Las puertas interetyrianas
Mi mente encontró de alguna forma, y en contra de mi voluntad, la manera de desconectarme de aquel dolor autoinfligido. Tanto era el daño que me producía contemplar aquel fenómeno que llegó un momento en el que pese a estar en el mismo sitio, flotando en mitad de la nada, mi cerebro dejó de procesar cualquier tipo de información. Durante algún tiempo mi mente quedó totalmente en blanco, vacía, sin ningún atisbo o intento de pensar en nada o en nadie. No obstante, aquel estado de hibernación no fue eterno, y como si de golpe hubiese vuelto la electricidad tras un apagón de emergencia una conversación con Akour me devolvió a la cordura.
“Por suerte, hasta ahora, teníamos el caudal de materia en el cielo que además de nutrirnos, nos avisaba de la posición de nuestro némesis. De su interior nacen unas extrañas y numerosísimas luces, blancas, amarillas e incluso negras que rápidamente ascienden al cielo y se fusionan con el río de materia”.
–Si las luces se fusionaban con el caudal de materia antes de que este desapareciera, la estela de la mitad de las almas se dirigirá al caudal de materia más cercano –pensé en voz alta–. ¡Solo tengo que seguir la estela de las almas para encontrar de nuevo el camino hasta las puertas interetyrianas! –exclamé lleno de esperanza, de ser así no habría motivo para permanecer en Fuerrun.
Miré la estela, seguir la dirección no sería un problema, millones de almas segmentadas volaban inertes mostrándome el camino. Me dispuse a transformarme de nuevo en energía pura para realizar la teletransportación pero contemplé por última vez el agónico final de los espíritus.
–Esto, de una forma u otra, dejará de existir algún día –musité para, acto seguido, lanzarme a toda velocidad transformado en una estela roja.
Conforme pasaban las horas el aburrimiento volvió a ocupar todo el contexto reinante. La estela blanca de las almas era larguísima, tanto que ya llevaba casi una hora viajando muy cerca de ella sin notar novedades, aunque siendo sincero sí que las hubo. El cielo ya estaba totalmente iluminado, y aquello solo podía significar una cosa: el río de materia estaba muy cerca.
A lo lejos, en el horizonte, una infinita línea horizontal de color plata delimitó el paisaje. Al fin, después de miles de millones de kilómetros Igneas Rectum encontraba su final. Y habiéndolo cruzado me di cuenta de algo más, Akour mintió acerca del tiempo que tardaría la ciudad en llegar, seis meses no serían remotamente suficientes para cubrir esta distancia al paso de los kreimes. Conforme llegué me materialicé en el aire observando el nuevo paisaje, para mi desgracia también bastante monótono. A ambos lados, altísimos acantilados sesgaban la piedra ardiente que al entrar en contacto con el océano de plata levantaba una enorme columna de vapor. A un lado, acantilados humeantes, y al otro, más de lo mismo, detrás de mí el desierto, y ante mí, una pequeña playa de arena diamantina para dar paso al océano de materia.
Se me hizo verdaderamente extraño tomar tierra firme después de tanto tiempo. Los últimos ciclos me los había pasado bien a lomos de un rackvenur, en la balanceante Fuerrun o bien transmutado en pura energía. Aunque fuera sobre milimétricos trozos de brillantes diamantes se agradecía poder caminar con mis propios pies sobre una tierra estable. Llegué a la orilla sintiendo la brisa que emergía del océano, aquello sí que era una verdadera gozada después del durísimo clima del desierto. No lo pude evitar, me daba algo de repelús sentir la materia potabilizada directamente en mi piel sin transformarla antes con mi energía, pero estaba tan fría y yo tenía tanto calor que no me importó por esta vez hacer una excepción. Me deshice de las gruesas botas y de la asfixiante capucha, y de un salto me zambullí en las aguas plateadas. La sensación de fresco fue tan reconfortante que emergí lleno de júbilo.
–¡Cuánto necesitaba esto! –exclamé como un niño en un parque acuático.
