Explosión
Durante algunos segundos creí estar solo, pero unos repetitivos y regulares chasquidos me hicieron entender todo lo contrario. Abrí los ojos lentamente y fue entonces cuando averigüé la fuente del sonido. A mi lado, Altaír hacía chocar dos piedras encima de una pila de huesos entremezclada con algunas telas, supongo que intentando hacer algo de fuego.
–Maldita sea…–murmuró bastante frustrado–. ¡Hola, al fin despiertas! –dijo al percatarse de mi consciencia.
–¿Intentas hacer fuego? –pregunté.
–Así es, pero llevo bastante tiempo, y ni una sola chispa.
Permanecí en silencio observando su insistencia, planteándome seriamente si sería posible encender una hoguera al uso en Etyram. Hasta ahora no me había planteado hasta qué punto la Tierra y Etyram eran químicamente similares. La atmósfera del planeta parecía tener oxígeno, aunque esa afirmación no tardó mucho en desvanecerse, el oxígeno al igual que todo en el Universo era el resultado de la aniquilación. Sin embargo, algo similar debía haber para que mis amigos pudieran respirar, o quizás ahora que me lo planteaba, el envoltorio energético que les puse antes de venir filtrara de alguna manera los gases haciéndolos aptos para su organismo. Y en el caso de Altaír e Ilístera, tal vez fuera la propia Dría quien solucionara de alguna forma ese problema. En cualquier caso la presencia de fuego en este planeta era utópica, sin oxígeno no hay combustión, eso sin contar, por supuesto, que las piedras que Altaír intentaba utilizar no tuvieran compuestos aptos, a fin de cuentas estaban formadas por pura materia. Cualquier explosión o combustión que se diera en el planeta había que producirla de otra manera.
–Creo que tendrás que conformarte con las antorchas élficas, no creo que sea posible hacer fuego aquí.
–¡Ya podrías haber despertado antes! –bromeó lanzando las piedras–. ¿La gente de tu tiempo duerme tanto como tú? En Esparta apenas podíamos dormir…
–No te entiendo, ¿qué quieres decir?
–En nuestro pueblo la educación era bastante estricta, éramos sometidos a un duro entrenamiento desde pequeños, y dormir se convirtió en un lujo que aprendimos a olvidar con el tiempo. Con tres o cuatro horas son más que suficientes para mí. Y tú, querido amigo, has dormido casi toda la noche Etyriana, unas cuarenta y cinco horas.
Ahora entendía el asombro de Altaír, aunque no era el único. Yo mismo no podía evitar sorprenderme con el tiempo que necesitaba para recargar baterías. Cuanto más se desarrollaban mis poderes más tiempo necesitaba mi cuerpo para recuperarse. No conocía el límite de la expansión de mi energía pero mi cuerpo humano comenzaba a dar señales de no aguantar muchos cambios más; o al menos esa era mi interpretación.
–Alexander, vamos, el resto del grupo te espera. Están un poco nerviosos, no quieren permanecer mucho más tiempo aquí debajo –el espartano se puso en pie y se dirigió donde supuse se encontraba el resto.
Me incorporé con cierta torpeza, pese a haber descansado lo suficiente un pequeño dolor de cabeza apareció recordándome mi pequeña escapada nocturna. Me incorporé, y salí a la caverna principal donde me esperaba el resto de mis amigos sentados alrededor del resplandor élfico.
–¡Hombre, al fin despierta el lirón! –bromeó la Sra. Pimentel.
–Si hubieras tardado cinco minutos más te hubiera despertado a porrazos –continuó la broma Gabriel acercándose a mí–. Alex, tienes que sacarnos de aquí debajo…
Aunque nadie habló, sus caras gritaban la razón de las palabras de Gabriel. Al parecer yo era el único que había sido capaz de conciliar el sueño en la Fosa Ominosa.
–Descuidad, en unas horas nos marcharemos de aquí. Anlia y su ejército dejarán de ser una molestia en breve –todos me miraron expectantes, todos menos Kon, claro–. Daos las manos, tengo que mostraros algo.
