Capítulo 1
Transcurrieron casi seis meses desde el fallido intento de asedio al enclave de los Asesinos en Viena, mientras tanto en Italia Benito Mussolini había sido destituido y arrestado y se hizo cargo del gobierno Pietro Badoglio. Hitler desconfiaba de la nueva administración y planeaba liberar al Duce italiano.
Era la mañana del 8 de setiembre de 1943, Max recibió la visita de Leonid a su escondite.
—¿Recuerdas de la expedición a Ceilán que te comentó Déborah meses atrás?— le interrogó Leonid-No se me ha borrado de mi memoria —fue la respuesta de Max.
—Pues bien, se comenta que los exploradores harán escala en Roma donde los aguarda Himmler.
—¿Y por qué en Roma? —indagó Max.
—No sabría que decirte, pero mira el periódico.
Leonid enseñó la publicación a Max, en su portada principal decía: “Hitler anunciará la Operación Roble para liberar a Benito Mussolini”— ¿Qué tiene que ver Mussolini con todo ese circo de Hitler? —preguntó Max.
—La verdad no sé qué contestarte amigo.
—¿Sugieres que vayamos a Italia? —preguntó Max.
—No creo que sea mala idea-respondió Leonid-Si no te beneficias ahora después será demasiado tarde y Hitler habrá logrado sus metas.
—Eso no te lo discuto-afirmó Max.
—Entonces piensa en Italia.
—Será una travesía interesante.
—Eso sí, deberás arreglártelas solo, me hace falta la presencia de Emil, se instruyó mucho en este periodo.
—Realmente me ha dejado admirado, le sirvió haber vivido en la calle —fue la apreciación de Max.
—Ubica a los cabecillas de la Resistencia, ellos tal vez puedan darte pistas sobre los movimientos de los nazis en Roma.
Una semana más tarde Max partió en tren hacia Italia, llovía torrencialmente.
Tras un largo viaje arribó a Roma, lo que alguna vez fue capital del Imperio Romano, el calor era insoportable.
Inmediatamente de haberse alojado en un hostal y dado un baño reconfortante, Max salió a recorrer la ciudad, la majestuosidad de lo que alguna vez fue capital de un imperio lo dejaba sorprendido, en las calles se veían vehículos de combate de la Wehrmacht, los edificios con banderas del Tercer Reich, para ese entonces el Rey Víctor Manuel III y Pedro Badoglio escaparon de Roma y Mussolini fu rescatado de Gran Saso en los Apeninos, concretamente el hotel —refugio de Campo Imperatore donde estuvo como prisionero y seguidamente llevado a Alemania para entrevistarse con Hitler.
Eran cerca de las 21:30, Max fue a una taberna situada cerca del Mausoleo de Augusto, había un grupo de consumidores bebiendo vino o cerveza; una muchacha de unos veinticinco años, cabellos castaños y ojos negros se le acerco:
—¿Va a servirse algo Signore?
—Unos pastelillos y un vino Moscato-contestó Max en un italiano básico.
—Tengo un vino especial de las bodegas “Sajonia”— Adelante entonces —ordenó Max.
Diez minutos más tarde apareció la chica trayendo el pedido.
—Son treinta liras, Signore. Max le dio el importe de lo que valía el aperitivo y antes que se fuera le dijo: —Escúcheme una cosa bambina.
—Mi nombre es Paola —susurró ella.
—Necesito saber dónde se reúnen los grupos disidentes.
La mujer frunció su ceño y adoptó un gesto de seriedad.
—Venga aquí después de las 23:00; estaré aguardando por usted-fue la respuesta de Paola.
A las 23:15 se hallaba Paola haciendo la limpieza y ordenando las cosas, Max golpeó suavemente el vidrio de la puerta, una suave brisa del sur estaba soplando, ella al verlo lo hizo pasar, en ese instante apareció un hombre de alrededor de cincuenta años, cabellos grises, pantalones a tirador marrón y camisa blanca a rayas arremangada.
—Está cerrado, así que váyase antes que vengan los guardias y nos lleven.
—Espera, padre, el viene a la reunión.
—¿Quién es usted? —inquirió Ludovico Morelli que era el progenitor de Paola.
—Sólo dígame Max.
—Escúcheme Max, o quienquiera que se llame, más le vale que no sea un espía de los nazis o algún secuaz de ese cerdo mamón del que hace llamar Duce, porque si no lo colgaremos a usted junto con ellos.
—Iré al grano —contestó Max-Estoy aquí para encontrarme con los partisanos, preciso me informen sobre el accionar de las SS, para ser más directo: Himmler tiene programado recibir a unos arqueólogos que vendrán de Ceilán quienes le entregarán una reliquia— ¿A qué te refieres extranjero? —indagó gravemente Ludovico.
