Capítulo 15
Eran inicios de febrero de 1943 cuando Max estuvo nuevamente en Viena, el fracaso en Stalingrado hacía vislumbrar nuevas esperanzas; después de haber descansado dos días en su escondite, el Asesino fue a visitar a Leonid que se hallaba con Emi quien había tenido otros éxitos y estaba avanzando en su instrucción.
—Creímos que nos habías abandonado-le manifestó Leonid.
—No, sucede que decidí quedarme un tiempo más por un incidente acontecido en casa de mis padres. —respondió Max.
—Ni me lo digas-contestó Leonid —¿Las SS intentaron un asalto?
—En efecto, tres días después que arribé a Múnich estábamos cenando cuando uno de los cristales estalló por impacto de una descarga de artillería por lo que debí responder a la agresión, el oficial a cargo se negó a confesarme quién había sido el delator.
—Estamos en presencia de un enemigo invisible-expresó Leonid.
—¿Y cómo va nuestro novicio?
—Bien, ha superado objetivos encomendados por las chicas que trabajan con Pauline Becker y a la vez se ganó la admiración de algunas damiselas, pero le he dicho que se concentre más en su trabajo.
—Me alegro por ti, muchacho —fue el elogio de Max-Gracias, Maestro-contestó con cortesía Emil.
—No me llames Maestro.
—Pero fuiste tú quien me inspiró a seguirte —respondió Emil.
—Tú me seguiste porque lo decidiste, pero no vamos a perder el tiempo discutiendo eso, lo interesante es que te impregnes de sabiduría y destreza, recuerda todo lo que se te ha enseñado.
—Dime una cosa Max, todo este tiempo que estuviste en Múnich ¿has tenido ocasión de leer la carta que le sacaste a Von Der Beck? —quiso saber Leonid.
—Sí, se refiere a que Himmler ha de convocar a una reunión en Wewelsburg a comienzos de marzo de este año, parece ser que está ansioso en agilizar algunos temas de interés del Tercer Reich que están poniendo impaciente a Hitler.
—Sólo hay una forma de saberlo —sostuvo Leonid.
—¿Estás sugiriendo que asista a esa conferencia? —inquirió Max.
Leonid asintió con su cabeza y luego señaló: —Tiene que haber algún modo de inmiscuirte.
—Es el baluarte de las SS, en cuanto me vean me recibirán con disparos de la MG42 —fue la respuesta de Max.
—Eres un Asesino, usa tus instintos; es vital que vayas allí, podrás encajar las piezas del rompecabezas, recuerda que los peores rivales son el temor y la duda —contestó Leonid.
—Podría hacer lo mismo que cuando viajé a Múnich en tren para que no me reconocieran los escuadrones de las SS; a diferencia de que iré vestido de oficial de las SS y podría colocarme algún parche en el ojo —sugirió Max. Leonid se rascó la coronilla un rato y contestó:— Me parece estupenda idea, Emil puede ser tu colaborador; de todos modos tenemos tiempo de sobra para ir puliendo los detalles para llevar a cabo esa gestión.
—Antes que se me olvide, en uno de los renglones mencionaba sobre un artefacto con capacidad destructiva y hacía referencia a un tal “Proyecto Manhattan” —comentó Max.
—¿Proyecto Manhattan? —preguntó sorprendido Leonid.
—Manhattan está en América del Norte y en cuanto al arma, recuerdo haber oído algo al respecto en 1939, se comentaba de que Hitler estaba preocupado de que los yanquis desarrollaran un aparato potente, luego no escuché que siguieran hablando sobre eso-recordó Max.
Tres días más tarde, un individuo de alrededor de treinta y cinco años, cabellos negros con traje marrón oscuro, sombrero negro y sobretodo gris visitó el escondite de Max, iba secundado por otro hombre que no llegaría a los veinticinco años, de cabello negro bien rasurado, ojos verdes y de atavío negro.
—¿Es usted Max Edwin Von Hagen? —preguntó el de más edad.
—¿Quién es usted y qué necesita de mí? —preguntó algo incómodo Max.
—No se precipite, soy el Teniente Coronel Schultz de la Wehrmacht y él es mi ayudante, el Teniente Wellnitz, sabemos que usted perdió a su familia hace un año y que decidió tomar revancha.
—Con todo el respeto Teniente Coronel...¿Quién demonios le dijo que yo estaba aquí? —interrogó irritado Max.
—Le pedí que no se alterara, Herr Von Hagen-contestó Schultz-seré directo: necesito su colaboración.
—¿Un oficial de la Wehrmacht pidiendo ayuda a su acérrimo enemigo? —escudriñó perplejo Max— ¿Usted piensa que voy a comprometer a los de mi orden para que después termine siendo vendido a los de las SS? Ha perdido el juicio, no podrá contar conmigo.
Schultz empezó a quitarse la ropa.
—¿Qué está haciendo? ¿Cree que soy un marica? —le preguntó molesto Max.
—No, simplemente esto —respondió Schultz al tiempo que dejaba ver que su brazo derecho no era verdadero sino una prótesis.
