Capítulo 4

Sophie sirvió el almuerzo, se trataba de papas salteadas, lentejas y sardinas envasadas, acompañada con vino tinto Noire, el ambiente era cálido y ameno ya que se abordaban varios temas, la más parlanchina era Amelie, la sobrina de Bautista que no habrá superado los ocho años de edad, sus cabellos eran negros, rizados y sus ojos cambiaban de tonalidad según las condiciones meteorológicas. La niña era hija de uno de sus hermanos mayores que pereció a disparos a sangre fría en manos de la GESTAPO durante una huelga de sindicatos obreros comunistas en la Heldenplatz a los pocos días de que el ejército alemán ocupase Viena.

Terminada la sobremesa, Max subió al altillo, abrió la ventana y observó la torre del campanario y el cielo, que estaba en partes nublado.

El resto del día Max estuvo ayudándole a Ludwig y Bautista en diversas actividades y a la noche ni bien apoyó su cabeza en la almohada quedó totalmente dormido.

A la mañana siguiente se despertó con el leve reflejo del sol que le daba en su cara, se fijó la hora en su reloj de bolsillo, eran las 08:45, se vistió y descendió del altillo, reinaba un silencio en la casa, por un momento se le vino la fatídica idea de que los de las SS se habían enterado que no estaba muerto y se llevaron a todos los moradores de la vivienda, pero esas imágenes se disiparon cuando arribó Sophie silbando una antigua melodía trayendo un canasto con provisiones.

—Buenos días Benjamín-lo saludó ella —¿qué tal has dormido anoche?

—Estupendo —contestó Max mientras trataba de quitarse la pereza.

—Leonid salió muy temprano con Bautista, tenía que hacer unos trámites, no quiso despertarte, pero supongo que te pondrá al tanto de algunos detalles.

—Necesito llevar una carta al correo, con otro nombre, por cierto con destino a Múnich... —Sé todo lo que te ha ocurrido, Max, llevar esa correspondencia sería como suicidarte, si los nazis interceptan eso sería terrible, nadie debe saber que sigues en Viena. Fue la gente de Leonid quien te encontró pereciendo en la fronda, ellos te llevaron para que te atendiera y cuidara Nadia.

—Es una mujer bella —dijo Max.

Súbitamente la puerta se abrió y entró Leonid con Bautista, traían unas cajas de madera, Max se puso de pie y los ayudó a ponerla en una banqueta que había allí.

—Max, debo hablar contigo en privado-le dijo Leonid.

Max frunció el ceño y contestó con vehemencia: —Bueno, si quieres empaco todo ahora mismo y de alguna manera me las rebusco para irme a Múnich.

—¡No! ¡Eso no! Es otra cuestión —si te aventuras a esa hazaña, los de las SS te atraparán y fusilarán sin titubeos; No me interesa el tiempo en que estés aquí, sólo quiero hablar algunos temas contigo, lleva uno de esos cajones a mi estudio, te aguardo en cinco minutos.

Max hizo lo que Leonid le pidió, por momentos se sentía alguien incapaz de todo, como un niño, pero no quería plantear objeciones a esa familia que le había salvado su pellejo desde que el momento en que cayó herido en el bosque y vino ese bravucón que no le dio alternativa para poder defenderse.

Una vez en la sala, Leonid le indicó a Max: —Abre el arca, saca lo que hay dentro de ella.

Max hizo lo señalado por Leonid y se halló con una vestimenta gris, semejante a una túnica con capucha cuya punta tenía la terminación de pico de águila de un color dorado, también había un fajín rojo, un cinturón que tenía una ornamentación extraña y por último un brazal de cuero con el diseño de una hoja oculta.

—Pruébatela —le exigió Leonid.

Max no se hizo reiterar la premisa de Leonid, se sentía algo ridículo.

