EL PADRE VA A MORIR
Desde la cama junto al ventanal
ve el musgo entre las piedras
el sol roto en los chorros
clarísimos del agua
y observa en las laderas amarillas
cómo ondea el centeno en un paisaje
áspero
de vides y alcornoques
que limitan
los bordes del camino.
El azar
tiene leyes exactas y complejas
que él trata inútilmente de entender:
pero sabe que debe mirar siempre
hacia afuera
como antes: entre tuyas y laureles
retama y olorosos limoneros.
El espanto está atrás; habita
al otro lado de la galería:
es esa puerta que no cierra
la huella en la pared de un cuadro
ya vendido
el luto en los armarios con polilla
el jarrón viejo y las fotografías
de otra edad; hasta incluso
aquel sillón
huérfano en la salita huele a muerte.
Extraño en una época que jamás
creyó ver
es como un hosco forastero
en su propia mansión y al mirar
a su gente
ya ni la reconoce.
Sólo aquí
en el paisaje pero no en la casa
descubre algún girón de la hermosura
antigua que viviera cuando en estos
entornos
mal cuidados fulguraba la luz
de un verano como una eterna era.
Sí: mirar siempre lo que un día
fue paraíso:
pero nunca atrás
jamás adentro pues está el pasillo
con sus feroces puertas
y sus habitaciones de catástrofe.
Ya que el temor del viejo caserón
se parece a su vida en retirada
él prefiere vivir en el deslumbramiento
de su infancia jugando al escondite.
(de El rey mendigo)