4
Estaba allí de pie contemplando el fuego, como todo el mundo, cuando el policía de barrio se acercó acompañado de Murphy.
—Ya era hora —dijo con la voz tensa. Levantó la cinta policial y me hizo entrar. Yo ya me había colocado en la solapa del guardapolvos la pequeña tarjeta plastificada que me identificaba como consultor—. ¿Por qué has tardado tanto?
—Hay mucha nieve en el suelo y no parece que vaya a parar de nevar —contesté.
Me miró desde allá abajo. Karrin Murphy es una cosa pequeñita y el grueso abrigo de invierno que llevaba puesto solo hacía que lo pareciera aún más. Los grandes y esponjosos copos de nieve que caían se le amontonaban en el cabello dorado y resplandecían en sus pestañas confiriendo a sus ojos un tono azul glaciar—. Tu coche de juguete se atascó en un montículo de nieve, ¿eh? ¿Qué te ha pasado en la cara?
Observé a la gente normal a mi alrededor.
—Una pelea de bolas de nieve.
Murphy gruñó.
—Supongo que perdiste.
—Deberías ver al otro tipo.
Estábamos frente a un pequeño edificio de apartamentos de cinco plantas, donde algo había explotado.
El frontal del edificio había desaparecido, como si un hacha inimaginablemente grande lo hubiera cortado a rodajas. Era posible ver los suelos e interiores de los apartamentos vacíos cuando la capa de polvo, humo y nieve lo permitía. Dentro había incendios activos, insustanciales tras el velo de las llamas y la brisa invernal. Los escombros que cayeron a la calle habían dañado los edificios colindantes y la policía mantenía a la gente tras un cordón amarillo, a al menos una manzana de distancia. Cristales rotos, acero y ladrillos se esparcían por todas partes. Me llegaba a la nariz un olor acre, denso por el tufo de los materiales quemados.
A pesar del mal tiempo, un par de cientos de personas se agolpaban tras el cordón policial. Un alma emprendedora vendía café caliente de un gran termo. Me tragué el orgullo y solté un dólar a cambio de un espumoso café recién hecho, crema en polvo y un paquete de azúcar.
—Un montón de camiones de bomberos —anoté—. Pero solo una ambulancia. Y son los que están bebiendo café mientras los demás tiritan de frío. —Le di un sorbo a mi café—. Cabrones.
—El edificio no estaba habitado —dijo Murphy—. De hecho lo estaban renovando.
—Nadie resultó herido —dije—. Eso es un plus.
Murphy me dedicó una mirada críptica.
—¿Estás dispuesto a trabajar en negro? ¿Per diem?
Sorbí café para ocultar una mueca. Prefería claramente el salario mínimo durante dos días.
—Supongo que la ciudad no está soltando mucho dinero para los consultores, ¿eh?
—En Investigaciones Especiales ahorramos el dinero del café, por si te necesitamos para algo.
Ya no me molesté en ocultar mi mueca. Aceptar dinero del gobierno de la ciudad era una cosa. Aceptarlo de los policías de Investigaciones Especiales otra bien distinta.
Investigaciones Especiales era el filtro de piscina del Departamento de Policía de Chicago. Los asuntos que no se encuadraban en las áreas de interés de los otros departamentos terminaban en Investigaciones Especiales. Muchas veces se trataba del trabajo sucio que nadie quería hacer, así que se encargaban de asuntos que abarcaban desde aparentes lluvias de sapos a peleas de perros o denuncias de que un supuesto Chupacabras estaba molestando a las mascotas del vecindario. Era un trabajo de mierda, por lo que no era de extrañar que Investigaciones Especiales fuera considerado por las autoridades de la ciudad como un reducto para los incompetentes. Sus empleados no lo eran, pero los cautivos de Investigaciones Especiales solían compartir un par de rasgos comunes: la inteligencia suficiente para hacer preguntas cuando algo carecía de sentido y una inexcusable falta de habilidad para navegar por las fangosas aguas de la política de oficina.