Tenían que conocer hasta el último resquicio del plan, y no podía arriesgarme a que se me pasara contarles nada. La mejor opción era transmitirles a sus cerebros toda la información, tanto lo que había hecho hacía unas horas como lo que estaba por venir. Mi energía, cargada de información, fue llegando a las mentes de mis amigos uno por uno mostrando los detalles de mi plan. Con las miradas perdidas sus globos oculares recorrían todas las direcciones posibles a un ritmo vertiginoso, después de aquello sería como si me hubiesen acompañado en todo momento; sus mentes y la mía propia eran ahora un solo ser perfectamente sincronizado. El margen de error en cuanto a nuestra actuación era cero.
–Perfecto –dijo Axel cuando mi energía se retiró de su cuerpo–. Ahora sácanos de este agujero y pateémosle el culo a esa zorra.
Después de tantas horas seguidas en completa oscuridad y silencio, mis sentidos estaban un poco aturdidos. Nada más salir tuve que habituarme durante unos segundos. ¿Qué me pasaba? Esta repentina debilidad física empezaba a preocuparme y enfadarme, ambas cosas en la misma proporción. Sea el motivo que sea esperaba que fuera algo transitorio, aparte de esos momentos me sentía más fuerte que nunca.
Ilístera y yo permanecíamos quietos oteando el horizonte. El bosque parecía estar tranquilo; quizás los ilucun aún no se habían percatado del señuelo y todavía nos perseguían en la dirección incorrecta.
–¿Cuánto piensas esperar, Alexander? Quizás sea mejor avanzar –sugirió Ilístera.
–No. Todo está demasiado quieto. Tengo la sospecha de que están más cerca de lo que creemos esperando una señal, en el momento que nos marchemos de aquí detectarán mi rastro y estaremos como al principio, jugando al gato y al ratón –razoné sin perder de vista el paisaje un solo segundo.
–¿Qué hacemos pues?, ¿provocarlos?
–Exacto.
No sé si Ilístera lo dijo de forma literal o no pero tomé sus palabras al pie de la letra. Elevé mi brazo y lancé un buen chorro de energía directo al caudal de materia. Como un misil, mi energía se propulsó con fuerza a través de la distancia y tan solo unos segundos después provocó una fuerte explosión al impactar con la materia pura del cielo. Al entrar en contacto ambas energías brillaron con fuerza mientras pequeños rayos, muy similares a los eléctricos, emergieron en todas direcciones.
–Los fuegos artificiales parece ser que no han funcionado –murmuró la elfa tras unos minutos de silencio.
–Tal y como esperaba…
–¿A qué te refieres, Alex? –preguntó confundida.
–Mira –le di la mano y vio a través de mí lo que mis ojos veían en ese preciso instante–. Han mordido el anzuelo.
Como una gigantesca marea multicolor, el ejército emergió de una cadena montañosa cercana. Efectivamente, habían aguardado hasta dar de nuevo con mi rastro. Cosa que por el contrario me alegró bastante…
–Vamos, es hora de atraerlos hasta la sima –dije con decisión.
Agarré a Ilístera, y rodeándonos de energía, saltamos con fuerza acercándonos con cada salto a la fosa. Si me teletransportaba mi rastro sería confuso, de esta forma era como un hueso agitándose en el morro de un perro famélico. Al llegar al borde de la fosa comenzó realmente nuestro plan. A un lado estaba la sima, y al otro, a unos escasos quinientos metros, el ejército con Anlia a la cabeza.
–¡Alto! –exclamó la reina deteniendo en seco al ejército.
–¡¿Dónde están los demás?! –gritó Ilístera preocupada.
–Deberían estar aquí, no tenemos tiempo –murmuré cruzando una mirada nerviosa con una ferviente Anlia.
–No tenéis escapatoria. Durante estos días habéis retrasado lo inevitable, yo soy la reina, y todo Etrósferri está conectado a mí gracias a la Creadora. La Sima Ominosa os corta el paso, y según veo, el resto del grupo se ha dispersado durante la huida. Antes de entregaros ambos pagaréis caro las insolencias cometidas en Uclós, especialmente tú, reina de Etristerra.
–No tenemos más alternativa, Alexander –dijo Ilístera muerta de miedo por las últimas palabras de Anlia.
–Dame la mano –la agarré con fuerza y nos transmutamos en un rayo energético hacia las profundidades del abismo.
–¡Darles caza de una vez por todas, penetrad en la sima! –oí gritar a Anlia mientras caía en picado.
La caverna, siempre en absoluta oscuridad hasta ahora, cada vez estaba más iluminada a medida que el ejército penetraba en ella. Por suerte yo era mucho más rápido que ellos, aceleré un poco más sacándoles más ventaja, tenía que atraerlos hasta la zona media del abismo. Cruzada esa distancia los tendría justo en el sitio idóneo, en el punto de no retorno.
