Capítulo 2
Max y los partisanos descendieron del camión sin que los soldados se diesen cuenta, beneficiaba que había mucha gente esa mañana, de inmediato se escondieron detrás de los vehículos.
Max ultimó a dos soldados con la hoja oculta y escondió los cadáveres debajo de uno de los camiones; pasados diez minutos al notar uno de los vigías que sus compañeros no regresaban decidió ir a inspeccionar, pero se halló con la letal hoja del Asesino que le atravesó la nuez de Adán sin darle alternativa de defenderse.
Transcurrió un cuarto de hora más y apareció un sargento, aparentaba estar molesto, buscaba a los demás por el sector hasta que al final farfulló en voz alta: —Estos patanes se van a cualquier parte en vez de estar en sus puestos.
Max emitió un leve silbido, el suboficial caminó en dirección al chiflido, pero imprevistamente recibió un fuerte golpe de culata por parte del Asesino que lo desvaneció.
Rápidamente cruzaron hasta llegar a proximidades del templo donde antiguamente funcionaban dos hospicios para los peregrinos y enfermos, de pronto se hizo presente una patrulla de las SS, uno de los partisanos acribilló a quemarropa a dos soldados por lo que se desencadenó una terrible batalla, los que andaban por allí huyeron atemorizados, dos soldados quisieron arremeter contra Max pero fueron ultimados con la hoja oculta.
Eliminar a los dos soldados no fue bastante, pronto llegaron más refuerzos esta vez con perros, un teniente al mando se interpuso a Max ordenándole: —¡Ríndete Attentäten!
Sin dudarlo Max sacó de su atavío negro el Medallón de Thule que empezó a provocar un fuerte destello.
—¡Suelta eso! —fue la directiva del Teniente.
Una enérgica descarga semejante a un campo de fuerza salió del artefacto dejando reducido a huesos a los alemanes, gritos de terror y angustia se escuchaban por todas partes, algunos clamaban a Dios para que los asistiera.
Max siguió hasta la Iglesia de Santa María en Monserrat donde yacen los restos de los Papas Borgia Calixto III y Alejandro VI y San Dámaso. Las puertas de la Iglesia estaban entreabiertas, la nave central de forma rectangular tenía tres capillas y un profundo Presbiterio con terminaciones absidales semicirculares.
Sobre el arco de la Capilla principal estaban los frescos “El Sueño de la Virgen” y “La Coronación de Nuestra Señora” En los nichos que se abren sobre las puertas laterales están colocadas las estatuas de los aragoneses Santa Isabel de Portugal y San Pedro Arbués.
Max fue hasta la cripta que se encontraba abierta y distinguió a Himmler rodeado por dos de sus oficiales, una treintena de soldados armados hasta los dientes, equipos de filmación y fotógrafos, frente a ellos se hallaban los expertos que habían ido a Ceilán.
El Fragmento se hallaba sobre una especie de plataforma, todos lo observaban con ostentación.
—Señores aquí presentes, nos encontramos aquí para presenciar un evento sin fronteras, que trascenderá en la Historia del Tercer Reich, se trata nada más y nada menos del instrumento en que servirá al Führer en hacer realidad el sueño de Germania; con él opacaremos a todos nuestros enemigos y toda Europa será Germania. ¡Larga vida al Führer y al Tercer Reich!
—¡Larga vida al Führer y al Tercer Reich! —respondieron los presentes.
En ese instante una luz encandiló a todos los presentes que obligó a que se cubrieran sus rostros, uno de los expertos apoyó su mano sobre el artefacto y la luminosidad se desvaneció, por su parte Himmler se acercó y la tomó con un gesto de soberbia.
Terminaba de recoger el Fruto cuando Max lanzó un cuchillo que le lastimó la mano, haciendo que se le cayera al suelo.
—¡Atrapen al Asesino! —ordenó uno de los oficiales.
Cinco soldados se lanzaron contra Max pero fueron reducidos por la energía del Medallón de Thule, por su parte Himmler intentó levantar el Fragmento, pero Max fue corriendo hacia él y se lo quitó antes que lo tomara, los soldados, ayudantes y el equipo de profesionales huyeron atemorizados de lo que había ocurrido.
—Te mataré maldito Asesino —profirió Himmler-siempre arruinas mis planes.
