Élclaris

 



Mi soledad en Etyram llegó a su fin, aunque solo hubiese sido un día, para mí parecía haber pasado bastante más tiempo. Corrí hacia mis amigos pero la intensa luz que emanaba del vórtice me obligó a cubrirme los ojos. Mientras sentía en la piel el calor que emitía me estremecí. Aquel portal era un enlace directo con la Tierra, era algo mágico, pues los millones de kilómetros que me separaban de mi hogar se veían reducidos en ese punto a la nada. Justo detrás de aquella luz cegadora estaba él. Durante un breve pero intenso momento me planteé la absurda idea de atravesar de nuevo el portal. En ese instante estaba perdiendo la oportunidad de verlo de nuevo, de sentir sus labios sobre los míos. Incluso me atreví a dar un paso hacia el portal como si en ese preciso instante todos los miedos hubiesen aflorado de golpe. Necesitaba refugiarme entre sus brazos, sentirme el ser más querido de todo el Universo. Inconscientemente seguí avanzando, pero no hacia mis amigos, sino al encuentro con mi ángel negro. La luz era ya tan intensa, que casi me llegaba a quemar la piel. No me importó, cualquier cosa merecería la pena solo con el hecho de abrazarle de nuevo.

Cuando apenas me separaban un par de metros de la puerta, oí la voz de Drake en mi interior. Cogí el colgante de antimateria, y fue él mismo quien me hizo salir del delirante estado en el que me encontraba.

Recuerda por qué estás ahí –susurró cariñosamente.

Necesito estar contigo, no sé si te volveré a ver –le supliqué.

Lo estarás en el momento que lo decidas, recuerda cuál es la finalidad del objeto que tienes entre las manos –dijo refiriéndose al colgante–. Si por las circunstancias que sean la misión falla solo tendrías que destruir la piedra y volverás a mi lado.

Intenté contestarle pero en ese momento el portal se cerró cortando el enlace. Durante un momento me sentí estúpido. Ni yo mismo entendía la locura transitoria en la que había entrado. Estábamos en aquel lugar por Brian, y sin duda alguna, volveríamos con él, todos juntos.

Pasaron algunos segundos hasta que por fin recobré totalmente la cordura. Miré a mi alrededor buscando a mis amigos. Axel e Iria estaban inconscientes, la Sra. Pimentel parecía estar algo aturdida.

Doña Josefa, ¿se encuentra bien? –pregunté acercándome a ella.

Sí, querido, solo estoy algo mareada, el viaje ha sido cuanto menos intenso –me contestó mientras se apoyaba en mi hombro.

No tiene buen aspecto…

El fantasma, o mejor dicho, el medio fantasma de la Sra. Pimentel no llegó a solidificarse totalmente. Desde el incidente con Dría cuando el espíritu de Doña Josefa entró en contacto con la materia y la antimateria algo en ella cambió. Por alguna razón que desconocemos no fue aniquilada, y desde ese día disfrutaba de todas las ventajas de ser espectro y humana a la vez.

No te preocupes, Alexander, es solo el ajetreo, no todos los días se atraviesa un agujero de gusano –dijo contestándome con cierto humor.

Para llevar casi doscientos años muerta está muy bien informada –bromeé.

Jovencito, no fui inculta en vida, mucho menos disponiendo de tiempo ilimitado tras mi muerte –contestó fingiendo cierta indignación.

¿Por qué ellos están inconscientes y usted no? –pregunté mientras colocaba a Iria al lado de su hermano.

No lo sé con certeza pero imagino que está relacionado con el hecho de que ellos están vivos y yo no –contestó con una lógica aplastante.

Aunque ahora que lo recordaba, yo también me quedé algo trastornado a mi llegada a Etyram. Pero con una diferencia, yo llegué solo. Como si en ese momento una enorme alegría se apoderase de mí me abalancé sobre la Sra. Pimentel abrazándola.

¡¿Qué te ocurre, querido?! –exclamó sorprendida.

Por un momento pensé que tendría que afrontar todo esto solo, la soledad no es una buena aliada en un mundo extraterrestre.

¿Soledad? –preguntó sorprendida–. El viaje apenas ha durado unos segundos…

¿Cómo? Llevo algo más de un día solo…

No es posible, querido, ¿o sí? –rectificó al comprobar la seguridad que transmitían mis palabras.

Sí, aunque para mí ha sido el día, o mejor dicho, la noche más larga de mi vida. Llegué a estar bastante agobiado.

No es para menos, mi pequeño. Por alguna razón tú llegaste antes, aunque para nosotros solo ha sido un segundo, parece ser que para ti han sido horas.

