Sepsis

 



La casual conversación con Ilístera fue más productiva de lo que podría haber imaginado. Había ordenado todo el batiburrillo de ideas que tenía en mi mente hasta trazar un plan, aunque rescatar a Brian sería una tarea inimaginablemente más difícil de lo que me esperaba, al menos teníamos un comienzo, un punto de partida. Sin darse cuenta, en sus palabras encontré la clave para devolverle a Minaria parte del daño que me había provocado, aunque de momento solo era una teoría, tendría que hacer algunos experimentos que confirmaran la idea que tenía en mente…

Por una vez, las circunstancias me favorecían. La ciudad, poco a poco, quedó en absoluto silencio y la poca luz que había provenía de las casas de los golox. Desde el anochecer, apenas habían pasado tres horas, y según tenía entendido, las primeras veinte horas las pasaban durmiendo, después la ciudad volvía a resucitar aunque le esperaran otras veintiocho horas de oscuridad. Eso quería decir que aún quedaban unas diecisiete horas, tiempo de sobra para ir al bosque, probar mi teoría, regresar, llevar a cabo mi plan y volver a la cama. No podía perder un solo segundo más, la temperatura había descendido bruscamente respecto al día, rebusqué en la maleta y me vestí con prendas adecuadas y oscuras, tenía que pasar inadvertido.

Durante un segundo evalué el camino más seguro, bajar por la fortaleza era absurdo, además, el lugar donde quería ir estaba a las orillas del lago, justo a la espalda de Élclaris. Al salir al exterior, eché una ojeada rápida para asegurarme de que nadie me vigilaba y salté. Era la primera vez que me teletransportaba en Etyram, mi cuerpo mutó en un rayo de energía, incluso antes de que me percatara de movimiento alguno aparecí en la orilla del lago. Era imposible que nadie me hubiese visto, aunque estando donde estaba todo era posible.

Sigiloso como una sombra rodeé a pie el lago, mi objetivo era llegar a unas marismas que me pareció ver desde la torre. Todo estaba muy oscuro, incluso el tumulto estelar que tenía sobre mi cabeza parecía no aportar demasiada luz esa noche. No se oía absolutamente nada. Mientras me acercaba a mi objetivo, oteaba la espesura con bastante interés, si no lograba atraer a los olicrantes o cualquier otra criatura Etyriana no podría probar absolutamente nada. Estaba tan atento al horizonte más cercano que no vi la bifurcación del lago hasta que me mojé los pies. Del volumen central de agua, salían diversos ríos que se internaban en el bosque. El que tenía ante mí era bastante caudaloso y con una corriente bastante violenta a medida que avanzaba. Justo detrás, a pocos metros de la orilla opuesta, estaba el marjal que buscaba. Evalué el salto, y sin apenas pensarlo, salvé la distancia. Aterricé sigilosamente, aun así miré en varias direcciones por si alguien me había visto.

Tal y como había pensado, la profundidad en el manglar era escasa, apenas medio metro. En cuclillas, observé detenidamente el medio, pero por más atención que pusiera no encontraba ni el menor vestigio de vida. Las pequeñas acumulaciones de agua estaban interconectadas por finos caudales, pero toda el área estaba aislada del lago principal. Justo las circunstancias propicias que deseaba encontrar.

Mi cuerpo cambió, mis cuencas oculares mutaron otorgándome una visión mucho más detallada de todo, con mi poder exteriorizado podría observar meticulosamente el experimento que estaba a punto de iniciar. Localicé una pequeña piscina natural, el agua apenas llegaba a las rodillas, me senté dentro y cerré los ojos. Aun estando con los ojos cerrados podía hacerme una idea del mundo que me rodeaba, veía Etyram como realmente era atómicamente, todo de un blanco reluciente, allí no quedaba rastro alguno del ser a quien amaba. Momentáneamente estuve a punto de sumergirme de nuevo en el recuerdo de Drake, pero esta vez necesitaba tener la mente con las ideas bien claras, de una forma u otra esto serviría para devolverle a Minaria todo el daño que nos había hecho hasta ahora. Recuperé de nuevo la cordura y volví a la tarea.

