Susurros

 



Al abrir los ojos me vi obligado a cerrarlos de golpe. Luz, luz y más luz, tanta que incluso dolía. A diferencia de otras veces, supe de inmediato que estaba teniendo una visión. Con los ojos entrecerrados deambulé sin destino por aquella sala. Levanté la vista y me di de bruces con el foco que provocaba aquel lastimero fulgor, una bóveda a unos treinta o cuarenta metros por encima de mi cabeza. Pese a estar muy alta no conseguía verla en su totalidad, de momento mi visión se resumía a una enorme circunferencia cóncava. Aunque aquella luz no era la única peculiaridad, una escalofriante, densa y familiar bruma inundaba los cuatro primeros metros hacia arriba. Si bien no notaba su presencia directamente, estaba convencido de que la responsable de todo lo que alcanzaba a ver era Minaria, ya que todo el lugar estaba creado por pura materia.

Al recorrer algunos metros me percaté de que la luminiscencia de la bóveda parecía incrementarse en una zona determinada. Recorrí la distancia que pese a no ser corta llegué hasta allí en un abrir y cerrar de ojos. Parecía haber encontrado el centro de la sala, efectivamente era el punto donde la energía era mayor, tanto que incluso la bruma parecía evitarlo. Recorrí con la mirada buscando algo que me pudiera interesar, a fin de cuentas no solía tener visiones en vano. Allí no había nada pero al encaminarme hacia otra dirección un grito de dolor me obligó a mirar al mismo sitio. En el suelo, justo debajo del punto central, una grieta se abría mientras de ella emergía una roca de mármol blanco. Se me heló la sangre.

¡¡¡BRIAN!!! –grité mientras corría hacia él.

Mi amigo gritaba mientras su piel se abrasaba lenta y dolorosamente. Completamente desnudo, estaba atado con los brazos y piernas extendidos. Al verlo mi corazón se llenó de diversos sentimientos, alegría por verlo de nuevo, pena al comprobar el lamentable estado en el que se encontraba y rabia, mucha rabia al ver lo que le estaban haciendo. Su transformación parecía haberse detenido en un punto intermedio, sus alas asomaban tímidamente por sus brazos, su rostro aún humano estaba coloreado del gris vampírico pero lo que más me impactó fue el estado de desnutrición en el que se encontraba. Me lancé dispuesto a arrancar sus cadenas y llevármelo conmigo, pero como si mi densidad corpórea se hubiese esfumado mis manos pasaron a través de él. Desgraciadamente no podía ayudarle, yo no estaba allí realmente, presenciaba el calvario que en esos momentos padecía mi hermano sin poder hacer nada.

La luz solar no es un problema para los vampiros siempre y cuando estos estén bien alimentados. Su fotosensibilidad con la luz ultravioleta suele ser uno de los primeros síntomas de un vampiro mal alimentado, y teniendo en cuenta el estado en el que se encontraba Brian lo mataría de un momento a otro.

Estaba a punto de volverme loco, los aullidos de dolor de Brian despertaban de forma inminente el volcán que había en mi interior. Apretando los dientes y alzando mi mirada hacia la cúpula, levanté mi mano y lancé una descarga de poder dispuesto a hacer añicos al torturador. Una vez más mis intentos por ayudar se vieron sesgados de inmediato, como momentos antes mi mano, el rayo de energía traspasó la bóveda sin causar el menor daño.

¡Brian resiste, ya estamos en camino, pronto estarás con nosotros! –grité impotente.

Mi hermano no aguantaría mucho más, había perdido la consciencia mientras su cuerpo adquiría el color del carbón marchito, en pocos segundos se transformaría en cenizas. Me tumbé a su lado anhelando un cambio en el orden lógico de los acontecimientos.

No tendría que ser así –susurró una extraña voz.

No la conocía. Era una voz claramente masculina, aunque no de un ser humano. Tenía cierto matiz frío y metálico. Me levanté rápidamente y miré a mi alrededor buscando al responsable.

¿Quieres que pare? –preguntó.

¡Hazlo, haré lo que sea! –contesté desesperado. Si bien no pensaba acceder a ningún trato, conseguiría tiempo para Brian.

