Capítulo 11

Tres días de acontecido el rescate de Pauline, Max fue a visitar a Leonid que se hallaba en su despacho leyendo documentación acompañado por Bautista y Ludwig, al tiempo que Sophie estaba congregada con integrantes de la Resistencia.

—¿Qué buenas nuevas traes Max? —le preguntó Leonid con entusiasmo.

—Creo que no solamente los templarios son nuestros enemigos.

—¿A qué te refieres muchacho? —inquirió Leonid frunciendo el ceño.

—Fui a “Ensueños mágicos” con el objetivo de lograr una alianza con las mujeres que trabajan allí y me involucré en una misión de liberación de su encargada, Pauline Becker que había sido raptada y llevada a una prisión subterránea, allí escuché aludir a los guardias sobre un General, supongo que Von Der Beck está en Rusia, salvo que haya retornado a Viena.

—Los partisanos no nos han hablado al respecto, pero les diré a sus soplones que averigüen sobre el tema; prosigue.

—Me enfrenté a unos locos vestidos con pieles, yelmos y escudos; maté y obtuve de ellos este mensaje cifrado —dijo Max exhibiendo el escrito a Leonid.

—Los Protectores de Thor, unos fanáticos subvencionados por las SS para aterrorizar a la gente ¿recuerdas que hablamos de ellos vez anterior?

—Sí-contestó Max —Luego que me deshice de esos lunáticos me salvé de la hoja oculta de un soldado enmascarado, de risa demoníaca y con equipo de respiración autónomo.

—Son los voluntarios de la Sociedad de Thule, se someten a esos experimentos dolorosos —añadió Leonid.

—Ingresé a un antro donde había varias velas y un círculo con una estrella en el medio, a un costado estaba amordazada y con señales de haber sido ultrajada, Pauline Becker, la responsable de manejar “Ensueños mágicos”, un individuo calvo y de vestiduras negras que pronunciaba plegarias en latín me quiso agredir pero no le di chances, conseguí de él el plano de este objeto con aspecto de lanza y este otro en forma de medallón.

—La Lanza de Longinos —afirmó con admiración Leonid.

—¿Qué es eso? —quiso saber Max-En sí es una leyenda, se sostiene que fue la lanza usada por el centurión romano que crucificó a Jesús, cuando José de Arimatea pidió al Procurador Poncio Pilatos que le entregara el cuerpo del Mesías, el gobernador de Jerusalén dio la orden de quebrar las piernas a los crucificados para que muriesen rápido y cuando estuvieron frente a la cruz de Cristo se dieron con que estaba muerto, entonces para asegurarse le abrieron una herida en el costado derecho y el centurión que le arrojó la lanza se llamaba Longinos.

—¿Y dónde está esa lanza? —preguntó Max-Se dice que ha ido pasando en distintas manos, algunos sostienen que son imitaciones, una está en el Vaticano, otra en Constantinopla hasta se habla que Hitler tiene fragmentos en su poder.

—¿Y este otro? —preguntó Max.

—Es el Medallón de Thule, un artilugio de la Sociedad de Thule que fundamenta sus creencias en el Sol Negro, hay varios jerarcas alemanes en esa organización, incluso Himmler y Hitler son miembros.

—Pero si combina el Fragmento del Edén con la Lanza de Longinos y el Medallón de Thule nadie lo vencerá-señaló Max.

—Es lo que debemos evitar, Max-respondió Leonid.

La conversación fue interrumpida por Sophie que venía turbada.

—Disculpen la intromisión, pero los partisanos acaban de informar que las tropas de de las SS han tomado prisioneros a tres miembros del Círculo de Kreisau y es inminente que los ejecuten.

—¿Dónde están? —fue la pregunta de Max.

—Los llevaron a una bóveda que se encuentra bajo el altar de la iglesia de una antigua abadía que perteneció a los vicentinos —contestó Sophie.

—Necesitarás apoyo si deseas ir a liberar a esos rehenes-le dijo Leonid.

—Los partisanos se reunirán en el viejo cementerio de Viena dentro de dos horas —comunicó Sophie-Primero el intento de asediar la colonia de Déborah Geisze, luego el rapto de Fräu Becker y ahora los del Círculo de Kreisau-sostuvo Max— hay que hallar y terminar con ese topo.

—Ten paciencia Max-lo tranquilizó Leonid —una vez que hayamos armado el rompecabezas despejaremos las dudas.

—Con tal de que no ocurra otra desgracia-respondió Max con escepticismo.

—No permitas que la vacilación se apodere de ti-le aconsejó Leonid-prepara tu equipo que nos vamos de diversión.

Max llevaba consigo la hoja oculta, el revólver Webley y el puñal que le confiscó al soldado de las SS, Leonid le dio el fusil M1 Garand que había usado en un principio y granadas de fragmentación y de gases lacrimógenos.

Max, Leonid, Bautista y Ludwig fueron por los túneles para no ser vistos por los escuadrones de las SS o GESTAPO hasta que llegaron al sitio mencionados, todos salvo Ludwig, llevaban puesto el atavío oscuro, Leonid y Bautista tenían una medalla con el símbolo de Asesinos.

El panorama era lúgubre, sumado a la densa niebla reinante, el añejo camposanto estaba cercado por un alto portón de rejas que estaba entreabierto y había una cruz de cemento y la estatua de un ángel que sostenía una espada, a su alrededor había varias tumbas con los nombres borrados y algunos sepulcros estaban abiertos, a lo lejos se oían ladridos, sumado a esto estaba atardeciendo y algunas nubes empezaban a cubrir el cielo.

