Justicia

 



Tal y como pensé, mis palabras fueron demasiado contundentes, sin darle opciones de ningún tipo. Akour endureció su ya de por sí duro semblante, y tras unos segundos de incómodo silencio habló.

Quiero hablar contigo y discutir los términos de nuestra colaboración en privado. Solos tú y yo –dijo en tono neutro y áspero.

Personalmente no tenía inconveniente en estar solo en la reunión pero estaba seguro de que Axel y Gabriel no estaban por la labor.

Ni lo sueñes –gruñó Axel colocándose a mi izquierda.

No te vas a quedar solo, Alex –añadió Gabriel dirigiéndose a mí. Era un mensaje para mí, él me conocía y sabía que yo no tendría demasiados problemas en quedarme solo.

Amarra a tus lacayos o tendré que hacerlo yo –Akour se puso en pie y me lanzó la advertencia apuntándome severamente con sus dedos. Oí cómo los dos licántropos gruñeron a mi lado, si el rey seguía con esa actitud no tardarían demasiado en perder el control. Pero claro, Akour no sabía lo inestables que podían llegar a ser los licántropos.

Inténtalo –contestaron Axel y Gabriel al unísono. El regente se alzó sobre sus poderosas patas y erguido emitió un silbido extremadamente agudo.

¡Vosotros dos, relajaos! –les dije a mis amigos en voz baja.

Oh oh… –dijo Iria señalando hacia el techo de la sala.

De la apertura superior, y bajando por las paredes, diez criaturas con morfología arácnida acudieron ferozmente a la llamada de su amo. Conforme se acercaban pude verlas mejor, eran una versión reducida de las bestias que transportaban la ciudad. Aun así con las patas estiradas debían de medir más de seis metros.

Tranqui… –no me dio tiempo a terminar de formular la palabra cuando Axel y Gabriel ya se habían transformado.

El lobo blanco de ojos azules y el negro de ojos marrones rugieron con fuerza a la nueva amenaza. A Akour le pilló aquello por sorpresa, al verlos entrar en fase animal se tambaleó hasta el punto de tener que apoyar su brazo inferior en su trono. Desde luego no se esperaba aquella repentina metamorfosis. Sin embargo, las arañas, al verlos se lanzaron hacia ellos corroídas por las ganas de pelear. Los lobos saltaron a su encuentro e impactaron en el aire con dos de ellos, Gabriel agarró las patas frontales y hundió su mandíbula en una de ellas. Axel esquivó a otra y se encaramó en el dorso de otra clavando sus garras en el lomo. Todo estaba siendo demasiado rápido, miré a mi alrededor atónito al ver cómo toda la diplomacia se había ido al traste; Iria, también transformada, se lanzó hacia otra de ellas, Altaír blandía su espada con pasmosa habilidad luchando con aquellos horripilantes seres, incluso la Sra. Pimentel e Ilístera habían entrado en batalla.

Aquello no podía suceder, no si queríamos salir de allí con vida. Esta vez, en lugar de entrar en la batalla, opté por otra vía. Miré a Akour que en ese instante miraba perplejo cómo todo el grupo contenía a sus arañas con relativa facilidad, había llegado el momento de impresionarlo. Dejé que mis poderes afloraran, mis ojos se inyectaron en sangre y las venas de mis ojos, cuello y brazos se dilataron y colorearon de magma. Pero no solo eso, mi energía se exteriorizó como un aura volcánica dándome el aspecto demoníaco que como era de prever acaparó la atención de Akour. Él estaba a salvo varios metros sobre el suelo en su trono con lo que tuve que llegar a su altura. Con los brazos semiabiertos levité lenta pero amenazantemente hasta quedarme frente a él. Impresionado, se sentó patidifuso ante tal demostración de poder, al parecer, la semejanza con su creadora era mayor de lo que pensó en un primer momento. Comencé a hablar pero un grito de Altaír llamó mi atención, estaba acorralado por dos de aquellos seres, y aunque tuviera una destreza brutal a la hora de pelear, seguía siendo un humano contra dos alienígenas. Alcé mi mano dispuesto a ayudarle pero entró en escena Kon, que con un rápido movimiento las aplastó una contra otra quebrando su sistema nervioso, ambas quedaron boca arriba con las patas lacias y dando espasmos. El dinosaurio rugió triunfante.