—Tu codicia hace que fracases Himmler; no debí dejarte vivir la vez anterior.
—Mátame-respondió desafiante Himmler —es tu chance-No eres mi meta, así que márchate.
Himmler se puso de pie dolorido, caminó un trecho y de improviso retornó apuntando con su pistola Luger a Max, sin demorarse el Asesino le torció su brazo hacia atrás y le propinó de un terrible puntapiés que lo dejó en el suelo, el jefe de los Servicios de Seguridad se levantó y trató de arremeter contra su oponente pero recibió una trompada en su mandíbula que le trizó algunos dientes.
—Por eso han malogrado ustedes los nazis —le dijo Max.
—Fuiste uno de los nuestros-le replicó Himmler al tiempo que se pasaba la mano por su pómulo.
—Sin embargo se ocuparon de destruir a mi familia y atentaron contra mi integridad convirtiéndome en esto —fue la contestación de Max.
—Eras un peligro para la causa del Reich.
—¿Por investigar un crimen de alguien inocente? Ustedes se valen de acabar con los débiles para alcanzar el honor-le retrucó Max.
—Me extraña que alguien como tú piense de esa manera; la gente se deja llevar por las falsas impresiones y no sabe de la verdad, se guían por creencias y habladurías.
—Nada es verdad...todo está permitido —sostuvo con énfasis Max.
—Termina de una vez conmigo bastardo Asesino.
—No, pero te llevarás un recuerdo mío para el Führer.
—¿Cuál?
Max sacó su cuchillo y le hizo el símbolo de los Asesinos, Himmler dio un terrible grito y se fue de allí con su brazo sangrando.
El Asesino guardó el Fragmento en una bolsa de cuero, respiró profundo y miró hacia arriba, de repente escuchó un silbido particular, volvió su vista: era Fratelli con sus partidarios.
—¿Se siente bien Signore Max? —preguntó Vinicio-Sí, estoy bien.
—Los nazis huyeron peor que ratas-comentó Vinicio.
—Así es, amici, quién podría imaginarlo, marchémonos de aquí —sostuvo Max.
Max y los suyos se retiraron de allí, pasaban muchas cosas por su mente, como si estuviera realizando un racconto desde el instante en que Hoffmann fue a buscarlo a la pileta de natación hasta el presente, la responsabilidad que le tocaba en adelante de llevar el Fragmento, temía que los nazis realizaran una acción de represalia para recuperar su erario arrebatado, pensó en sus seres queridos.
Esa noche festejaron todos en la casa de Ludovico, Max se sentía raro, fue hasta la ventana del altillo y observó las luces de la ciudad, pero fue interrumpido por una caricia que le hizo Paola en su hombro, él se dio vuelta y mimó su cabellera suelta.
—¿Qué harás cuando retorne a Viena? —le preguntó Max.
—No quiero separarme de tu lado, Max —contestó ella.
—Tu padre se moriría de angustia —le expresó Max— y se enfadaría conmigo.
—Sólo me importas tú, Max —y le besó sus labios.
Max sintió impotencia ¿y si dejaba de lado todo lo que venía haciendo?, ¡Qué orden de Asesinos que ni ocho cuarto! Todos los días moría gente inocente y era tiempo de cerrar ese capítulo oscuro, pero repentinamente se le vino a su mente el recuerdo de la pérdida de Lorelein y su hijo Ferdinand.
—No quiero hacerte sufrir Paola, sería injusto para ti vivir con alguien de mi calaña, te mereces otra cosa mejor.
—¿Y todo lo que compartimos? Las noches que dormimos desnudos, abrazados.
—Lo sé, pero mi vida es agitada-trató de convencerla Max.
Ella besó con más pasión los labios del Asesino y después lo abrazó con fuerza.
—Te amo Max, te amo; llévame contigo.
De repente una descarga de artillería se oyó.
—¡Cúbrete! —exclamó Max.
Paola se sentó de cuclillas y preguntó a Max: —¿Qué está sucediendo?
—Los nazis vienen a recuperar el Fragmento del Edén —fue la respuesta de Max.
En ese instante se oyó una voz desde afuera con acento italiano: —Mayor Max Edwin Von Hagen, por orden del Tercer Reich, salga con sus manos sobre la nuca y entregue la Manzana si no quiere que sus amigos sufran las consecuencias— Conozco esa voz, es la del Prefecto Giovanni Ferrari —dijo Paola.