—Es un artefacto esférico que tiene el poder de doblegar las mentes débiles, si los nazis se apoderan de él, nadie los detendrá —contestó Max— y confío que esto no salga de estas paredes.
—¿Quién es usted? —interrogó Morelli.
—Creo que aún no está listo para saberlo, Signore, pero soy algo así como un justiciero-respondió Max-vivo en las sombras.
Ludovico Morelli quedó confuso y por último afirmó: —Venga de aquí a dos días, entonces tendré buenas nuevas para usted.
—Mejor visíteme usted en la Iglesia de Santa María de los Mártires-señaló Max.
—Allí estaré —asintió Ludovico.
Dos días más tarde Max fue a lo que en la antigüedad fue el Templo de Agripa, convertida por el Papa Bonifacio IV en una iglesia dedicada a los sacrificados supuestamente ejecutados en su interior; se hallaba allí un contingente de turistas, Ludovico se acercó a Max que estaba rezando.
—Buongiorno, tengo noticias para usted, cher ami —le anunció Ludovico.
—¿De qué se trata? —preguntó Max.
—Himmler vendrá a Roma, aprovechando que el monigote de Mussolini está gobernando Italia desde Milán y acogerá a una comitiva que retorna de una empresa en Ceilán patrocinada por Hitler, será en la Iglesia de Santa María de Monserrato.
—No comprendo por qué los nazis emplearían una iglesia para tales casos-sostuvo Max.
—Lo ignoro, todavía son rumores, hay que estar atentos —fue el conteste de Ludovico.
—Debería conseguirme un sitio estable dónde parar, las pensiones son caras aquí —comentó Max.
—Si lo desea puedo facilitarle el altillo que hay en mi casa para que no se haga tan apremiante la estadía —prometió Ludovico.
—Mille grazie Ludovico, con lo que me ha dicho es más que suficiente, arrividerci.
—Vaya a mi cantina, de allí lo llevaré a mi casa —le expresó Ludovico— buona fortuna, Max.
Max llevó su equipaje hasta la tasca de Ludovico, inmediatamente fue llevado hasta las afueras de Roma, en una finca de estilo renacentista, había naranjos y olivares, un perro mastín negro salió al encuentro y al ver a Max se puso a ladrar.
—Tranquilo Vespasiano —le dijo Ludovico al animal, es un amigo.
Ludovico hizo pasar a Max a la vivienda, Paola se encontraba realizando los quehaceres domésticos, había perdido a su madre cuando tenía diecisiete años, víctima de un severo quiste en los riñones.
—Paola es lo único que me queda —expresó Ludovico-No quisiera que algo grave le ocurra.
—¿Es su única hija? —interrogó Max.
—Lamentablemente sí, mi esposa perdió tres embarazos y en el cuarto pudo dar a luz.
A Paola le atraía Max, pero quería disimularlo ante Ludovico.
—Una vez que finalices con tus tareas ve al mercado a comprar provisiones.
—Sí, padre.
En tanto, Max fue a higienizarse, Paola se asomó por el agujero de la llave para contemplar el cuerpo desnudo del Asesino, llevó su mano a sus partes íntimas, sus pezones estaban erizados.
Tres noches más tarde, Max estaba durmiéndose, cuando sintió unos pasos de pies descalzos rápidamente se puso de pie, se encontraba semidesnudo, manoteó su hoja oculta, pero alcanzó a distinguir la silueta de una mujer, era Paola, estaba con un camisón que no le llegaba a las rodillas y sus hombros descubiertos.
—Shh —le susurró ella con su dedo índice.
—Si tu padre nos descubre nos matará a los dos —dijo Max por lo bajo.
—No te preocupes, está dormido —respondió ella.
Y diciendo esto besó a Max y empezó a tocar su torso despojado con sus delicadas manos, seguidamente se deshizo de sus ropas dejando ver su anatomía femenina, ambos se besaron y acariciaron sus cuerpos desnudos e hicieron el amor y eso se repetía todas las noches ni bien Ludovico se entregaba a los sueños.
Diez días después se hallaba Max desayunando cuando entró Ludovico al merendero.
—Buongiorno cher ami —tengo buenas noticias para ti— le manifestó el italiano.
—¿De verdad?
—Así es, los partisanos me han informado que Himmler vendrá en esta semana a Roma, ayudado por una comitiva de guardias, un equipo de fotógrafos y de filmación, se cuchichea que será un evento sin antecedentes.