Esto no es necesario, Akour –dije con la voz muy seria clavando en él mis ojos incendiados–. Juntos podemos colaborar y solucionar el problema. Como has podido comprobar somos muy capaces de defendernos y escondemos multitud de sorpresas, haz que esto pare y dialoguemos.

El rey estaba verdaderamente acongojado. Aunque hacía todo lo posible por disimularlo. Finalmente se enderezó y volvió a emitir un silbido muy similar al anterior. Las criaturas que quedaban se retiraron y se llevaron los restos inertes de las que habían caído en el corto pero intenso combate.

El grupo puede quedarse pero no intervenir en la conversación –dijo Akour recuperando un poco la serenidad. O al menos eso nos dio a entender–. Quedaros junto a la puerta principal.

Me parece bien –añadí mientras mi cuerpo volvía a la normalidad.

Los lobos, incapaces de articular palabra en su forma animal, me miraron desconfiados, y aunque se mostraban reticentes, tras un breve asentimiento volvieron a su forma humana. Tal gesto tenía intrínseco un claro mensaje, la pelea había terminado definitivamente. Entonces sucedió algo con lo que no contaba, al transformarse los tres perdieron la ropa que llevaban quedándose completamente desnudos y mis ojos, mi mente y todo mi ser se concentró en él. Mientras se enderezaba la temperatura de mi cuerpo aumentó mil grados al contemplar sus músculos, su pecho fuerte y robusto perfectamente definido, sus piernas color canela, sus brazos fornidos capaces de matar por mí, y aunque intenté por todos los medios no dirigir mis ojos a su entrepierna, no pude. Allí estaba la fuente de placer que ya había probado sin querer pero que me dejó profundamente marcado. Axel notó cómo reaccioné ante su desnudez, y lejos de ruborizarse, se vanaglorió apretando sus músculos haciéndome perder el equilibrio brevemente, incluso su miembro comenzó a endurecerse.

No, esto no está bien –murmuré–. Akour, ¿podría facilitarnos algo de ropa, por favor?

Por supuesto, una vez que hayamos solucionado los puntos a tratar en nuestro acuerdo –contestó. Era una criatura cabezona, desde luego no pensaba aceptar órdenes de nadie sin poner alguna pega antes.

El grupo aceptó la condición, y tal como el regente dictaminó, se fueron hacia la puerta esperando que de una vez llegáramos a un acuerdo. Respiré profundamente recobrando la compostura. El temita con Axel parecía que nunca acabaría.

Akour bajó de nuevo de su pedestal y me pidió que lo acompañara hacia la zona posterior de la sala. En el punto opuesto a la entrada había dos sillones, por hacer una asociación con algo más familiar, y me pidió que me sentara en uno de ellos reservándose para él el otro. Intenté acomodarme en aquel amasijo de dura roca y comenzó la conversación.

Y bien, ¿qué quieres a cambio de tu ayuda? –dijo en actitud dictatorial aunque más suavizada que antes.

Antes, supongo que tendré que saber si te puedo ayudar… –contesté devolviéndole la pelota a su tejado. Aunque él ya sabía lo que quería.

Me parece justo –razonó–, aunque viendo la demostración de poder que me has hecho hace unos instantes, creo que sí, estás más que capacitado –Akour podía ver más allá de lo que en un primer momento pudiera parecer–. Necesitamos vigilar la ciudad desde una posición que nos dé ventaja de cara a la corriente térmica, es decir, alguien capaz de patrullar a una distancia bastante amplia y que pueda dar la voz de alarma lo suficientemente rápido como para que la ciudad pueda huir.

