41

Los minutos siguientes me resultaron muy intensos, pero no me permití que se me notara. Si me había equivocado por completo en mis deducciones, algo que era posible y Dios sabía que había pasado antes, Michael, Sanya y yo estábamos a punto de adentrarnos en la guarida del león. De acuerdo, a Daniel le funcionó, pero él era la excepción a la regla. La mayoría de las veces solo les funcionaba bien a los leones. Por eso los persas los usaban como forma de ejecución.

De acuerdo, Michael trabajaba para el mismo jefe que Daniel y técnicamente Sanya también, si bien aún no había decidido si era eso lo que estaba haciendo. Pero yo y el Todopoderoso nunca nos habíamos sentado a charlar. No estoy muy seguro de Su posición en el asunto Harry Dresden y por lo tanto mi postura teológica ha sido siempre muy simple: intento no llamar la atención de nada Divino, divino o divinoide. Creo que todos somos más felices así.

De todos modos, teniendo en cuenta a quién me estaba enfrentando, no creía que fuese del todo inapropiado si recibiera un par de ayuditas. Esperaba que Michael hubiera hablado bien de mí.

Rosanna bajó andando por la calle y levantó una mano. Apareció una furgoneta entre la oscuridad de la noche, ocupada solo por el conductor, un tipo con el cuello grueso y la nariz rota cuyos ojos evidenciaban que no estaba del todo donde estaba. Uno de los fanáticos de Nick, probablemente. Se hacían cortar la lengua como muestra de honor y practicidad; según la perspectiva de Nicodemus, claro. Supongo que podría haberle dicho que abriera la boca para confirmarlo, pero me pareció un poco descortés.

Michael metió la cabeza en la furgoneta y examinó su interior. Entonces abrió educadamente la puerta del acompañante para Rosanna. La denaria le miró con un gesto neutro durante un instante y luego asintió y se deslizó en el interior del vehículo.

Sanya entró primero, en el asiento de más atrás. Yo lo hice después de Michael. Rosanna le murmuró algo al conductor y la furgoneta arrancó.

Sentí nervios durante un rato. La furgoneta se dirigió al oeste, en dirección opuesta al lago. Entonces el conductor giró hacia el norte y pasados unos minutos me di cuenta de que nos dirigíamos hacia uno de los puertos deportivos en el extremo norte de Lake Shore Drive. Me obligué a respirar con normalidad. Si los malos se daban cuenta de que ya habíamos supuesto su posición, las cosas se podrían poner feas muy pronto.

Michael parecía calmado, con el rostro imperturbable y las manos apoyadas en la envainada Amoracchius era la viva imagen de la santa serenidad. Sanya, a nuestra espalda, soltó un ronquido. No era tan santo como Michael, pero conllevaba la misma alegre confianza. Traté de imitar su calma, con resultados contradictorios. No te pongas nervioso, Harry. Eres un tipo duro. Agua helada por las venas.

La furgoneta se detuvo en uno de los puertos de Northerly Island. Rosanna se bajó sin decir palabra y nosotros la seguimos. Caminó por la orilla hasta los muelles y luego hacia un modesto bote de esquí anclado en un extremo. Michael y yo subimos a bordo tras ella. Sanya desató los amarres del bote, lo empujó y saltó sin problemas la distancia entre el barco y la tierra firme.

Hicieron falta un par de minutos, pero Rosanna convenció a los viejos motores del barco para que cobraran vida y nos alejaran de las luces de la ciudad para adentrarnos en la oscuridad del gran lago.

Era espeluznante la velocidad a la que el mundo se volvía totalmente negro. Aquella extraña luz de las noches nevadas desaparecía en las aguas del lago, donde la nieve simplemente se hundía en las profundidades. Las nubes bajas nos iluminaron un poco durante un tiempo, al reflejar las luces de la ciudad, pero a medida que el bote continuaba avanzando hacia el centro del lago, hasta aquella luz fue menguando de tal manera que apenas pude distinguir los contornos del bote y sus ocupantes sobre el agua que nos rodeaba.

No estoy seguro de cuánto tiempo estuvimos así, en la oscuridad. Me pareció una hora, pero no pudo ser más de la mitad. El barco botaba en las olas levantando salpicaduras que recubrían la proa de una resplandeciente capa de hielo. Se me revolvió un poco el estómago cuando intenté anticiparme al movimiento en la oscuridad y fallé en el intento.

