¿Humano?
Primero fue un leve e intermitente dolor en la sien pero con el paso de los segundos la molestia se fue incrementando hasta convertirse en un verdadero e inaguantable dolor de cabeza. No recordaba la última vez que tuve uno así, aunque en realidad apenas había enfermado a lo largo de mi vida, menos aún después de conocer a mi verdadero yo.
Intenté llevarme las manos a la cabeza pero algo me lo impidió. Fue esa restricción la que me obligó a abrir los ojos. Lentamente mis párpados se separaron mostrándome el lugar donde estaba. Para empezar estaba atado, finalmente los ilucun me habían hecho prisionero, al menos de momento. Y el lugar que habían elegido era de lo más peculiar. Mientras mis ojos enfocaban, lo primero que pude ver fue el enorme bosque a vista de pájaro, aunque no tardé más de dos segundos en entender que esa comparación era absurda, ningún ave podría volar tan alto.
Mis articulaciones me fallaron momentáneamente, aún estaba anormalmente cansado, e irremediablemente mi cuerpo se inclinó peligrosamente al vacío. Tanto fue así que incluso las ataduras que me mantenían parcialmente inmovilizado cedieron notablemente.
–¡Eh, no hagas eso! –alguien me puso la mano en el pecho y me pegó contra el tronco del árbol.
Hasta ese momento no fui consciente de que estaba acompañado. Me concentré en el latido de su corazón, latía a un ritmo de unas noventa pulsaciones por minuto, demasiado lento, no podía ser… Inhalé brevemente con la intención de saber algo más de la inesperada presencia. En un primer momento parecía carecer de olor determinado, estaba demasiado…aséptico, pero al concentrarme un poco más me llegaron olores muy peculiares. Hierro, tierra, e incluso sangre. Sin tener intención alguna, todas las sensaciones crearon en mi mente un par de imágenes que despejaron cualquier duda sobre la naturaleza de mi acompañante. Un guerrero, además, cien por cien humano. ¿Humano? ¿Qué hacía en Etyram?
–Gracias –dije mientras al fin abría los ojos.
–No sé por qué te han puesto los grilletes, aquí arriba carecen de sentido –su voz pese a sonar joven, tenía un toque rasposo y curtido.
Estaba atado con los brazos alzados y las piernas entreabiertas. Primero observé mis grilletes, no estaban hechos de metal, sino de energía. Materia potabilizada por el filtro. Sacudí la cabeza intentando espabilarme de una vez. No sé si funcionó o fue la frustración de sentirme atípicamente torpe pero al fin mi mente se despejó devolviéndome el cien por cien de mis sentidos. La esfera energética no volvería a tocarme de nuevo.
–Intenta no balancearte demasiado, el suelo que pisamos no es excesivamente estable.
–Lo siento –dije mirándolo de una vez.
A mi lado, y de pie sobre una superficie que escasamente llegaba a los cincuenta centímetros, se mantenía lo más próximo posible al tronco el chico humano. Tal y como su voz me indicó, no debía pasar de los veinticinco años. Teníamos prácticamente la misma altura, incluso el color del pelo, aunque en él era un castaño más claro. Fue raro o incluso gracioso, por más que lo miraba no hacía más que encontrar similitudes conmigo mismo, corte de pelo similar, cuerpo robusto pero atlético. Típico chico mediterráneo pero a diferencia de mí tenía los ojos de un marrón bastante oscuro. Y fue hasta ese momento cuando caí en la cuenta de que vestíamos exactamente el mismo atuendo. Descalzos con camisas y pantalones blancos de un tejido similar a la seda, muy ligero y bastante cómodo, tenían un corte similar a los ropajes árabes.
–¿Eres amigo de Axel? –preguntó acaparando toda mi atención.
–¡Sí! –exclamé de inmediato. ¿Dónde está?
–Ha estado con nosotros bastante tiempo pero tú estabas inconsciente. Se encuentra bien, se lo han llevado hace poco. En un par de horas estará de vuelta –el humano parecía estar acostumbrado. No era un prisionero reciente, diría que justo lo contrario–. Por cierto, soy Altaír –se presentó.