Antes te comenté que esa tarea la podría llevar a cabo siempre y cuando la ciudad se quedara quieta en un mismo punto. Al ser distancias tan grandes cabe la posibilidad de que me pierda en el desierto, y si la ciudad se mueve esas posibilidades aumentan exponencialmente –además de que no pensaba dejar a mis amigos solos existiendo dicha posibilidad.

Lo siento mucho, pero aunque quisiera eso no es posible. Nuestros cuatro kreimes no pueden detenerse, tienen que estar en constante movimiento para que el calor de la roca negra no los mate. Habría que encontrar una forma de orientarte…algo lo suficientemente particular y localizable para ti.

¡Mierda! –mascullé. Eso dificultaba los planes. Aun así tenía que saber si sería posible que Akour cumpliera su parte del trato. Ya encontraría la forma de orientarme–. Bien, digamos que de una forma u otra yo podría ayudar en esa tarea.

¿Qué quieres a cambio? –se me adelantó.

Quiero que nos lleves a la frontera con el océano –solté sin pensarlo.

Akour entrecerró los ojos en actitud pensativa, y de haber tenido labios hubiera jurado que en ese momento estaba esbozando una amplia sonrisa.

Estás de suerte, mi particular aliado –habló al fin–, casualmente estamos relativamente cerca de las puertas interetyrianas. Si hubiéramos estado más lejos simplemente tardaríamos demasiado, tanto que hubieran hecho falta al menos cuatro o cinco generaciones de Akour. Pero no es el caso, en unos cuarenta o cincuenta ciclos de materia podríamos llevarte allí.

Mentalmente calculé el tiempo que supondría aquello, y teniendo en cuenta que un ciclo Etyriano suponía cuatro días terrestres quería decir que tardaríamos…

¡Siete meses! –exclamé sorprendido.

Tiempo más que suficiente para solventar el problema del caudal energético –concluyó Akour. A fin de cuentas nos iba a tener por allí una temporada–. ¿Hacemos el trato?

Siete meses era demasiado tiempo, más aún cuando Gabriel había dicho que en la Tierra habían pasado ya años desde nuestra partida, y teniendo en cuenta el tiempo transcurrido desde que encontramos a Gabriel, la diferencia temporal habría aumentado mucho más. Aquello me suponía un nuevo revés que hacía de una forma u otra que mis fuerzas mentales se vieran seriamente zarandeadas. En cualquier caso no tenía otra opción, y quizás en todo ese tiempo se nos podría presentar otra oportunidad.

¿Y bien? –volvió a preguntar alzando un poco más su ahogada voz.

Sí, acepto el trato –asentí disimulando la opresión que tenía en el pecho en ese instante.

Este será el plan. Dos rackvenur volarán alrededor de Fuerrun mientras el resto descansa, y una vez que las bestias aladas terminen su jornada entrarás tú en juego haciendo la otra mitad de la vigilancia –dos días terrestres dando vueltas alrededor de este hormiguero móvil, genial.

Me parece bien pero con dos condiciones –Akour guardó silencio esperando mi respuesta–. Mis amigos y yo seremos tratados con todas las comodidades posibles el tiempo que dure la misión, asimismo deberá proporcionarnos atuendos nuevos, aseo…y la otra es que empezaré mi labor en el próximo ciclo de luz, primero tengo que descansar y, por supuesto, buscar una opción para orientarme –esto último lo pensé.

Así será, seréis tratados como reyes. Y sí, puedes descansar hasta el próximo ciclo, te hará falta –las últimas palabras se tiñeron de un tono ligeramente mordaz.

Akour se puso en pie y emitió una vez más un particular sonido. Más opaco que el anterior, un graznido seco. Momentos después se abrieron las puertas de la fortaleza y varios rocfos guardianes nos invitaron a acompañarlos. Al salir eché una rápida ojeada hacia el interior observando al rey ya sentado en su trono con porte orgulloso de haber logrado su objetivo.