Después de pasar un rato chapoteando volví a la orilla y durante algunos minutos me senté en los pequeños diamantes observando el atípico océano. Durante aquel instante de paz y tranquilidad no pude evitar sentir cómo una oleada de esperanza emergió de mi interior. Al fin había encontrado el camino, podríamos continuar nuestro viaje hasta las puertas interetyrianas, y de ahí penetrar por el portal directo a la capital.
–Brian, pese a todo estamos muy cerca. Pronto volverás con nosotros –pensé mientras entremetía mis dedos en mi pelo en un intento de peinarme.
Sin previo aviso, a unos quinientos metros de la orilla, emergió una bella criatura inesperadamente, que como las ballenas durante sus momentos de diversión, saltó elevándose varios metros sobre el agua plateada. Evidentemente no se trataba de un cetáceo, tenía un cuerpo traslúcido, tentáculos como una medusa en su zona inferior y una cabeza y tronco opaco de un verde marino con forma de reptil. No reparó en mi presencia, cosa que agradecí, no tenía ganas de iniciar una pelea, y a decir verdad, me resultaba realmente magnífico contemplarla en paz. A medida que se alejaba en el horizonte otros congéneres de diversos tamaños emergieron acompañándola en una tranquila y relajante danza. Una vez que se perdieron en el horizonte volví la vista a la estela de las almas que se adentraban en el espacio aéreo del océano hasta donde alcanzaba mi vista. Había llegado la hora de continuar con la expedición y dar con el nuevo río de materia.
Esta vez el camino no duró demasiado, después de unos diez minutos llegué a mi destino. Una vez más me materialicé ingrávido observando la magnificencia que tenía ante mí. En mitad de las inconmensurables aguas plateadas se erguía impotente una isla en cuyo centro se levantaba orgullosa una enorme torre blanca impoluta, la construcción más alta que había visto hasta ahora, en cuya cúspide convergían siete fuentes de materia pura, y justo en el punto de conversión estaba el portal, la brecha en el espacio que me llevaría hasta Mirclesia, la capital de Etyram, la que haría que me encontrara cara a cara con mi particular némesis.
Fue tal la impresión que me causó la unión de los siete caudales que no reparé en dos cosas, por un lado, vi tal y como dijo Akour, cómo las almas se fusionaban con el rayo de materia más cercano reciclando toda esa materia perteneciente a la vida del Universo. Y por otro, dos imponentes y gigantescas tallas de mármol blanco que coronaban los extremos de la isla en forma de u. Una de ellas me inspiró asco y desprecio, pues era una escultura de la propia Minaria, sin embargo, la otra hizo que me acercara a ella de inmediato y apoyara mi cara sobre ella. Una escultura de Drake enfrentaba a Minaria con su tronco erguido al cielo y sus alas desplegadas en actitud desafiante. Miré la cara del titán de mármol estando de pie sobre el puño cerrado de la estatua admirando al amor de mi existencia, no entendía los motivos por los cuales Minaria lo había representado en todo su esplendor pero se lo agradecí. Me hubiese encantado tener a mano mi bloc de dibujo e inmortalizar tal estampa pero al estar privado de él memoricé cada detalle para reproducirlo con la máxima exactitud una vez que llegara a casa.
