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Cuando te están apuntando con un arma tienes dos opciones: te mueves rápida e inesperadamente y esperas tener suerte o bien te quedas quieto e intentas hablar para salir de la situación. Dado que tenía poco espacio para intentar esquivar una bala o huir, elegí la segunda opción y me quedé quieto.
—Supongo que este no es el modelo militar —dije esperanzado.
—Lleva calefacción individual para cada asiento y reproductor de cedé con capacidad para seis discos —dijo Thomas.
Arrugué la frente.
—Ajá. Eso es mucho más guay que tener la carrocería blindada y cristales a prueba de balas.
—Eh —dijo Thomas—. Yo no tengo la culpa de que tú tengas necesidades especiales.
—Harry —dijo el hombre con la escopeta—, levanta la mano derecha, por favor.
Enarqué una ceja al oír aquello. Lo normal es que el vocabulario de los matones que te ponen una pistola en la cabeza no contenga expresiones corteses como por favor.
—¿Quieres que lo mate? —murmuró Thomas, casi inaudible.
Moví la cabeza en un minúsculo gesto de negación. Entonces alcé la mano derecha, con los dedos extendidos.
—Dale la vuelta —dijo el hombre de fuera—. Déjame ver la cara interior de tu muñeca.
Lo hice.
—Oh, gracias a Dios —respiró la voz.
Al fin le reconocí. Giré la cabeza hacia él.
—Eh, Fix. ¿Eso es una escopeta o es que te alegras de verme? —le dije a través del cristal.
Fix era un joven esbelto de mediana estatura y cabello blanco plateado muy fino. Aunque nadie le tacharía nunca de ser una belleza, existía una confianza y seguridad en sus sencillos rasgos que le otorgaban cierto encanto. El nervioso chico flacucho que conocí varios años atrás quedaba ya muy lejos.
Solo llevaba puestos unos vaqueros y una camisa verde de seda. Era obvio que debería estar helado, pero resultaba igual de obvio que no era así. Los gruesos copos de nieve que caían del cielo no llegaban a tocarle, de alguna forma todos parecían acabar en el suelo a su alrededor. Sostenía una escopeta de cañón largo con la culata apoyada en el hombro y llevaba una espada envainada al cinto.
—Harry —dijo con voz calmada. Su tono no era hostil—. ¿Podemos charlar?
—Es probable que hubiéramos podido —dije—. Si no hubieras empezado apuntándome con un arma a la cabeza.
—Una precaución necesaria —se defendió—. Necesitaba estar seguro de que no habías aceptado la oferta de Mab.
—¿La de convertirme en el nuevo caballero del Invierno? —pregunté—. Podías haberme preguntado, Fix.
—Si te hubieras convertido en la criatura de Mab habrías mentido —dijo Fix—. Te hubiera cambiado. Serías una extensión de su voluntad. No podría confiar en ti.
—Tú eres el caballero del Verano —contesté—. Así que no puedo evitar preguntarme si eso no te convierte en alguien igual de controlado y poco digno de confianza. Parece ser que Verano no está muy contento conmigo en este momento. Tal vez solo seas una extensión de la voluntad de Verano.
Fix me miró fijamente con el cañón de la escopeta entre nosotros. Entonces bajó el arma bruscamente.
—Touché —dijo.
Thomas sacó de no se sabe dónde una pistola semiautomática de la misma escala que la furgoneta y ya apuntaba a la cabeza de Fix antes de que el otro hombre hubiera acabado de pronunciar la segunda sílaba.
Fix entrecerró los ojos.
—Mierda.
Suspiré y le quité la pistola a Thomas de buenas maneras.
—Bueno, bueno. No le demos a Fix una idea equivocada sobre la naturaleza de esta conversación.
El caballero del Verano exhaló aire lentamente.
—Gracias, Harry. Yo...
Apunté la pistola a la cabeza de Fix y el tipo se quedó petrificado con la boca medio abierta.
—Suelta la escopeta —le dije. No hice ningún esfuerzo por sonar amigable.
Cerró la boca y sus labios se convirtieron en una fina línea, pero obedeció.
—Un paso atrás —dije.
Lo dio.
Salí del coche, con cuidado de mantener el arma apuntada a su cabeza de pelo plateado. Recuperé la escopeta y se la pasé a Thomas. Acto seguido me coloqué frente al caballero del Verano, guardando un silencio mortal mientras la nieve caía.