A cada uno se nos dio una habitación en el segundo anillo más alto de la ciudad, es decir, el segundo lugar por debajo del templo de las dinastías. Repartidas en círculos, las habitaciones eran plataformas circulares distribuidas por el anillo sobresaliendo ligeramente de este. Las paredes que daban a la zona interior de la ciudad estaban cerradas con unos tejidos similares al cuero marrón pero mucho más resistente, la otra mitad quedaba totalmente descubierta a modo de terraza. Si me abstraía lo suficiente, parecía estar en un híbrido entre una sofisticada jaima árabe en mitad del desierto y la típica casa encaramada a un árbol. El resto de la habitación era un espacio diáfano con una especie de cama en el centro. Aunque en realidad era algo similar a una gran hamaca hecha del mismo tejido de las paredes solo que algo más flexible. Y a un lado de la habitación, pegado a la zona abierta, había una especie de tronco partido con algo de agua Etyriana en su interior. Algo totalmente innecesario para nosotros si no lo purificaba yo antes.

Me vestí con las ropas que nos habían dado, debía de tener unas pintas de lo más amazónicas. Un taparrabos y una especie de bufanda cruzada por los hombros y la espalda. Vamos, que estábamos casi desnudos pero con el calor que hacía era casi de agradecer. Lo que más me desagradaba era el olor tanto de la habitación, de la hamaca y la ropa. Olía a una mezcla de piel seca y papel húmedo, un olor de lo más particular y para mí, desagradable. Antes de irnos cada uno para nuestra habitación recubrí con mi energía la ropa, no lo hice con las que nos obligaron a llevar en Etrósferri, y quizás aquello sirvió para que la difunta Anlia y su ejército nos localizara con más facilidad. Si por la circunstancia que fuera tuviéramos que marcharnos seríamos igual de indetectables que a nuestra llegada.

Me dirigí a la zona exterior del habitáculo dispuesto a observar el paisaje. Desde mi punto de vista Fuerrun parecía un hervidero de hormigas, estaba casi en el punto más alto de la ciudad y desde allí podía ver todos los anillos inferiores con sus puentes colgantes y demás construcciones. Devorada por la absoluta oscuridad de Igneas Rectum, la ciudad estaba iluminada por incontables antorchas de esa extraña energía rojiza similar al fuego, toda una metrópolis andante llena de vida. Alcé la vista en un intento de ver algo más en el desierto, cosa que por supuesto no sirvió para nada, incluso exteriorizando mis poderes no conseguí discernir forma alguna. Allí fuera no había absolutamente nada.

Cuando me dispuse a entrar un par de voces captaron de nuevo mi atención, justo en la terraza colindante, Gabriel e Iria salieron a conversar. Me asomé un poco más y les hice señas con las manos, pese a la oscuridad reinante en nuestras habitaciones sus agudos ojos detectaron el movimiento al instante.

¡Ven a tomar el fresquito! –me invitó Gabriel ironizando totalmente. Apostaría lo que fuera que no existía un solo rincón en la ciudad donde se estuviera “fresquito”.

Me encaramé al filo más cercano a su terraza, y con un silencioso y certero movimiento salté al balcón colindante describiendo una perfecta curva área.

Si te ve Axel, seguro que intenta mejorarlo –dijo acertadamente Iria al verme llegar. Y no le faltaba razón, Axel era tremendamente competitivo, y aunque en ciertas cosas sabía que no podía competir conmigo, en el tema de habilidades físicas siempre intentaba emularme.

¿Por cierto, dónde está? –pregunté. No lo había vuelto a ver desde que salimos del templo de Akour.

Está en su habitación, ha insistido en que nadie lo moleste. No tengo ni idea de lo que está haciendo, pero hasta hace un rato lo he oído trastear.

Estará soñando –intervino Gabriel–. Por muy duro que quiera parecer tiene que estar agotado. Todos lo estamos.