La sargento Murphy estuvo al cargo de Investigaciones Especiales cuando aún era la teniente Murphy. La castigaron por desaparecer durante veinticuatro horas particularmente críticas de una investigación. No es que hubiera podido contarle a sus superiores que había estado tomando una fortaleza helada en los confines del Más Allá, ¿verdad que no? Ahora su viejo compañero, el teniente John Stallings, estaba al cargo de Investigaciones Especiales y manejaba la oficina con un tenso, raído y a menudo apretadísimo presupuesto.
De ahí la falta de empleo lucrativo para el único mago profesional de Chicago.
No podía aceptar su dinero. No es que estuvieran nadando en él. Sin embargo, también tenían su orgullo. Tampoco podía arrebatárselo.
—¿Per diem? —le dije—. Demonios, mi cuenta bancaria es tan exigua como la justificación moral de una empresa tabacalera. Cobraré por horas.
Murphy me miró ceñuda durante un momento, luego asintió a regañadientes. El orgullo no siempre le gana a la practicidad.
—¿Qué se cuece por aquí? —pregunté—. ¿Ha sido provocado?
Se encogió de hombros.
—Una explosión de alguna clase. Tal vez haya sido un accidente. Tal vez no.
Solté un bufido nasal.
—Sí, porque me llamas siempre que tal vez sea un accidente...
—Vamos. —Murphy sacó una mascarilla del bolsillo de la chaqueta y se la puso para protegerse del polvo.
Yo hice lo propio con un pañuelo que me amarré para cubrirme la boca y la nariz. Solo necesitaba un sombrero y unas espuelas para completar el cuadro. Al galope, compañero.
Murphy me miró, su expresión era difícil de leer bajo la mascarilla, y me condujo al edificio adyacente al que estaba en llamas. El compañero de Murphy nos estaba esperando.
Rawlins era un hombre corpulento de cincuenta y tantos años, cómodo con su sobrepeso, cuyo aspecto recordaba al de un tren de mercancías. Se había dejado una barba manchada de gris, en claro contraste con la oscuridad de su piel, y llevaba un viejo abrigo gastado sobre el traje barato.
—Dresden —dijo con soltura—. Me alegro de verte.
Le estreché la mano.
—¿Cómo va el pie?
—Me duele cuando están a punto de pedirme que me marche —dijo con sobriedad—. Au.
—Es mejor si puedes negarlo todo —dijo Murphy, cruzándose de brazos en lo que un observador astuto hubiera interpretado como parte de una obstinada discusión—. Tienes una familia a la que alimentar.
Rawlins suspiró.
—Sí, sí. Estaré en la calle. —Me hizo un gesto con la cabeza y se marchó. Se había recuperado bastante bien del tiro en el pie, no cojeaba. Mejor para él. Y para mí también. Yo le metí en aquel lío.
—¿Negarlo? —le pregunté a Murphy.
—No hay nada específico —dijo Murphy—, pero la gente por encima de Investigaciones Especiales ha dejado muy claro que eres persona non grata.
Aquello me dolió un poco, tanto que la voz se me quebró un poco más de lo que pretendía.
—Es obvio. Que no pare de ayudar al Departamento de Policía de Chicago en asuntos que no pueden manejar es inexcusable.
—Lo sé —dijo Murphy.
—Tengo suerte de que no me hayan encerrado por ser asquerosamente competente y haber contribuido al orden social.
Agitó una mano en el aire con un gesto cansado y desdeñoso.
—Siempre hay alguna circunstancia. Así funcionan las organizaciones.
—Excepto que cuando a alguien en el club de campo le pica algo y decide echar a alguien, nadie acaba muriendo —dije, y añadí—. Casi nunca.
Murphy me miró con resignación.
—¿Qué quieres que haga al respecto, Harry? Usé todos los recursos que tenía para mantener mi jodido trabajo. No hay posibilidad alguna de que vuelva a tener un puesto de mando, y menos de encontrarme en una posición desde la que pueda optar a un cambio real en el departamento.
Apreté la mandíbula y sentí algo subiéndome por la garganta. No había llegado a decirlo, pero Murphy perdió el mando y la brillante carrera que le esperaba solo para cubrirme las espaldas.
—Murph...