—Espero que le sepas dar un buen uso, pero antes que nada deberás limpiar tu mente de toda esa ideología estrecha que te han inculcado, primero debes tener en cuenta que Nada es verdad y Todo está permitido, nunca mates a personas inocentes, siempre debes pasar inadvertido y por último, nunca comprometas a tus compañeros, aplicando esas tres reglas básicas podrás desempeñarte correctamente y eliminar a los que destruyeron tus seres queridos, no te dejes confundir por el odio, porque serás peor que tus enemigos.

Max observó pasmado a Leonid e inquirió: —¿Quién demonios eres tú?, reconozco y agradezco lo que han hecho por mí en estos días, que me salvaron de sufrir el destino de los míos, pero necesito saber qué hay detrás de todo esto, ¿Por qué las ejecuciones de Habringer y Winckler? ¿Y por qué intentaron deshacerse de mí?

—Es simple: Habringer y Winckler pertenecían a la misma Hermandad.

—¿Hermandad de qué? ¡Explíquese mejor Leonid!

—La Hermandad de los Asesinos, que luchan para combatir las injusticias, lástima que quedan pocos, porque los Templarios se han encargado de ir eliminándolos, ellos quieren mantener su supremacía manejando la política, la economía, a la misma sociedad inculcando inseguridad propia y decretando leyes que cercenan su libre albedrío... ¿Pensaste por qué la Santa Sede tiene una actitud de parálisis frente a tantas muertes diarias que se producen en los campos de concentración?

—Y...será porque son Templarios-contestó con duda Max.

—Tú lo has dicho; contra esa maraña de perversos hemos luchado los Asesinos.

—¿Qué? ¿Tú eres un Asesino? —preguntó con interés Max-Lo soy, por una noble causa-fue la contestación de Leonid-había dejado de serlo por un tiempo, pero cambió cuando los nazis mataron a mi hijo mayor hace cuatro años atrás en una huelga de sindicatos obreros. Bernard era uno de los líderes junto con su esposa Caroline, entonces tres soldados con ametralladoras tipo MG42 se les interpusieron a los manifestantes y mataron a todos, fue trágico, porque hacía dos años que mi esposa había muerto de asbesto y a Sophie la conocí una tarde en que ayudamos a fugarse a unas cuantas familias de judíos, ella ha hecho siempre eso.

—Recuerdo ese día —contestó Max— pero tenga la seguridad que yo estuve con mis soldados repeliendo una agresión en otro sector de Viena, murieron muchos esa fecha.

Los días subsiguientes Max estuvo practicando en el patio de la vivienda con Amelie, Sophie, Bautista y Ludwig, un colaborador de Leonid, sobre la manera de mezclarse en la muchedumbre, Leonid era el encargado de supervisar distintas situaciones que se iban presentando como por ejemplo robar, fue la instancia que más le costó, pero al final la sorteó, cuando se equivocaba, Leonid tocaba un silbato.

Después tuvo que aprender a usar el mecanismo de hoja encubierta, diversas formas de asesinato, para tal fin prepararon varios muñecos que representaban los objetivos a eliminar, algunas instancias eran difíciles para Max, pese a la rígida preparación militar que había recibido en las Waffen SS, pero era menester saber nuevas técnicas para poder perdurar.

Luego de dos meses de entrenamiento riguroso, una mañana de primavera de mayo de 1942, Leonid dijo a Max: —Has sobresalido en tu instrucción Max, ojala sepas valerlo para bien y todo lo que se te habló se te grabe en tu conciencia, no obstante a ello una buena práctica todos los días no viene mal.

Además de la parte física y a las mañas, Max se nutrió de las enseñanzas de los libros que hablaban de Asesinos de antaño que le proporcionaba Leonid.

—Tengo que contarte algo Max-le dijo Leonid.

—¿De qué se trata?

—Los espías del Círculo de Kreisau me han informado que Heinrich Amsel regresará a Berlín dentro de una semana y que planea deportar a todos los niños del asilo de huérfanos a Mathausen y al guetto de Varsovia.

—Es mi chance-dijo Max-si no actúo ahora, la muerte de Lorelei y la desaparición de Ferdinand habrán sido en vano.

—Eso era lo que esperaba que dijeras —contestó Leonid con entusiasmo-Heinrich Amsel debe pagar por las atrocidades que ha cometido-sostuvo Max.