¿Qué hacéis aquí? Pensé que iríais derechitos a la cama.

Las caras de mis amigos emanaban un evidente cansancio, entre otras muchas cosas. Una preocupación abismal ensombrecía sus perfectos rostros, en especial los zafiros azules de Gabriel.

¿Qué os preocupa, chicos? –pregunté aun sabiendo la respuesta.

La pregunta sería más fácil si fuera qué no nos preocupa –contestó Iria resoplando un poco agobiada–. Ahora que por fin tenemos algo de tranquilidad, Brian y Kayra han ocupado nuestras mentes –al oír sus nombres el rostro de mi hermano se contrajo involuntariamente lleno de dolor–. No podemos evitar pensar cómo estarán. Por un lado, Brian en manos de esa malnacida haciéndole sabe el destino qué atrocidades, y por otro, mi hermana, totalmente sola involucrada en todo esto. ¿Quién nos dice que no la han raptado? O peor todavía, ¿que ya está muerta…?

¡No digas eso, Iria! –contrarió Gabriel disgustado. Brian era para él un gran amigo, y Kayra parecía haberse convertido en su pareja en todo este tiempo.

Tenía que aliviar un poco su dolor, y aunque en el caso de Kayra no sabía a ciencia cierta dónde podría estar, solo había que aplicar algo de lógica al asunto para entender que ella estaría bien. Lógica que sus mentes no podían aplicar en este instante.

Pensadlo con calma durante un momento. Si Minaria hubiera querido matar a Brian podría haberlo hecho delante de mis narices sin que yo pudiese hacer nada para evitarlo. Su objetivo era separarme de Drake –al decir su nombre en voz alta un nudo bloqueó momentáneamente mi garganta–, y de momento sé que Brian está vivo, puedo sentirlo.

¿Has tenido alguna visión sobre él últimamente? –preguntó Gabriel.

Algo así –contesté dubitativo.

¡Podías haberlo dicho antes! –bramó Gabriel. Y aunque estaba algo molesto un soplo de refrescante esperanza volvió a iluminar sus ojos–. Pero bueno, me alegra saberlo, algo es algo.

¿Y mi hermana, Alex? ¿Sabes algo de ella? –preguntó Iria en busca de la misma esperanza.

Lo siento, de tu hermana no sé nada –confesé tristemente–, pero eso no quiere decir nada. Jamás pensé que encontraría a Gabriel y no “vi” nada relacionado con él hasta que lo vi en las garras de Anlia –Iria bajó la cabeza apesadumbrada–. Pero como os decía, aplicad un poco la lógica. Si Minaria hubiera querido algo de ella la habría raptado al mismo tiempo que Gabriel. Estoy seguro de que ella estará bien dentro de la mansión, incluso me atrevería a decir que Drake estará con ella…

Ojalá Alex, ojalá.

Iria se marchó cabizbaja para intentar descansar, cosa que Gabriel y yo no pensábamos hacer por el momento. Durante nuestra conversación el ritmo de Fuerrun fue bajando gradualmente, teniendo en cuenta el tiempo que hacía que llegamos, llevábamos más de cuarenta y ocho horas de oscuridad, así que era el momento de irse a a la cama.

Desde que llegamos quiero hacer algo, o mejor dicho, ver a ese algo –Gabriel pronunció aquellas palabras con cierto espíritu infantil, travieso, por decirlo de alguna manera.

¡Dispara! –exclamé avivando más sus repentinas ganas de aventura.

¿Serías capaz de acompañarme hasta el anillo inferior y ver de cerca a los bicharracos que mueven todo esto? –sus ojos se iluminaron expectantes.

Eso no estaría bien…

¡Bah! No seas capullo, Alex –me reprendió dándome un puñetazo en el hombro.

No me has dejado acabar, lobito…

¿Y bien, ojitos irritados? –volvió a preguntar esperando una repuesta definitiva.

