que buscar al soplón-sostuvo Leonid-continúa.
—Viajé en tren al pequeño poblado de Obertauern donde se encontraba un Caza recompensas enviado por Rudolf Röhm, un funcionario corrupto de Salzburgo, el sicario amenazaba con dar muerte a los lugareños si no daban datos de Déborah Geisze y de mí, por lo que me refugié en el cementerio de una iglesia y los maté a todos, al tipo este le saqué una carta pero está codificada, una ametralladora con mirilla y en cuanto al animal, era de ellos.
—Debes cuidarte de ahora en más-le recomendó Leonid-Una vez que terminé fui a Salzburgo, donde residía Röhm, un recaudador codicioso que se dedicaba a amedrentar gente inocente, me mezclé en un Restaurante fingiendo ser inspector de Higiene y Sanidad, donde usando mi credencial envenené la comida a ese estafador inescrupuloso.
Ulteriormente, Max alquiló una lancha a motor y fue rumbo a la pequeña urbe de los ladrones, al verlo arribar, Déborah lo recibió haciéndole señas con sus brazos.
—Es sorprendente que hayas acabado con esos tipos-dijo Déborah —te has ganado la confidencia de todos nosotros y cuenta para cuando nos necesites.
—No solamente te buscaban a ti, además estaban tras mis pasos.
—¿Quién pudo delatarnos? —fue el interrogante de ella.
—Eso es lo que hay que saber, pudo haber sido el sargento al que lesioné su pierna-opinó Max —los de las SS tienen entregadores por todos los rincones.
—Que no te quepa la menor duda.
—Ve a verme al casco antiguo, tus chicos saben bien la ubicación-fue la invitación de Max.
Max estuvo con Déborah hasta que atardeció, después regresó a su guarida.