Pasado un tiempo, el rugido del motor del barco murió y nos detuvimos del todo. El silencio era desorientador. He vivido toda mi vida adulta en Chicago. Estoy acostumbrado a la ciudad, a sus ritmos, su banda sonora. Los ruidos del tráfico, el traqueteo de los trenes elevados, las radios a todo volumen, los cláxones, los móviles, las sirenas, la música, los animales y la gente. Gente y más gente.

Pero allí afuera, en el centro de la vasta y fría vacuidad del lago, no había nada. El latido de la ciudad, las voces; nada, excepto el azote del agua en el casco del barco.

Esperé un par de minutos mientras el bote era mecido por las olas del lago. Ahora que nos desplazábamos sin el motor, el movimiento del bote me pareció realmente alarmante, pero no iba a ser yo el que empezara a lloriquear.

—¿Y bien? —preguntó Sanya cinco segundos antes de que lo hiciera yo—. ¿A qué estamos esperando?

—Una señal —murmuró Rosanna—. Preferiría que no fuera que nos llenen el suelo del bote de rocas y nos ahoguemos todos, querido animal.

Saqué una luz química del bolsillo de mi guardapolvos. La liberé de su envoltorio, la doblé y de ella surgió un brillo verdoso que iluminó bastante bien la zona cercana a nosotros, teniendo en cuenta lo oscuro que había estado todo durante la pasada media hora.

Rosanna se volvió para mirar la luz. En algún momento del trayecto había cambiado su forma humana por la de la figura demoníaca de piel roja, patas de cordero y alas de murciélago que vi en el acuario. Sus ojos, tanto los marrones como el par verde brillante, se centraron en la luz química y sonrió revelando unos colmillos blancos y delicadamente afilados.

—¿Nada de magia, mago? ¿Tanto miedo te da malgastar tu fuerza?

Tan lejos de la orilla, flotando sobre tanta agua, hubiera sido difícil armar un hechizo de tanta complejidad, pero estaba seguro de que Rosanna lo sabía tan bien como yo, si es que las lanzas de fuego que le vi lanzar en el Shedd indicaban algo. Hubiera sido malgastar energía que iba a necesitar luego. Sin embargo, recordé el agua helada que se suponía surcaba mis venas.

—En realidad, es que las luces brillantes me parecen divertidas —dije—. ¿Sabías que usaron estas cosas para la sangre del depredador de la peli de Arnold Schwarzenegger.

La sonrisa vaciló.

—¿De qué hablas?

—Ese es el problema de los casi inmortales como tú —dije—. No podríais reconocer una referencia de cultura popular aunque os correteara por el cuerpo e implantara un embrión en vuestro esófago.

En la parte trasera del bote, Sanya empezó a toser.

Rosanna lo miró un momento con una expresión ilegible en los ojos. Entonces, una muy leve sombra de melancolía afectó a sus rasgos y apartó el rostro de él. Caminó hacia la parte frontal del barco y se quedó allí mirando hacia la oscuridad del este con los brazos cruzados en el cuerpo y las alas envueltas sobre ella como una manta, adoptando una postura de inseguridad firmemente cerrada,

A Sanya no se le escapó nada. Había estado conteniendo una sonrisa, pero esta se transformó en una mueca incómoda ante la reacción de Rosanna. Sanya parecía a punto de decir algo, pero frunció el ceño y sacudió la cabeza. Giró la cabeza para mirar al agua. Continuaban cayendo grandes copos de nieve, meros parpadeos de tono verde cristalino bajo el brillo de la luz. Michael comenzó a tararear alegremente Amazing Grace. Debió aprender la canción de un baptista. Tenía una buena voz, rica y firme.

Me acerqué a Rosanna.

—Respóndeme a algo, ¿a cuántos caballeros has matado con ese rollo de la damisela apenada que te traes? —le dije en voz baja.

Sus ojos, ambos pares, me miraron de reojo durante un momento para luego volver a perderse en la noche.

—¿A qué te refieres?

—Ya sabes. Tienes esa preciosa aura triste a tu alrededor, ese aspecto afligido y trágico. Y además eres muy guapa. Irradia de ti esa sensación, ya sabes, «sálvame, sálvame». Es probable que muchos jóvenes estén deseando montarte en su caballo blanco.

—¿Eso es lo que piensas de mí? —me preguntó.