—Fix —dije en voz baja pasado un momento—. Sé que en los últimos años has pasado mucho tiempo en los círculos sobrenaturales. Sé que, de alguna manera, cosas tan viejas y sencillas como una pistola no te parecen una amenaza significativa. Sé que es probable que tu intención fuera hacerme llegar un mensaje, que no ibas a por mí con todo y que se supone que debo considerarlo una muestra de moderación. —Guiñé el ojo en la mirilla del arma de Thomas—. Pero te has pasado. Me has apuntado a la cabeza. Los amigos no hacen eso.
Más silencio y nieve cayendo.
—Si vuelves a apuntarme con un arma —continué en voz baja—, más vale que aprietes el gatillo. ¿Me comprendes?
Los ojos de Fix volvieron a entrecerrarse. Asintió una sola vez.
Le dejé mirar el cañón de la pistola unos pocos segundos más y después la bajé.
—Hace frío —dije—. ¿Qué es lo que quieres?
—Quería advertirte, Harry —dijo Fix—. Sé que Mab te ha elegido para actuar como su emisario. No sabes en lo que te estás metiendo. Vine a decirte que te mantuvieras al margen.
—¿O qué?
—O vas a resultar herido —dijo Fix sin perder la calma. Sonaba cansado—. Tal vez acabes muerto. Y se producirán daños colaterales por el camino. —Levantó una mano y continuó, apresurado—. Por favor, entiende que no te estoy amenazando, Harry. Solo te hablo de consecuencias.
—Me costaría mucho menos creérmelo si no hubieras comenzado esta conversación amenazando con matarme —sentencié.
—El anterior caballero de Invierno fue asesinado por su homónimo de Invierno —respondió Fix—. De hecho, así es como mueren la mayoría. Si te hubieras puesto al servicio de Mab, no tendría ninguna posibilidad en una pelea justa contra ti, ambos sabemos eso. Hice lo que tenía que hacer para advertirte al mismo tiempo que me protegía a mí mismo.
—De acuerdo —dije—. Apuntar una escopeta a mi cráneo era una precaución. Eso lo cambia todo.
—Maldita sea, Dresden —dijo Fix—. ¿Qué tengo que hacer para que me escuches?
—Comportarte de una manera vagamente digna de confianza —dije—. Por ejemplo, la próxima vez que sepas que los matones de Verano están a punto de intentar matarme, podrías descolgar un teléfono y comentármelo.
Fix torció el gesto. Su rostro se contrajo en una mueca esforzada. Cuando habló su mandíbula no se despegó, pero pude, no sin dificultad, entender sus palabras.
—Quería hacerlo.
—Oh —dije. Una gran porción de mi rabia se evaporó. Es probable que fuera mejor así. Fix no era el que merecía recibir el rapapolvo—. No puedo echarme atrás.
Cogió aire y asintió como si comprendiera.
—Mab te tiene agarrado.
—Por ahora.
Me dedicó una significativa sonrisa.
—No es de las que suelta a nadie que quiera tener agarrado.
—Y yo no soy de los que se dejan agarrar —repliqué.
—Tal vez no —convino Fix, pero sonó dubitativo—. ¿Estás seguro de que no lo vas a reconsiderar?
—Tendremos que estar de acuerdo en que no estamos de acuerdo.
—Jesús —dijo Fix, apartando la vista—. No quiero pelear contigo, Dresden.
—Entonces no lo hagas.
Me miró con gesto calmado y serio.
—Yo tampoco puedo echarme atrás. Me gustas, Harry. Pero no puedo prometer nada.
—Jugamos en equipos rivales —dije—. No es nada personal. Pero haremos lo que tengamos que hacer.
Fix asintió.
No dijimos nada durante un minuto.
Entonces solté la escopeta en la nieve, hice un gesto con la cabeza y volví a la furgoneta de Thomas. Le devolví la enorme pistola automática a mi hermano. Fix no hizo amago de coger su arma.
—Harry —dijo justo cuando el coche arrancaba. Su boca se retorció unas cuantas veces antes de poder volver a hablar—. Recuerda la hoja que te dio Lily.
Le devolví una mirada confusa pero asentí.
Thomas puso la furgoneta en movimiento y condujo. Los limpiaparabrisas chirriaron. La nieve crujió bajo los neumáticos con un rítmico ruido blanco y vacío.
—De acuerdo —dijo Thomas—. ¿De qué iba todo eso? Ese tipo se supone que era amigo tuyo y te ha jodido. Pensé que le ibas a dar un culatazo con la pistola pero va y te pones tontorrón y lloroso.
