Caudal energético

 



Me había sumido en un profundo sueño, y pese a la escasa comodidad del tronco, pude conciliarlo, aunque aquella aparente calma se vio frustrada por una extraña visión. Concentré toda mi atención en ella pues con el paso del tiempo me habían demostrado la importancia que llegaban a tener.

Era extraño, ya había vivido algo similar hacía no demasiado tiempo. Como entonces, contemplaba el interior más profundo del mundo que me rodeaba. Pero esta vez era diferente, todo a mi alrededor estaba compuesto por millones de pequeños destellos de un blanco impoluto. Desde mi posición encima de la gigantesca secuoya, resultaba mareante, pues al tener todo el mismo color me costaba diferenciar unos objetos de otros. Guiado por mi insaciable curiosidad decidí bajar del árbol, quizás estando más cerca podría averiguar algo más. Salté cayendo con habilidad felina sin apenas hacer ruido, allí no tenía que ocultarme de miradas indiscretas, al menos no de humanos. Cuando llevaba pocos metros recorridos, caí en la cuenta de que no todo era blanco en aquel lugar. Elevé las manos dispuesto a tocar un árbol, cuando contemplé algo asombrado al comprobar cómo todo mi cuerpo brillaba con una intensa luz roja. Esto no hacía más que reforzar la teoría de Drake sobre la singularidad de mi origen, algo que no sabía a ciencia cierta si lo averiguaría alguna vez. Decidí no darle más importancia al asunto y proseguí con mi expedición.

Recorrí la densa arboleda tocando todo aquello que me parecía interesante. Cuando posaba mi mano encima de los troncos de los árboles, estos emitían un breve destello, aquellos fulgores acariciaban mi piel provocándome una agradable sensación. Aquel sueño o visión no estaba siendo una experiencia traumática, al menos no por ahora.

No sé si consciente o inconscientemente, llegué de nuevo al claro donde debió abrirse el portal a mi llegada. Allí todo parecía normal, pero en el justo instante en que entré en él algo pareció alterarse. El suelo, cubierto hacía pocas horas por una incontable cantidad de hojas secas, parecía estar cambiando. Detecté pequeños y sinuosos movimientos bajo la espesa capa. Intenté acercarme para averiguar un poco más, pero entonces, como si el bosque hubiera oído mi pensamiento, el responsable de aquello me dio la respuesta. De entre las hojas, pequeños brotes vegetales empezaron a crecer rápidamente. Finos y bellos, los tallos de las flores dominaron de inmediato todo el lugar ocultando las hojas. De un momento a otro la apariencia del claro había cambiado por completo. Era toda una maravilla ver aquella improvisada germinación. Parecían orquídeas, todas ellas de un blanco brillante. Me dispuse a acercarme, pero una vez más aquella naturaleza viva quiso impresionarme. De todas y cada una de las flores, empezaron a salir pequeños haces de luz que como gotas de agua empezaron a elevarse creando un increíble espectáculo.

Esta vez no pude reprimirme más. Me acerqué, y con mi mano, roja como el fuego, empecé a acariciarlas. Lentamente todas las pequeñas luces se acercaban a mí, como polvo de hada giraban plácidamente a mi alrededor. Me dejé llevar, las minúsculas estrellas me acariciaban suavemente relajándome intensamente. Mi energía, al igual que mi cuerpo, entró en un estado casi hipnótico, por un momento pensé que no me importaba lo que sucediera, por fin había encontrado cierta paz…

Cuando parecía que estaba a punto de quedarme dormido, las pequeñas motas de luz se alejaron de mí. Danzando como habían hecho hasta entonces, se colocaron en el centro del claro aglomerándose pausadamente. Al principio me pareció realmente maravilloso, pero la placentera sonrisa me fue arrancada en el momento en que vi la forma que tomó aquella luz. Con sus ojos fríos como hielo y de aspecto aparentemente frágil, me miraba con cierta dulzura y autosatisfacción dibujadas en su gélido semblante.

Bienvenido, mi queridísimo Alexander –dijo con su prepotencia habitual.

Abrí tanto los ojos que casi se me salen de sus órbitas. Aún era de noche, y excepto por mi enorme trompicón, allí todo seguía en la más absoluta calma. Sacudí la cabeza en un intento de espabilarme un poco. Aquello tenía pinta de ser un sueño más que una visión, pues Minaria no se habría percatado de mi presencia en Etyram. De todas formas andaría con cuidado, pues con ella nunca se estaba del todo seguro.

Acaricié el colgante que llevaba al cuello, de una forma u otra era la única compañía de la que disponía en ese momento. Era la única forma que tenía de no sentirme totalmente solo. Me concentré en él en un intento de retomar la conversación que mantuvimos, pero por más que lo intentaba no conseguía oír su inigualable voz.

