Capítulo 2
Entretanto, fuera del Palacio un automóvil Mercedes Benz 540 k azul oscuro llegó y descendieron cuatro tipos vestidos de negro, camisa blanca y corbata azul, se pararon cerca de las escalinatas del palacete, uno de ellos se quedó cerca del coche haciéndose que leía el periódico, no pretendían levantar sospecha.
Eran las 11:50 de la mañana y empezaban a repicar las campanas de la Catedral de San Esteban.
Estaba justo Von Hagen bajando los escalones con los suyos, cuando de improviso se le cruzó uno de los intrusos de traje negro simulando que perdía el equilibrio, por lo que Edwin trastabilló y por poco no se cae.
Hoffmann que iba tras su jefe gritó: —¡Mayor es una emboscada!
Uno de los hombres sacó su arma, una pistola Luger y efectuó un disparo dando en el hombro derecho de Hoffmann, rápidamente aparecieron los guardias del Alcázar provistos de sus fusiles Kar 98k con bayoneta y dispararon sobre los atacantes, por lo que se originó un violento tiroteo que se prolongó por espacio de cinco minutos, uno de los sicarios logró huir pero no iba llegar muy lejos porque perdía mucha sangre.
—¿Se siente bien Mayor? —preguntó el oficial de rango de teniente que estaba a cargo de la vigilancia del palacete.
—Sí —fue la contestación algo confusa de Von Hagen— desde temprano que andan acosándome de esta forma —Tendré que reforzar la custodia.
Y en ese momento le vino a su mente las integridades de su esposa Lorelei Wisner y su hijo Ferdinand Immanuel de apenas dos años y medio.
—¡Por Dios! —exclamó— mi familia. —No se exaspere Mayor— lo tranquilizó Hoffmann al tiempo que intentaba frenar la hemorragia. —su casa está bien vigilada y ante cualquier anomalía las tropas reaccionarán.
—Todo lo que quiera decirme; mañana mismo haré que viajen a casa de mis padres.
Diez minutos de ocurrida la escaramuza el Mayor Von Hagen regresó con los suyos a las dependencias de las SS, Hoffmann se hizo curar la herida y Edwin fue rápido hasta donde residía, fue recibido por “Hércules”, su perro de raza Pastor alemán, ordenó a uno de sus soldados que guardasen el vehículo e ingresó desesperado a la edificación llamando a su esposa —¡Lorelei!, ¡Lorelei!
Una de las puertas se abrió y salió Lorelei, una mujer de alrededor de veinticinco años, cabellera rubia peinada con un rodete, llevaba un vestido celeste de mangas largas floreado y un delantal con bordados de margaritas; al verla, Edwin corrió hacia ella, la abrazó y la besó al tiempo que le decía: —Amor, gracias a Dios que estás bien ¿y el niño?
—En la cocina —contestó un poco atolondrada sin saber el motivo del estado emocional de su marido— relájate un poco Max, estás pálido y tembloroso.
En efecto, Edwin estaba muy afligido, temía perder al amor de su vida y sus ánimos se habían exacerbado con las situaciones vividas durante la mañana.
Una vez que hubo calmado su ímpetu y tras respirar hondo se sentó en una silla de madera pesada y jugando con un limón dijo a su esposa: —Alguien intentó matarme hoy por la mañana.
—Bueno, no deberías sorprenderte, eres oficial de las SS y con las cosas que ocurrieron y siguen sucediendo, alguien debe guardarte rencor —trató de convencerlo Lorelei-Sé bien quienes son los líderes de los grupos insurgentes de Viena, estos tipos son enviados por alguien que quiere verme muerto, está lleno de oficiales y generales alemanes en Austria y justo pretenden atentar contra mi vida.
—No te persigas Edwin, alíviate un poco.
—¿Relajarme?, Lena: en dos ocasiones se me aparecieron unos matones con traje como los de las películas de gánster, de no haber sido por el Sargento Hoffmann, estarías llorando ahora. Debí quedarme en Múnich manejando la finca de mi familia, en vez de estar en medio de estos escorpiones que están sedientos de poder y de gloria.