Con sigilo pero con una sed de venganza insaciable, recorrí cada molécula de materia que encontraba, aunque ya había realizado una tarea similar tiempo atrás, esta vez me resultó bastante más difícil. La materia pura era muchísimo más difícil de reconquistar que las cenizas del Big Bang pero la perseverancia se había vuelto algo característico en mi personalidad. Una y otra vez, arremetí con fuerza sobre la potente falla hasta que después de mil esfuerzos lo conseguí y finalicé con éxito el proceso. Después de lograrlo la primera vez, el resto de átomos, por numerosos que fueran, no resultó problema alguno. Como una imparable onda expansiva, arrasé con todo el tejido del líquido elemento.

Abrí los ojos contemplando de nuevo el paisaje, que en apariencia, seguía intacto. Salí del agua dispuesto a ocultarme en los árboles, pero un apenas perceptible movimiento acaparó toda mi atención. De un árbol, en el linde del bosque, saltó una peculiar criatura. A simple vista, y de lejos, parecía un pequeño mono capuchino, pero solo hizo falta observarlo un poco más detenidamente para que desterrara esa idea de mi cabeza. Pese a tener la estructura corporal de un pequeño simio no se trataba de uno de ellos. Sus rasgos físicos apoyaban mi conclusión. Piel escamosa de un verde claro, pequeñas plumas amarillas que le sobresalían de sus cuatro extremidades, cabeza alargada y puntiagudos dientes que emergían de su ligera mandíbula, atributo que me hacía pensar que se trataba de un pequeño dinosaurio. Pareció no percatarse de mi presencia, quedé totalmente inmóvil observando al pequeño saurio. Era increíblemente rápido, en movimiento apenas era un borrón verdoso. Se acercó al borde del agua, se incorporó sobre sus patas traseras para echar un último vistazo y se zambulló de golpe en el agua.

No es un olicrante pero servirá…

Saltaba una y otra vez, parecía estar divirtiéndose, aunque cada pocos segundos se detenía a beber un poco y observar el paisaje. Cuando pareció saciar su sed y ganas de divertirse, saltó de nuevo dispuesto a internarse en el bosque. Esta vez se desplazaba más lento, beber tanta agua le había dejado embotado, entonces sin previo aviso se desplomó en el suelo.

Mierda –mascullé.

Tan rápido como pude lo tomé en mis manos, mi intención no era matar a este pobre animal, aunque en un principio odiaba todo lo que tuviera que ver con Minaria, mi cariño y respeto por los animales había cambiado mi opinión, al menos con las criaturas no inteligentes de Etyram. Me arrepentí de inmediato de lo que había hecho momentos antes, masajeé el cuerpo de la indefensa criatura en un intento de reanimarla inútilmente. Me dispuse a colocarla en el suelo cuando sin previo aviso abrió los ojos y se irguió de golpe. Al no esperar en absoluto el inesperado movimiento me caí de espaldas apoyando las manos en el suelo. Petrificado, lo observé de nuevo, parecía confuso, miraba de un lado a otro intentándose orientar. Sus ojos, de un amarillo intenso, parecieron relucir momentáneamente con un pequeño destello rojo. Fruncí el ceño, ¿habría funcionado? Me atreví a llevar mi teoría a la práctica. Me incorporé, luego extendí la mano y le llamé.

¡Ven pequeño…!

En ese instante emitió un agudo sonido similar a un delfín pero más carraspeado. Dudó durante un momento, y sin darme apenas cuenta, se subió a mi hombro. Tenso como un palo, giré lentamente la cabeza mirándolo de reojo, él me observaba con curiosidad, y por rocambolesco que pudiera sonar, con cierto afecto. Después de asegurarme de que era inofensivo lo cogí con cuidado y lo dejé en el suelo.

Vamos, corre a casa –le invité.

Con un ligero movimiento se perdió de nuevo en la frondosidad del bosque de secuoyas dejándome en total silencio. Tomé entre mis manos el colgante de antimateria y susurré en un intento de transmitir un mensaje a Drake.

¡Ha funcionado!

La absoluta calma se vio perturbada, unas extrañas vibraciones formaron ondas concéntricas en el agua; pocos segundos después, los pasos de los gigantes que se acercaban resonaban cada vez con más intensidad. Era hora de probar mi teoría a lo grande, los olicrantes estaban aquí.

