La fuente de la vida

 



Dudas, dudas y más dudas. La palabra que más me repetía en los últimos días. Pese a que la búsqueda estaba siendo más lenta de lo que en principio esperaba, no iba del todo mal encaminada. Habíamos tenido la gran suerte de llegar a Etristerra, la región dominada por Ilístera, una hechicera elfa proveniente de la Tierra, que al igual que yo, o al menos esa era la sensación que transmitía, odiaba a su captora, la creadora de Etyram. Gracias a ella podríamos disponer de cierta información que nos daría ventaja, o al menos las pautas para asentar el plan de rescate de Brian.

Aunque intenté dormir se me hizo imposible, hacía relativamente poco que había despertado, no hacía más que dar vueltas en la inusual cama.

Esto es insufrible –murmuré agobiado mientras me sentaba nuevamente.

Una vez más dirigí la mirada hacia el indescifrable firmamento que alumbraba el paisaje. Instintivamente buscaba las constelaciones que se observaban desde el planeta Tierra, pero por mucho que lo intentaba, más caía en la cuenta de lo absurdo de la situación. La distancia que me separaba de la Tierra era más que suficiente como para deformar la visión de cualquier rasgo conocido. Me preguntaba si alguna de las innumerables estrellas que se podían ver desde allí sería el Sol, pero una vez más era una tarea imposible. Etyram era un objeto inalcanzable para la tecnología humana, se situaba mucho más allá del espectro lumínico al que el ser humano tenía acceso, con lo cual era utópico que yo pudiera verlo desde allí. Al intentar ubicar el Sistema Solar, caí en una trampa que yo mismo había creado, sin apenas darme cuenta, un pensamiento llevó a otro, así hasta la evidente conclusión. Esos momentos, donde solo estaba yo conmigo mismo y no tenía nada que me mantuviera ocupado, mi mente actuaba de forma autónoma. ¿Cómo estaría Gabriel, mi primer amigo? Aunque amigo no englobaba en absoluto los sentimientos que me provocaba, era parte de mí, mi hermano mayor, como nos llamábamos cariñosamente. Estaba seguro de que si la decisión de acompañarme hubiera sido al cien por ciento suya no lo hubiese dudado. Pero Kayra, hermana mayor de Iria y Axel, resultó herida en la confrontación con Dría, Gabriel tenía cierto interés en ella, y ante la negativa de sus propios hermanos no tuvo otra opción. No obstante, yo mismo fui quien le animó a tomar la difícil decisión, Drake no estaría solo, y aunque él y Gabriel no se llevaron en un principio demasiado bien, estaba seguro de que se ayudarían mutuamente, entre otras cosas porque era lo único que le podría recordar a mí en mi larga ausencia. Ambos sabían lo importantes que eran para mí, y aunque no pasaba un solo segundo sin que lo recordase, me alegraba en el fondo de que no hubiera venido. El rescate iba a ser más largo y peligroso de lo que jamás hubiese imaginado.

Aproveché el momento, delante de mis amigos me obligaba a mantener una actitud positiva, valiente, fingía tener la situación bajo control pero en la absoluta soledad que me acompañaba los fuertes muros se convertían en polvo. Lenta y dolorosamente los recuerdos hirieron mi cuerpo, robusto solo en apariencia. Como puñales colmados de veneno, el dolor recorría cada átomo de mi ser, no existía rincón en mi cuerpo que no se retorciera de dolor. Sus ojos, oscuros y bellos, sus labios enmarcando una perfecta sonrisa, el mero roce de su piel, que tantas veces me había transportado al paraíso más divino, eran ahora armas que mi subconsciente utilizaba para dañarme. Y por masoquista que pueda sonar, me gustaba tener esas sensaciones, de alguna manera reflejaban el amor que nos unía, aquel sufrimiento era la confirmación de nuestros inquebrantables lazos. Permanecí algunos minutos más imaginando que lo tenía frente a mí, lo abrazaba, le besaba, me sumergía en el abismo de sus ojos una y otra vez pero desgraciadamente todo estaba en mi cabeza. Abrí los ojos volviendo de golpe a la pura realidad.