El conjunto de la isla tenía apariencia griega. Pequeños templos similares a la cultura clásica adornaban la isla, inmersos en bosques de diversos tipos. Algunos eran las enormes secuoyas de Etristerra, otras las estalactitas incendiadas de fuego azul del reino de Anlia, incluso una pequeña zona estaba cubierta por una muestra del núcleo limítrofe donde fue prisionero una vez Lergutrón… Aquella isla parecía reunir las características de todos los reinos por los que había pasado. Además, una pasarela cruzaba justo por la mitad de los titanes de mármol hasta llegar a las puertas de la torre permitiendo el acceso a pie por la bahía cóncava por encima del agua. Mi primera intención fue cruzarla pero algo llamó mi atención en la torre, una cantidad de energía considerable se concentraba en varios seres que aguardaban en el interior de la construcción. Las vibraciones llegaban hasta aquí, y eran, sin duda, unas de las más fuertes que había sentido en todo mi viaje en Etyram. Algo que por el momento no pensaba descubrir, algo que por el momento resultaba demasiado peligroso incluso para mí, aunque quizás si conseguía llegar al cristal potabilizador tendría una oportunidad de invertir la situación y sacar partido de aquel poder. No obstante, pensaba dejar una sorpresa en la escultura de Minaria, toda una ironía si finalmente obtenía el resultado esperado…
De repente el cielo comenzó a volverse más claro, más brillante si cabe y del mismo modo que se marchó el caudal de materia perdido, se materializó nuevamente en el cielo con una velocidad poco natural. En ese momento la estela de las almas desapareció, ya no tenía la necesidad de viajar tan lejos para encontrar una fuente de materia pura con la que fusionarse, el caudal que pasaba por Igneas Rectum había vuelto, y ahora yo tenía que volver para comunicar la posición de la corriente térmica antes de que fuese demasiado tarde. Ahora era yo quien no conocía su posición, y teniendo en cuenta la inesperada vuelta de la fuente de materia perdida me temía lo peor. Algo me olía mal y un mal presentimiento acaparó todos mis pensamientos. Agarré la piedra de antimateria, conecté con la energía de su interior y localicé la posición exacta de Fuerrun. Como un condenado inicié el camino de vuelta a la ciudad a la máxima velocidad posible.
Algo iba mal, muy mal. Cuando llegué al lugar donde se supone que debía estar la corriente térmica no encontré nada, ni siquiera un pequeño rastro, una mínima pista que indicara su presencia. Aquello no era normal, por más que la corriente se hubiera marchado tendría que haber un mínimo de reminiscencias energéticas pero simplemente no había nada. La corriente de fuego parecía haberse esfumado. Me concentré de nuevo en la señal del colgante que debía llevar Gabriel o la Sra. Pimentel, y nada más establecer la conexión confirmé mis presentimientos. Mis amigos estaban en peligro.
Me precipité de nuevo en mi viaje pero por más rápido que intentara ir todavía me quedaban varias horas hasta llegar de nuevo a Fuerrun. No podía permitirme tardar tanto, no si mi familia estaba en serios apuros. Como un rayo magmático crucé el desierto presa de la ansiedad que me provocaba no poder ayudar a mis amigos pero entonces algo sucedió. Me concentré en mi energía, la que nos convertía en seres invisibles para Minaria, y justo en ese momento una brecha se abrió ante mí. Al principio no entendí muy bien lo que pasaba, pero al parecer la desesperación por llegar a la ciudad agrietó el espacio y el tiempo abriendo un portal hacia ellos. Al igual que hice a través de la sangre de Dría al llegar a Etyram. Me lancé hacia la brecha y aparecí a unos cincuenta kilómetros de la ciudad. Aterrado comprendí lo que sucedía. La corriente térmica estaba muy cerca de la ciudad, las almas segmentadas se fusionaban con el caudal de materia que tenía justo encima. De alguna forma que no entendía la corriente infernal había cubierto la distancia muy rápido sin darles tiempo de reacción a los rocfos. No había tenido punto de referencia alguno, al aparecer de nuevo el río de materia perdido simplemente se vieron ante su ejecutor encima sin capacidad de reacción. La ciudad avanzaba rápido, pero desde ese momento entendí que estaba condenada, la lengua de fuego la asediaba sin cuartel y desgraciadamente era mucho más rápida que los cuatro kreimes.
–¡Correr todo lo que podáis, lo tenemos encima! –grité mientras me materializaba en la sala de la dinastía donde se encontraba Akour sentado en su trono aparentemente tranquilo.
–No has cumplido los términos de nuestro acuerdo –dijo en tono misterioso sin apartar su mirada de mí. Estábamos solos y su voz resonó con fuerza en la estancia pese al caos que reinaba en el exterior.
–Sabes igual que yo que este no es el comportamiento normal de la corriente. Simplemente desapareció, y lo hizo estando yo demasiado lejos para que pudiera llegar antes y avisaros del peligro –repliqué avanzando hacia él. En realidad en estos momentos me importaban muy poco los términos del acuerdo, quería saber dónde estaban mis amigos.
–En cualquier caso los has incumplido –volvió a contestar sin variar su actitud un ápice.