—Perdí mi brazo en Stalingrado en diciembre de 1942, permanecí inconsciente varios días y pasé a formar parte del Ejército de Reserva del Tercer Reich y me ascendieron de rango.
—Explíquese bien, Herr Schultz, no dispongo de mucho tiempo, me halló aquí de casualidad.
—Hay que terminar con todo esta locura de la guerra y para eso es necesario acabar con el Führer-sostuvo Schultz.
—Según mi memoria ustedes hicieron un juramento de lealtad a su Führer-contestó Max —y ahora viene a manifestarme que desea acabar con él.
—Las torturas y crímenes provocados por las Waffen SS no tienen miramientos, hay que cerrar los campos de concentración y liberar a los cautivos, pero primero y principal debemos cortar la cabeza a esa hidra gigantesca, sedienta de poder y de sangre-fue la respuesta de Schultz.
—¿Y cómo supo de mí? —quiso saber Max-Alguien que lo conoce bien a usted, fue superior mío, hablaba a menudo de usted.
—¿Se refiere a Baldwin Hansen? —preguntó Max.
—El mismo, sabía que usted se encontraba aquí en Austria.
—Es mi mejor amigo, recuerdo que tres noches antes de la ocupación de Viena fuimos a cantarle una serenata a la chica que le gustaba a él, una enfermera, se llamaba Katrina, cuando de repente apareció su padre, que era Reverendo de una iglesia luterana, estaba muy fastidioso y nos derramó un papagayo repleto de orines —relató riéndose Max— tres días después vine a Viena, nunca más supe de él.
—Lamento decirle que murió en combate, lo emboscaron los soldados bolcheviques, cayeron todos los de su pelotón, ocurrió después de un cruento combate en una fábrica abandonada, supuestamente habíamos acabado con nuestro adversario, pero imprevistamente cuando estábamos asegurando el lugar aparecieron refuerzos y arrojaron bombas Molotov a los vehículos y un francotirador terminó con la vida de Von Ebeling; aquí tengo la placa con su nombre y la Cruz de la Orden del Mérito.
Max recibió ambas cosas y con fuerza las apretó, una lágrima surcó su rostro, después secándose preguntó: —¿Y cómo llegó usted hacia mí?
—Fui a la casa de sus padres y me dijeron que usted acababa de partir con destino a esta ciudad —fue la respuesta de Schultz.
—Bueno, confío en que no me delate y que nos mantengamos comunicados-manifestó Max.
Dos días después Max fue a ver a Leonid que como siempre estaba en su buffet —¿Cómo estás Max?
—Hace dos días atrás se presentó en mi refugio un oficial de la Wehrmacht de apellido Schultz solicitándome apoyo.
—Me han llegado comentarios del malestar en filas de la oficialidad de la Wehrmacht —contestó Leonid— pero...¿cómo supo de tu paradero?
—Supe tener un amigo que era oficial del Heer, se llamaba Baldwin Hansen, falleció en una celada hecha por los rusos en una conservera vieja en Stalingrado, él le dijo que yo estaba en Viena, pero primero fue a Múnich justo cuando yo estaba regresando.
—Siento lo de tu amigo, primero pierdes a tu esposa e hijo y ahora te enteras que tu querido amigo fue muerto en batalla, la verdad que esta guerra nos está afectando a todos, yo perdí a mi hijo mayor y a mi nuera y cada día que transcurre le ruego a Dios que nos conserve con vida-expresó Leonid —cambiando de tema, te he conseguido un gancho de tres puntas que te servirá cuando quieras escalar edificios de altura y un arnés con correa y línea de vida para que te mantengas en el aire por si estás en riesgo de caerte y otra de las armas que tengo para ti es un rifle Browning americano empleado por el ejército yanqui.
—Gracias Leonid.
—Tendrás que reunirte con Déborah, maneja ciertos datos de vital importancia, tal vez eso sea una llave para lo que buscas.
Max alquiló una lancha a motor y fue rumbo al asentamiento de los ladrones, eran alrededor de las 15:40, Déborah estaba ocupada en su despacho, por lo que debió aguardar unos minutos en el comedor, unos muchachos estaban tratando de reavivar el fuego de la estufa que se le había apagado pero no podían conseguirlo.
—Nunca lograrás vigorizar las llamas si pones troncos gruesos-apuntó Max —coloca primero los más finos dando lugar a que tenga más aire y a medida que cobre fuerzas agrégale los más grandes.
El joven hizo caso a la recomendación de Max y lentamente la hoguera se reanimó, en eso salió Déborah con unos pantalones oscuros, los borceguíes, un pulóver con colores combinados, un saco de cuero color marrón y su cabellera recogida, parecía estar algo agobiada, ambos se saludaron con un beso, hacía varios meses que no se veían; ella hizo sentar a Max en un sillón que había en uno de los corredores, a la vez que le ordenaba a uno de los adolescentes que le preparara una taza con chocolate caliente.
—Leonid me contó que tenías novedades para darme.