Una vez más, como venía siendo costumbre, la soledad y el dolor daban paso a la ira y odio incontenido. Aunque Minaria podría aplastarme como a un insecto si quisiera, según Drake, llegaría el día en que mis poderes habrían madurado lo suficiente como para enfrentarme a ella en igualdad de condiciones. Deseaba ansioso que se produjera tal acontecimiento, pagaría por todo el daño y destrucción que había provocado a lo largo de millones de años. Con el testimonio de Ilístera había quedado bien claro la magnitud de su prepotencia y superioridad. Aniquiló toda una civilización por el simple capricho de mejorar una especie, raptó a Ilístera encarcelándola en una jaula de oro…

Raptó… –repetí en voz baja.

¿Sería de locos pensar que Minaria secuestrara a Brian con el mismo propósito? ¿Acaso pretendía crear una nueva raza de vampiros en Etyram? Teniendo en cuenta lo retorcida que había demostrado ser no me extrañaría lo más mínimo. Aunque si finalmente ese fuera el motivo y repitiera las mismas pautas que con los elfos, significaría que Brian estaría a salvo, lo utilizaría de modelo, y una vez creada la nueva especie lo convertiría en el regente de la misma. Pese a que aquellos pensamientos me tranquilizaron, no eran más que conjeturas y suposiciones de una mente, mi mente, algo saturada.

Necesitaba hablarlo con alguien, aunque mis amigos no servirían de mucho, requería hablar con Ilístera, ella llevaba milenios en Etyram, conocería más información sobre el comportamiento o preferencia de Minaria a la hora de crear una nueva especie. Sería lo primero que haría nada más verla de nuevo, aunque conociéndome, mi mente no pararía de darle vueltas evitando que pudiera conciliar el sueño, más aún cuando me quedaban casi dos días de oscuridad.

Cuando resignado me dispuse a tumbarme de nuevo, unos sonidos provenientes del exterior llamaron mi atención. Salí de nuevo al balcón buscando el origen, bajé la mirada y comprobé, animado y sorprendido, que se trataba de Ilístera. En la base de la torre, cerca del lago plateado, se encontraba ella junto a dos golox. Permanecí observándola algunos segundos más, alzó la mano, y con un ligero movimiento alzó una estructura que estaba sumergida en el agua. Como una presa, un muro color marfil creó una singular piscina reteniendo parte del líquido elemento.

Hora del baño –murmuré.

No me lo pensé, pese a las ligeras y frescas corrientes de aire, me quité la camiseta quedándome únicamente con los pantalones cortos, me coloqué en el filo de la barandilla, y con un suave salto me precipité al vacío. Aunque ya hacía tiempo que me había acostumbrado a aquellas habilidades, siempre las disfrutaba como si fuese la primera vez. Un subidón de adrenalina recorría todo mi cuerpo mientras bajaba a toda velocidad los cientos de metros que me separaban del suelo. Con mis sentidos al mil por mil, sentía cómo el aire movía cada pelo, cómo la gravedad de Etyram, prácticamente la misma que la de la Tierra, tiraba de mi cuerpo dispuesto a estamparlo en el suelo. Como un silencioso gato me posé con las rodillas flexionadas apoyando el brazo derecho.

Genial –pensé.

En ese instante Ilístera dio un respingo asustada. Las golox (la finura de sus rasgos evidenciaban su sexo), me miraron con desaprobación, pero estaba seguro de que Ilístera ya les había ordenado mentalmente que no me atacaran. Me incorporé y caminé hacia ella por el borde de la estructura recién emergida.

Hola Alex, no esperaba verte tan pronto –contestó educadamente.

Siento si te he asustado, necesito hablar contigo.

Me dirigió una mirada llena de curiosidad. Pero en el momento en que iba a iniciar la conversación me detuvo alzando la mano. Miró a sus doncellas e inclinó tenuemente su cabeza, tras un breve asentimiento estas se marcharon sin objeción alguna.

Ahora podemos hablar todo lo que quieras, aunque sean mis súbditos, son criaturas de Minaria, ¿qué te sucede?

Mientras hablaba caminaba lentamente adentrándose en el estanque. El sedoso camisón que llevaba se mojó ciñéndose a su cuerpo. La proporción muscular, las suaves curvas, su delicada piel, me faltaban adjetivos a la hora de calificar a la increíble criatura que tenía ante mí.

¿Alexander? –preguntó al ver que no le contestaba.

Perdón –me disculpé–. ¿Crees que Minaria esté creando una nueva especie en Etyram? –la pregunta le pilló por sorpresa.

¿Qué te hace pensar en tal cosa?