Seguía en la rama del árbol mirando el cielo. Era increíble lo hermoso y exótico que me parecía. Por un momento mi mente fue más rápida que yo mismo. Hacía unos días Drake y yo contemplábamos las estrellas en las paradisíacas playas de Nosy Be. Con el colgante entre mis manos imaginé que lo tenía a mi lado, cómo me hubiera gustado contemplar junto a él la impresionante belleza que tenía ante mis ojos.

Perdido en mis pensamientos, y cuando no tenía ninguna esperanza de hablar con Drake, un escalofrío recorrió mi cuerpo. El magma de mi interior se desbocó lleno de júbilo. Aunque era evidente que no estaba allí, notaba su presencia en mi interior, como si de alguna forma sintiéramos lo mismo en ese instante. Decidí no contestar con palabras, con mi ángel no eran necesarias. Pensé en él y en lo mucho que lo amaba, en ese momento mis labios se curvaron en una pequeña pero intensa sonrisa, durante un segundo sentí que él había recibido mi mensaje y me contestaba de igual manera. Como un torbellino emocional los sentimientos iban y venían a través de la piedra de antimateria. Amor, añoranza, pasión, tristeza; eran las sensaciones que más se repetían. Esta vez sí parecía estar en un sueño, uno real y no una pesadilla como de la que acababa de despertar. Pero desgraciadamente ningún sueño era eterno, una vez más nuestra conversación se vio truncada. Respiré hondo y decidí, con cierto éxito, no ponerme triste. Tenía la esperanza de que aquello estuviera a nuestro alcance más de lo que parecía a simple vista.

Pese a la soledad, la tristeza que me poseía y a las innumerables circunstancias que hacían mi tarea mil veces más difícil no quería perder la esperanza. Dejé en blanco la mente centrándome únicamente en los tres motivos por los cuales tenía que salir airoso. Por un lado, Brian estaba perdido en algún lugar de aquel inescrutable mundo. Él sabría que de una forma u otra intentaríamos rescatarlo. Y estaba en lo cierto, pues dejaría hasta el último aliento de vida en dicha tarea. Segundo, Minaria no conseguirá nunca separarme definitivamente de Drake. Esto solo era un contratiempo, pues por mucho que ella lo intentara habíamos nacido para estar juntos. Incluso separándonos miles de millones de kilómetros parecía que encontraríamos la forma de estar juntos. Para mí una vida sin él carecía de sentido. Por último, y quizás uno de los motivos más importantes que me empujaban a salir victorioso de aquella misión era la propia venganza. De una forma u otra, lograríamos frenar a Minaria, aunque fuera la última tarea de mi vida.

Esa malnacida no volverá a hacer daño a mi familia. Lo prometo –sentencié en un murmullo apenas audible.

Intenté dormir un poco más sin éxito. No tenía ni el más mínimo sueño, me daba la sensación de que llevaba mucho tiempo en la copa del árbol, con lo cual decidí esperar hasta el amanecer para volver al claro.

Después de algunas horas mi impaciencia se vio acrecentada. Busqué en la mochila mi reloj, recordaba haberlo metido antes de partir. Efectivamente allí estaba, aunque la hora no sería algo demasiado importante, quería orientarme un poco. Al mirar las manecillas me sorprendí, según mi reloj habían pasado más de cuarenta horas de mi llegada.

No es posible –dije algo confuso.

Aún recordaba la hora que elegimos para abrir el portal, las tres del mediodía. Cuando llegué a este mundo no tardó demasiado en anochecer, como mucho un par horas. Por consiguiente era imposible que hubiesen pasado casi dos días.

Se habrá estropeado al cruzar el vórtice –supuse.

Cuando amaneciera pondría el reloj a las siete de la mañana, aunque estuviera en un planeta extraterrestre tenía que aportar algo de normalidad a la situación. Eso ayudaría a no volverme loco, al menos no del todo.

El aburrimiento empezaba a hacer mella, de nuevo el tiempo parecía pasar muy lento; silencio y oscuridad, y así sucesivamente, de no ser por el enigmático cielo habría enloquecido. Cuando habían pasado al menos cinco horas, un fuerte y extraño sonido rompió, al fin, la eterna monotonía.

¿Qué es eso? –pensé a la vez que buscaba al responsable de aquellos fuertes golpes.