Supongo, no hemos tenido en mente los inconvenientes de viajar a través de agujeros de gusano –bromeé utilizando los mismos términos que ella hacía unos minutos.

¿Has recorrido el perímetro? –preguntó.

Sí, el bosque es bastante particular –dije rememorando todas las inusuales características que había descubierto.

A simple vista se parece mucho a un bosque terrestre…

Créeme, solo a simple vista. Además, me ha dado tiempo de pensar que, no muy lejos, a los pies de la montaña, hay una especie de ciudad.

¿Es posible que Brian esté allí? –en ese momento sus ojos se iluminaron llenos de esperanza.

No, no lo está –sentí mucho desvanecer aquella efímera alegría–. Pero creo que puede ser un comienzo, quizás haya alguien al que le podamos sacar información sobre este planeta.

No creo que exista ninguna criatura capaz de traicionar a su creadora.

De una forma u otra lo hará –la Sra. Pimentel comprendió la finalidad de mis palabras y decidió no indagar en el tema.

El reloj marcaba las once de la mañana pero el cielo parecía estar igual, el rayo de materia seguía cruzando el cielo con la misma intensidad. No creo que el paso del tiempo fuera algo relevante en el fotoperiodo de aquel mundo. Mientras los hermanos licántropos seguían inconscientes le conté a la Sra. Pimentel lo poco que había descubierto.

Sin duda alguna este mundo es extraño, y aún estamos en la punta del iceberg, no imaginamos las cosas que nos aguardan allí fuera –dijo con cierto misticismo.

Te has parecido a Mulder y Scully –bromeé.

Perdona querido, no te entiendo –contestó confundida.

No tiene importancia, supongo que en el Parque del Capricho no verías a menudo la televisión –dije riéndome.

¿Se puede saber de qué os reís tanto? –sonó una atrayente voz masculina a mis espaldas.

Ambos estábamos tan ensimismados en nuestra conversación que no nos dimos cuenta de que al fin, teníamos compañía.

¡Axel! –grité lleno de júbilo.

Como era lógico se sorprendió de mi actitud, para él habían pasado pocos segundos desde nuestro último encuentro. Aun así decidí ignorar la circunstancia, luego habría tiempo para las explicaciones. Con toda la alegría que me inundaba en ese momento me abracé a él como si fuera lo último que haría. Aunque solo había pasado algo más de un día, mi estado de ánimo no era cuestión de tiempo, sino más bien provocado por la preocupación que me dominó durante su ausencia. Lo agarré con fuerza atrayéndolo hacia mí sin medir las consecuencias de mis actos. Desde el primer instante que lo vi, Axel y yo conectamos de una extraña manera, especial, pero extraña. Cuando estaba a su lado mi parte más humana, si es que aún quedaba algo de ella, salía a flote. Algo tan simple como el roce de su bronceada piel hacía que la temperatura de mi cuerpo se elevase hasta límites que solo mi poder podía alcanzar. No quería despegarme de él, como si ambos fuéramos imanes opuestos. Me gustaba sentir el calor de su piel, la cantidad de olores naturales que emanaba de su cuerpo.

Pero de nuevo, como había pasado tantas veces con Axel, un jarro de agua fría me hizo volver en mí. En un breve lapso de tiempo abrí los ojos observando la piedra negra que colgaba en mi cuello, lo cual fue suficiente como para recordarme una vez más, lo fuertes que eran mis sentimientos por Drake. Tragué saliva y me despejé de la desnudez de su torso.

¿Se puede saber qué mosca te ha picado? –preguntó Axel con cierta confusión pero con su chulería innata.

Nada, solo me alegro de verte –le respondí con cariño.

No te preocupes, yo estoy encantado de abrazarte –contestó una vez más demostrando su magnífica capacidad de hacerme sonrojar.

Eres un auténtico capullo…

Sí, dicen que es mi especialidad. Pero bueno, ya en serio, ¿a qué se debe esta reacción? –preguntó recuperando medianamente una actitud seria.

Alex llegó un día antes que nosotros –intervino la Sra. Pimentel contestando las dudas del licántropo.

¿Cómo? Necesito que me expliquéis eso con más detalle –la respuesta le borró de la cara cualquier tipo de diversión.

Las palabras del espectro suscitaron su curiosidad y avivaron su confusión. Como había hecho previamente con la duquesa, le conté todo lo sucedido. No salía de su asombro al oír cada una de mis palabras.