Lenta y detalladamente, le conté el motivo real por el que estábamos en aquel planeta, el secuestro de Brian y las circunstancias en las que se produjo. Como medida de seguridad, obvié algunos detalles, como la identidad de Drake y el desencadenante de aquella batalla. Aunque confiaba en Ilístera, como bien había dicho ella, aquel lugar no era del todo seguro, y algo en mi interior me decía que obviara la palabra antimateria. La conversación se vio desviada al relatarle el suceso de la muerte de Dría, como se desintegró presa de mis manos.

¿Mataste a la exploradora? –preguntó con una evidente mezcla de sentimientos.

¿Exploradora?

Ese era uno de sus cometidos, exploraba el Universo para Minaria.

¡Cierto! Drake lo había mencionado en una ocasión –recordé.

Después de tanto tiempo, al fin se hizo justicia, estoy en deuda contigo, has ejecutado a la responsable de la extinción casi total de mi especie. Desde hoy dormiré más tranquila –las palabras se atropellaban, sin duda alguna había sido la mejor noticia que había recibido en el último milenio–. Respecto a tus preguntas sobre el destino de Brian, no tengo la menor idea, en todo el tiempo que llevo aquí he visto a Minaria dos veces… Aunque estoy segura de que le habrá llevado a Mirclesia, la capital de Etyram y morada de Minaria.

¿Puedes llevarme hasta allí? ¿Sabes el camino? –dije de inmediato, hasta ese momento no existía un plan, ahora existía esa posibilidad, mínima pero existía.

Solo existe un inconveniente…

¿Cuál? –pregunté atropelladamente.

La distancia. Etyram es un planeta de proporciones gigantescas, para medirlas se necesitan unidades de medidas astronómicas, su diámetro asciende a unos cuarenta y siete mil años luz aproximadamente.

Eso es imposible –murmuré boquiabierto–, un objeto de tales dimensiones ejercería una fuerza gravitatoria descomunal…

Cierto, pero recuerda que Etyram y sus innumerables satélites energéticos están hechos de materia pura, supongo que ahí radicará la diferencia, no lo sé con exactitud, pero estoy segura de que tendrá que ver con la densidad energética. Etristerra se encuentra justo al otro lado del planeta, es imposible llegar hasta la capital…

No del todo –a pesar del enorme lastre que supondría lo que acababa de conocer, Ilístera ignoraba la velocidad que yo mismo llegaba a alcanzar–. Dime el camino que lleva a esa ciudad, aunque no sea tan inmediato como pensaba, la distancia no es para mí un obstáculo insalvable.

Creo que aún no eres consciente de lo que acabo de revelarte…

En un segundo puedo recorrer el diámetro terrestre varias veces –aunque no me gusta fardar de mis poderes no me queda otra opción.

¿Puedes teletransportarte? –preguntó anonadada.

Sí, aunque la teletransportación como tal no existe, la velocidad que se alcanza es tal que en las distancias terrestres parece un pestañeo, de ahí el error.

Ese dato supone un enorme giro a las circunstancias, pero aun así seguiría siendo casi imposible, no sé a la velocidad exacta que logras desplazarte, pero ten en cuenta que a la velocidad de la luz tardarías cuarenta y siete mil años…

Conforme avanzaba la conversación mi ánimo caía hasta límites desconocidos. Según Drake, cuando mis poderes se desarrollaran al cien por cien no tendría límites, pero ¿acaso tendría que esperar? Ni él mismo supo decirme cuándo terminaría de “crecer”.

Tiene que haber otra opción, quizás abriendo un nuevo portal…

Eso no es posible, al menos si no quieres llamar la atención de Minaria, para abrir un vórtice tendrías que emplear demasiado poder, ella aparecería en cuestión de segundos destruyéndonos a todos…

Tiene que haber otra opción –repetí mientras me devanaba los sesos…

Ilístera pareció sumirse en un profundo trance, cerró los ojos y se sumergió completamente en el agua. Sin embargo, yo cada vez estaba más nervioso, deambulaba de un lado a otro por el filo de la piscina mientras buscaba una posible solución. Si mi ángel estuviera aquí de seguro sabría qué hacer, necesitaba hablar con él, pero por más que acariciaba el colgante de antimateria no lograba contactar con él.

¡Hay una opción! –gritó Ilístera saliendo de golpe.

No la esperaba, el silencio y el ajetreo mental me habían ensimismado demasiado, como un crío asustado caí al agua plateada. Durante un segundo no fui consciente, reviví involuntariamente la pesadilla que tuve mientras cruzaba el portal. Estuve a punto de reventar aquel embalse pero entonces unas cálidas manos me arrastraron hacia arriba.

