Capítulo 5
Transcurrieron tres días del asesinato de Illing y de la liberación de los chicos del hospital, Max recibió la visita de Leonid Wenzel.
—¿Qué buenas nuevas traes Leonid? —le preguntó Max.
—Los niños del hospital están sanos y salvos, con lo que hiciste allí has hecho atemorizar más a los nazis y se rumorea que algunos altos jefes de las SS han hecho la propuesta de que se te dicte un indulto y que se te permita tu reingreso a sus filas; con todas tus acciones te has ganado el título de Ángel de la Muerte.
Max soltó una carcajada y luego respondió: —Después del terrible daño que me hicieron estos cabrones pretenden hacer ahora las paces conmigo...¡Están dementes!
—Es con un solo objetivo —sostuvo Leonid.
—Ni me lo digas: Recuperar el Fragmento del Edén y así conectarlo con la lanza de Longinos.
—Tú lo has dicho Max, pero para evitar eso deberás enfrentarte al mismo Führer y derrotarlo.
—Las falanges que velan por la integridad de Hitler son numerosas-contestó Max —y habría que averiguar los lugares que frecuenta; me consta que tiene una estancia en los Alpes de Baviera.
—Pues habría que garantizarse y cuando estés en condiciones, desafiarlo en persona.
—Eso causaría un caos en las filas de la Wehrmacht y SS, una anarquía incontrolable se produciría y todos pelearían por sucederlo.
—Mientras tanto seguirán ocurriendo masacres en masa-agregó Leonid-si se desea curar un mal hay que ir a la raíz.
—Eso no te lo refuto —afirmó Max.
—Siguiendo con la conversación, hay un tal Coronel de la Wehrmacht que sufrió un accidente en África del Norte, subordinado del Mariscal Rommel, hace poco le han dado el alta, está residiendo en Alemania, sería bueno que lo conocieras.
—¿Sabes quién es?
—Su nombre es Claus Von Stauffenberg, habita en Berlín actualmente y forma parte del Ejército de Reserva-fue la respuesta de Leonid.
—¿Para qué habría yo encontrarme con un alto oficial de la Wehrmacht?
—Hay trascendidos de que se planea eliminar a Hitler antes que lleve a Alemania al colapso definitivo, tras los fracasos militares en el Alamein y Stalingrado ha crecido el descontento en filas del ejército del Reich; tal vez sea tu chance de confrontar con el Führer antes que los de la Wehrmacht se decidan a liquidarlo.
—Con todas las muertes que les causé no creo que me vean como buen socio-manifestó Max.
—Preséntate como oficial de las SS, hay muchos que ignoran de ti, además que los que descubrieron tu identidad han muerto-le respondió Leonid —deberás encontrarte nuevamente con los líderes del Círculo de Kreisau, ellos te llevarán a Stauffenberg; lo demás corre por tu cuenta.
—Entonces aprovecharé para ir a Múnich a visitar a mis padres, tuve que enviarles una carta explicándoles que seguía vivo porque la Propaganda de los nazis me había dado por muerto; una vez allí esconderé el Fragmento del Edén.
—Ten cuidado Max, si pierdes eso estaremos en problemas.
—Descuida Leonid.
Tres días más tarde Max partió en tren rumbo a Múnich, caía una débil llovizna, en un alijo cuidadosamente sellado guardaba el Fragmento del Edén, llevó consigo a Ramsés, su fiel perro ovejero, afortunadamente el trayecto se llevó a cabo sin sobresaltos.
Atardecía cuando arribó a Múnich, luego de dejar la estación ferroviaria fue caminando hacia su casa porque no lo admitían con animales en los taxis.
Max tocó la campana, los perros ladraron cuando vieron a Ramsés y seguidamente apareció Hans Engle y tras él Franz, rápidamente el Mayordomo abrió el portón y los tres hombres se confundieron en un abrazo.
Acto seguido ingresaron a la vivienda, cuando lo vio Helen no aguantó la emoción y se puso a llorar.
227 —¡Oh, mi querido Max!— exclamó Helen entre lloriqueos-Por un momento creímos que habías muerto cuando un vocero de Goebbels difundió la noticia de tu eliminación.
—Es que casi que muero-contestó Max —de no haber sido por mi ayudante que me salvó a tiempo, la historia habría sido otra.