En cuanto las gigantescas bestias emergieron del bosque, me apresuré a volver, si todo salía como había planeado pronto, o quizás no tanto, me los volvería a encontrar. Llegué de nuevo al río que se introducía hacia los árboles, como había hecho antes, lo salté, pero justo en mitad del salto, algo se subió a mi hombro agarrándome con fuerza. Al llegar a la otra orilla vi al pequeño dinosaurio, por definirlo de alguna manera, agarrado a mi brazo.

¡Eh, enano, vuelve a los árboles! –le dije mientras lo colocaba en el suelo.

Pero justo en el momento que me giré lo tenía subido en el otro brazo. Sus pequeños ojos me miraban con curiosidad y determinación. Sin quererlo había adoptado aquel bicho, aunque pensándolo bien, él me había adoptado a mí. Volví a Élclaris con él encima de mi hombro, como si confiara plenamente en mí, observaba su alrededor sin preocuparse de mí. Etristerra, la región dominada por Ilístera, era, según Minaria, una tierra perfeccionada. Con el descubrimiento de este pequeño animal reparé en los millones de años que Dría había investigado en la Tierra, era obvio que esta criatura era muy similar a los dinosaurios. Me daba miedo pensar qué clase de criaturas habitarían más allá de las fronteras de Etristerra, donde Minaria no habría tenido ningún modelo a seguir, al menos uno terráqueo. Ya en mi habitación, inspeccioné con más atención a la pequeña criatura, quería averiguar hasta qué punto había sido exitoso mi experimento.

La prueba había sido todo un éxito, tal y como había imaginado. Todavía quedaban algunas horas para que Marfad recuperara su frenético ritmo de vida, tiempo más que de sobra para culminar, o más bien empezar, el plan que rondaba mi cabeza.

El pequeño saurio se quedó dormido en mi cama mientras me cambiaba de ropa. Se acomodó entre las prendas que me acababa de quitar, parecía reconfortarle mi olor corporal. Al dormirse olisqueó toda la habitación antes de decidirse por ese rincón.

Como una sombra salí a la galería principal de la torre. Todo estaba en absoluta calma, lo cual no sabría decir si era bueno o malo. Nadie me vería, pero el más mínimo ruido haría saltar todas las alarmas. Mi intención era llegar a la cima de la torre menor, de ahí saltaría directo a la cúspide de la estructura principal, allí donde el rayo de materia llegaba a su fin. A paso lento pero seguro llegué a las escaleras principales. Un pequeño ruido hizo que me detuviera, giré rápidamente escudriñando las sombras, y aunque tenía la sensación de ser observado, no veía a nadie. No podía perder más tiempo, no sabía cuánto permanecería en la torre principal, apenas me quedaban tres horas de calma. Pasado ese tiempo hasta el último golox recorrería cada rincón de Élclaris.

Llegué a la cima de la torre secundaria. Un enorme agujero lo coronaba. Durante el día, era el responsable de conducir el agua hasta las dos cataratas menores que emanaban de esta torre. Ahora era la puerta que necesitaba para llegar al edificio principal. Durante un segundo evalué el salto. No podía saltar directamente, incluso para mí estaba demasiado alto y no quería probar suerte teletransportándome otra vez. Tomé impulso dispuesto a saltar cuando, sin previo aviso, una cálida mano me aguantó por el brazo.

¿Dónde se supone que vas? –susurró en la oscuridad.

Estuve a punto de propinarle un puñetazo. Por momentos pensé que fui descubierto. Por suerte la cálida y broncínea piel dieron paso a unos ojos color miel que conocía muy bien.

Axel, me has dado un susto de muerte –gruñí.

¿Estás loco? Llevo escuchándote toda la noche, sobre todo a ese bicho que has traído del bosque. ¿En qué piensas?

¿Tan indiscreto había sido? Pensé que era una sombra en la noche. Que había sido lo suficientemente cuidadoso, pero visto lo visto, no lo suficiente para el fino oído del licántropo.

Necesito hacer algo…

Está bien, vamos juntos.

No –contesté de inmediato–, tengo que hacerlo solo. Confía en mí.

Explícame al menos de qué se trata.

Ahora no hay tiempo. Prometo hacerlo más tarde.

Pero… –replicó.

Márchate, cuando nos reunamos te lo explicaré todo –le dije mirándolo muy serio, pues me estaba retrasando y cada segundo era realmente importante.

