Capítulo 6

Dos días del frustrado encuentro con el Coronel Stauffenberg, Max retornó a Viena.

Después de despabilarse de la agobiante travesía se metió en la tina con agua caliente que había preparado.

Finalizado el aseo fue a ver a Leonid, que estaba acompañado de Bautista, Ludwig y Emil que se había recuperado de la herida en su antebrazo.

—¿Y bien? ¿Qué tal te fue en Berlín? ¿Pudiste contactarte con ese tal Stauffenberg?

—Von Moltke me llevó hacia él, lo único que me manifestó ese oficial fue que deseaba arrancarle los tentáculos a las SS y terminar con Hitler, y cuando le pregunté cómo se proponía llevarlo a cabo se negó rotundamente.

—¡Malditos cretinos! —refunfuñó con disgusto Leonid-Tal vez pensó que lo delatarían-supuso Emil.

—Emil tiene razón —afirmó Max-debí usar uniforme de la Wehrmacht; es una lástima no haber sabido a fondo las intenciones de Stauffenberg; si al menos hubiera tenido la oportunidad de ver a Schultz.

—No te lamentes, de alguna forma u otra lo sabremos-lo tranquilizó Leonid.

Pasaron cuatro meses, y a comienzos de 1944 las versiones de una operación conjunta por parte de los aliados para liberar al continente europeo de la ocupación nazi eran cada vez más asiduas.

Era la mañana del 2 de febrero de 1944 cuando Max fue visitado por Déborah, la líder de los ladrones venía desconsolada.

—¿Qué sucede Déborah? —le preguntó Max.

—Mis muchachos me han informado que ha venido a Viena un tal Amon Goeth, el “Verdugo de Plaszow”, es administrador de Auschwitz, Sobibor y Treblinka, no tiene consideraciones con sus mártires.

—Sería bueno terminar con esa lacra —sentenció Max.

—Suele frecuentar el Palacio de Belvedere, el palacio Holfurg, el Parque de Strauss y el Volksgarten; se rumorea que también se obsesiona en acostumbrar la Judenplatz.

—¿Por qué alguien de las SS se deja abrumar por esas ocurrencias?

—Al parecer siempre tuvo esa conducta en los campos de exterminio —fue el comentario de Deborah.

—Entonces hablaré con Leonid, él lo conoce mejor que yo, así borramos a ese chacal.

—Ten cuidado, no anda solo.

—Eso es lo de menos para mí.

Max fue a ver a Leonid, que como de costumbre estaba abrumado de tareas.

—¿Cómo estás Max?

—Bien ¿Conoces a Amon Goeth bautizado como el “Verdugo de Plaszow”?

—Más vale que lo conozco —fue la contestación de Leonid— fue un terrible agitador de los nazis y con el pasar de los años se convirtió en una especie de regente de Auschwitz, Sobibor y Treblinka, no ha mostrado clemencia con sus prisioneros.

—Déborah me ha dado la novedad que está aquí en Viena y no hay que seguir permitiendo que prosiga martirizando personas inocentes.

—Es un fanático maléfico; asegúrate de acabar con él en el momento indicado, posiblemente las chicas de Pauline Becker te den más pistas sobre esa rata de cloaca; antes que me olvide, Emil ha conseguido el diseño de un inventor de apellido Zippermayer mientras tú estabas en Alemania.

—¿Qué clase de plano es? —preguntó Max.

—Es un modelo de Cañón Sónico que aparentemente funciona con gas metano —fue la explicación de Leonid.

—Realmente admiro la astucia de ese muchacho-observó deslumbrado Max —Me parece que es tiempo de realizar la ceremonia de inicio.

—Aguardemos un tiempo más —fue la respuesta de Leonid.

Finalizada el coloquio con Leonid, Max fue a visitar a Déborah, promediaban las 16:15 de la tarde, unas nubes cubrían el cielo y una suave pero fría brisa del sur soplaba.

El Asesino puso amarras a la embarcación, uno de los muchachos al ver que había arribado fue al interior de la cabaña para avisar a Déborah.

Dos minutos después apareció el Cuervo, al ver a Max dio un beso en su mejilla.

—Pasa adentro, está muy frío y parece que habrá niebla.

Max ingresó en la edificación, dos chicos estaban avivando el fuego de la estufa tal como se lo había enseñado Von Hagen.

—Estábamos a punto de servirnos la merienda-señaló Déborah.