—No debes renegar de ello porque fue tu propia determinación ingresar a las filas de las SS-le recalcó Lorelei —abandonar así como así sería un error fatídico para todos, te convertirías en un desertor y andarías escondiéndote como rata de tus propios compañeros de armas, los conoces bien.
—No debes recordarme en absoluto y ahora escúchame: no puedes seguir permaneciendo en Viena, vuelve a Múnich en lo posible esta noche o mañana, este sitio no es seguro para ti y nuestro hijo.
—No te dejaré solo Max. Estás dejándote llevar por casualidades y lasitudes; por favor, tranquilízate y sentémonos a comer algo.
Nicole hizo servir el almuerzo, se trataba de unas papas hervidas, carne de cerdo y un jugo de frutas, Max comió poco, estaba muy preocupado, se la pasó toda la tarde encerrado en su despacho escuchando “Lili Marleen”, “ Violetta” y una Polka del Oktoberfest cada tanto se fijaba en el plano del Fruto.
—Nadie debe saber que yo guardo estas cosas-se dijo Max.
Y sin dudarlo movió el lomo de un libro y se corrió un panel e ingresó a una habitación donde estaba un cuadro de San Juan Bautista colgando de la pared y otras cosas de valor, Max dejó el cofre allí y volvió a cerrar el pasadizo.
Al día siguiente Max Von Hagen se hizo presente en la morgue de la sección criminalística de las SS, el pobre de Winckler estaba totalmente desfigurado que era imposible de reconocerlo, había dos soldados tomando las huellas dactilares del difunto y un sargento haciendo anotaciones en una ficha personal; en una semana dos especialistas habían perecido en manos de vaya saber qué maniático, incluso el mismo Von Hagen casi fue víctima de un atentado contra su vida.
—El homicida parece tener una conducta psicópata-fue la indagación del forense.
—Hay que darle caza y no ser piadoso con él-sentenció Von Hagen ante sus subalternos —No puede ser que sucesivamente hayan muerto dos profesionales sin mediar motivo alguno.
Cinco días después de la muerte de Winckler se encontraba Von Hagen en su despacho del cuartel general de las SS en Viena cuando un sargento de la Totenkopf llamó a su puerta, era cerca del mediodía.
—Adelante —contestó Von Hagen.
El suboficial entró, hizo el habitual saludo del Nacional-Socialismo y luego dijo a Von Hagen: —Disculpe la interrupción, Herr Mayor, pero el Coronel Amsel desea verlo en su despacho-Enseguida voy, aguárdeme-fue la directiva de Von Hagen.
El Mayor acompañó al sargento hacia las dependencias de Amsel, justo salía un individuo con sobretodo negro al que Max no identificó, en ese instante su superior se hallaba con un General de unos cincuenta años, cabellos rubios que empezaban a ponerse grises, tenía la estatura de Von Hagen a diferencia de que de hombros más grandes, además se hallaba presente otra persona que estaba sentada en un sillón mirando hacia la pared.
Luego de hacer el típico saludo del Nacional-Socialismo, Von Hagen se acomodó en una silla con tapiz verde claro.
—Herr Sturmbannführer —dijo Amsel— lo he citado aquí para que vaya a realizar una incursión a un poblado que está a pocos kilómetros de Viena, han llegado informes de la GESTAPO que allí se refugian guerrilleros provenientes de Polonia y están aquí para instigar a los ciudadanos de Viena para que se levanten en armas contra nuestras fuerzas, ¿me explico?
—Sí, señor.
—Su misión Mayor, será ir a ese pueblo con los mejores de sus hombres y realizar una batida para acabar con esos instigadores.
—¿Cuándo debo ir? —quiso saber Von Hagen.
—Yo si fuera usted me pondría ahora mismo en los preparativos.
—Antes que me retire, días atrás me siguieron en dos circunstancias unos baladrones, pretendían conjurar contra mí.
—Deben ser algunos agitadores de la Resistencia —respondió Amsel— tenga cuidado Herr Mayor.