Después de esperar veinte minutos llegaron diez insurgentes armados con ametralladoras PPSH y fusiles M1 Garand, uno de ellos que tenía chaleco y un parche en el ojo izquierdo dijo a Leonid: —Vamos por los drenajes, llegaremos más rápido.

Leonid, Max y los suyos fueron tras los guerrilleros y cruzaron un canal subterráneo donde estaba atestado de roedores algunos del tamaño de una liebre.

No habían alcanzado a llegar a la superficie cuando avistaron a tres soldados de las einsatzgruppe provistos de ametralladoras MP40 llevando un perro Pastor alemán sujeto de una cadena.

—Yo me encargo de esos tres-dijo Max.

—Ten cuidado con el perro-le previno Leonid.

Estando en el terreno, Max se refugió detrás de un camión Opel Blitz estacionado y cuando pasó uno de los soldados lo tomó desprevenidamente por detrás y le cortó el cuello con la daga sin darle alternativa a defenderse, se fijó si el nazi poseía algún elemento de valor y se encontró con que tenía algunos marcos, a la postre arrastró el cadáver a donde no pudieran verlo.

Transcurrieron cinco minutos y otro soldado se detuvo para prender un cigarrillo por lo que Max se sirvió para meterle la hoja en el costado izquierdo de la nuca.

Cuarto de hora después, viendo el soldado que tenía el perro que sus compañeros no regresaban, cargó su ametralladora y prendió su linterna, cuando inesperadamente se le apareció Max como un ser surgido de la tenebrosidad y le clavó su arma mortífera en la zona abdominal, a todo esto el perro se puso a ladrar y a querer arremeter, pero el Asesino le dio un golpe fatal en el cráneo del animal dejándolo inactivo.

Max hizo un leve silbido y llegaron los demás compañeros, el claustro era de dos plantas con un campanario estaba cercado por un muro y un portón de rejas, al frente había una estatua de bronce de San Vicente de Paul y el predio cubierto de maleza.

Leonid abrió un pórtico en forma de arco y los demás le siguieron, al ingresarse hallaron con un patio donde había una fuente seca con la escultura de dos ángeles y galerías con muebles estropeados y cubiertos de polvo.

—Me llama la atención de que los de las SS brillen por su ausencia, seguramente deben estar metidos en alguna parte-observó Max.

Recorrieron uno de los pasillos hasta que se hallaron con una puerta atascada con un pasador, uno de los partisanos retiró el atajo y se dieron con otro pabellón arcado.

Todo parecía estar desierto, cuando repentinamente se oyeron unos gritos salvajes y tres individuos cubiertos de pieles y con cuchillas saltaron sobre Max, pero él logro quitárselos de encima, sin embargo no se dieron por vencidos y lo rodearon, pero fueron abatidos de inmediato por Ludwig.

—Gracias Ludwig, estoy en deuda contigo-le expresó Max.

Todavía estaba hablando cuando una de las puertas se abrió y aparecieron cinco soldados de la Wehrmacht provistos de ametralladoras MP40 dándose inicio a un violento tiroteo.

—Ve a la cripta Max, te veo en la Iglesia de Santa Ana del Casco Antiguo, mañana cuando toque la campana del mediodía —fue el mandato de Leonid.

Max tomó camino hacia la bóveda pero se le interpusieron dos soldados de la Wehrmacht con fusiles Gewher —¡Ríndete Attentäten!— ordenó uno de ellos apuntando en el pecho de Max.

Pero Max le arrancó el arma y le dio un golpe de culata dejándole la cara totalmente irreconocible, el otro quiso disparar, más el Asesino le abrió la zona ventral con el puñal y prosiguió con su itinerario.

Había otra puerta grande en forma de arco, no estaba asegurada.

—Esta debe ser la iglesia que citó Sophie-dijo Max.

Max cargó su revólver Webley e ingresó por el atrio, había muchas velas encendidas y estatuas de santos, vitrales en las paredes de la época Medieval, y en la nave central una imagen de un Cristo crucificado, en uno de los costados del santuario se encontraba otra puerta, silenciosamente la abrió y se halló con unas escaleras.

—Estas escalinatas conducen al campanario-sostuvo Max-tendré que ver el ingreso a la catacumba.

Max se puso a fijar en las paredes y no encontraba algún pliegue que sobresaliera, caminó en dirección hacia el altar y debajo advirtió un grabado que resaltaba, puso su mano sobre el cincelado y el tabernáculo se corrió dejándose ver unas escalinatas que conducían hacia un subsuelo, arrojó una de las granadas de fragmentación hacia abajo y cuando estallaron se oyeron unos gritos de dolor.

Max descendió cuidadosamente, algunos peldaños estaban deteriorados, había dos cuerpos mutilados de soldados, estaba oscuro por lo que debió usar su linterna, aquel paraje era tenebroso, debió respirar hondo para poder controlar la embestida del pánico que estaba a punto de posesionarse de él, sus manos le sudaban y sus piernas parecían que se le iban aflojar, se sentó en cuclillas por unos instantes y se bajó la capucha, a su mente vinieron los miedos de su infancia, pero debía enfrentarse a esos temores si quería seguir con su cometido.