No podía seguir encima del árbol, después de evaluar los posibles peligros decidí ir a echar una ojeada. Bajé sigiloso como una rapaz, al caer al suelo apenas hice el más leve ruido. Ser el rarito del Universo tenía ciertas ventajas. El rastro no fue difícil de seguir, fuera lo que fuera no disimulaba su presencia. Aunque la ventana al Universo que tenía encima daba algo de luz, las frondosas copas de los árboles la eclipsaban por completo. Si bien mis capacidades físicas habían mejorado, aún tenía que transformarme para ciertas cosas. Una vez que mi energía cambió mi cuerpo, el paisaje nocturno se volvió más claro, más definido por decirlo de algún modo. Con mis ojos ardiendo el problema por encontrar la fuente del sonido desapareció.

Tras andar algunos metros por fin vi al responsable, o mejor dicho, los responsables de aquellas pisadas. A simple vista parecían elefantes normales, pero bastó observarlo un par de segundos para encontrar las evidencias más obvias. Tenía dos pares de colmillos, dos de ellos considerablemente más grandes. En cuanto a sus trompas, pese a tener solo una en realidad, se triplicaba en la punta, la central actuaba de nariz pero las dos restantes acababan en un poderoso garfio. Sin duda alguna era un animal preparado para defenderse. Lo cierto es que parecían más tranquilos que los elefantes terrestres, al parecer mi presencia no supuso amenaza alguna, paseaban por mi lado como si ni siquiera me hubieran visto. Uno de ellos, notablemente más joven, se acercó a mí con cierta seguridad. Aunque se trataba de una cría era bastante grande, del tamaño de un póney. Sus colmillos apenas asomaban y los garfios de las trompas no habían aparecido aún. Para mi sorpresa, el pequeño empezó a juguetear con su trompa. Los primeros instantes mantuve una actitud reacia pero solo había que pasar con aquel bebé un par de minutos para darte cuenta de sus inocentes intenciones.

¡Hola pequeño! –le dije cariñosamente mientras le rascaba la cabezota.

Cuando lo toqué, la que supuse que sería su madre se acercó hasta mí. Esta vez sí que me asusté un poco, la madre era todo un tanque pero al igual que la cría pareció no importunarle mi presencia. Al comprobar que era igual de dócil que la cría me atreví a tocarla. No pude evitar acordarme de Furia, la Catoblepas que había vivido conmigo. Un ser sobrenatural pero un animal al fin y al cabo. En ese momento, mientras acariciaba a los elefantes, me di cuenta de que aquellos seres aunque fueran criaturas creadas a partir de materia no eran más que animales. Seres sin ningún tipo de animadversión hacia nada. Parecía que en Etyram no solo había criaturas peligrosas…

Mientras seguía observando a las magníficas criaturas una presencia me hizo girar de inmediato. Efectivamente mis instintos no me habían fallado, en el breve lapso temporal que duró mi giro pude ver a esa extraña mujer. No sabía qué hacer, ¿sería una espía de Minaria? Durante un momento evalué mi actuación pero caí en la cuenta de que si no hubiera tenido buenas intenciones no se hubiese dejado ver. Aun sabiendo que había sido descubierta no se privó de caminar entre los elefantes.

¿Quién eres? –pregunté mientras me acercaba con cierta cautela.

Pareció no asustarse de mi pregunta, como si fuera un fantasma siguió caminando entre los animales. Quería que la siguiera, no opuse resistencia, a paso lento la seguí por aquel tumulto. Mientras caminábamos pude verla con más detalle, era alta, vestía ropajes muy gaseosos de varios tonos de azul marino, probablemente serían de seda o algo similar. Tenía el pelo totalmente negro y extremadamente largo, pero aunque casi le arrastrara lucía con un brillo envidiable. Como si quisiera corroborar que la estaba siguiendo giró su cabeza mostrándome su bello rostro. Era de piel muy clara con un leve toque dorado, sus ojos de un gris claro resaltaban en el tono de su terso rostro. Una vez más, como si me leyera el pensamiento, se apartó el pelo mostrándome sus singulares orejas. No era la primera vez que veía unas así, eran muy comunes en libros sobre seres férricos. Si no fuera porque estaba en otro planeta juraría que aquella mujer era una elfa.

¿No eres de por aquí, verdad? –preguntó justo antes de detenerse. Tenía una voz autoritaria pero serena y suave.

Lo cierto es que no –contesté tímidamente.

Mis ojos nunca habían contemplado una criatura como tú –dijo mientras me escudriñaba con curiosidad.

Lo sé, no es la primera vez que me lo dicen…

¿Qué hacéis en Etristerra?

¿Etris… qué? Esto es Etyram, ¿no? –pregunté extrañado.

Entiendo… –contestó enigmáticamente.

¿Quién eres tú? –dije rompiendo el incómodo silencio.

Una prisionera en una cárcel de marfil… –dijo de nuevo dejándome mudo.

¿Eres un fantasma? –aunque sabía que estaba forzando la situación demasiado, quería saber más de aquella criatura. Algo me decía que era importante.