—No derroches tus deseos por anticipado, aguarda el tiempo indicado; ahora te llevaré a los del estraperlo para que te hagas de algunas armas, porque si usas solamente la hoja oculta no durarás ni un día con el fuego de los nazis.

Max siguió a Leonid por una callejuela solitaria hasta llegar a una edificación que tenía un cartel destartalado que decía “Schankstube” (taberna), hizo tres golpecitos de puerta y abrió un individuo más alto que Max, de unos cuarenta y tantos años, pantalones negros con tiradores y camisa celeste, el contrabandista observó a Max y luego se dirigió a Leonid con voz ronca: —Buenos días Wenzel, ¿necesitas algo?

—Quiero que me vendas un rifle con mira que tenga silenciador, un revólver, granadas de fragmentación y de humo.

El estraperlista le vendió un rifle M1 Garand con mira telescópica usada por los marines americanos, un revólver Webley de fabricación inglesa, cuatro granadas de fragmentación y tres de humo, después fueron al zapatero y compraron unos borceguíes negros y unas polainas de cuero.

Para protegerse de los proyectiles, Leonid le dio para que usara una lórica segmentata, de cuero que era una armadura empleada por los legionarios romanos, también proveyó a Max de unos binoculares, un puñal táctico y un botiquín con apósitos, alcohol, yodo, algo de morfina, varios medicamentos más comunes y dos cápsulas de cianuro.

—Con esto será más que suficiente para comenzar-le dijo Leonid a Max —sólo usa el cianuro cuando no te quede más por hacer, nunca te rindas a tus enemigos y para que nunca te reconozcan será bueno que te coloques esta máscara plateada, así nadie te identificará.

—Ha hecho mucho por mí, Leonid, mejor de lo que esperaba, cuando regrese alguna vez le recompensaré todo.

—No hace falta Max, doy gracias a Dios que haya aparecido alguien como tú, no me defraudes.

—Eso no ocurrirá, te lo aseguro.

Sin menguar palabra más, Leonid dio una palmada en el hombro de Max y se retiró.

Tres días más tarde se encontraba Max terminando de escribir unas líneas a sus padres, cuando Leonid subió al desván, un gesto de ansiedad y preocupación se dibujaba en sus facciones.

—¿Qué ocurre Wenzel? —le interrogó Max.

—Heinrich Amsel adelantó la fecha de destierro de los pequeñines del orfanato, según los datos que me dio un integrante del Círculo será hoy antes de las 12:00 del mediodía.

Max se fijó en su reloj, eran las 10:45 de la mañana.

—Tenemos poco tiempo-dijo Max —los camiones llegarán al albergue, los sacarán a todos y se los llevarán directo a la estación; la vigilancia es estricta allí, hay soldados con ametralladoras MG-42 y hasta cuatro perros, realizar un ataque frontal mientras están haciéndolos subir a los vagones, sería una masacre inútil, debemos impedir que eso ocurra, ver el modo en que los camiones no lleguen al ferrocarril y que los pelotones de las Totenkopf no maten a los rehenes-concluyó Max.

—¿Y cómo harás para terminar con Amsel? —quiso saber Wenzel.

—Siempre suele estar protegido por sus custodios, nunca anda solo-contestó Max.

—Entonces mis hombres y yo distraemos a los soldados mientras tú te encargas de los guardaespaldas, de esa forma Amsel quedará endeble y podrás fletarlo al infierno.

Sin dar más rodeos, Wenzel se marchó, a su vez Max se puso el atavío con capucha, la armadura lórica, seleccionó la hoja oculta, el revólver Webley y el rifle M1 Garand con mira telescópica, además llevó consigo los binoculares.

El resto de la indumentaria consistía en un pantalón táctico color negro, los borceguíes negros cubiertos por las polainas de cuero, un fajín rojo con un cinturón con el símbolo de los Asesinos y por último se colocó la máscara dorada.

Max sentía que su corazón le latía a un ritmo acelerado pero se contuvo.