—Todas las noches rezo para que esta pesadilla finalice-le reveló Helen.
—Bueno Helen, deja que nuestro hijo se relaje y se higienice, habrá tiempo de sobra para conversar-expresó Franz. Después de haberse aseado y cambiado de ropas, Max se sentó a la mesa con sus padres, a los que se sumó con su presencia Eugen que había venido con su esposa y sus hijos, el ambiente estaba un poco frío, debido a que los dos hermanos no se hablaban desde el suceso acontecido tiempo atrás.
La comida fue interrumpida por el sonido estremecedor de las sirenas antiaéreas que anunciaban un bombardeo aliado, pronto descendieron al subsuelo donde tenían un refugio, Helen no cesaba con sus oraciones. Finalizada la incursión aérea Max fue hasta su propiedad donde guardó junto a sus otras pertenencias el Fruto del Edén, seguidamente se puso a ver las filmaciones de cuando estaba en las SS y de la propaganda nazi, al tiempo que escuchaba en el fonógrafo el tema Lili Marleen.
Dos días más tarde viajó a Berlín, era una mañana lluviosa cuando partió, al descender del tren fue hacia un modesto hostal donde pagó una habitación, estaba oscureciendo y lloviznaba en forma discontinua.
Max se recostó en la cama con la idea de aliviarse un momento y seguir con su tarea, pero tenía tanto cansancio acumulado de viajes y de andar de un lado para otro que se quedó totalmente dormido.
Unos gritos de dolor mezclados con llantos lo despertaron, Max se asomó por la ventana y divisó a cinco soldados de las SS que maltrataban a una mujer de alrededor de cuarenta y cinco años, cerca de ella había un cuerpo bañado en sangre.
Rápidamente tomó su hoja oculta, su daga y su revólver, se colocó su atuendo oscuro con capucha y la máscara, abrió la ventana y cuidadosamente trepó por las bifurcaciones hasta lograr llegar a los tejados, a todo esto los soldados se divertían a expensas de su cautiva al tiempo que le decían: —¡Ya vas a ver cómo terminaremos con tu obstinación maldita judía, te haremos aullar como a una perra en celo!
Max evaluó la manera de arrojarse sobre su objetivo y cuando vio que los tenía a punto, se lanzó sobre ellos, a dos los ultimó con la hoja oculta y a los otros tres los golpeó con la culata de una de las ametralladoras que le quitó a uno de los uniformados.
De pronto aparecieron cuatro soldados más, uno de ellos llevaba a un perro Pastor Alemán de una cadena, pero Max clavó su daga en la garganta del animal y a continuación se deshizo de la misma manera con los soldados.
Después que terminó con los hombres de las SS Max se acercó a la mujer que estaba arrodillada llorando sobre el cadáver del hombre que había sido abatido por los nazis y le dijo: —Siento mucho lo ocurrido con su esposo.
—No era mi marido, era mi hermano y esos malditos me lo quitaron. Max cerró sus ojos y expresó: —Ruhe in Frieden...busque algún sitio seguro antes que vuelvan por usted.
—A los judíos no nos quedan lugares infranqueables, los nazis nos lo han quitado todo, pero esta vez ha evitado que me lleven a un campo de exterminio, donde se dice que engañan a la gente con la excusa de que van a recibir una ducha pero en lugar de agua sale gas; le debo la vida quienquiera que sea.
Sin decir otra palabra más, la mujer se alejó corriendo por una de las callejuelas laterales, a todo esto una multitud se congregó alrededor de los cuerpos por lo que Max debió abandonar el lugar en medio de comentarios de asombro hechos por los transeúntes.
Rápidamente arribaron patrullas de la división Polizei de las Waffen SS, se escuchaban ladridos de perros y sonidos de silbatos, un oficial con el rango de Teniente cercó el área con alambres de púa.
Al día siguiente Max fue en taxi a la residencia de Von Moltke, en esa ocasión vestía un traje gris, camisa celeste, corbata negra un sobretodo negro de cuero y sombrero de idéntico color del traje.
Al llegar al palacete del líder del Círculo de Kreisau tocó la campana y lo atendió el mismo individuo de la vez anterior.
—Buenos días ¿en qué puedo serle útil? —fue la pregunta del partidario de Von Moltke.
—Busco a Herr Von Moltke-fue la respuesta de Max-soy el Mayor Von Hagen.