Pareció no aceptar el no como respuesta. Sin apartar la vista de mis ojos pegó su cara a la mía. Axel ejercía sobre mí un extraño hipnotismo para el que no tenía respuesta. En otras circunstancias hubiera caído directo en sus redes pero la urgencia y la importancia de lo que traía entre manos neutralizó cualquier artimaña por su parte.

Axel, no –corté de raíz–, sabes que no puede ser, mucho menos en la circunstancia en la que nos encontramos –contesté barriendo cualquier esperanza que pudiera hacerse–. Vuelve a la cama.

Aunque mis palabras no fueron de su agrado al fin me hizo caso. Se apartó de mí mirándome fijamente. Mantuvo la posición algunos segundos evaluando su decisión. Finalmente fue la acertada.

Ten cuidado –dijo justo antes de desvanecerse en la oscuridad.

Tuve que tomarme un par de minutos para tranquilizarme. La proximidad con el lobo me había acelerado notablemente el pulso. Siempre sucedía lo mismo, y aunque en reiteradas ocasiones le dejé muy claras mis intenciones se aprovechaba de la ausencia de Drake, lo cual lejos de fortalecerme me hacía más vulnerable. Sin embargo, no podía culparle, ni siquiera controlaba mi corazón como para intentar controlar los de otros.

Estaba perdiendo un tiempo precioso. Inspiré, y sin pensarlo dos veces, salté el primer tramo. En pie sobre la entrada del caudal complementario evalué el segundo salto. No podría hacerlo de una vez. La torre principal era al menos el doble de alta que las dos restantes, lo que quería decir que tendría que ser un salto mínimo de doscientos metros hacia arriba. Algo que de momento no podía hacer. Tendría que arriesgarme, de modo que cerré los ojos, y tras un pestañeo lumínico, aparecí en el punto más alto de todo Marfad. Tras materializarme tuve que agarrarme a lo primero que vi. Una fuerte y gélida corriente de aire me azotó en las alturas. Tras estabilizarme no pude evitar echar una ojeada. El horizonte más lejano estaba cubierto por el vasto bosque de secuoyas gigantes. El lago principal se enraizaba incluso más allá. La fuente de la vida impregnaba todo Etristerra, justo lo que necesitaba.

Me deslicé por el suave marfil dispuesto a entrar en la cámara principal, pero justo al saltar hasta la entrada me topé de bruces con dos golem cuyos afilados brazos custodiaban ferozmente la entrada. En pleno vuelo me transformé mientras el golem más cercano alzaba sus brazos en forma de espadas. No tuve tiempo para pensar. Si aquellas estatuas llamaban mucho la atención, todo habría sido en vano. Al primero lo desintegré antes de caer pero entonces fui consciente de lo llamativo que había sido. Un fogonazo de luz roja iluminó fugazmente toda la torre. No podía utilizar mis poderes de esa forma sin ser descubierto. Agarré con fuerza la espada de la otra bestia desgarrándome la palma de la mano pero con mi energía a flor de piel apenas noté dolor. Mi sangre salpicó el rostro de la criatura que ya alzaba la extremidad restante dispuesto a partirme en dos. El odio y asco que me producía aquella criatura sacaron lo más cruel de mí. Con un veloz movimiento le partí por la mitad el brazo. No se detuvo. Esquivé el ataque, y rápido como el rayo le atravesé la cabeza con su propio brazo. Mientras atravesaba la marmórea piel, disfruté al ver emanar a borbotones la sangre blanca. Sentí cómo su propio brazo crujía al adentrarse en el cráneo. Durante unos segundos se tambaleó pero aún le quedaban fuerzas para mantenerse erguido. Decidido a acabar con aquel pequeño inconveniente, coloqué mi mano en su pecho y liberé silenciosamente mi poder. Como otras veces había hecho tiempo atrás, la criatura se agrietó hasta desaparecer. Quedé con la mirada clavada en un punto indeterminado. Jadeante, el punzante dolor se hizo patente. Tenía un buen corte en la mano del que no paraba de salir sangre. Limpié como pude los restos de sangre blanca que tenía en la cara. Canalicé mi poder hacia la herida, y tras un breve lapso de tiempo cicatrizó. Durante un momento pensé en lo que acababa de ocurrir. Aunque sorprendido de mí mismo, no sentí ningún remordimiento. Los golem no eran criaturas salvajes, o al menos yo los veía como una burda extensión de su creadora. Un objeto que destruir, ni siquiera les daba el rango de criatura. Desterré de mi mente cualquier pensamiento dispuesto a terminar la tarea que me había llevado hasta allí.