–¿Dónde está mi grupo? –pregunté visiblemente enfadado. Si no me lo decía por las buenas, lo haría por las malas, y quizás sería yo mismo y no la corriente térmica quien reduciría a la nada la ciudad si no me daba una respuesta.
–Acompáñame –bajó de su trono y caminó hacia la puerta del templo. Al abrir la puerta nos esperaban dos guardias–. Llevadle con sus compañeros –ordenó antes de cerrar la puerta en mi cara sin darme explicación.
Los soldados me llevaron a un ascensor que recorría la ciudad del anillo más alto hasta los mismísimos kreimes. Durante el trayecto vi el caos que dominaba la ciudad, los rocfos estaban siendo evacuados a las zonas altas de la ciudad mientras que otros preparaban cañones de agua plateada en la dirección donde se encontraba la corriente térmica, algo totalmente absurdo pues ni el más vasto de los océanos podría apagar aquel infierno devorador de almas.
El ascensor se paró en la penúltima planta, allí no había nadie, solo el enorme hueco que daba directamente a la planta de los sacrificios. Salí del ascensor pero me giré al comprobar que los guardias no venían conmigo.
–¿Dónde están mis amigos? –gruñí. Pero no tuve tiempo de reacción, una trampilla se abrió a mis pies y caí.
Nada más apoyar los pies en el suelo, dos décimas de segundo después, salté hacia arriba dispuesto a echar abajo la pared que me aprisionaba pero ni empleando todo mi potencial físico conseguí abrir mínimamente la puerta.
–Es inútil, Alex, la fuerza bruta no sirve con esos muros –la voz de Altaír sonó a mis espaldas. Al girarme me encontré con todos mis amigos encadenados con hilos energéticos a las paredes.
–¡Chicos! –exclamé al verlos sanos y salvos.
Recorrí con la mirada comprobando que estaban todos. Axel, Gabriel, Iria, Altaír, Kon, Josefa…
–¿Dónde está Ilístera? –pregunté de inmediato al comprobar que no estaba.
–La tiene Akour, querido –contestó apesadumbrada la Sra. Pimentel.
–Pues habrá que ir a por ella –contesté con determinación.
Acto seguido liberé de las cadenas energéticas a todos mis amigos y les pedí que se apartaran lo máximo posible, lo cual por otra parte no era demasiado posible. La celda apenas tenía tres metros cuadrados. Pero de algo estaba seguro, aquella esfera de roca blanca no me detendría, además, el calor comenzaba a ser verdaderamente insoportable, la corriente se aproximaba cada vez más...
–¡Apartaos! –advertí a mis amigos mientras mi cuerpo cambiaba. Aquel mineral sería duro, pero no resistiría una embestida de mi energía. Alcé las manos concentrando el poder suficiente pero…
–No es una buena idea –la voz de Akour inundó la celda–. Las paredes están hechas con efluvio directo de la creadora solidificado. Cualquier otra energía que toque las paredes saldrá rebotada hacia todas las direcciones…Si intentas salir matarás a tus amigos –rugí de pura rabia. No sabía si era cierto, pero tampoco podía arriesgarme.
–¿Qué te hemos hecho? –preguntó enfadado Altaír.
–¿Acaso no creéis que no sé todo lo que pasa en mi ciudad? Aquella noche, la noche de los sacrificios matasteis a muchos soldados de Fuerrun, y por si fuera poco, habéis insultado a nuestra creadora en numerosas ocasiones. No tomamos medidas porque necesitábamos a vuestro líder, pero ahora…ahora seréis los primeros en sucumbir a las llamas.
–¿¡Dónde está Ilístera!? –pregunté lleno de rabia.
–¡Estoy con él en el templo de las dinastías! –gritó la elfa.
–Así es, está conmigo, una vez que vosotros seáis calcinados la llevaré ante la creadora por alta traición, ella sabrá como recompensarme a mí y castigarla a ella –la voz de Akour sonaba triunfal.
–Te juro que te arrancaré los ojos –rugió Axel temblando, estaba a punto de entrar en su forma animal. No obtuvo respuesta.