Perfecto Alexander, perfecto…

Un sutil crujido me hizo mirar de nuevo a Brian. Cuando apenas quedaba polvo de sus extremidades, la roca marmórea volvió a hundirse en el suelo ocultando a mi amigo de la mortífera luz. Mis palabras tuvieron el efecto deseado. Me incorporé cerrando los puños con fuerza, ahora tendría que pagar el precio de mis palabras. Esperé y esperé, pasaron algunos segundos, o puede que minutos, pero el silencio, la niebla y la luz de la cúpula eran mi única compañía. Instintivamente la furia que me embargó momentos antes poco a poco iba desapareciendo, y como si tuviera relación directa, la luz de la bóveda se fue apagando y la bruma comenzó a retraerse. Inexorablemente la oscuridad comenzó a conquistar el que hasta instantes anteriores había sido reino indiscutible de la luz. Observaba como poco a poco las silenciosas tinieblas se acercaban dispuestas a consumirme junto a todo lo demás. Cuando presentí que la visión llegaba a su fin, tres gritos inundaron de golpe allá donde llegaba mi horizonte. El desgarro fue de tal envergadura que me tapé los oídos, parecía que en cualquier momento mis tímpanos se harían añicos. Pese a que en un primer momento no pude identificarlos, me incorporé de golpe sin importar el dolor al reconocer las voces. Axel, Brian y Gabriel agonizaban en esos momentos.

¡Basta! –grité sumido en la desesperación.

La oscuridad llegó, los gritos cesaron devolviéndolo todo al tenebroso silencio, la calma antes de la tempestad. Me preparé mentalmente para experimentar un nuevo horror pero el siguiente suceso no alteró en absoluto la inmutable calma. Como grietas en la noche, un par de ojos se abrieron en la oscuridad ocupando gran parte de mi campo de visión. De un cian casi blanco, dos pupilas rasgadas y poco definidas similares a las de algunos reptiles, me observaban meticulosamente. Permanecían impasibles sin perder detalle de cada pequeño movimiento que ejecutaba; por leve que este fuese los globos oculares se percataban de ello. Decidí devolverle la mirada, lo miré directamente mientras mis ojos se llenaban de fuego. Aunque solo podía ver sus ojos, parecía que su boca se hubiese abierto dibujando una malévola sonrisa. Entornó la mirada y se abalanzó hacia mí.

Sin duda alguna aquel sueño había sido de los más impactantes que había tenido hasta entonces. Me incorporé con cierta torpeza llevándome la mano a la frente intentando procesar aquella visión. Aunque lo hubiese “soñado”, el tiempo y la experiencia me habían enseñado a tomarlo en cuenta.

Me dispuse a analizar cada detalle por si encontraba alguna pista pero al ver dónde me encontraba la idea pasó a un segundo plano. No sé en qué punto me había quedado dormido, pero alguien, supongo que Axel, me había llevado consigo al interior de la cueva. Él dormía a mi lado junto a Iria, comprendí que el siguiente turno de vigilancia estaría fuera: Ilístera y la Sra. Pimentel.

Una vez retomé la tarea, reviví mentalmente la sucesión de imágenes que había visto. ¿Había presenciado a tiempo real lo que le ocurría a Brian? De ser así estaba seguro de que Minaria lo hacía para atormentarme, conocía mis capacidades, seguramente lo torturaría en la cúpula cada pequeños intervalos por si a mi subconsciente le daba por indagar, el tiempo suficiente para que mi amigo se recuperara de sus heridas para volver a empezar. Reprimí una lágrima que estaba a punto de surcar mis pómulos, no pensaba llorar, es lo que ella quería y no estaba dispuesto a darle tal placer.

Al continuar repasando la visión, recordé los gritos de mis amigos. Giré rápidamente la vista hacia el único que podía ver físicamente. Axel dormía desparramado a pocos centímetros de mí, se había quitado la túnica y llevaba puesto únicamente un pantalón vaquero algo manido. Las bajas temperaturas de Etyram parecían no ser rivales para su elevado calor corporal. Sonreí, no supe el porqué, pero ver a Axel a mi lado proporcionándome calor me hacía feliz… Y ahora que lo pensaba, ¿qué sentido tenía esa parte del sueño? Gabriel estaba a miles de millones de kilómetros, a salvo y Axel dormía justo a mi lado. Aunque no fuera en su totalidad, quizás mis visiones se habían distorsionado influidas por los sentimientos de protección y cariño que sentía por mis amigos.

Un leve movimiento a mi derecha me sacó de mis pensamientos, pero tan rápido como lo pensé unos fuertes y calientes brazos me rodearon por la espalda. No hacía falta verlo para saber de quién se trataba, el licántropo me protegía una vez más del frío de la caverna.

¿Alex, qué haces despierto? –susurró a mi oído–. Tienes que descansar.

He tenido…una pesadilla –contesté acurrucándome en sus brazos.

¿Pesadillas? –como era de esperar se interesó, Axel no era una excepción, conocía esa faceta de mis habilidades–. ¿O más bien una de esas señales raras que recibes de vez en cuando?