Oportunamente vino una de las chicas portando una bandeja con tentempiés y varias tazas esmaltadas, tres teteras y azúcar, posteriormente hicieron la acción de gracias por los alimentos. Max probó uno de los bocadillos y preguntó: —¿Cómo se llama esto?

—Es babka de chocolate-contestó Déborah.

—Sabe bien, es la primera vez que lo pruebo.

—Es una receta judía —contestó una de las chicas.

Terminado el refrigerio, Max fue al estudio de Déborah.

—Necesito que algunos de tus jóvenes me indique a Goeth, sino andaré buscándolo por toda Viena en vano.

—Mañana enviaré a Cassian, Konstantin, Sasha y Nathanael a tu escondite, ellos te orientarán.

—Gracias por tu colaboración-le expresó Max.

—No tienes por qué. Esa bestia debe ser eliminada, ha causado terribles daños, si a ti te llaman el Ángel de la Muerte, entonces ¿qué queda para ellos?

—Eso es lo que me pregunto.

—Ten cuidado con la niebla, yo en tu lugar aguardaría hasta mañana.

—¿Tienes alguna cama disponible?

—Sí, la mía —respondió Déborah acercándose a él.

—¿Y tú?

—Dormiré contigo Max —fue la respuesta de Déborah.

Y seguidamente acarició el torso de Max.

—Mmm...esto se pone interesante —sostuvo el Asesino.

—Desde que preguntaste por el Cuervo me causaste atracción, Emil es un muchacho apuesto, pero tú me cautivas más que tu pupilo —y diciendo esto besó los labios de Max.

Después que despuntó el alba, Max se vistió, dio un beso en el hombro desnudo de Déborah y se marchó de la guarida de los ladrones.

Cuando promediaba la hora 09:15, se hicieron presente en el escondite de Max, Cassian, Konstantin, Sasha y Nathanael, Emil estaba consultando el libro de un Asesino que vivió en el Renacimiento italiano.

—Hemos venido para hacerle conocer a Goeth —manifestó Cassian.

—Estupendo-dijo Max —también irá Emil.

Max tomó su cuchillo con serrucho, seis granadas de fragmentación y cuatro de gas, el revólver Webley, sus binoculares y la ametralladora sTg 44, sin perder un minuto de más, los dos Asesinos y los cuatro randas fueron por las alcantarillas para evitar ser vistos por las patrullas de las SS y Gestapo hasta desembocar en la Judenplatz.

—Se susurra que Goeth siente una contradictoria obcecación con los judíos, sobre todo con las mujeres —comentó Konstantin-trepemos al tejado de ese edificio.

Los seis hombres subieron tomándose de las prolongaciones de las paredes hasta llegar a la techumbre, Max sacó sus binoculares y observó con detenimiento hacia los cuatro puntos cardinales, en ese instante aparecieron tres soldados de la Totenkopf en una Kettenkraftrad provistos de fusiles Gewehr 43 un camión Opel Blitz con los colores de las Waffen SS y tras ellos un automóvil Mercedes Benz 540 k modelo 1943 color negro con las banderas del Tercer Reich a sus laterales.

—Ahí viene una escuadra de las SS posiblemente se detenga cerca de aquí y sea el inicuo de Goeth —sostuvo Max.

Los vehículos se detuvieron en la Judenplatz y del automóvil descendió el chofer, un joven sargento de alrededor de veintidós años de edad, abrió la puerta trasera del vehículo y se bajó un oficial con el rango de Teniente de las SS y por último otro individuo de alrededor de treinta y seis a treinta y siete años, 1,90 de estatura y algo gordo, se trataba nada más y nada menos que de Amon Goeth, “el Verdugo de Plaszow” —¿Es ese corpulento?— quiso saber Max alcanzando los binoculares a Konstantin.

El joven ladrón lo reconoció y respondió: —En persona.

—No sabe lo que le aguarda-sentenció Max.

Emil sacó su puñal e hizo el ademán de ir corriendo en dirección al contingente, pero Max no se lo permitió.

—Las cosas apresuradas fracasan, recuerda siempre: hay que ser sigilosos como serpiente que está por cazar a su presa, un paso en falso y se echa todo a perder.

—Pero está a nuestro alcance, si no aprovechamos ahora... —Habrá oportunidades.

