Palíndromo. Escribir ofreciendo el mismo sentido ya se lea de principio a fin o de fin a principio. Dice Yannis que el significado literal en griego es «camino de vuelta».
El palíndromo de un día. Estoy dormido, pero todavía no he llegado a la fase más profunda del sueño, pues siento aún el placer de recibirlo. En mi catre de la celda 73, los pies apuntando hacia el sureste, espero al sueño y repaso el día. Pongo un montón de libros sobre el catre, subo el pie izquierdo encima, pegando el hombro a la pared —la pared está pulida donde el pijama la roza cada noche—, pues esta es la única posición desde la que veo el cielo. Esta noche me esperaba un cielo estrellado. El cinturón de Orion. Norte-Noreste.
Me quito los pantalones. Me quito las botas. Las desato. Me siento en la litera. Me lavo los dientes evitando mirarme al espejo. Por alguna extraña razón, no permiten las botellas, pero sí los espejos. Cuando me levanto por la mañana me miro al espejo y le doy los buenos días. Nunca le doy las buenas noches. Una costumbre supersticiosa que tomé desde que estoy en la celda 73. Cuando me transfieran, cambiará.
Escucho música en la radio. Algunas veces Mozart componía en palíndromos. Me escoltan por el corredor hasta la sala de usos comunes, el corredor de un matadero desierto. A algunos arquitectos especializados en prisiones les encargaron el diseño de mataderos. En un punto determinado, el guardia se para y me cuenta que su hijo de dieciocho años espera ser campeón de natación. Repito la palabra «natación», porque cuando la digo, pienso en ti. Escucho algo más desde la celda 69: una vieja canción con la letra cambiada y me doy cuenta de que encierra un mensaje.
En la sala de usos comunes está encendida la televisión. Después de cenar una animada conversación con Murat, Ali, Jaime y Kadem sobre el «coeficiente de la energía de retorno en relación con la energía invertida», lo que los anglosajones llaman el EROEI. El capitalismo actual sería imposible sin el alto rendimiento de la energía pesada de los combustibles fósiles, de ahí la cuestión de qué pasará dentro de cuatro décadas cuando se hayan agotado las reservas de petróleo. ¿Habrá solo la ligera energía solar? El guardia más próximo a nosotros nos escucha desde su puesto, sentado con el arma sobre las rodillas.
Lo más alucinante de los programas de televisión es la cantidad de espacio que tienen los participantes para moverse. Las tropas estadounidenses en Irak utilizan, al parecer, armas DIME, que producen quemaduras internas sin causar heridas externas. Hoy la sopa está aguada.
Echo un poco de aceite del que me has enviado en todos los platos a mi alrededor. Hemos negociado el derecho a tener botellas en la sala de usos comunes. Sus armas son mucho más rápidas que todo lo que pudiéramos cortar con una botella rota. Hablo con Jaime sobre Kadem, que sigue sin comer. Ya lleva tres meses. Lo va soportando mejor: poco a poco todos aprendemos a movernos por el tiempo, cada cual a su manera.
Me cachean al salir del taller por la tarde. No encuentran nada. Silvio, Samir, Durito y yo arreglamos teléfonos, televisiones y otros aparatos. Por suerte, las horas del taller son las que pasan más despacio, pues alteramos su ritmo como queremos y por alguna extraña razón las autoridades penitenciarias dependen de nuestro ingenio para reparar aparatos.
Hay días en los que apenas hablamos en la comida. Como hoy.
Una hora de ejercicio en el patio para abrir el apetito: ocho presos nuevos. Dos de nosotros caminamos detrás de ellos para conseguir noticias, darles consejo y pasarles algo de dinero; al entrar te lo quitan todo. Me dan noticias de ti.
Cuando salgo al patio, lo primero que hago es mirar al cielo para saber qué tiempo tienes. Lo husmeo, como si fuera tu axila. Nubes blancas que pasan veloces. Desaparecen antes de aparecer. Cuanto más se aleja la posibilidad de que te permitan visitarme, más te imagino. Rodeada de un azul infinito. El cielo azul, sobre el patio, no es indiferente, lejos de ello. Nunca colabora con los vencedores; solo colabora con los perseguidos. Siempre es lo primero que se me ocurre cuando salgo al patio.
En la celda, leyendo y tomando notas. Cuando no hay mucho más, las palabras cuentan. Por primera vez, la naturaleza del planeta corre el riesgo de ser enteramente tratada nada más que como la simple diferencia entre valor de uso y valor de cambio, una diferencia que produce beneficios. Vuelta a la celda escoltado después del aseo matinal con la taza de café y el pan del desayuno. Devuelvo la taza vacía.
Seco lentamente cada parte de mi cuerpo. Me lavo el cuerpo. Espero en la puerta de la celda, la ropa en el brazo, hasta que pasa el resto del contingente con el guardia hacia las duchas.
Me despierto.
Maldito trullo. Por un momento infinitesimal no sé dónde estoy. Estoy dormido.