—Así es Max, mis chicos han recabado información de que en el hospital psiquiátrico infantil Am Spiegelgrund de Viena los médicos becarios de las SS llevan a cabo los experimentos más espeluznantes con seres humanos que se te pueden venir a la mente y eso tú lo habrás sabido.
—Siempre hicieron esas cosas-comentó Max.
—No solamente están esas pruebas, sino que en uno de los sótanos tienen un laboratorio donde están realizando el ensayo de un arma mortífera, es necesario que desbarates esos sondeos y liberes a esos desamparados de esos monstruos homicidas.
—¿Hay algún contacto allí adentro? —quiso saber Max.
—Busca a Sor Konstanze —respondió Déborah— y ten cuidado con los soldados Drache y los soldados asesinos.
—Descuida, pero gracias por tu consejo.
—Hay otra cosa más-prosiguió Déborah.
—¿De qué se trata? —quiso saber Max.
—Ha partido hace un mes atrás una expedición arqueológica a Ceilán ordenada por Himmler, al parecer es de suma importancia lo que pretenden buscar.
—Te agradezco el dato Déborah.
Finalizada la entrevista con Déborah, el Asesino visitó nuevamente a Leonid que se encontraba cambiándole el neumático a uno de sus vehículos.
—Leonid, debo hablar algo contigo-manifestó Max.
—Te noto tenso Max ¿Qué ocurre? ¿Visitaste a Déborah?
—Sí, me habló del internado de Am Spiegelgrund donde hay niños y de las pruebas que se llevan a cabo, pero eso no lo es todo, también me informó sobre una gira arqueológica a Ceilán con el fin de buscar una reliquia de trascendental importancia.
—Espero no sea el Fragmento del Edén, pero los diarios de Habringer hablaban de la ubicación de varias criptas, no es uno solo, hay varios artefactos de esos y no todos son esféricos.
—Entonces deberemos estar atentos cuando regresen de Ceilán y averiguar a fondo lo del tesoro —expresó Max.
Transcurridos treinta minutos Max fue a su refugio, preparó la Browning los cuchillos para lanzar, las granadas de fragmentación y de humo, su revólver inglés, los binoculares, además escogió el hacha de carnicero y el puñal que le sacó al soldado de las SS, Emil quería acompañarlo pero él no quiso.
—Es una misión muy riesgosa para ti Emil, además que no estás bien entrenado para eso, si bien asesinaste a Von Der Beck y cumpliste otros encargos no significa que seas un Asesino profesional, a mi todavía no me han hecho el ritual en el cual me cortan uno de los dedos de la mano-sostuvo Max.
—Yo ni ebrio me dejo hacer eso —contestó Emil. Max soltó una carcajada y luego dijo:— No, sólo bromeaba, aunque eso se hacía en la antigüedad, a lo sumo tendrás que soportar el dolor cuando te acerquen una pinza incandescente en el dedo.
—No me gusta que me marginen-afirmó Emil.
—Si te hubiera hecho a un lado, desde un principio te habría dicho que no podías ser parte de la Fraternidad-fue la respuesta de Max.
—Pero Leonid estaba a punto de hacer eso conmigo.
—Leonid es buen hombre, él me ayudó muchísimo, así como tú perdiste a tus padres cuando eras niño, él perdió a su esposa por asbesto y tiempo después los de las SS le mataron a su hijo mayor y a su nuera, Amellie es nieta de Leonid; y si te formuló esas preguntas fue porque quería cerciorarse de que estabas seguro, al comienzo no lo estaba, asesiné a Heinrich Amsel por un sentimiento de ira y debí estar refugiado mucho tiempo en su casa porque habían dicho que yo estaba muerto. Ten paciencia Emil, tendrás tus misiones y eso dependerá de ti si la sabes realizar o no.
Y diciendo esto marchó rumbo al hospicio de los enfermos mentales, la noche estaba fría y la niebla era densa, Max se movió por las alcantarillas alumbrándose con una linterna hasta salir a un desolado callejón donde se hallaban unos vagabundos haciendo fuego para calentarse, ellos al verlo pensaron que era un monje y se le acercaron diciéndole: —Una moneda para esta pobre gente que no tiene qué comer.
Max extrajo de un pequeño morral de cuero algunos schillings y se los dio prosiguiendo con su recorrido.
—Gracias Padrecito —le agradeció uno de ellos.
—Inquart ha cometido estragos con la gente-pensó Max —Schultz tiene razón, hay que terminar con todos estos lacayos de Hitler y por último eliminarlo a él.
Max cruzó todo el vecindario de los pobres hasta que llegó a un puente, sacó sus binoculares y divisó una edificación de tres pisos, había allí dos atalayasen la que estaban montadas dos MG42 y unos guardias apostados sosteniendo reflectores que se movían en todas las direcciones, luego miró el resto de la edificación, por suerte no había centinelas recorriendo el predio, avanzó unos pasos, sacó su Browning y apuntó en dirección al soldado que estaba en la torre, el proyectil atravesó el casco dejándolo inmóvil, seguidamente hizo otro tanto con et que se encontraba en el otro puesto.