Sois un… –hizo una pausa buscando la palabra adecuada–… humano –dijo al fin– muy particular.

Aquella chica sabía de dónde venía, en Etyram, que yo supiera, no había humanos. Su último comentario me hizo ponerme alerta, si ella sabía quién era, yo estaba perdido. Minaria se enteraría de un momento a otro.

No soy humano –le contesté con cierta actitud chulesca –solo hace falta ver mi apariencia para darse cuenta –le reproché utilizando la baza de mi aspecto, que ciertamente tenía poco de humano.

He ahí la particularidad que antes mencioné…

Mientras dijo aquellas palabras se giró y comenzó a caminar de nuevo. Como si fuera un pato detrás de su madre, volví a ir tras ella.

Espere un momento –dije intentando fallidamente llamar su atención–. Necesito saber algo –añadí.

No puedo satisfacer sus peticiones en este momento, necesito atender ciertos asuntos. Pero no se preocupe, de seguro nos volveremos a ver –contestó educadamente.

Insisto, solo un segundo –le repetí.

Aquel último reclamo no pareció gustarle demasiado, se giró rápidamente y me lanzó una afilada mirada.

Perdone mi brusquedad, solo tengo cierta curiosidad –me disculpé acercándome de nuevo.

Sin duda alguna tienes más de humano de lo que crees –me recriminó con cierto enfado.

Intenté dar un paso más hacia ella pero en ese instante siseó unas palabras que no llegué a entender. Como si nos hubieran seguido, la manada de elefantes se interpuso entre nosotros. Los pacíficos paquidermos se convirtieron en pura fuerza bruta, agitaban sus colmillos y sus peligrosas trompas en actitud desafiante. No quise intervenir, aquella chica tendría alguna razón para hacer aquello. Lo que menos me apetecía en ese momento era una lucha con una manada de bichos mutantes.

Hasta otra ocasión, humano insolente –aunque en apariencia parecía estar enfadada aquella despedida sonó más bien como una pequeña burla. Como reñiría una abuela a su nieto.

Acepté sus palabras y no puse impedimento alguno a su marcha. La observé caminar hacia el precipicio, y justo cuando pensaba que se precipitaría al vacío desapareció. Los animales volvieron a su pacífica vida dejándome solo, de nuevo, en aquel barranco.

Quedé algunos segundos observando la ciudad que había en el valle, no parecía haber nadie, al menos desde mi posición. Me dispuse a volver al árbol pero una luz en la lejanía me detuvo. Al principio era muy tenue, pero lentamente se hizo más intensa. El cielo, como en un amanecer convencional, se fue aclarando. Lentamente, la vista al cosmos fue desapareciendo. Por fin, al cabo de unos minutos, el caudal de materia apareció en el cielo llegando a la torre central de la ciudad. Por un momento me sentí triste, me encontraba muy cómodo con el cielo estrellado pero, por otro lado, estaba esperando el amanecer, según mi reloj, hacía casi cincuenta horas.

Cierto –pensé observando mi reloj.

Corregí las manillas situándolo a las siete de la mañana, aunque no tuviera demasiado sentido me serviría para orientarme. Quería medir las horas de luz y oscuridad que había en el planeta. A diferencia de la Tierra, Etyram parecía no orbitar alrededor de una estrella, la fuente de luz y calor provenía del flujo de materia que surcaba el cielo.

Después de pensarlo más de una vez, decidí no perder el tiempo, subí de nuevo al árbol y recuperé mis cosas. Aunque no pensaba irme definitivamente, ese día tendría que explorar las extrañas construcciones que veía desde la montaña. Me coloqué de nuevo en el borde del precipicio, aunque parecía estar cerca, tardaría bastante en llegar a pie. Decidí utilizar mis poderes, dudaba mucho que ninguna criatura fuera capaz de verme a tal velocidad, era la forma más segura. Me preparé para saltar, mis ojos llameaban preparados para realizar el rápido movimiento. Flexioné las rodillas, dejé que toda mi energía llenara cada átomo de mi cuerpo, tomé impulso pero entonces una tenue onda expansiva blanca se extendió por todo el valle. Aquello no era materia pero no necesité demasiado tiempo para averiguar de qué se trataba, un zumbido llegó hasta mis oídos dándome la respuesta que buscaba. Intenté correr pero aquella energía y el sonido posterior me dejaron algo mareado, esa misma sensación fue la que me confirmó la respuesta definitiva.

El portal ha sido abierto –murmuré sorprendido.

Tras la confusión inicial corrí de nuevo entre los gigantes que poblaban aquella espesura. Rápido como el viento llegué a tiempo de ver cómo Axel, Iria y la Sra. Pimentel cruzaban la luz.

¡Por fin! –grité aliviado. 

La infección de Etyram
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