Las horas avanzaban lentamente, las manecillas marcaban las seis de la tarde y si Iria tardaba mucho en despertar tendríamos que aplazar el plan hasta mañana. Las posibilidades de interrogar a alguien disminuirían bastante cuando el cielo oscureciera.

El día seguía avanzando cuando por fin, cuando eran casi las nueve, la loba despertó.

Hola querida, ¿estás bien? –dijo la Sra. Pimentel tomándola por la cabeza.

Ahora sí, aunque estoy algo mareada –contestó poniéndose lentamente en pie.

Menos mal, hermanita, llevamos todo el día esperando que te levantes –le recriminó Axel con cierto humor.

Lo siento, al cruzar el portal perdí el conocimiento, apenas me percaté de nada. Lamento el retraso, Alex –se disculpó Iria.

No te preocupes, ahora come algo y prepararemos el plan –le tranquilicé.

Axel y la Sra. Pimentel fueron a por frutos de los árboles. Como había advertido Drake, dejé que mi energía cambiara cada átomo de aquellos alimentos haciéndolos comestibles para nosotros. Aunque a Axel el hecho de alimentarse de fruta no le hacía demasiada gracia no tuvo otra opción, por el momento no me apetecía vérmelas con una manada de elefantes alienígenas cabreados.

Llegados a este punto, supuse que anochecería de un momento a otro. Eran las once de la noche, pero el cielo seguía del mismo tono.

¿No creéis que el hecho de pensar que el rayo de materia se rige por el sol terrestre es un poco absurdo? –preguntó Iria con su particular sarcasmo.

Puede ser –añadió la duquesa.

¿Cómo podemos saberlo? –preguntó Axel.

Podríamos esperar aquí y tener la posibilidad de medirlo –sugirió la Sra. Pimentel.

De ninguna manera –dije de inmediato–. Recordad que el tiempo apremia, cada minuto que nos retrasemos estamos más lejos de Brian, y con ello de la posibilidad de regresar a casa –todos me miraron aprobando mis palabras.

¿Qué sugieres pues? –preguntó de nuevo Axel.

Si como bien dice Iria el caudal de materia no se tiene por qué regir por el sol –evidentemente no le faltaban razón a sus palabras–, ¿quién nos dice que es algo cíclico y no arbitrario? Es decir, que cada día sea diferente del anterior, quizás Minaria lo haga a su antojo. No podemos permitirnos más retrasos.

Tienes razón, querido, preparémonos pues para ir hacia la ciudad.

Haciendo caso a las palabras de doña Josefa, recuperamos nuestras pertenencias y fuimos a pie hasta el borde de la montaña. Desde allí veíamos completamente la ciudad, incluso desde esa distancia se apreciaba claramente su belleza y su más que notable extensión. Me quedé algunos segundos observando el bello paisaje, no pensaba en nada, simplemente observaba. Cuando me dispuse a hablar con mis amigos, una idea cruzó mi mente. Tomé el colgante y lo apreté con fuerza, algo me decía que miráramos nuestras maletas.

Chicos, revisad vuestras mochilas, aseguraos de que está todo en orden.

No la hemos abierto, está todo tal cual –contestó Axel.

Mejor, hacedlo de igual manera, por favor –les ordené haciendo yo lo mismo.

Tal y como mi presentimiento me advirtió, en cada una de las maletas había una túnica negra. Drake la había metido allí por alguna razón.

Ponéosla, estoy seguro de que están ahí por algún motivo.

Aunque ni yo mismo salía de mi asombro, ninguno de ellos preguntó nada. Con las túnicas negras ocultando nuestros cuerpos y rostros nos volvimos a colocar en el borde del barranco. Acto seguido, los cogí de las manos preparado para transmutar nuestros cuerpos en energía.

No sabemos lo que nos encontraremos allí, debemos actuar con cautela –les advertí justo antes de lanzarnos al vacío transformados en un rayo del color de la lava.

Sin despegar ningún tipo de sospechas nos materializamos cerca de la entrada de la ciudad, justo donde acababa el denso bosque de coníferas. Hasta ese momento no fui consciente de la situación geográfica de aquella ciudad. Todos y cada uno de los edificios, incluyendo la fortaleza de las tres torres, que estaba en el lado opuesto a nuestra posición, descansaban de alguna manera sobre un lago inmenso de aguas plateadas. Durante un solo segundo las contemplé, eran muy similares por no decir idénticas a las que vi en mi visión. Evitaría acercarme demasiado para impedir que todo transcurriera de la misma manera.