—Le avisaré sobre su visita.
Cinco minutos después regresó el colaborador del conde y le dijo: —Pase, deberá aguardarlo unos minutos.
Max fue por el sendero cercado por coníferas donde se encontraba estacionado el Mercedes Benz 770v w150 color azul marino de capota gris, seguidamente subió por las escaleras e ingresó a la edificación, había unos sillones tapizados de color rojo bermellón.
—Siéntase cómodo —le dijo el adepto de Von Moltke.
Transcurridos diez minutos descendió Von Moltke, estaba con un traje azul marino y llevaba un sobretodo gris oscuro, al ver a Max le estrechó su mano para saludarlo.
231-Willkommen, Herr Von Hagen(Bienvenido, Herr Von Hagen) —le expresó el conde.
—Muchas gracias; han transcurrido varios meses desde nuestro primer encuentro —respondió Max.
—Así es; me he anoticiado que ha provocado temor en el seno del poder del Tercer Reich, algunos lo han bautizado como el Ángel de la Muerte.
—De eso estoy interiorizado —comentó Max.
Vayamos a mi estudio, podremos tener un diálogo distendido.
Max siguió a Von Moltke hasta su despacho, el noble le sirvió un vaso con Don Perignon y unas galletas dulces.
—Vayamos al grano —dijo Von Moltke.
—Perfecto, Leonid me habló de un cierto Coronel que sufrió un contratiempo en el Alamein y hace poco que se ha restablecido.
—¿Hace alusión al Coronel Stauffenberg? —le interrogó Von Moltke.
—Así es; necesito contactarme con él —contestó Max.
—Mañana lo llevaré a él, pero le recomiendo usar otro nombre porque se sabe que el Asesino es un desertor de las SS.
—Descuide de ese detalle, pero gracias por la sugerencia, dicho sea de paso, le aclaro que no soy fugitivo, ellos conspiraron contra mi familia y contra mí.
—Eso es lo que ellos sostienen —respondió Von Moltke.
A la mañana siguiente Max y Von Moltke fueron hacia la sede del Blenderblock (edificio Ejército de Reserva), iba con la identificación de Berger para distraer la atención de los nazis y con el uniforme de Mayor de las SS.
Después de haber aguardado quince minutos, Max y Von Moltke ingresaron a la oficina de Von Stauffenberg, para ese entonces el oficial contaba con treinta y seis años de edad, tenía su ojo izquierdo cubierto y le faltaba su mano derecha y dos dedos de la mano izquierda, el subalterno estaba secundado por otros leales, les ordenó que se retiraran quedando solamente Von Moltke y Max.
—Tomen asiento señores, disculpen el desorden, pero estoy atareado de tareas ¿en qué puedo ayudarles?
—El Mayor Berger ha venido desde Austria —fue la respuesta de Von Moltke— y me ha manifestado que quiere colaborar con nuestra causa.
Von Stauffenberg observó detenidamente a Von Hagen y seguidamente afirmó: —Será un beneplácito tener alguien de las SS, no me desilusione Mayor Berger.
—Le doy mi palabra —contestó Max.
—Hay que extirpar el mal que está sumiendo a Alemania en el caos —declaró Von Stauffenberg— Además hay que cortarle los tentáculos a las SS, esa institución corrompida por el dinero y las ansias de poder.
—¿Qué propone Herr Stauffenberg? —quiso saber Max.
233-Mis leales le entregarán un manifiesto de nuestros planes, Herr Berger, no deseo que esto sea desvelado, además acabo de conocerlo.
—Comprendo sus reservas Herr Stauffenberg —replicó Max— pero no soy de esos oficiales que desean engullirse con medallas y posar en fotografías, pero me da igual, si no quiere comentarme al respecto, no disentiré con usted.
Y sin especulaciones, Max se retiró del precinto, a todo esto Von Moltke corrió tras él, estaba subiéndose a un carruaje de lujo tapizado en negro cuando el conde se acercó exhausto.
—Aguarde Herr Von Hagen, no se vaya.
—No pensé que Von Stauffenberg tuviera ese carisma; cualquier inquietud contáctese con Leonid Wenzel, que tengan suerte con su empresa.
Max dio la orden al cochero para que lo llevara al hotel donde se alojaba, Von Moltke quedó parado observándolo mientras se alejaba de allí.