—Tú quédate aquí —fue la directiva de Max.
—¿Qué harás?
—Confía en mí.
Max descendió del sotabanco, Ludovico y los partisanos estaban con sus ametralladoras Thompson preparadas para disparar y al ver a Max que iba en dirección a la puerta le dijo: —No creo que lo que estés por hacer sea cierto-sostuvo Ludovico.
—Despreocúpate-fue la respuesta de Max.
—No, Max, no lo hagas —le suplicó Ludovico.
—Tranquilo amici, ten fe en Dios-respondió Max.
—Tienes cinco minutos para salir, porco bastardo assassino, sino los infelices de tus amiguitos morirán peor que cucarachas, a excepción de esa tal puttana Paola, que nos la llevaremos y la haremos relinchar como una yegua cuando la follemos —se escuchó decir a alguien.
—¡Chiudi quella cazzo di muso libidinoso Giovanni! —le contestó Ludovico encolerizado.
—Escucha viejo cornudo, más te vale no entremeterte, sino te atraparemos y te llevaremos a los azotes en pelotas hasta el Coliseo. Unas risas se escucharon, lo que hizo indignar a Ludovico.
—Tranquilízate Ludovico, eso es lo que ellos buscan —lo apaciguó Max— vendré en breve.
Max salió afuera, estaba Giovanni Ferrari, de unos cuarenta años y cabellos negros rodeado por una veintena de soldados de la einsatzgruppen armados con ametralladoras sTg 44 y MG 42 y diez “Camisas negras” del Duce provistos de subfusiles Beretta el Prefecto tenía una sonrisa de satisfacción.
—Qué bueno que haya comprendido la situación Mayor, ahora entréguenos el Fruto y nadie saldrá lastimado.
Max sacó el Fragmento del Edén y lo tocó, de repente largó un aterrador fulgor, el Asesino se cubrió el rostro con la capucha y miró para otro lado, mientras tanto todo el entorno se volvió blanco, la incandescencia no emanaba calor pero el brillo se asemejaba al sol.
—¿Qué carajo es eso? —preguntó perplejo Ferrari.
—¡Larguémonos de aquí! —profirió aterrorizado un soldado germano.
A medida que la luz aumentaba su intensidad, los alemanes e italianos iban amontonándose en el terreno de las afueras de la residencia dañándose o matándose entre ellos los perros aullaban como preanunciando una catástrofe, Ferrari salió corriendo.
Una sensación de debilidad se apoderó de Max, paulatinamente el centelleo del Fragmento fue opacándose, el Asesino miró con prudencia su entorno y vio que todos yacían muertos en el suelo, entretanto se escucharon gritos de júbilo en el interior de la construcción.
Max guardó nuevamente el Fragmento en el bolso de cuero, los demás salieron al exterior, Paola lo abrazó diciéndole: —Nos has salvado Max.
—¿Así que eras Mayor? —le preguntó Ludovico.
—En verdad, un tal Heinrich Amsel confabuló contra mí, ultrajó y mató a mi esposa, por último raptó a mi hijo y se lo dio a un oficial de la Gestapo.
—Lo lamento Max, en serio —le expresó Ludovico dándole una palmada en la espalda.
—Eso aconteció en los primeros meses de 1942, desde entonces estoy viviendo en el anonimato.
—¿Tú eres el famoso Asesino que está haciendo temblar a los alemanes? —preguntó Fratelli?
—Tú lo has dicho amici-fue la contestación de Max.
—Deberías tener a salvo el Fragmento, de lo contrario los alemanes no se darán por vencidos hasta que lo recobren-aconsejó Ludovico.
—Tienes razón, si el Fruto cae en manos equivocadas será una tragedia-expresó Max.
Transcurridos tres días más, Max se despidió de Ludovico y de Paola, una lágrima cruzó el rostro de la chica.
—Volveré-prometió Max.
—Gracias por haber compartido con nosotros este tiempo —le agradeció Ludovico.
—Yo estoy más agradecido por su afabilidad-respondió Max —siempre los tendré en mis recuerdos.
La orden de partida se oyó, Max subió al tren y dos minutos después sonó la campana de la estación, la locomotora tocó su bocina y el tren fue alejándose lentamente, Ludovico y Paola no cesaban de saludarlo con sus manos en alto.