Saber que Axel estaba bien me tranquilizó pero como contrapartida la tranquilidad y resignación con la que habló Altaír me plantearon un millar de preguntas, las cuales tendría que solventar a la mayor brevedad posible, no sin antes presentarme correctamente ante la fuente de información.
–Alex, perdón por no poder estrecharte la mano –bromeé haciendo señas a las cadenas energéticas.
–Sigo sin entender por qué te han encadenado. A esta altura no hay forma humana de escapar.
–Ahí tienes tu respuesta, digamos que no soy todo lo humano que parezco –se alejó al menos tres pasos–, pero tranquilo, no soy uno de ellos…
–Tu amigo es un descendiente de Licaón pero incluso él estaba suelto –curiosa y extraña definición para referirse a los hombres lobo–. Debes poseer poderes bastante más inusuales que transformarte en bestia para que la reina Anlia te redujera en persona y tome este tipo de precauciones contigo –definitivamente este chico llevaba aquí más tiempo de lo que parecía.
Anlia fue la que me lanzó la esfera verde. La anoté en mi mente como enemigo a tener seriamente en cuenta. La próxima vez que intentara atacarme le haría tragar la bola de energía. Y, por supuesto, no pensaba quedarme aquí por mucho tiempo, las cadenas de materia no me mantendrían prisionero.
–Me largo de aquí –concentré un poco de energía por mis muñecas y tobillos y me deshice de los inútiles grilletes.
–¡No hagas eso! Los guardias han estado viniendo cada poco tiempo para comprobar que todo esté bien, ya te he dicho que se toman demasiadas molestias contigo. Además, si tu objetivo es marcharte de aquí con el lobo, hazme caso y espera, en un rato estará de vuelta –su último razonamiento me frenó en seco, no le faltaba razón.
–No me marcharé, pero tampoco pienso estar crucificado todo el tiempo, si vienen los guardias volveré a atarme yo solo –pensé en voz alta.
–Es lo mejor…
–¿Qué hace un humano como tú en un sitio como este? –pregunté lleno de curiosidad, por más tiempo que empleaba en entenderlo más me confundía.
–Es largo de contar pero supongo que no tenemos nada mejor que hacer.
–Soy todo oídos –tenía la sospecha de que Altaír despejaría muchas de las dudas que me avasallaban, consciente o inconscientemente.
“Hasta cumplidos los veintisiete años vivía en la Península del Peloponeso, al sur de Grecia, era un ciudadano y soldado del noble y valiente pueblo espartano. Pese a mi edad, era considerado uno de los mejores soldados, hasta tal punto que una vez concluido el duro entrenamiento militar, a los veinte años, pasé a formar parte de la guardia personal de las dos familias encargadas de gobernarnos, Agiadas y Euripónidas, algo que jamás se había dado hasta entonces.
Gracias a mi estatus gozaba de la mejor vida a la que podía optar un soldado como yo. Incluso a nivel familiar me sentía realizado gracias a mi mujer Hersilia y a mi hijo Lacedaimon. Aunque no los veía mucho, pues las continuas contiendas a las que mi pueblo tenía que hacer frente me restaban mucho tiempo a su lado.
Hasta entonces, la mayoría de las batallas nos resultaban fáciles y nuestras bajas eran mínimas pero entonces llegaron los rumores de una nueva y mortal lacra. Algunos lo llamaban el demonio blanco, otros la bruja venida de los cielos pero una vez que la noticia llegó hasta el consejo para nosotros no era más que el enemigo a batir, algo o alguien a quien atravesar con nuestras lanzas y espadas. Nuestra reacción no se hizo esperar, pues en menos de setenta y dos horas más de diez pueblos fueron masacrados por aquel demonio. El consejo determinó que toda una enomotías, compañía de treinta y seis soldados, fuera a dar caza a esta nueva amenaza. No era la primera vez que nos enfrentábamos a supuestos monstruos de leyenda que finalmente resultaban ser obra de ladrones y asesinos con mucha imaginación.