Definitivamente sí –contesté cual compinche travieso.

¡Genial! Pero nada de teletransportación, bajemos con nuestras manos y pies, ¿vale?

Como sombras sigilosas salimos a la zona común de todas nuestras habitaciones para bajar por la pasarela; todo estaba en silencio y calma, a estas horas se suponía que todos estarían dormidos. Solo el leve cimbreo característico por el movimiento de la ciudad era nuestro acompañante, al menos eso creíamos.

¿Dónde se supone que vais? –sonó justo tras nosotros. Giré la vista sobresaltado, no lo había visto llegar.

A ver a los bichos que mueven la ciudad –susurró Gabriel sin perder el furor.

Vale, no puedo dormir, así que me apunto –contestó Axel mientras pasaba por delante de mí.

Axel había hecho su propia versión de las ropas que nos habían dado, pese a la escasez de la tela había decidido prescindir de los tirantes llevando únicamente el taparrabos. Durante un momento mi mirada bajó por su robusta espalda dibujando una perfecta línea recta hacia su espectacular trasero.

¿Qué voy a hacer contigo? –murmuré resoplando.

¿Decías? –se giró momentáneamente sonriendo pícaramente.

Vamos…no hagas que te deje inconsciente de un buen mamporro.

Ya quisieras tenerme inconsciente, ya quisieras…

No lo pude evitar, con un suave movimiento salté por encima de su cabeza. Odiaba que lo dejara en evidencia. Esta vez fui yo quien con un leve giro de cabeza le mostré mi sonrisa.

La ciudad estaba en calma, las pasarelas prácticamente desiertas, transitadas únicamente por nosotros tres. Aunque nadie nos había prohibido salir durante la noche nos movíamos con sigilo, trazando movimientos rápidos y silenciosos. Durante el descenso conocí un poco más de esta ciudad inusual. Las construcciones cilíndricas que había visto desde las alturas eran lo que pensé, las casas de los habitantes de Fuerrun, aunque más que casas, la palabra que se me venía a la cabeza al intentar describirlas era “nido”. Todos estaban en su interior, al pasar cerca podía oír sus entrecortadas y asfixiantes respiraciones. Me preguntaba cómo serían las relaciones familiares en los habitantes de Etyram, no había visto rastro alguno de eso hasta llegar aquí. Supongo que sería algo que averiguaría con el tiempo, desgraciadamente todavía nos quedaban bastantes ciclos para marcharnos.

Llegamos al penúltimo anillo, el segundo más extenso. En este nivel estaban los cimientos de la ciudad y la temperatura era más agradable, una corriente de aire fresco que venía del suelo daba al ambiente unas temperaturas ligeramente más soportables. Las bestias que habíamos venido a ver cumplían su función a la perfección. Sin perder más tiempo saltamos al nivel inferior, el anillo que estaba en la zona más baja. Quedamos atónitos al contemplar a las gigantescas arañas, por definirlas de algún modo, que transportaban la ciudad. Tal como vimos al llegar, constaban de cuatro extremidades larguísimas acabadas en un gancho metálico, su piel roja atigrada con rayas amarillas les daba un aspecto feroz. Justo en la zona superior se les abría intermitentemente un orificio por el que expulsaban el viento frío. Y si tenían ojos desde nuestra posición no eran visibles. Lo que más nos sorprendía era su tamaño, no sabría con qué compararlas pero eran realmente gigantescas. Definitivamente eran los Godzillas de Etyram.

¿Qué son esas cosas que tienen en las patas? –preguntó Axel.

Hasta ese momento no me había dado cuenta. Axel tenía razón, las tres articulaciones de cada pata estaban atadas por gruesas cuerdas energéticas que ascendían hacia los pisos superiores.

Tiene pinta de ir a parar al timón. Digo yo que a estos bichos tendrá que “conducirlos” alguien –dedujo Gabriel acertadamente.