Enseguida Goeth empezó a hablar: —La verdad que no hay motivo para venir a este patético sitio, me pregunto ¿qué hace un oficial alemán visitando este absurdo paseo, pero a la vez me hace recordar a esos que maté en los campos y en los guettos, no hubo quién se opusiera, a no ser de ese tal Oskar Schindler que se la pasaba ofreciendo dinero.

—El único problema que hay ahora son los Asesinos-fue el comentario de uno de los soldados.

—¿Asesinos? Preguntó socarronamente Goeth.

—Así es, Herr Komandant, esos aparecen en el momento menos pensado.

—No les temo en absoluto-contestó con altanería Amon Goeth —A propósito ¿Cuántos son?

—Son dos, el Maestro y el aprendiz.

—¿Le temen a dos pobres pelagatos? —interrogó Goeth irónicamente— ¡Por Dios! —Si los tuviera delante de mí los mato como a hormigas.

—Han muerto los mejores hombres de las SS y Wehrmacht en manos de los Asesinos-sostuvo uno de los soldados —Hasta se dice que al mismo Himmler le hizo una marca con su puñal.

—¡Pero conmigo no pasará eso! —Vociferó Amon Goeth sacando su pistola Luger— ¡Vengan a mi Asesinos cabrones!

Max y los suyos lo observaban desde el techo.

—Es un idiota, según él está en los guettos-afirmó Max-Al menos no siente temor como Von Der Beck; regresemos.

—¿Y si se marcha de Viena? —inquirió Emil-Tal vez después no le veamos más y prosiga ejecutando personas inocentes en cualquier país ocupado.

Max fijó su mirada en Emil, permanecieron todos callados por unos instantes hasta que dijo: —¿Tienes municiones?

—Sí —respondió Emil.

—¿Ustedes? —Preguntó a los muchachos de Déborah.

—Alguna que otra bala.

—Lo ideal sería retornar y pertrecharnos, pero Emil no se equivoca-expresó Max.

—Nosotros los distraeremos-señaló Konstantin-y ustedes se encargan de pelear con ellos.

—No me gustaría decirle a Déborah que perecieron ejecutados en la Judenplatz.

—Estamos dispuestos a todo-contestó Cassian.

—Está bien-aprobó fríamente Max.

Los cuatro salteadores bajaron cuidadosamente por los tejados y corrieron en dirección a la escuadra de las SS, un uniformado con el rango de teniente interrogó: —¿De dónde salieron estos truhanes?

Pero los cuatro jóvenes hicieron caso omiso e intentaron marcharse de allí —¡Alto, deténganse o les disparamos!— ordenó. Los soldados se prepararon para acribillarlos, pero en ese instante uno de ellos cayó desplomado como si hubiera sido fulminado por algo extraño, Amon se inclinó para fijarse en el cuerpo y vio que tenía el impacto de un proyectil de ametralladora.

—¡Es una emboscada! —gritó Amon Goeth-liquiden a los rebeldes.

Por su parte los compinches de Déborah salieron corriendo, pero Amon Goeth efectuó un tiro provocando una herida en la pierna izquierda de Sasha, no obstante los jóvenes continuaron con su fuga.

—¡Vayan tras ellos! —ordenó Amon Goeth.

Diez soldados fueron tras ellos, mientras tanto Amon Goeth se puso a increpar como loco: —¡Sal de tu cueva, maldito Asesino, que yo mismo te arrancaré el corazón con mis propias manos!

Un particular silbido se escuchó, Amon Goeth levantó su vista en dirección a uno de las albardillas y divisó a los dos Asesinos —¡Aquí nos tienes Amon!— exclamó Max —ven por nosotros.

Amon Goeth efectuó una andanada de proyectiles contra sus adversarios, sin lograr dar en el blanco.

—¡Teniente, termine con ellos! —fue la directiva del Verdugo de Plaszow— No me iré de aquí hasta que haya acabado con esas dos alimañas.

El Teniente hizo unas señas a cinco soldados y seguidamente sacaron del camión un cajón y montaron una ametralladora MG42.

En ese intervalo la imagen de los dos Asesinos se esfumó de la nada, Amon Goeth hizo alarde de lo que había acontecido.

—¿Ven? Por eso nunca nadie pudo sobreponerse a mí.

—No te engañes Amon Goeth —dijo una voz. Amon Goeth se dio vuelta, era Max secundado por Emil.

—¿Tú? —preguntó sorprendido Goeth.

—Veamos ahora quién es la víctima y quién es el verdugo-sostuvo Max.