Siguiendo los rumores y avistamientos llegamos al primer poblado donde se suponía debía estar la extraña criatura, desgraciadamente llegamos tarde, y por primera vez en mi vida un escalofrío de cierto temor recorrió todo mi cuerpo. Como soldado estaba acostumbrado a ver gente decapitada, desmembrada, calcinada, mutiladas de un millón de formas, pero no a este tipo de devastación. Lo cierto es que lo que mis ojos veían no podía ser obra de algo remotamente humano. La aldea directamente había desaparecido sin dejar rastro alguno, mientras que sus habitantes, ellos sí que seguían allí. El responsable de aquello parecía estar esperando nuestra llegada para rematar su trabajo. No estaban atados, pero todo poblado flotaba en silencio de alguna forma, y hasta nuestra llegada parecían haber estado dormidos. Pero al despertar algo pareció desgarrarlos desde dentro, sus alaridos de pura agonía se ahogaban entre sí. Corrimos hacia ellos dispuestos a salvarlos pero nada más iniciar la marcha sus cuerpos comenzaron a descomponerse ante nuestra atónita mirada. En cuestión de segundos todo desapareció como si nunca hubiese estado allí.
Después de lo ocurrido enviamos un emisario a Esparta informando de la situación y pidiendo que de ser necesario enviaran más efectivos mientras nosotros continuábamos con la caza de la bruja. Aquella noche murieron dos soldados de la misma manera, con lo que decidimos no dar tregua al enemigo. Teníamos que dar con ella fuera como fuera.
Con el paso del tiempo nuestra suerte no cambió, en las dos semanas posteriores nos encontrábamos con el mismo escenario y pagábamos las mismas consecuencias. Murieron dos soldados por día, y jamás tuvimos noticias del emisario enviado. A esas alturas sobrevivíamos siete de los treinta y seis. Y fue esa misma noche cuando por primera vez oí la voz de la bruja mientras hacía la guardia”.
–Quedáis siete, pero tú siempre fuiste mi favorito –habló con una voz cantarina–. Queda poco, Altaír, pronto mi investigación habrá concluido...
“Pocos segundos después fuimos sometidos a un nuevo horror. Al principio parecían espadas afilándose, pero al cabo de pocos segundos lo que quedaba de la enomotías pudimos oír los pasos de la criatura que se acercaba. Entró en el claro del bosque blandiendo sus brazos como espadas, era blanco marmóreo y carecía de rostro. Los siete nos empleamos a fondo pero nunca habíamos visto ni luchado con algo así, aquella criatura de piedra no era de este mundo. Finalmente logramos deshacernos de ella arrojándola por un precipicio pero para entonces yo era el único que aún conservaba la vida.
Estando yo solo no tenía muchas posibilidades, así que decidí regresar a casa e informar de todo lo sucedido. Pero una vez más el demonio se me adelantó, a un par de kilómetros de la entrada de la ciudad al fin pude ver el rostro de la responsable de todo aquello, no obstante, el golpe más duro fue comprobar quiénes eran las dos personas que tenía prisioneras”.
–¡Hersilia! ¡Lacedaimon! –grité horrorizado.
“Al tener frente a frente al enemigo, ninguna de las descripciones que había escuchado se asemejaba a lo que veía. En apariencia, era una niña que vestía túnica blanca pero solo hacía falta ver sus enormes y blancos ojos para comprobar que distaba mucho de la inocente imagen que pretendía dar”.
–Bien, Altaír, tal y como predije, eres el ejemplar que más se ciñe a las exigencias de mi creadora –no me dejaba engañar por su dulzura a la hora de hablar, había vivido en primera persona de lo que era capaz de hacer.
–Suelta a mi familia –gruñí blandiendo mi espada y preparado para cargar.
–Si das un solo paso verás a tu hijo vomitar los ojos de su madre o puede que algo peor –dijo mientras reía cínicamente.
–¿Qué quieres de mí? –tenía que mostrarme seguro, mi hijo me miraba lleno de miedo.
–Digamos que tienes dos opciones –comenzó a hablar de nuevo con aquella actitud infantil sobreactuada–, o vienes conmigo y te despides de tu familia, o vienes conmigo y ves cómo mueren, ¿sencillo, verdad?
“No pude reprimir mi instinto guerrero, corrí hacia ella dispuesto a partirla por la mitad pero apenas había recorrido cinco metros mi espada se disolvió junto a mi escudo y lanza que tenía en mi espalda”.