A unos veinte metros sobre mi cabeza vi la abertura por donde el rayo de materia penetraba en Élclaris. Busqué el vidrio potabilizador del que me había hablado Ilístera. Allí estaba, un enorme cristal clavado en el suelo. Sin darme apenas cuenta estaba de pie sobre él en ese momento. Lo observé con mis magmáticos ojos canalizando todo el desprecio y asco que sentía por la hacedora de aquel mundo, deseando de una forma u otra, infligirle el mayor de los daños. Tomé entre mis dedos el mineral de antimateria, la acaricié suavemente en un intento de hacer partícipe a Drake…

Por nosotros –sentencié. Cerré los ojos propagando la sepsis que realizaría parte de mi venganza.

Tumbado en la cama, observaba el cielo en silencio. A diferencia del resto de Etyram, sentía, definiéndolo de una forma razonable, cierto cariño sobre aquella bóveda alienígena. Me reconfortaba pensar que en una de las múltiples lucecitas se encontraba la Tierra. El lugar donde a mi vuelta me estarían esperando las personas más importantes de mi vida. Mi hermano mayor, como llamaba a Gabriel. Furia, mi pequeña gran amiga. Una criatura que pese a ser salvaje me había demostrado un cariño inmenso. Gracias a ella, en parte, había conocido la verdadera identidad de mi chico. Kayra, la hermana de Iria y Axel. Que aunque nuestra relación no comenzó con buen pie sería una buena chica. Un sinfín de sentimientos que quedó a millones de años luz por culpa de una mente enferma. Sin previo aviso, y tras recordar a todos los que dejé atrás, Brian vino a mi mente. Algo en mi interior me decía que estaba vivo. Si Minaria no tuviera un propósito por neurótico que fuera de mantenerlo con vida, se la hubiese arrebatado en el claro del bosque aquella misma noche. Mis pensamientos no podían orientarse en esa dirección, no cuando aún quedaba tanto que hacer. De seguir así mi cordura quedaría atrapada en este planeta para siempre. Rescataríamos a Brian sano y salvo. Me repetí una y otra vez aquella frase hasta que lentamente mis ojos se cerraron fruto del cansancio. Al fin recibía la pequeña y deseada tregua que necesitaba.

Abrí los ojos, algo totalmente innecesario, pues la tenebrosidad reinante cubría todos los ángulos de mi visión. No tenía miedo, más bien todo lo contrario, hacía ya bastante tiempo que aprendí a amarla. No me molesté en tan siquiera buscar una explicación, mientras la oscuridad me dominara no me sentiría solo. Mi subconsciente me hacía creer que me encontraba inmerso en un oscuro abismo que tanto me reconfortaba.

Hacía ya algunos minutos que era consciente de que me encontraba en un sueño. Uno que, por cierto, era de lo más extraño y monótono. Oscuridad, oscuridad y más de lo mismo. En un momento determinado algo comenzó a cambiar. Como si de unos brazos gigantes se tratase, la noche perpetua se replegó hacia mí. Con suaves caricias recorría cada rincón de mi cuerpo, acercándome de alguna forma al ser que amaba y se encontraba a millones de kilómetros. Al fin había conseguido contactar con él. No llegué a verlo. De la densa y oscura bruma resonó poderosa la voz de mi ángel.

Valiente pero altamente peligroso…

¡Drake! Pensé que no volveríamos a hablar –exclamé lleno de alegría.

¿Cómo se te ocurrió tal idea? –preguntó la bruma ávida de curiosidad.

Ilístera, ella me dio las claves…

Confía en ella, conoce Etyram mejor que cualquiera de vosotros. Además, tiene sus propios objetivos.

La reina élfica ya gozaba con parte de mi confianza pero después de las palabras de Drake no me quedaba la más mínima duda. Conforme la oscuridad se deslizaba a mi alrededor, albergaba la esperanza de que mi chico se materializase completamente, pero por más que pasaban los segundos no sucedía. Tenía tantas ganas de verlo, abrazarlo, besarlo… La desesperación empezaba a conquistar aquel sueño, pero una vez más, incluso estando en una visión, Drake pareció notar el creciente nerviosismo.