—Metafóricamente hablando —dije cansado.
—Sabes lo que quiero decir.
—Está bajo un juramento llamado geas, Thomas.
Mi hermano parecía confuso.
—¿Lily le ha bloqueado el cerebro?
—Dudo que ella le hiciera tal cosa a Fix. Se conocen desde hace mucho.
—¿Quién entonces?
—Apostaría por Titania, la reina de Verano. Si le dijo que mantuviera la boca cerrada y no me ayudara, no tiene elección. Es probable que sea la razón por la que apareció armado e intentando intimidarme. No podía hablarme de manera directa, pero si me transmitía una amenaza para continuar los planes de Titania, puede que así pudiera pasar por encima del geas.
—No se sostiene muy bien. ¿Le crees?
—Titania ha hecho lo mismo con él otras veces. A la reina no le gusto demasiado.
—Suele pasar cuando matas a la hija de alguien —dijo.
Me encogí de hombros, profundamente cansado. La combinación de dolor, frío y las múltiples descargas de adrenalina me habían consumido más de lo que pensaba. No pude impedir otro bostezo.
—¿Qué es lo que te ha dicho cuando he arrancado el coche?
—Oh —mascullé—. Después de aquel lío en Arctis Tor, Lily me dio un alfiler de plata con la forma de una hoja de roble. Eso me convierte en escudero de Verano. Se supone que puedo usarlo para requerir ayuda de la Corte de Titania. Era su manera de equilibrar la balanza por lo que hice.
—Nunca está de más que te deban un favor —convino Thomas—. ¿Lo llevas encima?
—Sí —dije. De hecho lo guardaba en una pequeña caja circular en el forro interior de mi guardapolvos. Lo saqué y se lo mostré a Thomas.
Silbó.
—Un trabajo precioso.
—Los sidhe conocen la belleza —convine.
—Tal vez puedas usarlo para hacer que se echen atrás.
Gruñí burlón.
—Nunca es tan simple. Titania podría decidir que la mejor manera de ayudarme es romperme la espalda, paralizarme de cintura par abajo y tirarme en una cama de hospital para que así los broncos no tuvieran que matarme.
Thomas también gruñó.
—¿Entonces por qué te lo mencionó Fix?
—Tal vez le exhortaron a hacerlo —dijo—. Tal vez Titania tiene la esperanza de que la llame pidiendo ayuda y le conceda la ocasión de aplastarme en persona. O tal vez...
Arrastré la zeta un momento, mientras le daba una sacudida a mi cerebro adormilado para que escupiera una idea.
—O tal vez —dije—, porque quería advertirme sobre ello. Los broncos me han encontrado ya dos veces sin estar siguiéndome o rastreando mis pasos físicamente. Ninguno de los dos lugares era una de mis zonas habituales de tránsito. ¿Y cómo me ha encontrado Fix ahora, en mitad de una tempestad? Seguro que no escogió un IHOP al azar por pura coincidencia.
Thomas abrió los ojos como platos al darse cuenta.
—Es un dispositivo de rastreo.
Miré ceñudo la preciosa hoja de plata y, no sin una cierta cantidad de molesta admiración, dije:
—Titania. Vaya zorra connivente.
—Maldita sea —dijo Thomas—. Ahora me siento un poco mal por apuntar con un arma al pobre pescadito.
—Puede que yo también debiera sentirme así —dije—, si no estuviera tan escamado por el hecho de que Fix está empezando a ser tan astuto y sibilino como el resto de los sidhe.
Thomas gruñó que estaba de acuerdo.
—Será mejor que te deshagas de esa cosa antes de que aparezcan más tipos de esos.
Pulsó el botón que bajaba la ventanilla del lado del acompañante. En lugar de responder de inmediato, el cristal traqueteó un poco antes de ponerse en movimiento. Los magos y la tecnología no se llevan demasiado bien. Soy el avatar viviente de las leyes de Murphy para la alta tecnología: mientras más tiempo pasara en el flamante tanque de Thomas, más cosas que pudieran ir mal irían mal.
Me disponía a arrojar la hoja de roble de plata por la ventanilla cuando algo me hizo dudar.
—No —murmuré.
Thomas parpadeó.
—¿No?
—No —dije ya más convencido, con la traicionera hoja plateada protegida dentro de mi puño cerrado—. Tengo una idea mejor.