Casi todas las promesas se rompen. Los pobres no aceptan la adversidad ni pasivos ni resignados. Su manera de aceptar la adversidad consiste en escudriñar detrás de ella, y entonces descubren algo inefable. No es una promesa, pues (casi) todas las promesas se rompen, sino algo parecido a un corchete, a un paréntesis en el curso del tiempo, que, por lo demás, es despiadado. Y la suma total de esos paréntesis es, tal vez, la eternidad.