Lo intento, Alex, pero una vez más, no me es posible.

¿Nunca lo será?, ¿ni siquiera estos momentos pueden ir bien? –pregunté desilusionado.

Todo va bien, pese a las adversidades que hacen parecer la tarea imposible. Cuentas con el apoyo de la hechicera, algo con lo que ni imaginabas tener.

Te extraño tanto…el estar lejos de ti me está transformando.

Visualicé la cruenta batalla con los golem en la cima de Élclaris. La violencia con la que había acabado con aquellas criaturas no era propia de mí. Hasta entonces, me había apiadado de las vidas de los enemigos que habían sucumbido bajo mis manos, dándoles una muerte lo más rápida posible. Esta vez fue diferente, como un animal salvaje carente de cualquier sentimiento, disfruté plenamente al arrebatarles la vida. La oscura niebla me rodeó intentando reconfortarme.

Alex, es el precio a pagar por rescatar a Brian. Las circunstancias que vivimos nos cambian, unas veces para bien y otras no tanto.

Yo no solía ser así.

Piensa que es necesario, necesitas… –hizo una pausa eligiendo la palabra adecuada– el coraje, para llevar a cabo esta intrincada tarea. Nuestra existencia no tiene horizontes, prometo que pasado cierto tiempo este trance te resultará irrisorio. Te juro que yo mismo te haré olvidar todo este infierno.

Y solo acaba de comenzar…

Pero ya es más corto y fácil de lo que era al principio –me rebatió de nuevo.

Sus palabras tenían una clara intención pero ni siquiera él podía salvarme del cambio al que estaba destinado a sufrir. Solo deseaba dos cosas, una vez finalizada la transformación, que todos mis seres queridos acabaran bien y que no hubiese cambiado lo suficiente como para que Drake no me reconociera. Formulé esos pensamientos sin reparar en que estaban siendo escuchados.

Aunque al regresar te hubieses transformado en el más cruel de los monstruos mi amor por ti no vacilaría un solo segundo, pues con tan solo mirarte a los ojos contemplaría el motivo de mi propia existencia.

Al oír esas palabras tuve emociones totalmente opuestas. Por un lado, una sensación de alivio emergió de mi estómago recorriendo toda mi alma, pero, por otro lado, no pude evitar que se me formara un nudo en la garganta. Yo mismo me negaba a volver de ese modo, tendría que hacer lo indecible para no transformarme en aquello que tanto odiaba.

No estás solo en esto, Alex. Recuerda, que aunque sea un cosmos el que nos separe, dicha distancia es ínfima comparada con nuestro amor.

La antimateria me abrazó confirmando las palabras que acababa de decir. La herida que tenía en mi corazón pareció menguar brevemente. Cerré los ojos disfrutando del momento. Pese a no tenerlo físicamente allí conmigo no frenó a mi imaginación. En mi mente, la densa niebla fue tomando la forma que tanto anhelaba. Una suave melena negra casi a la altura de los hombros, enmarcaba el rostro más perfecto de cuantos había visto y vería. Seguidamente, sus ojos se abrieron mostrándome la tenebrosa sima que tanto me alentaba. Por último, sus majestuosas alas de plumas negras se materializaron abrazándome.

No te marches, por favor –supliqué.

Descansa, mi amor, siempre estaré contigo.

Mi mente, aliada con mi cuerpo, aprovechó el momento de paz que me embargaba. Sintiendo el abrazo de la oscura energía mi consciencia se fugó a un nivel de sueño inferior, una esfera donde nada ni nadie pudiera perturbarme.

La infección de Etyram
titlepage.xhtml
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_000.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_001.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_002.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_003.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_004.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_005.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_006.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_007.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_008.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_009.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_010.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_011.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_012.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_013.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_014.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_015.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_016.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_017.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_018.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_019.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_020.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_021.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_022.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_023.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_024.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_025.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_026.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_027.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_028.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_029.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_030.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_031.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_032.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_033.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_034.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_035.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_036.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_037.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_038.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_039.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_040.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_041.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_042.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_043.html