SOBRE LA TEMPORADA EN BARCELONA
Cuando llega el otoño las gentes de esta bendita ciudad
comienzan a telefonearse rápidamente
organizan tremendas fiestas y se besan y se saludan
hola qué tal cuánto tiempo te quiero mucho llámame.
Entonces yo me afeito con cuidado
pongo una de mis caras más miserables
guardo un par de Alka-Seltzer en el bolsillo
e inauguro mi vida social.
Algunas veces aterrizo en blandas casas
en donde me reciben con aparente sorpresa
y después de saludar a los anfitriones
tomo un vodka con hielo y comienzo a decir barbaridades
a fin de aterrorizar a la concurrencia.
En otras ocasiones el éxito no es tan claro
ya que me veo metido en serias discusiones sobre el futuro del país
en apartamentos en donde sólo dan vino tinto
y nadie lleva corbata por el qué dirán.
Lo peor son las reuniones en editoriales
en las que siempre aparece un uruguayo con mirada de buey
que acostumbra a emborracharse y a cantar tangos
y acaba recordando a su querida mamacita.
En estos casos yo ataco al imperialismo norteamericano
me tomo varios martinis secos y firmo autógrafos
y procuro esquivar a las ávidas matronas
que me persiguen por los pasillos y lavabos.
Así se nos echa encima la Navidad
y el cartero deja sobre la mesa un montón de felicitaciones
de personas que he visto hace menos de veinticuatro horas
o de individuos a los que no conozco y que me ofrecen
su amistad o un nuevo detergente o sus mejores deseos
para el maldito próspero Año Nuevo.
De este modo vivo y procuro eludir
la multitud de trampas que me tienden
abandonando las fiestas por la puerta trasera
acariciando a las niñas y duchándome
mientras espero con paciencia que el ambiente se calme.
Está claro que podría hacer mucho mejor las cosas
y tener una agenda y acordarme de todo
pero no tengo tiempo porque quiero ir a casa
y meterme en la cama y perpetrar un poema
después de haberme duchado por enésima vez.
(de Del tiempo y del olvido)