Tres soldados equipados con fusiles Gewehr43 trataron de encerrar a los dos Asesinos, pero Max rápidamente sacó su cuchillo de cazador y con dotes acabó con los leales de Goeth.

—¿Así que pretendes amedrentarme matando cobardemente a tres de mis hombres? —interrogó provocador Amon Goeth.

—Tú has sido el cobarde que se dio el lujo de aniquilar a familias completas en Polonia.

—¿Se trata de los judíos de los guettos? —preguntó vehemente Goeth— ¡Por favor, no me hagas cosquillas que me haces reír! —Si no me equivoco, se dice que tú fuiste un oficial de las SS y de buenas a primeras te convertiste en un traidor a la causa del Reich...pero ¿qué patraña es esta?

—Eso a ti no te importa —respondió Max.

—No tengo ganas de discutir contigo —declaró Goeth— Teniente, termine con estos dos infelices idealistas y marchémonos de aquí.

—Sí, Herr Komandant. Ávidamente Emil hundió la hoja oculta en la mejilla izquierda del Teniente dejándolo inerte, entretanto Max se batió en duro combate con los soldados restantes.

Amon Goeth hizo el ademán de huir en el Mercedes, pero Emil le hirió su brazo derecho con su pistola Colt.

En ese preciso momento apareció un automóvil Mercedes Benz 770 color gris oscuro con las banderas del Tercer Reich, dos soldados en motocicletas Zundapp armados con fusiles Kar 98 k y un camión Opel Blitz.

Amon Goeth soltó una risotada, ambos Asesinos se miraron y se prepararon para seguir luchando injustificadamente contra sus oponentes que los sobrepasaban.

—Yo si fuera ustedes me rindo-dijo Amon vanagloriándose.

Del auto descendió un oficial de la Reichführer SS con el rango de Coronel, de unos cuarenta y cinco años seguidos por un sargento y cinco soldados más y se aproximaron al lugar donde se habían producido los enfrentamientos.

—Gracias a Dios que vino Coronel —manifestó Goeth-sabía que vendría algún refuerzo.

El Coronel respondió: —Amon Leopold Goeth, por orden del Tercer Reich queda usted arrestado por los cargos de contrabando y extorsión.

Goeth lo miró perplejo, a la vez que profería: —¡No puede ser! ¡Están todos locos!

—Capitán, no se resista-replicó el alto oficial —será llevado en calidad de castigado al batallón sanitario en Bad Tölz.

—¡Yo soy Comandante de Plaszow y Cracovia! —gritaba Goeth.

Cuatro soldados asieron con firmeza al que antes fuera la persona más temida por sus sometidos.

El batallón de las SS se alejó de la Judenplatz, por otra parte Max y Emil abandonaron el lugar y se escabulleron por los colectores.

A Max le carcomía el pensamiento de la suerte que podrían haber corrido los discípulos de Déborah.

Alrededor de las 18:15 cuando se calmó la euforia de los sucesos de la mañana, Max fue a visitar a Leonid.

—Me enteré de lo acontecido con ese cabrón de Goeth —afirmó Leonid.

—Me hubiera gustado enviarlo al infierno, pero apareció esa compañía de las SS-sostuvo Max.

—Debes sentirte orgulloso igualmente-trató de reconfortarlo Leonid —ese tipo era un irracional, actuaba con instinto animal.

—No logro comprender por qué mis víctimas no se retractan de lo que hacen-manifestó Max.

—Es que están cegados por su ambición de poder y del ansia de destruir a los débiles; siempre esgrimirán cualquier pretexto para apaciguar su conciencia-expresó Leonid.

—Me carcome el pensamiento sobre la dicha que habrán tenido los muchachos que responden a Déborah —expresó Max.

—Pasaron por aquí, uno de ellos estaba herido, pero fue asistido por Sophie, después los acompañó Ludwig.

—Me alegro que haya sido así —dijo Max.

—Ah, antes que regreses a tu escondite, debo comentarte que el que se llevó a tu hijo es de apellido Von Ludlow, aparentemente está residiendo en Varsovia según lo que me informó un espía del Círculo de Kreisau; al menos sabes quién lo tiene y su paradero.

—Espero poder recuperarlo algún día.

—Lo lograrás.

—Entonces podré estar en paz conmigo mismo-expresó Max.

Media hora más tarde regresó al casco antiguo, una nevisca entrecortada salpicaba de blanco las calles.