—No —dijo en un tono calmado y estable, más de lo que debería—. De verdad me gustaría saberlo, Dresden. Te he pagado de mi propio bolsillo cuando la ciudad no podía hacer el gasto. El resto del equipo de Investigaciones Especiales mete todo el dinero que puede en el cerdito para poder darte un sueldo cuando te necesitamos de verdad. ¿Crees que debería hacer horas extra en una hamburguesería por las noches para pagarte?
—Demonios, Murph —dije—. No se trata del dinero. Nunca ha sido así.
Se encogió de hombros.
—¿Entonces de qué te quejas?
Lo pensé un minuto.
—No deberías bailar al son de las exigencias de todos los trepas para poder hacer tu trabajo.
—No —dijo en un tono franco—. En un mundo razonable, no. Pero por si no te has dado cuenta, semejante mundo debe andar por otro universo. Y me parece que tú mismo has tenido que engañar a tus jefes una o dos veces.
—Bah —dije—. Y touché.
Sonrió ligeramente.
—Es una mierda, pero es lo que hay. ¿Has acabado de lloriquear?
—Al diablo —dijo—. Vamos a trabajar.
Murphy señaló con la cabeza el callejón lleno de escombros entre el edificio dañado y el vecino. Nos internamos en él saltando los ladrillos rotos y las vigas caídas cuando era necesario.
No habíamos recorrido ni un metro cuando una peste acre a azufre invadió mis fosas nasales. Era tan intensa que atenuaba los olores procedentes del edificio destripado. Solo hay una cosa que huela así.
—Mierda —murmuré.
—Pensé que el olor era familiar —dijo Murphy—. Como en la fortaleza. —Me miró—. Y... como las otras veces que lo he olido.
Fingí no haber reparado en su mirada.
—Sí. Es fuego infernal —le confirmé.
—Hay más —dijo Murphy en voz baja—. Vamos.
Continuamos por el callejón hasta que pasamos el límite de la parte destruida del edificio en ruinas. Solo un paso dividía los escombros de la zona donde el muro de ladrillos del edificio se reafirmaba y permanecía sólido. La delimitación entre la estructura intacta y la desastrada era una tosca línea dentada que se extendía hacia arriba entre polvo, nieve y humo; salvo por una porción de pared a algo menos de dos metros del suelo.
Allí, en lugar de una línea rota de ladrillo machacado y vigas retorcidas, un semicírculo perfecto adornaba la pared.
Me acerqué a él, ceñudo. La peste a fuego infernal se incrementó y me di cuenta de que algo había derretido la pared de ladrillo para atravesarla con una energía similar a la de un enorme taladro. Solo una temperatura casi inimaginable podía vaporizar ladrillo, cemento y acero dejando el borde de la zona que tocó tan derretida como un cristal plano, si bien la mitad del círculo, del tamaño de una pelota de baloncesto, había desaparecido a causa del derrumbe del muro.
Cualquier fuente natural de calor hubiera causado una eclosión térmica que hubiera devastado el callejón, dejándolo ennegrecido y marchito. Por el contrario, el callejón albergaba la típica suciedad urbana, no había escombros y la nieve se había acumulado allí desde hacía varias horas.
—Háblame —dijo Murphy con calma.
—Ningún fuego corriente es tan contenido —dije.
—¿Qué quieres decir?
Hice un gesto vago con las manos.
—El fuego generado a través de la magia sigue siendo fuego, Murph. Quiero decir que, claro, puedes invocar un calor y una energía tremendos, pero una vez que aparecen se comportan como el calor normal. Siguen las leyes de la termodinámica.
—Entonces hablamos de mojo —dijo Murphy.
—Bueno, técnicamente el mojo es...
Suspiró.
—¿Estamos tratando con magia o no?
Como si la peste a fuego infernal no fuera suficiente.
—Sí.
Murphy asintió.
—Tú invocas fuego todo el tiempo —dijo—. Lo he visto hacer tantas veces que no me parecía fuego de verdad.