–No, no, no –repitió mientras negaba con su dedo corazón–. Esa no era una opción, Altaír, y para que compruebes mi misericordia, te daré una tercera –en ese instante se materializó a mi lado dejándome completamente inmovilizado–, te vienes conmigo sin tener la posibilidad de despedirte de ellos pero al menos los dejaré con vida, aunque jamás volverás a verlos.
“Perdí la consciencia, y efectivamente fue la última vez que vi a mi familia. Los próximos recuerdos que tengo fueron aquí, y como Anlia experimenta conmigo y otros muchos día tras día”.
La historia de Altaír me conmocionó, aunque no me sorprendió del todo, pues la propia Dría había hecho lo mismo con Ilístera milenios antes. Sin embargo, tenía buenas noticias para él.
–Aquel demonio del que hablas ya no existe.
–¿Qué fue de ella? –preguntó ávido de información.
–Se llamaba Dría y la maté yo mismo hace… –¿qué tiempo llevaba en Etyram? Había perdido la cuenta–… algún tiempo.
–¿Tú mataste a ese ser? –preguntó sorprendido–. Ahora entiendo las medidas de seguridad que Anlia tiene contigo. Aunque me hubiese gustado matarla yo mismo, me alegro de que al fin haya encontrado su final, con ese monstruo muerto el reencuentro con mi familia está más cerca.
Su respuesta me pilló totalmente desprevenido, carecía de lógica, si Altaír era un espartano quería decir que llevaba en Etyram más de 2.500 años. ¿Cómo habría sobrevivido tanto tiempo? Y lo más inquietante, ¿no era consciente de todo el tiempo que llevaba preso?
–Altaír, ¿cuánto tiempo llevas aquí? –su expresión se contrajo confusa.
–A decir verdad no lo sé, pero creo que mucho, al menos dos años –mi cara de sorpresa lo confundió todavía más.
–Quiero que mantengas una actitud abierta con lo que te voy a decir, pero yo también vengo de la Tierra, y allí han pasado más de 2.500 años desde el tiempo de los espartanos –entrecerró los ojos brevemente a causa de la confusión.
–No es posible –logró articular después de una pequeña pausa.
–Esos experimentos de los que hablas te han debido de trastornar, tanto la memoria como tu longevidad –deduje en voz alta.
Altaír, visiblemente conmocionado, se dejó caer en el tronco de marfil con la mirada perdida. Durante todo este tiempo vivió con la esperanza de volver a ver a su familia, y ahora, inesperadamente, la había perdido de golpe.
–Mi familia lleva muerta 2.500 años, no es posible –volvió a murmurar con una mezcla de rabia y tristeza.
–Lo siento…
–Tú, Alexander. Si pudiste vencer a la bruja, podrás llevarme de vuelta a mi tiempo, ¿verdad? –preguntó a la desesperada.
–Aunque todos se empeñan en decirme lo contrario, no puedo hacer eso. Mis poderes tienen límites, y aunque no lo creas no puedo llegar tan lejos como piensas –la desolación que comenzó a irradiar su mirada me partió el corazón y me llevó a decir algo de lo que no estaba seguro, pero si había alguien capaz de hacerlo era él–. No obstante, conozco a alguien que sí podría hacerlo, aunque no te lo garantizo.
–¡Gracias Alex! De momento me agarraré a esa posibilidad –contestó de inmediato.
–Pero antes tenemos que salir de aquí –añadí con intención de frenar sus ilusiones, aún teníamos que volver a la Tierra.
–Si quieres reunirte con Axel es el momento de volver a las cadenas. Vienen por nosotros –dijo haciéndome señales a dos puntos azules que levitaban en nuestra dirección.