Ante nosotros se encontraba la entrada a la ciudad. Anclados en la tierra, dos pares de estructuras puntiagudas nos daban la bienvenida. Me recordaba a los colmillos de los elefantes que había visto esa noche, solo que estos eran mucho más grandes. No había nada custodiando la entrada, con lo que lentamente nos encaminamos hacia aquel misterioso pero bello lugar. Cuando apenas habíamos puesto un pie en el enorme puente que recorría la entrada, nuestras túnicas, negras como la noche, se volvieron totalmente blancas. Sin duda alguna Drake nos había facilitado el camuflaje necesario para recorrer Etyram.

Gracias –murmuré sintiendo el colgante de antimateria en mi pecho.

No tardamos mucho en dejar de estar solos. Como hormigas, una cantidad considerable de seres bajitos con túnicas blancas idénticas a las nuestras, recorría todos los rincones de la ciudad. Por un momento nos pusimos tensos, pero ninguno de ellos pareció percatarse de nuestra anómala presencia. Intenté ver el rostro de alguno, pero las grandes capuchas me impedían ver nada.

A medida que recorríamos la gran pasarela pude apreciar con más detalle la particular arquitectura que veían mis ojos. La ciudad constaba de dos partes: el núcleo urbano, donde nos encontrábamos, y la fortaleza, al otro lado del valle. Aunque todo se reducía básicamente a dos colores: el marfil de las construcciones y el plateado de las pasarelas colgantes. Entre los innumerables puentes se erguían edificios con una extraña apariencia. En la base parecían ser árboles, pues como estos, tenían raíces que se zambullían de lleno en el agua plateada. Por el cuerpo, parecían ser chimeneas de diseño que se elevaban a una altura considerable acabando en estrambóticos vértices.

Era difícil orientarse en aquella tela de araña, tarea que fue casi imposible cuando el puente principal se diversificó en un millón de calles secundarias. Nos vimos obligados a detenernos.

¿Y ahora qué? –preguntó Axel acercándose por detrás.

Tenemos que buscar a Brian –contestó de inmediato Iria.

Me temo que eso no es posible, querida, al menos aún –le rebatió la Sra. Pimentel sabiéndolo de mi propia boca.

¿Cómo? –la cara de la loba era toda confusión.

Así es, Iria. No siento la presencia de Brian, él no está en este lugar…

¿Qué se supone que tenemos que hacer ahora? –volvió a preguntar bastante nerviosa.

Seguir el plan establecido, explorar la ciudad y encontrar a alguien que esté dispuesto a orientarnos un poco en este mundo…

¿Cómo crees que haremos tal cosa? Minaria es su creadora, no creo que estén dispuestos a traicionarla –fui a contestarle pero Axel se me adelantó.

Déjame eso a mí, me encargaré personalmente de que estos bichos canten para nosotros…

Aquellas torres parecen ser un buen lugar para empezar –comentó la Sra. Pimentel señalando la fortaleza–. Además, es el único lugar al que podemos ir nosotros solos sin perdernos, parece que uno de los puentes nos lleva directos hacia allí.

Tal y como dijo doña Josefa caminamos en línea recta hacia nuestro destino. Al igual que en una gran ciudad con rascacielos, el camino se estaba haciendo bastante largo. Debido a su altura, las tres torres parecían estar más cerca de lo que realmente estaban. Llegamos a una plaza, o más bien a un gran cruce de caminos. Allí varias criaturas llevaban la capucha quitada, lo que provocó que todos actuáramos a la defensiva. Aquellos seres eran idénticos a los guardianes de Dría, yo mismo había matado a tres de ellos el día que desintegré a la propia Dría. Sus cabezas ovaladas carentes de pelo y sus grandes e inexpresivos ojos blancos no me permitían relajarme. Iria fue quien me sacó del estado de shock en el cual me encontraba, y nos hizo señales para detenernos. Nos echamos hacia un lado pegándonos a la barandilla que nos separaba del lago plateado.

Chicos, he pensado algo. Nos dirigimos hacia aquel edificio pero no sabemos cómo actuar una vez dentro. Este lugar tendrá un jefe o algo similar, informémonos antes, y una vez allí podremos dar un nombre…

¿Sugieres que desvelemos nuestra identidad a estos seres? –pregunté algo sorprendido–. Recuerda que son los guardianes que intentaron darnos muerte en dos ocasiones…

Solo a uno, estoy segura de que será suficiente. Además, no todas estas criaturas tienen que ser soldados –contestó entusiasmada.

¿Cómo lo hacemos? –preguntó la Sra. Pimentel–. Estos seres no parecen tener demasiada vida social.