Ha sido confusa y realista al mismo tiempo –contesté recordándola de nuevo–. Vi cómo atormentaban a Brian, os oí gritar a Gabriel y a ti; y, por último, pude ver cómo una extraña criatura me observaba.

¡Menudo cacao! –exclamó cerrando aún más sus brazos sobre mí, incluso comenzaba a tener calor–. No le encuentro mucho sentido, quizás estés perdiendo facultades –dijo mientras sonreía disimuladamente–. Bromas aparte, sabemos que Gabriel está completamente a salvo dentro de la mansión. Además, tu angelito está por allí, no permitirá que nadie les haga daño ni a él ni a mi hermana.

Axel cerró la conclusión que germinaba en mi cabeza. La seguridad de Gabriel y Kayra era lo único que manejaba con cierta sostenibilidad. Aunque aquel dato no devaluaba la veracidad total de la premonición, algo en mi interior me gritaba que el sufrimiento de Brian era muy real. Y en cuanto a los ojos de reptil, solo el tiempo lo diría. De momento era la primera vez que los veía.

Mi silencio duró demasiado, Axel sabía el hervidero en el que se había transformado mi mente, con sus brazos a mi alrededor y su pecho desnudo en mi espalda me tumbó a su lado dispuesto a tranquilizarme.

Alex, necesitas descansar. Duérmete, yo estaré aquí –dijo con apenas un hilo de voz.

Cerré los ojos y me concentré en su voz. Suave, masculina y dulce, hizo que involuntariamente mis músculos se relajaran. De Axel emanaban multitud de aromas naturales, como si todos los bosques, montañas y selvas que hubiera visitado permanecieran en él de alguna forma. Su calor corporal conquistó hasta el último rincón de mi cuerpo, ya no tenía frío. Mi lobo había creado un microclima para mí, mientras siguiera con los ojos cerrados no me era difícil imaginar que estaba en un bosque mediterráneo contemplando un amanecer, a fin de cuentas incluso podía sentir el reconfortante calor que emanaba de él.

Axel malinterpretó el confort que disfrutaba en este momento. Me liberó de uno de sus brazos para divagar con sus dedos por mi abdomen, cubrió mis piernas con las suyas y comenzó a pasear su nariz por mi pelo. El bienestar se elevó rápidamente a otras esferas, un bosque mediterráneo no fue precisamente lo que ocupó mi mente en ese instante. Involuntariamente di un pequeño brinco al sentir sus labios rozarme fugazmente. Aunque no fue mi intención Axel detuvo su particular técnica de relajación, y replegó sus encantos volviendo al abrazo de segundos antes.

Descansa Alex. Yo te protegeré siempre –segundos después sus labios se posaron afectivamente de nuevo en mi cabeza.

Su primera intención dio finalmente sus frutos, mi cuerpo primero, seguido muy de cerca de mi mente, se relajaron al fin.

Hacía algunos segundos que me había despertado. No sabía a ciencia cierta el tiempo que llevaba dormido pero sentía cierto entumecimiento en la espalda, la típica sensación que notas al llevar demasiado tiempo en la cama. Al incorporarme eché una ojeada a mi alrededor. Ilístera dormía en una esquina, de los demás no había rastro alguno. Agudicé mi oído y escuché sus voces en el exterior. Me tumbé en silencio boca arriba mirando el techo de la cueva, pero un ligero murmullo hizo que mi corazón se estremeciera.

Alex…

No puede ser –pensé de inmediato. Su voz era inigualable e inimitable.

Agarré de inmediato la roca de antimateria, quizás Drake se estaba intentando poner en contacto conmigo de esa forma. Sin embargo, esta vez su voz no sonó en mi cabeza. Puse atención esperando por si volvía a sonar.

Mi amor, estoy aquí.

Efectivamente, su voz resonó con sutileza en el ambiente. Me levanté rápido pero silenciosamente, no quería que nadie se alertara, si aquello era verdad lo sabrían a su debido tiempo. El sonido provenía del exterior de la cueva, apenas era un susurro audible, por suerte mi oído podía recibir casi cualquier onda sonora. Al salir vi a mis amigos sentados en la pasarela a algunos metros sobre mi cabeza. Axel, Iria y doña Josefa charlaban mientras observaban el horizonte. Me sorprendió encontrar a Kon en la espalda de Axel, parecía que al fin se fiaba de alguien más que no fuera yo. Como una alimaña nocturna, me deslicé rápidamente por las estalactitas que emergían de todas direcciones.

No puedo esperar más… –volvió a hablar.