Efectivamente, Altaír tenía razón. Dos ilucun se acercaron, y una vez los tuve a un metro de distancia movieron rápidamente las manos haciendo que mis cadenas se unieran a modo de esposas. Una vez seguros de que no escaparía nos hicieron levitar para luego volver por donde habían venido. Nos dirigíamos claramente al centro del árbol, penetramos varios panales pero dentro era todo muy confuso. En el interior de las cavidades había mucha energía, el fuego llenaba cada rincón de las construcciones, incluso las direcciones básicas parecían desaparecer, como si de alguna forma al entrar en ellas penetráramos en otra dimensión. Finalmente pude ver lo que supuse era una de las zonas importantes, difería de las otras en forma, color y, sobre todo, en opacidad, parecía un enorme capullo sin florecer del mismo color que el tronco. Al llegar a su base una pequeña grieta se abrió hacia su interior. Los ilucun nos empujaron a su interior y cerraron la momentánea brecha.
Allí dentro todo estaba muy oscuro, apenas se podía vislumbrar un pequeño fulgor azul que emitían intermitentemente las paredes que nos rodeaban, ¿qué se supone que pasaría ahora?
–Ahora es cuando experimentarán con nosotros, justo detrás de esa pared –dijo en voz baja adivinando mis pensamientos.
–Echemos un vistazo.
Detuve mi mirada en la pared que Altaír me había indicado, y poco a poco esta desapareció de mi vista.
–¿Pero qué demonios pasa ahí? –musité atónito.
Todo el suelo del lugar era acolchado, como una gran cama. Del techo colgaban telas sedosas de varios colores creando un ambiente íntimo y relajado, nada descabellado teniendo en cuenta lo que pasaba allí dentro. En la sala había por lo menos veinte humanos, mujeres y hombres llevando a cabo una auténtica orgía. A un lado, una mujer era penetrada por dos hombres a la vez, mientras que a su lado dos chicas se lamían sus zonas nobles mutuamente. Aparté la mirada observando al resto de componentes hasta que me detuve en seco cuando lo vi. Axel penetraba a un chico mientras este chupaba con fervor los pezones de una mujer. Debían llevar un buen rato, pues una fina capa de sudor lo envolvía al completo. Al verlo no pude evitar reírme y enfadarme a partes iguales, ¿en qué estaba pensando? Altaír comprendió que estaba viendo lo que pasaba en el interior, y una vez más contestó a mi subconsciente.
–Mira más allá de la obviedad. No son ellos, mira sus caras…
Axel y el chico al que se estaba follando abrieron los ojos. Ambos tenían la mirada perdida y el iris oscurecido. Pero apenas mis conclusiones se formaban en mi cabeza cuando del interior de Axel emergió un ilucun, pero no uno cualquiera, la reina de Etrósferri en persona, Anlia. Rechiné los dientes, y mi primera intención fue derribar el muro pero Altaír me colocó la mano en mi hombro tranquilizándome.
–Recuerda que una vez acabe todo esto Axel y tú estaréis de nuevo allí arriba juntos y solos, ten paciencia.
Anlia se diferenciaba claramente de sus congéneres por su morfología femenina, toda ella estaba formada por energía, en su caso de un verde fluorescente. La reina entraba y salía de los cuerpos de todos los humanos manteniéndolos en ese estado de zombificación. Esa sería su forma de conocer la biología de sus especies, lo que le hizo en su momento a Ilístera y lo que hacía ahora al grupo de humanos. Si Dría fue la exploradora de Minaria, Anlia era su bióloga particular. Y a su vez ese sería el motivo por el que Altaír no recordaba el tiempo exacto que llevaba en Etyram, su biología había cambiado a causa de los experimentos.
El muro comenzó a vibrar y a perder densidad, la puerta se estaba abriendo, y si aquella puta intentaba nublar mi voluntad la asaría dentro de mi propio cuerpo.
–Mira cómo lo hace y prepárate –dijo mientras se colocaba delante de mí, no quería que me pillara por sorpresa.
No fuimos los únicos que entramos, otras cinco puertas se abrieron en el interior de la sala. No pude evitar compadecerme de aquellas personas, ¿qué habían hecho para acabar en un sitio así? Pero más me entristecía no poder ayudarlas a todas, al menos en este viaje. Una última puerta se abrió dejándome en estado de shock, se me heló la sangre y la boca se me secó como si en un volcán me hubieran sumergido. Un chico de unos dos metros, fornidos hombros, pelo rubio largo, con sus inigualables ojos azules entró en la sala de experimentos. ¿¡Qué cojones hacía Gabriel aquí!?