Capítulo 1
Transcurría el año 1942, la guerra consumía a Europa en casi su totalidad, el dominio alemán era inexpugnable, y las esperanzas a que la situación cambiara en algún momento eran remotas; la Operación “Barbarrosa” llevada a cabo en Rusia por el ejército alemán estaba en su plena cúspide y Estados Unidos de Norteamérica se había involucrado en el conflicto bélico después de sufrir una incursión aérea llevada a cabo por Japón el 7 de diciembre de 1941 en la base naval de Pearl Harbour, Hawái.
A todo esto debía sumársele la acuciante situación tolerada por los judíos y otras minorías considerados como enemigos del régimen Nacional-Socialista de Adolfo Hitler, quien había realizado una obsesiva cruzada para eliminarlos desde su asunción al poder en 1933.
Los judíos fueron privados de todas sus garantías y llevados a sitios de hacinamientos conocidos como guettos o a campos de concentración donde perecían víctimas de ejecuciones, en cámaras de gas o en fusilamientos masivos.
El 20 de enero de 1942 se había llevado a cabo en el barrio berlinés de Wansee una conferencia destinada a dar una “Solución Final” a la problemática de los judíos, a la que acudieron varios jerarcas alemanes de notoriedad.
Eran las 09:45 de la mañana del 8 de febrero de 1942, en el natatorio del pabellón de deportes de las Waffen SS se encontraba un hombre joven de alrededor de treinta años, delgado, pero de cuerpo bien marcado, cabellos rubios y ojos ver desrealizando su rutina de natación, había allí otros presentes, sobre todo jóvenes de la Nápola, que era una escuela de elite de los nazis.
No culminaba de hacer la vuelta completa en la pileta, cuando alguien se acercó diciéndole:
—¿Mayor Von Hagen?
El de cabellos rubios salió de la piscina, se quitó las antiparras que cubrían sus ojos y observó al visitante, un joven sargento de las SS cuatro años menor que él, rostro enjuto, cabellos negros y ojos verdes que sostenía una gorra con el símbolo de la calavera.
—¿Qué sucede Sargento Hoffmann? —interrogó Von Hagen mientras se secaba el torso desnudo con una toalla que le alcanzó un muchacho de cabellos negros y ojos celestes perteneciente a la Napola.
—Encontraron muertos a un tal doctor Habringer y su cónyuge en su casa hoy a las 08:15, se escaman de los que viven en la vecindad de los pobres, hay muchos ladrones y putas.
—Y pretenden que yo investigue el caso —presumió Von Hagen—. No sabría decirle con exactitud, Herr Sturmbannführer (Mayor), solamente le doy esa primicia.
—Está bien; disponga de cinco hombres, en quince minutos estaré a presto Max Edwin Von Hagen pertenecía a una familia bien acomodada de Múnich, dueños de un establecimiento avícola, podría haberse quedado en su ciudad natal administrando la estancia, pero desde niño soñó con ser un soldado, pese a ello nunca se quitó de su mente la idea de regresar a Múnich y ponerse al frente del criadero.
Un cuarto de hora más tarde partió rumbo a la casa del desafortunado doctor, había allí una ambulancia Opel Blitz y otros vehículos de las SS, Von Hagen seguido por Hoffmann y cinco soldados de la Das Reich y tres muchachos de la Nápola ingresaron a la edificación, unos enfermeros sacaban dos camillas que llevaban dos cuerpos cubiertos por una bolsa de lona ensangrentada.
—Permítame ver los cadáveres —fue la directiva de Von Hagen— Le aviso que huelen mal —fue la contestación de uno de los practicantes.
Von Hagen corrió la cubierta con cuidado y vio un rostro con aspecto terrorífico y un olor nauseabundo, por lo que debió taparse la nariz con un pañuelo.
—Está bien, llévenselos —ordenó el Mayor Von Hagen. A todo esto Von Hagen siguió inspeccionando cada rincón de la casa, a la vez que preguntaba a los que estaban presentes:— ¿Este hombre se vinculaba con algún grupo de partisanos o escondía fugitivos?
—No sabríamos decirle, Herr Mayor, solamente sabemos que era una eminencia en el conservatorio de la Universidad de Viena y hacía treinta años que desempeñaba sus funciones —contestó uno que tenía el rango de teniente— además los insurgentes y judíos están eliminados en su mayoría.
Hoffmann se había separado de Von Hagen y estaba averiguando en otro ambiente de la vivienda; al sargento le llamó la atención una habitación cubierta con hojas del Libro del Génesis arrancadas del antiguo testamento de la Biblia y unas inscripciones hechas en latín, hebreo y árabe además de otros dibujos que no se alcanzaba a comprender su significado, también estaba allí el bosquejo de una esfera con líneas, una de ellas estaba dispuesta en plano ecuatorial y las otras como dos polos.
Tras haber hecho algunas tomas fotográficas Hoffmann llamó a Von Hagen.
—Mayor, venga aquí, encontré algo que puede llegar a interesarle.