¡¿Alex, estás bien?! –exclamó la elfa.

Lo siento, estoy bien –dije atropelladamente mientras me incorporaba.

Aunque en un primer momento mi objetivo era salir del agua, esa sensación disminuyó hasta desaparecer. Estaba cómodo, el agua, o lo que fuera, estaba tibia, y aunque en un principio pensé que me abrasaría o sufriría cualquier reacción antinatural, la única diferencia que noté con el agua real era la evidente, el color. Me relajé y seguí mi conversación con Ilístera bajo aquellas inusuales aguas.

¿Cuál es esa opción? –pregunté ávido de curiosidad.

Verás, como te dije, Etyram está dividida en muchísimas regiones y las distancias son bestiales. Pero ahora que lo pienso, una vez oí hablar a Dría en una de sus visitas sobre portales naturales. En el planeta existen cuatro guardianes que controlan todo el planeta, estos viajan continuamente hasta la capital. Etristerra está incluida en la zona dominada por Dría, pero ella no permanecía aquí demasiado tiempo, como los otros guardianes, volvía a la capital utilizando esos portales, incluso para ella era imposible viajar por el planeta de otra forma.

¿Dónde están esos portales?

Ese es el problema, no lo sé –toda la esperanza acumulada se desvaneció, una vez más, de golpe y porrazo–. ¡Pero…! –exclamó sobresaltándome– sé por dónde podemos iniciar la búsqueda.

¿Dónde? –interrumpí de inmediato.

Ilístera alzó la vista señalando al cielo. No entendía nada, miraba hacia arriba con actitud pensativa. Supuse que buscaba las palabras adecuadas, pero los nervios estaban consumiendo rápidamente mi escasa paciencia.

¿Y bien?

Lo que te voy a contar te resultará confuso, pero es necesario.

Adelante –la invité a la vez que disfrutaba del baño, inconscientemente me relajaba.

El camino para llegar a la capital es muy sencillo, solo tenemos que seguir el caudal energético que cruza el cielo. Esa energía proviene directamente de la capital, como una gigantesca red, Minaria cubre el planeta con miles de rayos. El problema no es conocer el camino, sino la distancia del mismo. En Etyram, las criaturas no se nutren como en la Tierra, no ingieren nada, su único sustento es la propia energía. Esa es exactamente la función primordial del río de materia. Etyram tiene un sistema nutritivo autótrofo en su mayoría, Minaria alimenta a sus criaturas a través de él. En las principales regiones existen torres transformadoras de energía, el edificio donde nos encontramos, Élclaris, es una de ellas, es la encargada de abastecer a toda la región de Etristerra. Las criaturas no pueden consumir la materia directamente, pues serían destruidas. En la cima de la torre un cristal se encarga de potabilizar la energía, la transforma en un elemento más simple apta para el consumo de los Etyrianos. Con ello Minaria se asegura tres cosas: la sostenibilidad de su planeta, la adoración de sus habitantes por proporcionarles la fuente de la vida, y lo más importante de todo, el control de sus criaturas, influye en ellas a través de su sustento –en ese instante una idea me fulminó la cabeza–, de esa forma evita cualquier contratiempo.

Las torres de energía regionales son abastecidas por un caudal principal, y es ahí donde creo, o más bien pienso, que puede estar el vórtice hacia la capital. El problema es una vez más la distancia, no sé cuánto nos separa de esa fuente. Lo más lejos que he llegado es a la región vecina, Etrósferri. Solo mi reino, Etristerra, tiene doscientos años luz de extensión, y por lo que tengo entendido es de las regiones más pequeñas de todo Etyram, es decir, encontrar el portal no será tarea fácil, y mucho menos rápida.

Está bien, es un inicio, me tendré que emplear a fondo –pensé en voz alta–. Gracias por toda esta información, Ilístera, no te haces una idea hasta qué punto me has ayudado –caudal energético, me repetía a mí mismo una y otra vez–, te prometo que de una forma u otra te lo pagaré.

Aunque acabar con Dría compensa de sobra cualquier esfuerzo por mi parte, hay algo que te pido a cambio de llevarte hasta la capital –pese a que me sorprendió la condición no dudé un solo segundo.

¿Qué?

Llévame contigo de vuelta a la Tierra.

La infección de Etyram
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