—Señora —dije—, hace dos o tres años hubiera sido el primero de la fila. Demonios, si pensara que vas en serio respecto a querer desertar, sería tal vez el primero en ayudarte. Pero no creo que quieras desertar, creo que si fueras tan patética como pareces, no controlarías ya a tu caído. Él te controlaría a ti. Creo que eres la teniente de confianza de Tessa por una razón, lo que significa que esta rutina de la dama trágica aprisionada es un mero montón de lágrimas de cocodrilo o una hipocresía de escala tan épica que se podría considerar una disfunción psicológica.

Continuó contemplando la oscuridad sin decir nada.

—No has respondido a mi pregunta —insistí.

—¿Por qué no lo dices en alto? —me preguntó en un tono bajo y amargo—. Si es lo que piensas de mí, entonces tus amigos deberían estar advertidos de lo traicionera que soy.

—De acuerdo —dije—. Si hago eso tus ojos se llenarán de lágrimas y te apartarás de mí. Les dejarás ver una lágrima cayendo por tu mejilla, luego girarás la cabeza lo bastante para que el viento haga que tu cabello oculte el resto. Tal vez incluso te tiemblen un poco los hombros. Y para entonces seré el mago malo y suspicaz que no perdona ni entiende, que le da caña a una pobre chica atrapada en un atolladero, una pobre chica que lo único que quiere en realidad es que la amen. No me tomes por tonto, Rosanna. No voy a ayudarte a que les engañes.

Los resplandecientes ojos verdes se volvieron para examinarme y la boca de Rosanna se movió para hablar con una voz femenina completamente diferente.

—Lasciel te enseñó algo de nosotros.

—Puede ser —contesté.

Delante del bote y un poco a la derecha, una luz se elevó en la oscuridad. Una hoguera, pensé. No hubiera podido decir a qué distancia estaba, la oscuridad de la noche y la nieve que caía no ayudaban.

—Allí —murmuró Rosanna—. Por allí. Disculpa.

Cuando caminó de vuelta al timón del barco, un hálito de viento suspiró sobre el lago. No era nada nuevo. El viento había estado soplando todo el tiempo durante la tormenta de nieve. Sin embargo, me llamó la atención aquella brisa en particular. Parecía fuera de lugar.

Tardé otros tres o cuatro segundos en darme cuenta de qué iba mal.

Era viento del sur. Y era cálido.

—Oh, oh —dije. Levanté la luz química y examiné las aguas a nuestro alrededor.

—¿Harry? —dijo Michael—. ¿Qué pasa?

—¿Sientes la brisa? —le pregunté.

—Da —dijo Sanya confuso—. Es cálida, ¿y?

Michael lo pilló.

—Verano está de camino —dijo.

Rosanna nos miró por encima del hombro.

—¿Qué?

—Llévanos a la orilla —le dije—. A las cosas que vienen a por mí no les importa una mierda si te eliminan a ti de paso.

Se volvió hacia el timón y encendió el motor. Balbució y resopló pero no se puso en marcha.

La brisa nos alcanzó de nuevo. En lugar de copos de nieve, comenzaron a caer unos densos pedazos de aguanieve a medio derretir. Se formó más hielo en el bote, densificándose casi visiblemente bajo el resplandor verdoso de mi luz. Las olas se hicieron más grandes y mecieron el bote cada vez con mayor fuerza.

—Vamos —me oí decir—. Vamos.

—¡Mira allí! —exclamó Sanya al tiempo que señalaba con un dedo el agua junto al barco.

Algo largo, marrón, fibroso y pegajoso surgió del agua y se enroscó en el brazo del caballero ruso desde la muñeca hasta el codo.

—Bozhe moi!

Otros dos tentáculos aparecieron desde ángulos diferentes. Uno atrapó el brazo de Sanya a la altura de los bíceps y el otro se enroscó en su cara y su cráneo. La cosa tiró de él y lo arrastró por medio barco hasta que me puse en movimiento y extendí la mano. Fui capaz de agarrarle por una bota antes de que cayera al agua por la borda. Fijé un pie a la pared del barco y tiré del pie de Sanya con todas mis fuerzas.

—¡Michael!

El motor del barco tosió, cedió, tartamudeó y volvió a morir.

—¡In nomine Dei Patri! —rugió Michael cuando sacó a Amoracchius de su vaina. La ancha espada resplandeció en un único mandoble que cercenó los tentáculos que aprisionaban a Sanya. Los bordes del material cortado se alejaron del roce del acero de Amoracchius como un papel consumido por el fuego.