—Lástima que regresará a Berlín con sus manos vacías —comentó Max.
—No te recomiendo que vayas solo, en cuanto te vean te matarán peor que rata-le aconsejó Ludovico —le pediré a los guerrilleros que te cubran.
—Gracias-contestó Max.
Días después, precisamente en la mañana del 28 de setiembre de 1943, se encontraba Max sentado en un banco de la Plaza Navona, había allí muchas palomas de plumaje blanco y gris, cuando sintió que alguien tocó su hombro derecho: era Paola; Max la saludó con un beso.
—Mi padre preguntó por ti esta mañana, se ve que tiene cosas importantes para decirte —sostuvo Paola— Ven conmigo.
Max y Paola fueron hasta la Iglesia de Santa María de los Mártires, allí estaba Ludovico en compañía de dos hombres de alrededor de cuarenta años, uno de cabellos negros y el otro de cabellos castaños, con una mancha en la cara.
—Buongiorno, Messere Max —saludó Ludovico— permítame presentarle al señor Dante Callabresi y Agostino Rossi, miembros de la Resistencia.
—Un piacere saludarlo Signore Max-le dijeron los conocidos de Ludovico.
—El piacere es mío —contestó Max.
—Ludovico nos ha dicho que usted pretende frustrar la hazaña de Himmler aquí en Roma —le dijo el de cabellos oscuros que era Agostino Rossi.
—En efecto, si los nazis concretan su afán estaremos en problemas, ese tesoro tiene un poder incalculable y si cae en manos erradas, será mal utilizado-comentó Max.
—Puede contar con nosotros, nuestros espías están al tanto de los sucesos-manifestó Rossi.
—Mille grazie.
Pasados cinco minutos Rossi y Callabresi se retiraron con Ludovico, a todo esto Max escribió una carta a Leonid Wenzel.
Roma, 28 de setiembre de 1943 Estimado Leonid: Le escribo estas líneas para decirle que Himmler aún no asomó sus narices aquí, a pesar que los de la Resistencia me han dicho que vendrá en estos días con una importante comitiva,: Mussolini está en Milán gobernando Italia con el resguardo de la Wehrmacht, siguiendo las directrices de Berlín, por cierto.
Me he hospedado en la casa de una familia de apellido Morelli, afortunadamente tengo nociones de la lengua italiana porque cuando era niño me lo enseñaron, aparte del Inglés y el español, además debo comentarte me veo casi todas las noches con la hija de mi anfitrión, se llama Paola, es muy bella, pero no quiero enamorarme porque iría en contra de los principios del Credo.
En cuanto tenga noticias volveré a escribirte Afectuosamente.
Max.”
Max depositó el escrito en un sobre y lo envió por correo usando su identidad falsa con destino a Viena, esperaba que Leonid la recibiera antes de su retorno. Un día más tarde por la mañana Max estaba en su desván observando la ciudad cuando sintió que alguien lo tocaba: era Ludovico.
—Max, Himmler está en Roma.
Los ojos verdes del Asesino brillaron.
—¿En verdad? —preguntó.
—Así es, ve hasta las Termas de Caracalla, allí te esperarán los espías de Rossi y ellos te llevarán hasta la iglesia. Que Dios te acompañe.
Max escogió los cuchillos para lanzar, la hoja oculta, granadas de humo y fragmentación, la FG42 con mira, un puñal y el Medallón de Thule y partió hacia el sitio mencionado por Morelli.
Diez partisanos pertrechados con ametralladoras Thompson aguardaban a Max en el lado oeste del complejo, no se encontraban Rossi ni Callabressi, un hombre de cabellera larga recogida y con campera de cuero se acercó a él.
—Buongiorno, Signore, soy Vinicio Fratelli, usted debe ser Max.
—En persona.
—Himmler y sus huestes están yendo rumbo a la vía Arénula, hay un equipo de filmación y de fotógrafos-informó Vinicio.
—Lástima que deberá retornar a Berlín con sus manos vacías —afirmó Max.
—Cuando usted ordene Signore —dijo Vinicio.
—En marcha-apuntó Max. Los partidarios de Vinicio subieron en un camión Ford cubierto de heno para los caballos, Max hizo otro tanto y emprendieron ruta hacia la vía Arénula.
Al llegar allí vieron camiones Opel Blitz y dos automóviles Mercedes Benz 540 k color negro y otro 770 y azul oscuro con capota gris, ambos con las banderas del Tercer Reich a sus costados y soldados de las einsatzgruppen provistos de fusiles Gewher43.
El camión estacionó en proximidades de la calle de l’Ospedale; sin embargo los centinelas no se percataron del arribo de los guerrilleros.