Capítulo 3

Era la noche del 6 de octubre de 1943 cuando Max retornó de Roma, una tenue llovizna mojaba las calles de la capital austriaca, después de abandonar la Terminal ferroviaria subió en un taxi hasta la casa de Wenzel, al llegar allí golpeó la puerta y lo atendió Sophie, al verlo se alegró.

—¡Max! Por fin has vuelto; creímos que no regresarías más-le manifestó Sophie.

—Aquí estoy de nuevo —contestó Max.

—Adelante; justo hoy recibimos tu correspondencia —comentó Sophie. Justo apareció Leonid, al ver a Max se llenó de gozo y lo estrechó contra sus brazos.

—Amigo, por fin has regresado-le expresó Leonid-por la expresión de tu rostro te ha ido bien.

—Tú lo has dicho, obtuve el Fragmento del Edén y he neutralizado la ambición de Hitler de convertir al resto del mundo en Germania.

—¿Germania? —preguntaron estupefactos Leonid y Sophie.

—En efecto —fue la respuesta de Max.

—Pero aún puede lograrlo, no te duermas en los laureles, recuerda que el Führer posee la Lanza de Longinos que dispuesta con el Fruto le otorgarán un poder absoluto, hay que evitar que eso suceda, ahora te aconsejo te higienices, cenes comida caliente y descanses, mañana nos contarás tu experiencia, invitaré a Pauline, a Déborah y a Bastian, portavoz del Círculo de Kreisau en Viena, queremos saber lo que viviste en Roma y prepárate porque será un día especial en tu vida.

—¿De qué se trata? —quiso saber con ansia Max.

212-Aguarda hasta mañana, ahora relájate y descansa, has tenido una jornada agotadora.

—¿Y el aprendiz? —interrogó Max.

—Emil ha tenido un buen desempeño, le falta perfilar algunos detalles, pero posee destreza innata, igualmente ha superado las pautas que se le han señalado-afirmó Leonid.

Al atardecer del día siguiente se reunieron Leonid, Sophie, Bautista, Ludwig, Déborah, Pauline y Bastian en el escondite del casco antiguo de Viena. Max colocó el Fruto del Edén sobre una base y el artefacto empezó a resplandecer, todos se cubrieron el rostro por la luz que emanaba, seguidamente relató desde el instante en que ingresó a la bóveda de la Basílica de Santa María en Monserrat, del enfrentamiento con Himmler y por último el intento fallido de los alemanes y la guardia pretoriana de Mussolini por recapturar el Fruto de la Tentación en la propiedad de Ludovico Morelli.

—Interesante relato-manifestó Déborah-pero estoy en desacuerdo que le hayas dejado seguir vivo a ese cabrón de Himmler, seguirá cometiendo atrocidades.

—Max habrá tenido sus motivos, debemos comprenderlo —intervino Leonid— Convenimos reconocer que le ha dado una terrible lección a los nazis.

—No creo que Hitler se quede con los brazos cruzados —dijo Bastian— hará lo imposible para recobrar ese objeto, por lo que nos toca a todos darle un voto de confianza a Max y que en el futuro no cometa los mismos errores.

—No nos quedemos con el pasado —sostuvo Max.

—Ahora señores, os invito que pasemos a la otra sala, tú Max aguarda aquí-fue el mandato de Leonid.

En los quince minutos que debió velar, Max se la pasó acariciando la cabeza de 213 Ramses que no hizo otra cosa que lamerle su mano, transcurrido ese lapso, Sophie lo llamó con un silbido.

Max ingresó a un salón, Emil estaba avivando un bracero, las mangas de su ropaje gris estaban con ceniza y tizne, por su parte Leonid se había puesto una especie de atuendo oscuro con capucha y permanecía parado al lado de Bautista, que estaba vestido igual; Déborah lo tomó de la mano y lo llevó al centro, al tiempo que Leonid susurraba un cántico: —Laa shay’a waqi’un moutlaq bale koulon moumkine... son las palabras de nuestros ancestros, las que ocupan el corazón de nuestro Credo.

Bautista dio un paso al frente y dijo a Max mirándole a sus ojos:— Mientras los hombres sigan ciegamente a la verdad, recuerda... —Nada es verdad— fue la respuesta de Max-Mientras que los hombres se dejen limitar por la moral y las leyes-prosiguió Bautista —recuerda...— Que todo está permitido —afirmó Max.

A todo esto agregó Bautista: —Trabajamos en las penumbras, para encontrar la claridad, somos Asesinos.

A la postre los demás dijeron a coro: —Nada es verdad, todo está permitido; nada es verdad, todo está permitido.