—Oh, claro —dije al tiempo que colocaba las manos sobre la superficie de los ladrillos que atravesó la llama. Aún estaban calientes—. Pero si quieres controlarlo después de invocarlo, se necesita energía adicional para concentrar el fuego en el trayecto deseado. Controlar la energía supone normalmente tanto o más esfuerzo que crear el propio fuego.
—¿Podrías hacer tú algo así? —me preguntó señalando el edificio con un gesto.
Tiempo atrás, Murph le hubiera dado una inflexión muy diferente a la pregunta y yo me hubiera puesto nervioso pensando en si echaba mano de su pistola o sus esposas. Pero aquello ya era cosa del pasado. Por supuesto, en aquel tiempo lo probable que no le hubiera dado una respuesta tan directa como ahora.
—Ni poseído por el demonio —dije con calma, y no del todo metafóricamente—. Estoy bastante seguro de que no podría invocar tanta energía, eso para empezar, y aunque pudiera no me quedaría suficiente para controlarla. —Cerré los ojos un momento con la intención de percibir cualquier vestigio de poder en la zona, pero la destrucción y la consecuente masa de polvo, nieve y humo ocultó cualquier patrón coherente que me hubiera podido proporcionar pistas sobre cómo se desempeñó el trabajo.
Sin embargo, algo sí percibí. La superficie del boquete no era perpendicular al muro del edificio. Entraba formando un ángulo. Arrugué la frente y miré a mi espalda con la intención de alinear el agujero con la pared del edificio al otro lado del callejón.
Murphy me conocía lo suficiente para darse cuenta de que yo había reparado en algo y yo a ella para percibir el repentino interés que se reflejaba en las arrugas de su entrecejo mientras se esforzaba en mantener la calma y dejarme trabajar.
Me incorporé y me dirigí al otro extremo del callejón. Una ligera capa de nieve y polvo había cubierto la pared.
—Cuidado con los ojos —murmuré, cerrando los míos casi por completo. Entonces alcé la mano derecha, invoqué mi voluntad y murmuré:
—Ventas reductas.
El viento que invoqué no era la habitual ráfaga que solía usar sino algo mucho más atenuado. Surgió a un ritmo continuo de mi mano extendida. Todo el trabajo que hacía con Molly en los últimos tiempos me había permitido repasar muchas de mis invocaciones básicas, la magia rápida y sucia que los magos usan en situaciones desesperadas y violentas. Había intentado enseñarle el hechizo a Molly, pero ella no poseía la misma fuerza primitiva que yo y hubiera acabado prácticamente inconsciente tras invocar una ráfaga de aire tan grande. Modifiqué la lección para que se sintiera cómoda usando solo un poco de magia de aire y desarrollamos casi por accidente una pasable imitación de un secador eléctrico.
Usé el hechizo secador para apartar con suavidad el polvo y la nieve de la pared. Tardé un minuto y medio y cuando terminé capté otro hedor bajo la peste a azufre.
—Mierda doble.
Murphy apareció con su linterna y alumbró la pared.
El sello había sido pintado en la pared con algo denso y marrón que olía a sangre. Al principio pensé que era un pentáculo, pero enseguida noté las diferencias.
—Harry —dijo Murphy en voz baja—. ¿Es humana?
—Es lo más probable —dije—. La sangre mortal es la tinta más fuerte que se usa en símbolos como este, vitales para hechizos que requieren altos niveles de energía. No creo que otra cosa pueda contener la cantidad de energía necesaria para volar este edificio.
—Es un pentáculo, ¿verdad? —preguntó Murphy—. Como el que llevas tú.
Sacudí la cabeza.
—Diferente.
—¿En qué? —Torció una esquina de la boca—. Aparte de la sangre, me refiero.
—Un pentáculo es un símbolo de orden —dije con calma—. Cinco puntas, cinco lados. Representa las fuerzas del aire, la tierra, el agua, el fuego y el espíritu. Se contiene en un círculo, las puntas tocan el círculo exterior. Es un poder equilibrado, con restricciones. —Señalé el símbolo con un gesto—. ¿Ves esto? Las puntas de la estrella terminan fuera del círculo.
Arrugó el entrecejo.
—¿Qué significa?
—No tengo ni idea —dije.