–¿He sido convincente? –sonó la voz de Ilístera.
–Sí. Los dos lo hemos sido.
–Recuerda tu promesa… –me recordó una vez más.
Crucé el límite. Una vez más utilicé un señuelo energético proyectando energía hacia el interior de la falla mientras cambié radicalmente de dirección. En ese instante recorría la sima en posición horizontal y con cada vez mayor inclinación hacia arriba. Ahora sí me estaba empleando al cien por cien, multipliqué mi velocidad hasta tal punto que el tiempo que me llevó la primera vez que recorrí la distancia ya parecía irrisorio. En tan solo unos pocos minutos salí de nuevo a la superficie.
Miré hacia el interior observando a mi presa, la explosión era cuestión de segundos. Dejé que mi aspecto cambiara, mientras mis ojos se inyectaban en sangre y las venas de mis brazos y cuello se incendiaban, un extraño nerviosismo comenzó a embargarme. Me dispuse a concentrarme para activar las bombas energéticas pero una voz a nuestras espaldas retrasó el momento.
–¿Qué hacéis aquí? –a medida que la voz de Anlia emergía de su cuerpo sus temores cobraban más fuerza–. ¡Volved! –gritó al deducir al fin en la trampa que habían caído.
–Es muy pero muy tarde para eso –mi personalidad se volvía por momentos muy oscura, sádica a decir verdad. En ese instante Anlia no era para mí más que un protozoo, algo a quien aplastar sin la menor contemplación.
La concentración y la energía que me rodeaba era tal que mi cuerpo comenzó a elevarse en el aire hasta quedar a la altura de la, cada vez más, caduca reina. Lentamente, abrí mis brazos en el aire con las palmas hacia arriba. Ver el aspecto de Anlia viendo venir la muerte de cerca era algo que me resultaba placentero, no obstante, no era la suya la primera de mi lista. Conecté con las bombas energéticas, las venas de mis brazos y, por lo tanto, mis ojos se volvieron de un rojo más oscuro. Cerré con fuerza mis manos y la tierra tembló bajo nuestros pies.
Anlia lanzó un grito de terror al entender que todo su ejército estaba siendo masacrado en ese instante devorado por mi odio. Su cuerpo comenzó a brillar al mismo tiempo que la ira reemplazaba al miedo, su ataque era cuestión de tiempo; pero en ese momento mi poder estaba demasiado dilatado y exteriorizado como para que tuviera la más mínima posibilidad.
Del interior de la Sima Ominosa comenzó a salir un brillo rojo, mi energía había llegado a la superficie, energía a mansalva que estaba dispuesto a utilizar. Alcé los brazos y la atraje hasta mí, en ese momento Anlia se precipitó hacia mí pero para ella ya era demasiado tarde. La mortífera luz se concentró en mis manos, y con un rápido movimiento la lancé hacia ella. Si bien la bola energética era poderosa, Anlia era un hueso duro de roer, aunque era justo lo que esperaba. La reina cayó al suelo debilitada, y era allí donde encontraría a su verdadero verdugo.
–Te di mi palabra –dije mientras descendía.
Ilístera avanzaba hacia su presa lenta pero segura, y quedándose apenas a un metro de ella ejecutó su ansiada y milenaria venganza.
–Roqueus estringer –conjuró.
Anlia era ahora el títere de Ilístera. Con un rápido movimiento de manos la alzó en el aire dejándola con los brazos y piernas extendidos. La presa intentaba zafarse de su opresora pero estaba demasiado débil. La elfa sacó del interior de su traje algo que yo le había dado momentos antes, una última bomba energética, una piedra del tamaño de una pelota de tenis cargada de mi energía. Con ella en las manos, se acercó hasta quedar a pocos centímetros de su rostro.
–¡Maldita seas, Ilístera! ¡No eres más que un simple despojo! –siseaba una furiosa Anlia.
–Así es, pero… ¿sabes? Es este despojo quien pondrá fin a tu asquerosa existencia –sonrió.
La piedra levitó de la mano de la elfa al interior del pecho de Anlia, se alejó sin apartar un solo instante la mirada y, cuando estaba a unos diez metros, me hizo la señal pactada. Mis ojos volvieron a oscurecerse desintegrándola desde el interior.