A la duquesa no le faltaba razón, los guardianes de Dría no hablaban, simplemente caminaban con determinación hacia un rumbo definido.

Como os dije antes, puedo hacer hablar al que me digáis –intervino Axel tan rudo como de costumbre.

No, tengo una idea algo más discreta –dije al recordar algo que había hecho hacía algún tiempo.

Confío en ti, querido –me animó la Sra. Pimentel leyendo en mis ojos la idea que acababa de tener.

Era evidente que aquellas criaturas no estarían dispuestas a hablar con nosotros. No porque tuvieran una actitud agresiva, que no sabíamos si sería así o no, simplemente por el hecho de ser diferentes a ellos.

Manteniendo nuestra posición elegí al azar a uno de ellos. Gracias a la túnica que me cubría el rostro nadie se percató del cambio de apariencia que sufrió mi rostro. Lentamente dejé que mi energía se materializara. Mediante una suave bruma que materialicé me colé bajo el suelo dirigiéndome hacia mi presa, y como una serpiente cazando a un ratón esperé el momento idóneo para atacar. Cuando el guardián pasó justo por encima lo apresé. En el momento que mi silencioso poder tocó su cuerpo quedó paralizado como había hecho tiempo atrás con mi familia: Brian, Gabriel y Furia; luego me dispuse a explorar los recuerdos y conocimientos de aquella criatura.

Como bien había dicho Iria, no todos ellos eran guerreros, este en particular llevaba información de un lado a otro, algo parecido a un mensajero. Aquellos seres se llamaban Golox, y aunque no todos eran guardianes, eran una de las especies de Etyram que mejor desarrollaban dicha tarea. Estos seres poseían la capacidad de manejar la energía de su entorno y de su propio cuerpo, aunque aquello no me sorprendió, lo había vivido en primera persona. Como el fuego buscando el oxígeno seguí inspeccionando la mente de la criatura. Ellos vivían en todo el núcleo urbano, aquellos extraños edificios eran sus casas. En Marfad, el nombre de la ciudad donde nos encontrábamos, no había distinciones sociales, todos los golox vivían en paz y armonía, aunque como había dicho la Sra. Pimentel apenas se rozaban entre ellos. Seguí navegando entre sus recuerdos buscando alguna pista pero mientras tanto no pude evitar sorprenderme de lo maravillosos que eran aquellos seres. Podían vivir miles de años, se emparejaban de por vida y traían al mundo hasta un máximo de tres crías. De repente, y sin que lo hubiera buscado, Minaria apareció en la mente de aquella criatura. Aunque eran conscientes de su identidad, nunca la habían visto y le profesaban un respeto absoluto. Y uno de los mayores sueños a los que podía aspirar era ir algún día a la lejana capital de Etyram. En el momento que fui consciente de la existencia de dicho lugar formulé una contundente pregunta a la mente de mi presa.

¿Dónde y cómo puedo llegar a ese lugar?

Desgraciadamente mi euforia duró poco, él no sabía absolutamente nada de la capital. Aquella criatura era un simple mensajero. Decidí obviar más información sobre la vida de los golox, de seguro tendría la oportunidad de comprobarlo por mí mismo. Viendo que no llegaba a descifrar las respuestas que buscaba volví a preguntarle directamente.

¿Hay alguien aquí que sepa cómo llegar hasta Minaria?

Sí –contestó de inmediato en el estado hipnótico que sufría.

¿Quién? –pregunté tajantemente.

Ilístera, la reina de Marfad.

¿Vive en la fortaleza, verdad?

Así es, Élclaris es su morada…

En ese momento le dejé marchar, tenía toda la información que necesitaba. Como si de nada se hubiese percatado sacudió la cabeza y siguió con su marcadísimo camino. El verde natural de mis ojos volvió al apagarse el fuego que los incendiaba.

¿Y bien? –preguntó Axel de inmediato.

Ya tenemos el nombre de quien nos cantará todo lo que queremos saber –contesté con una sonrisa de autosatisfacción.

Perfecto –contestó devolviéndome el gesto con su perfecta sonrisa.

La infección de Etyram
titlepage.xhtml
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_000.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_001.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_002.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_003.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_004.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_005.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_006.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_007.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_008.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_009.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_010.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_011.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_012.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_013.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_014.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_015.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_016.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_017.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_018.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_019.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_020.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_021.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_022.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_023.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_024.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_025.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_026.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_027.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_028.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_029.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_030.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_031.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_032.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_033.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_034.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_035.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_036.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_037.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_038.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_039.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_040.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_041.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_042.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_043.html