Teníamos que salir cuanto antes, hacía ya un calor insoportable. Todos lo notábamos, y lo peor, y por desgracia yo lo sabía, estaba por llegar. Tenía que intentarlo, me aproximé a la pared con las manos extendidas dejando unos centímetros entre el muro y mi piel. Dejé salir una mínima descarga de energía y, efectivamente, esta rebotó en todas direcciones. Yo mismo tuve que recibir el impacto.
–Mierda –gruñí.
Altaír fue el primero que cayó al suelo desmayado y los lobos se tuvieron que transformar para resistir más el calor. La pared ardía y la celda no paraba de moverse de un lado a otro. Fuera se oían a los kreimes rugir, aunque más que un rugido parecía un aullido de dolor. Llegó un momento que incluso Iria, aun estando en su forma lobuna, cayó al suelo desmayada por el exceso de calor, Axel y Gabriel no tardarían mucho en acompañarla. Me acerqué a ellos e intenté ayudarlos pero mi energía no servía para nada, simplemente las condiciones se volvían cada vez más adversas en la celda para cualquier tipo de vida, cosa lógica pues para eso estaba diseñada la corriente térmica, para erradicar cualquier vestigio de vida.
Incluso Kon desfallecía pese al notable nerviosismo que le poseía. En un momento determinado mi amigo reptil comenzó a emitir descargas por todo su cuerpo, primero fueron sus ojos, pero al cabo de pocos segundos Kon comenzó a brillar. ¿Qué sucedía?
–Está evolucionando –murmuró Axel antes de perder el conocimiento.
–¡No Kon, ahora no por favor! –me aproximé a él para detener el proceso pero ya era demasiado tarde…
El cuerpo del reptil comenzó a cambiar, nos iba a aplastar irremediablemente. Siguió creciendo pero al entrar en contacto con las paredes de materia estas comenzaron a resquebrajarse. La fuerza bruta no servía de nada, mi poder rebotaba pero si un cuerpo energético multiplicaba su tamaño desde el interior no resistiría.
–Es nuestra oportunidad –gimoteó Gabriel.
Tuve una idea, no sé si saldría bien pero era mi única oportunidad. Como si fuéramos a teletransportarnos rodeé con mi efluvio a todos mis amigos, menos a Kon, y nos transmutamos en energía pura, de la misma forma que habíamos surcado Etyram. El cuerpo de Kon comenzó a resquebrajar las paredes, la presión cada vez era mayor y aun estando en estado energético la sufría. Seguía creciendo, la opresión lo hacía todavía más, y el calor ya había pasado directamente a otro nivel…
–¡¡¡Ahhh!!! –grité desesperado. Y justo en ese momento salimos disparados hacia el exterior.
Como una bala roja nos materializamos dándonos un fuerte golpe contra el suelo. Con todo el jaleo todos los que se quedaron inconscientes volvieron en sí. Pero allí faltaba alguien, faltaba el que nos había liberado de aquella prisión.
–¿Dónde está Kon? –pregunté en voz alta.
Miré a mi alrededor pero no lo veía por ningún lado. Ahora el problema se había duplicado, teníamos que encontrar a Kon y rescatar de la cúspide a Ilístera, todo ello en pocos minutos, si no la corriente térmica nos daría caza…
De repente la ciudad se inclinó considerablemente hacia un lado deteniéndose. Uno de los kreimes había caído, y aquello solo podía significar una cosa, los demás morirían poco después. No podían detenerse en circunstancias normales por el calor del suelo menos ahora que la temperatura se había multiplicado por diez. En ese momento vimos cómo de los anillos superiores cayeron al vacío un centenar de rocfos, algunos caían ya muertos mientras que otros gritaban víctimas del pánico.
–¡Vámonos de aquí! –gritó la Sra. Pimentel.
Dudé, Kon estaría por ahí en alguna parte completando su evolución, y por lo tanto era totalmente vulnerable, pero si nos quedábamos aquí todos moriríamos. Me concentré mentalmente y lo localicé, mi ya no tan pequeño amigo estaba lleno de mi energía. No estaba lejos pero el poder que irradiaba la corriente nublaba mis sentidos.
–Ve a la cúspide, Kon –lancé el mensaje con la esperanza de que llegara lo más claro posible.