Arrastré a Sanya de vuelta al bote y el gran ruso sacó enseguida su sable de la vaina, justo a tiempo para cortar otro fibroso tentáculo marrón.

—¿Qué es esto?

—Kelpies —gruñí. Si se habían enredado en los rotores del motor nuestro barco no iba a ir a ninguna parte—. ¡Vamos! —le aullé a Rosanna.

De repente el barco se meció violentamente hacia el otro lado. Giré la cabeza y vi varios kelpies subiendo por la borda. Eran unas cosas nebulosas y babosas vagamente humanoides formadas de amasijos de algas húmedas. Tenían la boca abierta y pequeños puntos brillantes y plateados por ojos.

Me volví hacia ellos e hice un arco con la mano en el aire para desatar mi voluntad mientras gritaba:

—¡Forzare!

Una fuerza invisible expulsó a los kelpies de los laterales del barco, si bien dejaron atrás unos largos tentáculos de materia mojada colgando como muñones del casco de fiberglás. Gorgotearon al volar por los aires y cayeron al agua.

El motor del bote se encendió con un rugido. La parte trasera del barco se hundió y el morro se levantó al impulsarse hacia delante.

Uno de mis pies salió volando hacia arriba. Caí entre un revoloteo de brazos y piernas, vagamente consciente de que uno de los kelpies se las había arreglado para enroscar uno de sus tentáculos alrededor de mi tobillo. Fui arrastrado a la parte trasera del bote con una larga serie de dolorosos tirones e impactos. Apenas me dio tiempo a darme cuenta de que el barco estaba a punto de desaparecer bajo mi cuerpo. La cuestión sería entonces qué me mataría primero, el agua helada o el abrazo de lo que había en ella.

Entonces estalló un resplandor rojo y blanco, se oyó un silbido y un sonido seseante y una lanza de fuego impactó en uno de mis pies. Me precipité en caída libre y reboté en la pared trasera del bote antes de caer al suelo. Me salpicó la lluvia helada y el agua brutalmente fría. Al bajar la vista vi un tentáculo parecido a un alga fibrosa y ennegrecida desprenderse de mi tobillo sangrante. Sanya se agachó para retirar el resto de mi pierna y lanzarlo al agua por la borda. Me sangraba el tobillo. La sangre adquiría un tono negro bajo la luz química verde. También manchaba la punta de Esperacchius.

Me aferré a mi pie, seseando de dolor.

—¡Maldita sea, Sanya!

El caballero miró hacia la oscuridad tras el bote y después a mi pierna.

—Ah, uy.

Michael se arrodilló junto a mí y examinó mi pie.

—Harry, estate quieto. —Me tocó el tobillo y me dolió lo suficiente para hacerme gritar algo respecto a sus antepasados—. No es grave, es larga pero superficial. —Abrió un estuche de cuero situado en el cinto de su espada, al otro lado de la vaina de Amoracchius, y sacó un pequeño botiquín. La espada de Sanya ya me había rasgado los vaqueros, pero Michael finalizó el trabajo para que los pantalones no me rozaran en la herida. Luego la limpió con un poco de gasa, vertió en ella el contenido de un tubo de plástico, la cubrió con un grueso y absorbente vendaje blanco y lo fijó con cinta. Sus manos rápidas y seguras hicieron todo aquello en solo dos o tres minutos. Para cuando terminó, el shock de la herida había pasado y comenzó el dolor.

—No puedo hacer mucho respecto al dolor —dijo—. Lo siento, Harry.

—Puedo vivir con el dolor —dije haciendo una mueca—. Dame un minuto.

—Lo siento, Dresden —se disculpó Sanya.

—Vale. No te atrevas a volver a salvarme la vida —le dije. Entonces coloqué la pierna sobre uno de los bancos de la parte de atrás del barco para mantenerla en alto y cerré los ojos. Había muchas maneras de lidiar con el dolor aparte de las drogas. De acuerdo, la mayoría no ayudaban demasiado, a menos que tuvieras varios años de entrenamiento en prácticas de concentración. Por fortuna era mi caso. La sombra de Lasciel me enseñó una técnica mental para bloquear el dolor tan efectiva que hasta daba un poco de miedo. La otra vez que la utilicé llegué hasta tal extremo que mi cuerpo se colapsó porque no fui consciente de lo grave de mi estado. Podría haber muerto.

