NO SIRVES PARA NADA

Fui un mísero afligido desde mi mocedad, siempre lleno de espanto, lleno de tristeza…

(SALM., 88, 16)

Cuando yo era pequeño

estaba siempre triste

y mi padre decía

mirándome y moviendo

la cabeza: hijo mío

no sirves para nada.

Después me fui al colegio

con pan y con adioses

pero me acompañaba

la tristeza. El maestro

graznó: pequeño niño

no sirves para nada.

Vino luego la guerra

la muerte —yo la vi—

y cuando hubo pasado

y todos la olvidaron

yo triste seguí oyendo:

no sirves para nada.

Y cuando me pusieron

los pantalones largos

la tristeza enseguida

cambió de pantalones.

Mis amigos dijeron:

no sirves para nada.

En la calle en las aulas

odiando y aprendiendo

la injusticia y sus leyes

me perseguía siempre

la triste cantinela:

no sirves para nada.

De tristeza en tristeza

caí por los peldaños

de la vida. Y un día

la muchacha que amo

me dijo y era alegre:

no sirves para nada.

Ahora vivo con ella

voy limpio y bien peinado.

Tenemos un niña

a la que a veces digo

también con alegría:

no sirves para nada.

(de Salmos al viento)