¡Exacto! Estos son los hilos a los que se refería aquella irascible rocfo –deduje en voz alta apoyando su teoría.

Me gustaría tocarlas –soltó Axel de improviso sorprendiéndome.

¡Ey! No me seas crío. Eso ya sería pasarnos, los rocfos idolatran a estas cosas. No me parece buena idea –dije mostrándome claramente autoritario.

¡Bah! No seas nenaza, Alex. ¿Qué es lo peor que puede pasar? –contrarió de nuevo.

Fui a contestarle pero un repentino alboroto justo en el piso superior acaparó toda nuestra atención.

Vamos con cuidado –dije justo antes de saltar hacia el borde del anillo.

Al subir, a unos metros de nuestra posición, un grupo de rocfos guardianes encadenaba a otros congéneres visiblemente más mayores, me atrevería a decir ancianos, en unos postes justo en el borde interior del anillo. Los encadenados no oponían resistencia pero emitían sonidos guturales al aire levantando la barbilla. Parecían estar pasándolo mal, pues aquellos sonidos sonaban realmente lastimeros.

¿Qué piensan hacer? –murmuró Gabriel.

Apenas tuve tiempo de pensar una posible respuesta cuando la obtuvimos. Los guardias empujaron hacia el vacío a los ancianos pero lo que pasaría a continuación nos dejaría enmudecidos. Algunos de los sacrificados cayeron directamente sobre la roca ardiente del desierto, lentamente, y con alaridos de puro dolor, se desintegraron presas del dolor. No obstante, los que no tuvieron esa suerte encontraron una muerte mucho más lenta y agónica. Del cuerpo de los kreimes surgieron finos hilos que atravesaron los cuerpos de los sacrificados una y otra vez vapuleándolos en al aire en todas direcciones hasta que su anatomía no pudo aguantarlo más y se desmembraron. Los trozos resultantes, apresados por los mortíferos hilos, fueron atraídos hasta el cuerpo de la colosal araña y fueron absorbidos en apenas un segundo.

¿Qué es lo peor que puede pasar, Axel? –preguntó Gabriel irónicamente sin apartar la vista del dantesco espectáculo.

¡Qué asco, joder, se me han quitado las ganas de ver a estas cosas! –contestó el lobo en voz baja meneando levemente la cabeza.

Creo que deberíamos marcharnos, sea lo que sea lo que esté pasando no es de nuestra incumbencia.

Una vez más un suceso inesperado frenó nuestras intenciones. Un nuevo grupo de guardianes llegó al sitio, pero esta vez no encadenaban ancianos, sino crías, las cuales ataban a los postes para sacrificarlas. De forma automática mi instinto protector salió a flote, no eran bebés humanos pero a fin de cuentas se trataba de pequeños niños totalmente indefensos. ¿Por qué hacían algo así?

Alex no… –dijo Gabriel viendo venir mis intenciones pero para entonces ya era demasiado tarde. Con los ojos rojos como el sol caminé decidido por la pasarela que daba justo a la zona de las ejecuciones.

Se va a liar pero no pienso perdérmelo –añadió Axel mientras echó a andar en la misma dirección.

Los guardianes me vieron y paralizaron la ejecución. Axel y Gabriel caminaban a mi lado con la misma actitud, avanzando a paso rápido y decidido. Llegué hasta ellos parándome a un metro del rocfo que parecía ser el jefe de aquel pelotón.

¿Qué está pasando aquí? –mis palabras salieron de mi boca con un tinte totalmente hostil.

Nada en lo que puedas inmiscuirte, forastero –contestó con voz ronca y asfixiada.

Voy a salvaros el culo, muestra un poco más de respeto –dije sin cambiar un ápice el tono y la postura.

El rocfo respiró profundamente, y tras cerrar los puños un par de veces se dispuso a contestar.

La población en Fuerrun es un factor que debemos controlar, nuestros recursos son limitados y todos los ancianos y crías con malformaciones son entregados diariamente a los kreimes. No podemos permitirnos el lujo de conservar a los miembros inútiles.

