Habibi:
Toda dolencia produce caos. Por eso, cuando la gente viene a la farmacia a comprar las medicinas que le han recetado, busca un tipo de orden. En una farmacia los números y la aritmética vuelven a tener la seria pulcritud que tenían en la pizarra de la escuela.
¿Cuántas cápsulas en cada toma? ¿Cuántas tomas al día? ¿Durante las comidas? ¿Cuánto tiempo antes de las comidas? ¿Cuánto tiempo después? Las respuestas son renumeradas varias veces y escritas con bolígrafo en la caja de la medicina. Oigo a la gente repetirse los números cuando salen: dos por la mañana, tres en la comida, dos por la noche, repetírselos como si fueran un número de teléfono, pues así, amor mío, se mantiene a raya el silencio de lo impredecible.
Un hombre al que no conocía merodeaba en la puerta trasera de la farmacia. Llevaba una larga bufanda de punto atada a la cabeza. Tendría sesenta y tantos años. ¿Busca algo?, le pregunté. Le deseo lo mejor a usted y a los suyos. Busco cajas. ¿De qué tamaño? De cualquiera, de todos los tamaños, contestó. ¿Va a fabricar algún mueble con ellas? Movió la cabeza para decir que no y sonrió por primera vez. ¿Para quemarlas, entonces? Yo me dedico a contar historias, dijo. Veré lo que tengo por ahí, dije yo. Volví con una grande y varias pequeñas dentro. Gracias. ¿Me dirá ahora qué va a hacer con ellas? Primero les hago unos agujeros para que les entre el aire, y luego meto dentro una historia, debe saber que las historias que se dejan al aire libre se desvanecen, las historias necesitan vivir en secreto, pero tampoco pueden vivir sin aire… De verdad, ¿a qué se dedica?, le pregunte. A la cría de pollos, dijo.
Tu farmacéutica, cuyos años pueden con ella, y tu A’ida