Cuerpo o mente, corazón o alma. Todos somos humanos y se supone que debemos sentir dolor. Suprimirlo es por nuestra propia cuenta y riesgo.

Dicho esto, dado lo que se avecinaba y lo que teníamos a nuestras espaldas, en términos relativos no podía exponerme a más peligro ni tampoco podía permitirme ninguna distracción. Así que cerré los ojos, controlé mi respiración, me concentré y comencé a encerrar entre varios muros mentales el dolor de mi nueva herida, la nariz rota y los golpes de mi cuerpo. Tardé un par de minutos en conseguirlo. Cuando terminé, el sonido del motor del barco había pasado de ser un rugido a un gruñido bajo.

Al abrir los ojos me encontré a Michael y Sanya a ambos lados de mí, espada en mano, protegiéndome. En el frontal del barco, Rosanna apagó el motor y se giró para mirarme con intensidad durante un largo momento. Curvó un extremo de la boca en una ligera y cómplice sonrisa. Acto seguido se volvió de nuevo hacia delante y me di cuenta de que ahora había suficiente luz para distinguir el contorno de sus cuernos de demonio, delicadamente retorcidos.

Me incorporé y me topé de bruces con una isla que se cernía entre las aguas turbulentas del lago. Estaba cubierta de bosques y de la maleza propia de la zona del Medio Oeste de los Estados Unidos. Muchos árboles delgados rodeados de maleza, matorrales y raíces a un metro y medio o dos de profundidad. La nieve lo cubría casi todo y fue la luz que se reflejaba en ella lo que me permitió distinguir el perfil de Rosanna.

La línea de costa estaba ocupada por lo que parecía un viejo pueblo fantasma del Oeste, solo que este había sido abandonado hacía tanto tiempo que los árboles habían crecido en muchos recovecos para reclamar su espacio y la mayoría de los edificios se habían derrumbado. La visión de los árboles surgiendo de la mayoría de los que continuaban en pie me recordó, de alguna manera, a una colección de insectos con sus cuerpos vacíos clavados a una tarjeta identificativa. Un cartel, tan estropeado que era ilegible, colgaba del único eslabón de una cadena oxidada. Se balanceaba con el viento y el viejo metal chirriaba. Reparé en el esqueleto de un viejo muelle más adelante en la misma orilla, cuyas columnas rotas de madera surgían del agua como los raigones de una dentadura podrida.

Contemplar aquel sitio me provocó una sensación de alerta ante la presencia de una vacía y estéril malevolencia. Aquel lugar me detestaba. No me quería allí. No tenía la más mínima consideración hacia mí. El cadáver de la pequeña ciudad era una declaración silenciosa de que había luchado contra gente como yo antes y había salido victorioso.

—Eh —le grité a Rosanna—. ¿Estás segura de que este es el sitio correcto?

Señaló hacia arriba sin decir nada. Seguí la dirección donde apuntaba su dedo hasta la falda de una colina de la isla y en ella vi la luz que avisté desde el lago. Ahora se distinguía con claridad. Se trataba de una hoguera sobre una colina tras la ciudad, en lo que parecía el punto más alto de la isla. Otra cosa se elevaba hacia el cielo, la forma oscura y rígida de un edificio o torre, aunque no pude discernir los detalles.

Rosanna apagó el motor por completo y el bote navegó silencioso camino del poste roto de madera más cercano a la orilla. La denaria se aupó a la parte frontal del barco y esperó con la cuerda preparada a que la proa de la embarcación tocara la madera. La ató al poste, saltó al agua y caminó el resto del trayecto hacia la orilla.

—Oh, vaya —murmuré—. Otra vez a mojarse.

Detrás de nosotros se elevaba un viento que acarreaba gorgoteos y gorjeos. Había estado en el norte varias veces y puede que se tratara de la llamada de un somorgujo; sin embargo, todos sabíamos bien que no lo era. Verano nos seguía todavía el rastro.

—No nos vamos a mojar menos por esperar aquí —dijo Michael.

—Hay hombres en esos árboles —murmuró Sanya, envainando la espada y tomando el Kalashnikov—. A treinta metros de la orilla, Y por allí. Son posiciones de ametralladora.

Gruñí.

—Movámonos. Antes de que se aburran y decidan que esto se parezca al desembarco de Normandía.

—Que Dios nos acompañe —rezó Michael en voz baja.

Preparé mi escopeta.

—Amén —dije.