—Dios —dijo—. Vales lo que cobras.
—Ja, ja, ja. Mira, aunque hubiera visto este símbolo antes, puede significar algo diferente para cada persona. Los hindúes y los nazis tienen conceptos muy diferentes de la esvástica, por ejemplo.
—¿Puedes al menos hacer una suposición?
Me encogí de hombros.
—¿Lo primero que me salga? Se parece más de lo debido a la combinación entre un pentáculo y el símbolo de la anarquía. Magia sin restricciones.
—¿Magos anarquistas? —preguntó Murphy.
—Es solo una suposición —dije. Sin embargo mis tripas me decían que era buena y me dio la impresión de que Murphy pensaba lo mismo.
—¿Para qué es el símbolo? —preguntó Murphy—. ¿Qué se supone que hace?
—Reflejar poder —dije—. Mi suposición es que la energía que atravesó el edificio se reflejó desde el sello, lo que significa... —Descendí una cascada de lógica mientras hablaba—. Lo que significa que la energía tiene que entrar primero por otro lugar. —Me volví lentamente para observar los ángulos—. El rayo entrante debe haber pasado por la parte derrumbada del edificio y...
—¿Rayo?
Señalé el agujero semicircular en la pared ruinosa.
—Sí. Energía de calor. Mucha.
Estudió el agujero.
—No parece lo bastante grande para derribar un edificio.
—No lo es —dije—. No con una explosión, en cualquier caso. Esto solo perforó un agujero. Pudo empezar un fuego, pero no arrancar el frontal del edificio de esa manera.
Murphy ladeó la cabeza, aún ceñuda.
—¿Entonces qué hizo?
—Estoy en ello —murmuré. Escudriñé los ángulos con toda la atención de la que fui capaz y marché callejón abajo. Los bomberos estaban aún trabajando duro en el incendio y tuvimos que saltar varias mangueras para salir a la calle trasera del edificio de apartamentos. Crucé la calle y recorrí la longitud del edificio con la mano levantada y mis sentidos buscando magia residual. No encontré ninguna, pero volví a percibir el olor a fuego infernal y medio metro después encontré otro de aquellos extraños pentáculos, idéntico al primero, también escondido bajo un pequeño montón de nieve.
Continué rodeando el edificio en el sentido de las agujas del reloj. Hallé otros dos símbolos en el edificio intacto al otro lado del derruido y uno más en la calle frente al edificio devastado. Entonces completé el círculo al llegar al símbolo reflectante original.
Cinco puntos de reflexión que guiaron hacia el edificio una cantidad de energía auténticamente aterradora al tiempo que esta adoptaba una enorme y única forma.
—Es un pentagrama —dije en voz baja.
Murphy hizo una mueca.
—¿Qué?
Toqué la marca redonda y limpia en la pared del edificio destruido.
—El rayo de energía que penetró en el edificio en este punto era una de las cinco caras de un pentagrama. Una estrella de cinco puntas.
Murphy me miró impertérrita.
Metí la mano en el bolsillo y saqué un pedazo de tiza.
—De acuerdo, mira. Todo el mundo aprende a dibujar en el colegio, ¿verdad? —Hice un rápido esbozo de una estrella en una zona limpia de la pared, cinco trazos de tiza para dibujar cinco puntas—. ¿Vale?
—Vale —dijo Murphy—. El profe te las pone cuando tienes un sobresaliente.
—Otro ejemplo de símbolo con significado disparatado —dije—. Pero mira aquí, en el medio. —Coloreé con tiza la forma cerrada en el centro de la estrella—. Es la forma de un pentágono, ¿ves? El centro del pentagrama. Así es como contienes lo que quiera que desees contener.
—¿A qué te refieres con contener?
—Un pentagrama como este es un símbolo de poder —dije—. Tiene muchos usos, dependiendo de como lo emplees. No obstante, a menudo se usa para aislar o contener a una entidad.
—Te refieres a algo como invocar a un demonio —dijo Murphy.
—Claro —repuse—. Pero también puedes usarlo para atrapar otras cosas, si lo haces bien. ¿Recuerdas el círculo de poder en casa de Harley MacFinn? En aquel el pentagrama lo formaban cinco velas.