Definitivamente no existían lazos de amor o fraternidad en este inmundo planeta. Todo estaba creado a imagen y semejanza de Minaria, nada de sentimientos, solo funcionalidad máxima para un perfecto funcionamiento del ecosistema; al menos según su criterio.

Un repentino calor comenzó a asomar desde mi interior, en ese momento lo único que deseaba era aniquilar a los guardias, y en especial al que me había dado las razones. Pero no podía inmiscuirme en esos asuntos, no si queríamos mantener el favor de Akour.


Y bien, ahora que tienes tu respuesta déjanos hacer nuestra labor –el jefe recuperó de golpe la arrogancia y con un rápido sonido dio la orden.

Mientras los guardianes empujaron a las crías al vacío el fuego de mi interior se propagó por mi ser exponencialmente. Un fuerte nudo en el corazón me ahogó al ver cómo las inocentes crías o bien ardían presas del incandescente desierto o bien eran devoradas sin piedad por los kreimes. En un futuro serían seres carentes de sentimientos y emoción alguna pero ahora eran solo unos bebés víctimas de su propia creación.

No intervengáis –advertí a mis amigos–. Todos moriréis aquí abajo –dictaminé sin perder de vista a uno solo de los más de treinta guardias.

Sin moverme del sitio, materialicé mi energía fuera de mi cuerpo en forma de finos hilos rojos. Esta vez serían ellos los que morirían presas de mis llamas. Al igual que los kreimes los ensarté de uno en uno con cientos de finos trazos energéticos, disfrutaba al sentir su pavor al contemplarme. Una vez que mi energía atravesaba sus cuerpos eran míos en todos los sentidos, recuerdos, pensamientos, sentimientos; todo estaba en mi poder. Me deleité un poco más saboreando sádicamente su pavor, antes la crueldad no era un rasgo distintivo de mi personalidad pero Etyram con sus crueles y despiadados ecosistemas había conseguido exteriorizar esa faceta en mí. Después de todo, era un mundo lleno de perfectos depredadores, malignos y crueles con todo lo que les rodeaba, incluidos los de su propia especie. La única adoración real y leal que sentían era por su creadora, el ser que odiaba desde lo más profundo de mi alma. Pero ahora estaban en manos de un nuevo superdepredador, un nuevo espécimen había entrado en su hábitat, uno que pensaba dar caza tarde o temprano a esa creadora que tanto idolatraban pero que de momento tenía que conformarse con aniquilar a los rocfos que tenía apresados en mis garras. Yo, el recién llegado superdepredador, me dispuse a destruir a todas las presas que tenía en este momento bajo mi yugo. Uno a uno, dejando al jefe para el final para que viera lo que se le venía encima, fui empotrando a los guardias contra la piel de los kreimes. Estos intentaban absorberlos deshaciéndolos poco a poco con el ácido que segregaban al alimentarse, pero no pensaba darles una muerte tan rápida. Dejaba que se alimentaran un poco y los volvía a separar unos segundos prolongando al máximo su dolor. Finalmente cuando ya apenas poseían un hilo de vida los lanzaba al suelo para que probaran en sus propias pieles las dos muertes de las inofensivas crías. El ardiente suelo hizo el resto con sus marchitos cuerpos.

Con los lazos energéticos dentro de él atraje al jefe hasta tener su cara a pocos centímetros de la mía, enmudecido y horrorizado contempló mis ojos en llamas por última vez.

Eres un capitán sin soldados, con lo cual eres inservible. Y como sabes en Fuerrun no se permiten individuos inútiles para la comunidad –susurré sin apartar la vista de sus ojos un solo instante. Justo después tuvo una muerte más lenta y agónica que el resto de sus congéneres–. Limpieza realizada –me giré hacia mis amigos viendo cómo los dos me miraban con ojos como platos tragando saliva al unísono.

La infección de Etyram
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