Aunque determiné exactamente el origen del sonido, volví rápidamente mi mirada hacia mis amigos. No parecían percatarse de nada. ¿Actuaba correctamente? ¿Y si se trataba de una trampa? De cualquier forma tenía que descubrirlo solo, en el caso de ser una ratonera lo solucionaría yo mismo. Aunque les costara asimilarlo, algunos más que a otros, el papel de protector en la misión recaía sobre mis hombros. Tenía que evitarles la mayor exposición posible.

Alex…

Espera Drake –la esperanza y cautela se fusionaron en las dos palabras.

Después de recorrer zonas angostas con protuberancias filamentosas me vi obligado a detenerme en seco. Una enorme grieta me separaba de mi destino, el Gran Cañón del Colorado palidecía ante el accidente geográfico que tenía enfrente. Castañeé los dientes, sin ninguna barrera natural el frío era más agudo. No podía emplear la teletransportación, el fogonazo de luz roja alertaría a mis amigos y a cualquier depredador que anduviera por allí. Sin embargo, y por primera vez en mucho tiempo, dudaba de mis capacidades físicas, la distancia hasta el otro extremo era insalvable en un salto incluso para mí. El problema real no era la longitud del cañón, pues debería poder recorrerlo en diez supersaltos, sino la altura. Al llegar al otro extremo me esperaba una pared de cristal azul totalmente plana de unos quinientos metros por lo menos.

Ni Drake podría saltar tanto –ironicé mientras tanteaba las escasas opciones que disponía.

Hazlo. Recuerda, no existen límites para ti –sonó su voz de nuevo.

El mero hecho de oírle incendió mi energía. Como una rapaz divisando a kilómetros su presa, situé en mi punto de mira mi destino. Di un par de pasos hacia atrás tomando impulso y exploté en una carrera hacia el borde del abismo. Salté. Había salvado distancias inhumanas muchas veces, pero esta vez se trataba de algo muy grande, grité eufórico. Mientras sobrevolaba el vacío tuve una vista más general, más que un cañón parecía un enorme cráter. Nada más llegar, aterricé colocando una rodilla y una mano en el suelo. Por primera vez en mucho tiempo dejé escapar un jadeo, no sé si por costumbre o por verdadera necesidad. Sacudí la cabeza y retomé el camino a carrera lenta. La voz provenía de unos cien metros de mi posición.

Al torcer la esquina no pude evitar que una enorme sonrisa y un nerviosismo extremo recorrieran hasta la más recóndita terminación nerviosa. Dos enormes alas de plumas negras torcieron la esquina. Corrí aún más pero al llegar a la esquina vi la entrada a una cueva. No lo medité, estaba demasiado nervioso. Intenté localizarlo como había hecho mil veces en la tierra pero en Etyram esa habilidad se había esfumado. Recorrí varios pasillos en multitud de direcciones, todo parecía igual, con aquellos cristales que emitían un frío fulgor azul.

Hola mi amor –susurró a la vez que sonreía.

¡Drake! –exclamé lleno de dicha mientras corría hacia él.

Un muro de cristal me hizo frenar en seco. Mi ángel estaba justo al otro lado. En mis ojos asomó la sombra de la decepción, durante un solo segundo pensé que había encontrado la forma de venir hasta aquí, por desgracia no era el caso. Lo miré transmitiéndome mis pensamientos. Coloqué mi mano en el cristal.

Lo siento, Alex, pero me he quedado sin tiempo. He encontrado la forma para venir hasta aquí. Este lugar es diferente, en él convergen distintos elementos que hacen de él un portal a unas horas determinadas. Por desgracia no puedo permanecer aquí todo el tiempo que quisiera, salvo ese pequeño lapso la concentración de materia es total. Esta es la única localización en toda la extensión de Etyram donde nos podremos hablar y tocarnos realmente. No puedes irte aún, necesito estar contigo…

¡Drake, no te vayas, por favor! –exclamé desesperado contemplando cómo su reflejo se disipaba lentamente.

No te marches de este lugar –dijo justo antes de perderse definitivamente en el diamante azul.

La infección de Etyram
titlepage.xhtml
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_000.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_001.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_002.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_003.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_004.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_005.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_006.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_007.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_008.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_009.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_010.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_011.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_012.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_013.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_014.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_015.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_016.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_017.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_018.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_019.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_020.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_021.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_022.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_023.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_024.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_025.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_026.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_027.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_028.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_029.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_030.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_031.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_032.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_033.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_034.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_035.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_036.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_037.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_038.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_039.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_040.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_041.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_042.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_043.html