Sin perder el tiempo, Von Hagen convocó a Hoffmann, a un teniente y a dos Cabos más en el auditorio del cuartel de las SS.
—Señores, os he llamado porque me han encomendado una tarea que será la de localizar a una banda de partisanos que han venido desde Polonia hacia aquí; no hay que permitir que logren con su cometido, para eso debemos ver qué cantidad de gente y vehículos emplearemos.
Von Hagen partió rumbo a la pequeña localidad alrededor de las tres de la tarde, nevaba en forma intermitente, con él iban Hoffmann, y un teniente de la división Liebstandarte, tres años mayor que Max, el escuadrón estaba formado por un centenar de soldados armados hasta los dientes, dos perros Pastor, un Sdkfz, que era un vehículo blindado con una ametralladora montada y siete camiones Opel Blitz.
No habían terminado de cruzar un puente de épocas del Sacro Imperio cuando uno de los camiones perdió el control y fue a volcarse al costado del camino, los soldados daban alaridos de dolor; los demás se dispusieron a socorrerlos cuando súbitamente se sintió un agudo silbido y de entre la fronda aparecieron varios hombres provistos de fusiles M1 Garand, ametralladoras PPSH y entraron a disparar contra las fuerzas de Von Hagen.
Los germanos no tardaron en responder, el Sdkfz entró a disparar fuego y metralla sin cesar pero uno de los atacantes arrojó un par de bombas incendiarias provocando la destrucción del acorazado.
A todo esto, Von Hagen trató de ocultarse detrás de uno de los vehículos que no había sido averiado para repeler la agresión pero la onda expansiva de la explosión del blindado lo dejó sordo y sintió la sangre que le brotaba de las manos y sus facciones, entonces un hostigador fue en dirección a él y lo golpeó con la culata del Springfield a la altura de la pestaña derecha dejándolo inconsciente en el suelo cubierto de nieve y sangre; por su parte Hoffmann al ver que su superior había caído corrió para sacarlo de allí, estaba a punto de colocarlo sobre su hombro y llevarlo a uno de los coches cuando uno de los atacantes disparó a quemarropa contra el sargento sin darle chances de sobrevivir. Transcurridos algunos minutos no quedaba sobreviviente alguno del escuadrón de Von Hagen, los atacantes ganaron terreno y empezaron a cerciorarse de que estuvieran todos muertos, cuando llegaron al cuerpo de Max se encontraron que mantenía sus signos vitales, de pronto llegó un Mercedes Benz 540 k color negro oscuro con las banderas del Tercer Reich escoltado por dos motocicletas Zundapp BMW y detuvo su marcha, un chofer con el rango de Cabo de las SS abrió la puerta del vehículo y descendieron Heinrich Amsel, Himmler el General que estaba en el despacho de Amsel al mediodía.
Amsel se acercó a uno de los hombres de civil y le manifestó: —Buen trabajo, Herr Schneider-El Mayor Von Hagen está vivo aún-respondió el individuo.
—No gaste munición, si está sangrando se debilitará y eso hará que su corazón le falle-sostuvo el General.
—Como usted ordene Herr Von Der Beck-asintió Schneider.
—Hagan una batida en el vecindario pobre y cremen el cadáver de algún desvalido, los familiares del Mayor Von Hagen creerán que son sus cenizas —indicó Himmler.
—Así será Mein Reichführer —fue la contestación de Heinrich Amsel.
—¿Y los cuerpos? —quiso saber un oficial con el rango de Teniente.
—De eso no se preocupe, Teniente —contestó Von Der Beck-Con esto, los Asesinos no se atreverán a levantarnos la mano, aunque queda el otro viejo loco.
Pasaron dos horas y un camión Ford modelo 1939 de reparto pasaba por allí, uno de los que iba en el vehículo se bajó y acercándose le tomó el pulso diciendo al conductor: —Todavía vive, es el esposo de la mujer que acaban de matar en Viena, seguro que culparán a alguien sobre esto.
El individuo cargó a Max en la caja del camión y emprendieron viaje hacia Kufstein, una ciudad de estilo medieval.