Seguidamente Leonid tomó la mano izquierda de Max-Ha llegado el momento ansiado-le manifestó —en estos tiempos actuales no somos puntuales como nuestros antecesores. No es excluyente quitar un dedo, pero llevamos un sello hasta nuestra muerte-hizo una pausa y luego prosiguió— ¿Te sientes digno de unirte a nosotros?

Max asintió moviendo su cabeza y extendió su mano sin vacilaciones, inmediatamente Bautista se acercó al brasero que Emil no había dejado apagar y extrajo un hierro de mareaje que terminaba en dos pequeños semicírculos que se juntaban presionando una palanca enganchada al mango, cogió la mano de Max y separó el dedo anular.

—Te dolerá un poco-le anticipó Bautista.

Ubicó el hierro de mareaje encima del dedo y lo aprisionó con los semicírculos metálicos incandescentes, se sintió un olor a carne chamuscada, Max contuvo su dolor y Bautista dejó de lado el mareaje, después de eso Leonid le colocó una medalla plateada con el emblema de los Asesinos.

—Sólo queda por realizar el salto de fe-le expresó Leonid.

A continuación escalaron por los tejados de las viviendas del casco antiguo hasta llegar a la Iglesia de Santa Ana de Viena, fueron arrojándose uno por uno, Max miró hacia abajo y se le vino la imagen propia de estar yaciendo en el suelo con un charco de sangre, pero para sorpresa de él había allí un carro repleto de heno, respiró profundo y pronunció: —“ Tu que habitas bajo el amparo del Altísimo diré yo al Señor: Mi refugio y fortaleza” Inspiró y se lanzó, se sentía como una hoja de papel y un cosquilleo continuo, si fallaba iba a quedar en el piso totalmente ensangrentado, pero el herbaje le sirvió para suavizar la caída.

Max no lo podía creer, se sacudió sus ropas, Leonid lo aguardaba de brazos cruzados.

215 —¿Y bien? ¿Qué te pareció todo?— le preguntó Leonid-Por un momento pensé que me rompería el cráneo-respondió Max.

—Nos aguardan más tareas. ¿Recuerdas el loquero de los niños?

—Por supuesto que no me lo olvido.

—El Doctor Illing ha retornado a causar el terror, pero por otra parte quedó aterrorizado con la muerte de su colaborador cercano, así que es un punto a tu favor, debes acabar con él de cualquier modo y sacar a los internos de allí, cosa que no alcanzaste hacer en la otra ocasión, ahora tendrás el apoyo de Emil y de los partisanos, ellos se encargarán del rescate en sí. Ve al vecindario de los pobres, allí te aguardan Emil y quince partisanos.

Max pasó primero por el refugio tomó la FG42 con mirilla, el hacha de carnicero, el cuchillo de cazador con serrucho, quince cuchillos para arrojar, cinco granadas lacrimógenas y la misma cantidad de fragmentación, los binoculares y como siempre la doble hoja oculta, consecutivamente fue por los drenajes hacia el vecindario humilde, en uno de los callejones se hallaba Emil con quince insurgentes provistos con ametralladoras PPSH.

—Maestro, estábamos esperándolo —dijo Emil.

—Hay que asegurar el ingreso-sostuvo Max —con el incidente de la vez anterior Illing debió pedir más refuerzos a las SS. Te encargarás de acabar con los vigías apostados en las atalayas, y ustedes entretengan a los otros soldados mientras que yo me ocupo de lo otro.

Max y sus adeptos cruzaron las inmediaciones y llegaron a las proximidades del Policlínico, pasó sus binoculares a Emil para que se fijara.

216— ¿Cuántos soldados ves? —preguntó Max.

—Hay tres soldados en cada torre y una MG42, aparte de eso están provistos de fusiles; por el terreno hay alrededor de veinte hombres con tres perros Pastor.

—No hay que dejar que los reflectores iluminen, de esa manera no podremos llamar la atención-manifestó Max-andando.

La jugada resultaba un desafío para todos, sigilosamente fueron hacia el hospicio, el portón estaba entreabierto, sin que los guardias los avistasen Emil subió por una de las escaleras de los puestos de control y con destreza terminó con la vigilancia, otro tanto hicieron dos de los partisanos, por su parte Max fue por la zona trasera del internado, estaba por entrar, cuando oyó unos pasos, preparó su hoja oculta y se afirmó contra la pared, a todo esto apareció un soldado de la Reichführer, el Asesino le desposeyó su fusil Gewher y lo golpeó con la culata dejándolo inmóvil.

Neutralizado el guardián, entró por uno de los ventanales y se encontró con un salón con camas viejas amontonadas y otros trastos, se podían oír llantos y lamentos que provenían de alguno de los pabellones.