Von Hagen y los que estaban allí fueron detrás de Hoffmann y se toparon con el panorama descubierto por el sargento.
—¿Qué es todo esto? —indagó Von Hagen— ¿en qué embrollo estaba metido nuestro doctor? Estas inscripciones y garabatos sin sentido.
—Pero para el pudo haber sido de suma importancia —comentó uno de los que estaban con Von Hagen El Mayor observó el boceto que estaba en la pared, lo miró detenidamente y se sentía más que estupefacto.
—¿Alguno de ustedes sabe el secreto de ese esquema?
—Lo ignoramos por completo; tal vez sean de alguna cofradía masónica —contestaron los que cooperaban con Von Hagen.
—Los masones no utilizan esas simbologías, por lo general usan un triángulo con un ojo en el centro, el ojo que todo lo ve.
—Iré al museo para que me asesoren bien, esto me resulta extraño. O el difunto pertenecía a una logia de fanáticos religiosos o bien se volvió un loco místico e hizo un juramento de sangre al diablo matando primero a su esposa y suicidándose él, o bien fue un ajuste de cuentas.
Y sin tener más nada que hacer se fueron de allí, llevando el boceto del objeto hemisférico.
No habían terminado de dejar la residencia de Habringer cuando Hoffmann advirtió que cinco individuos vestidos con traje gris, sombrero y anteojos oscuros estaban observándolos, uno de ellos susurró a los oídos de su compañero centrando su vista en Von Hagen.
—Herr Mayor, creo que algo anda mal —sospechó Hoffmann.— Ponga a toda su gente en alerta —ordenó Max Von Hagen. Los hombres que habían estado espiando a Von Hagen, al insinuar de la reacción del oficial de las SS se alejaron de allí, a todo esto Hoffmann intentó salir en su persecución pero Von Hagen lo detuvo diciéndole:— No malgaste su vida y la de su gente en esos matones.
—Pero al parecer tramaban algo contra usted, Herr Mayor.
—¿Quién habría de odiarme? —fue el interrogante de Max Von Hagen.
Los tipos que habían fisgoneado los movimientos de Von Hagen al descubrir que no estaba solo, se vieron obligados a tomar retirada.
Después de lo ocurrido en la casa del crimen, Max Von Hagen fue rumbo al museo de Viena del Palacio de Belvedere, edificio construido bajo la orden del Duque Eugenio de Saboya que servía como residencia imperial de descanso, estaba vigilado por soldados de las Waffen SS y se podía ver que ondeaba la bandera roja con la cruz esvástica en el centro.
Max Von Hagen secundado de Hoffmann y dos jovencitos de la Nápola fueron por un amplio corredor donde había cuadros de Rembrandt y Van Gogh hasta una puerta que estaba entreabierta, el Mayor ingresó al recinto que poseía una luz tenue, un escritorio completamente desordenado, tocó una campanilla y apareció un hombre de sesenta y cinco años, de aspecto estrafalario, cabellos grises y unos anteojos que se sostenían en la punta de su nariz respingada.
—Buenos días oficial —saludó el hombre—. ¿En qué puedo servirle?
—Buenos días profesor Winckler —contestó Von Hagen— he venido para que me revele el significado de este dibujo, es de algo insólito, al menos para mí, pero debe tener su interpretación.
—Permítame oficial —fue la respuesta de Winckler.
Von Hagen le dio el pliego al profesor, quien al ver el diseño exclamó anonadado: —¡Por las barbas de Júpiter! ¿Qué tenemos aquí?
—Dígame el significado de esa cosa exigió fríamente Von Hagen.
—Es algo que deberá ser guardado en silencio, oficial. Se trata pues de nada más y menos que el Fragmento o Manzana del Edén, un artefacto capaz de doblegar la voluntad de las mentes frágiles y de un poder indescriptible; los Caballeros Templarios eternamente anduvieron en búsqueda del Fruto.
—Siempre creí que era una farsa lo de los tesoros de los Templarios —afirmó el Mayor Von Hagen.
—No se confunda con el Santo Grial que es otra cuestión; supuestamente... —¿Usted me está proponiendo que eso es la Manzana de Adán y Eva?— indagó Von Hagen —con razón las hojas del libro del Génesis en la habitación del doctor Habringer.
—¡Pobre Habringer! —se lamentó Winckler— supimos jugar juntos en el equipo de béisbol del colegio.
—¿Quién habría de tener tanta saña para cometer terrible delito? —se preguntó Max.
—Eso es algo difícil de comprenderlo, pensar que en estos últimos tiempos tenía una conducta extraña, se daba poco con la gente —fue el testimonio de Winckler.
—Gracias por su atención-le expresó Max —. Espero haber despejado sus dudas Herr Mayor, con su permiso debo dejarlos porque dentro de unos minutos vendrá un contingente de excursionistas suizos germano hablantes.
Max y los suyos dejaron a Winckler, ignorando de lo que les aguardaba.