Murphy se estremeció.
—Lo recuerdo. Pero no era tan grande.
—No —admití—. Y mientras más grande lo hagas más energía necesita para ponerse en marcha. Nunca he oído ni visto ninguno que necesite de tanta energía para activarse.
Dibujé pequeñas equis en las puntas de la estrella e hice una raya desde cada una a la siguiente, engordando las líneas del pentagrama que usé como ejemplo.
—¿Lo pillas? El rayo fue de un reflector a otro, derritiendo agujeros a su paso. Los reflectores transformaron el rayo en un pentagrama a más o menos el nivel del suelo.
Murphy contempló confusa el simple diagrama.
—El centro de la figura no pudo cubrir todo el edificio.
—No —dije—. Necesitaría un buen mapa para estar seguro, pero creo que el centro del pentagrama debe haber estado a unos siete metros de la puerta principal. Lo que explica por qué solo la mitad frontal del edificio se ha derrumbado.
—¿La explosión tuvo lugar dentro del pentágono? ¿Dinamita mágica?
Me encogí de hombros.
—La explosión sucedió en el centro del pentagrama, pero no necesariamente surgió de él. Quiero decir que pudo ser un dispositivo normal de alguna clase.
—¿Justo en medio del aterrador pentagrama gigante? —preguntó Murphy.
—Tal vez —dije, asintiendo—. Depende de cuál fuera el cometido del pentagrama. Y para saber eso, tendría que saber hacia dónde apuntaba su norte. —Rodeé con un círculo la punta superior del pentáculo de tiza—. Me refiero a la dirección de la primera línea.
—¿Supone una diferencia?
—Sí —dije—. Casi todo el mundo dibuja estas estrellas como yo lo he hecho. Se empieza por la inferior izquierda y se acaba en la de arriba, en un solo trazo. Así es como se hace si quieres defender algo, aislar algo dentro de un lugar o expulsar una entidad espiritual.
—¿Así que esto pudo ser un hechizo de expulsión? —preguntó Murphy.
—Es posible. Pero se pueden hacer muchas otras cosas con él, si lo dibujas de manera diferente.
—Como construir una jaula para alguien —dijo Murphy.
—Sí —arrugué la frente, estaba confundido—. O abrir una entrada para algo.
—Lo que a juzgar por tu expresión, es algo malo.
—Yo... —Sacudí la cabeza. Ni siquiera deseo saber qué clase de horror necesitaría de un pentagrama tan enorme para colarse en nuestro mundo—. Creo que si hubiera pasado algo tan grande como para caber en este pentagrama, probablemente habría más de un edificio en llamas.
—Oh —dijo Murphy por lo bajo.
—Mira, hasta que sepa el propósito del pentagrama, lo único que puedo hacer es especular. Y hay otra cosa extraña.
—¿El qué?
—No hay rastros residuales de magia, y debería haberlos. Demonios, se ha usado mucho poder, toda la zona debería estar a rebosar. No es así.
Murphy asintió lentamente.
—Insinúas que borraron las huellas.
Hice una mueca.
—Exacto, y no tengo ni idea de cómo se hace. Demonios, ni siquiera sabía que era posible.
Le di un sorbo al café durante el silencio siguiente y fingí que el escalofrío que me recorrió la espalda era producto del frío. Le pasé el vaso a Murphy, que dio un sorbo del otro extremo y me lo devolvió.
—Entonces nos quedan preguntas sin responder —concluyó—. ¿Qué hace un matón de las grandes ligas colocando un enorme pentagrama bajo un edificio de apartamentos vacío? ¿Cuál fue su objetivo al crearlo?
—¿Y por qué volar el edificio desde dentro? —Se me ocurrió una pregunta todavía mejor—. ¿Por qué este edificio? —Me volví hacia Murphy—. ¿Quién es el dueño?
—Empresas Lago Michigan —respondió Murphy—, una sucursal de Mitigation Unlimited, cuyo presidente es...
—Mierda triple —escupí—. El caballero Johnnie Marcone.