Dinastía

 



Comenzaba a pensar que todo esto del equilibrio energético del Universo era aplicable a muchos más ámbitos de la vida en general. Cada vez que las cosas parecían estabilizarse pasaba algo que daba al traste con todo. Tener a Drake junto a mí durante un rato había sido maravilloso pero no sé hasta qué punto había merecido la pena si el precio a pagar era devastar sentimentalmente a Axel. ¿Cómo no había reparado en esa posibilidad? Aunque Drake tenía el control de su cuerpo, Axel estaba ahí, como un espectador inerte sintiendo y viendo cómo su cuerpo era manejado por otro. Y peor aún, viviendo en primerísima persona el amor que Drake y yo nos teníamos con todo el daño que le provocaba a él dicha circunstancia.

Por otro lado, no entendí la postura de Drake, ¿tan mal le había sentado que Axel hubiera disfrutado tanto como él? No, mi chico no actuaba así, los celos insanos propios del ser humano no le afectaban hasta ese punto. ¿De qué se había dado cuenta Drake?, ¿quizás había descubierto algo? Una vez más la cabeza estaba a punto de estallarme con el continuo vaivén de pensamientos inconexos.

¿Cuándo acabaría esta pesadilla?, ¿cuándo se disolvería de una vez por todas este absurdo triángulo? Por un momento hubiera deseado que Axel no hubiese venido, si bien es verdad que me aportaba mucho siempre con su apoyo y presencia, también me estaba ocasionando grandes dolores de cabeza. Yo no lo amaba, ese sentimiento tenía un único y exclusivo dueño, y después del particular encuentro con Drake me quedaba aún más claro. Incluso a sabiendas que mis poderes ya reaccionaron con Axel mi atracción por él era puramente física. Desmesurada y extremadamente potente, pero física sin más. Necesitaba alguien que me cuidara, que me guiara, que me hiciera estremecer cada rincón de mi existencia con solo pensarlo, y eso era algo que sí que tenía rotundamente claro, Drake era el único ser en todo el Universo que me aportaba eso y mucho más, infinitamente más.

Ni estando a miles de trillones de kilómetros se iba a acabar esta pesadilla –bufé en voz alta liberando un poco de tensión.

Desde ese instante me convencí de algo, no sé si por la mezcla de estrés y tristeza que me había provocado la situación pero ahora la venda que había cubierto mi juicio se había caído definitivamente. Nunca, mientras tenga el control de mi conciencia, volveré a caer en el encanto natural de Axel. Era mi amigo, uno de los mejores que se puede tener, y como tal daría por él hasta mi último aliento pero nunca nada más allá.

Las emociones vividas a lo largo de las últimas horas comenzaban a hacerme mella. Me tumbé en la cama, una vez más, y dejé que toda la tensión acumulada se liberara lentamente. Intenté dejar la mente en blanco, y por una vez pareció funcionar. Cerré los ojos sumergiéndome casi de inmediato en un pacífico y silencioso sueño.

No sé el tiempo que había conseguido dormir, pero una vez más me desperté antes de lo que hubiera querido. Me senté en la cama y miré a mi alrededor. En ese instante me di cuenta de que estaba viviendo una de mis particulares e intermitentes visiones. En un primer momento agradecí la plena consciencia durante el sueño pues el lugar donde aparecí me trajo muchos recuerdos, malos y otros muy buenos. El orfanato se plasmó en el sueño exactamente igual a como lo recordaba. Las habitaciones con tres camas literas de metal rojas, paredes pintadas de la mitad hacia arriba blancas y verde botella de la mitad hacia abajo. Mientras la cruzaba me dio la sensación de que todo el entorno era más grande de lo normal, las camas más altas, el pomo de la puerta; o más bien se parecía a la visión que suele tener un niño cuando es pequeño.

Salí al pasillo que me recibió con su particular blanco impoluto, la Sra. Sofía mandaba pintarlo cada dos por tres disimulando la humedad que entraba por todos los rincones, algo absurdo por otro lado, pues el olor delataba el estado de las paredes.

Mientras lo recorría dirección al comedor principal veía que todas las habitaciones estaban vacías, en realidad todo estaba vacío y en absoluto silencio. Por las ventanas podía ver el cielo un poco más blanco de lo normal, parecía un día nublado salvo que allí no había nubes.

¡Sra. Sofía! –exclamé casi inconscientemente.

Me sorprendió mi voz pues no era la mía, al menos no del todo. Soné como un niño de apenas seis años. Corrí al final del pasillo justo antes de entrar en el comedor en busca del gran espejo que solía haber. Efectivamente, el reflejo que observé era el de un niño de no más de cinco o seis años vestido con un pijama de dinosaurios y un oso marrón de peluche agarrado de la mano. Durante algunos segundos más contemplé el que había sido mi aspecto años atrás con cierta añoranza…y probablemente fue ese sentimiento el que me hizo perder la noción de que realmente estaba viviendo un sueño.

Llegué al comedor en el que, por supuesto, tampoco había un alma pero al entrar en él noté cómo la temperatura comenzó a elevarse. Al principio apenas era perceptible pero pasados unos segundos resultó insoportable. Tanto que en un instante indeterminado una cantidad ingente de humo comenzó a entrar por las ventanas. El orfanato se estaba quemando. Corrí por las escaleras de la entrada hacia el despacho de la señora Sofía, ese fue el primer sitio en el que pensé.

¡Mamá! –grité asustado, así llamaba a la Sra. Sofía cuando tenía miedo.

¡Estoy aquí, Alexander! –respondió desde el interior de su oficina.

Por la sorpresa, al intentar correr en la dirección me tropecé a pocos metros del hueco de las escaleras donde las llamas ya habían llegado. Mi oso cayó e impotente vi cómo fue pasto del fuego. El humo era abundante, apenas podía respirar, golpeé desesperado una y otra vez la puerta hasta que finalmente conseguí abrirla.

¡Pequeño corre! –gritó Sofía rodeada de llamas–. Está a punto de llegar. ¡CORRE! –no entendía nada, ¿quién estaba a punto de llegar?

Justo detrás de mi madre adoptiva se abrió un vórtice del que emanaba una fulgurante luz que obligó a taparme momentáneamente los ojos.

¡Huye pequeño Alexander! –fueron las últimas palabras que salieron de su boca.

Me costó asimilar lo que estaba sucediendo. Del interior del portal de luz se proyectó un rayo de energía blanca que comenzó a dividir en dos el cuerpo de la Sra. Sofía. Pero sin desmembrar parte alguna de su anatomía, sino duplicando literalmente su cuerpo. Aunque las dos mitades resultantes no eran, al menos no del todo, el aspecto de Sofía. El cuerpo pasó de la solidez humana al estado insustancial propio de los fantasmas. Uno más virado al negro y otro al blanco, pero ambos una versión deforme y monstruosa de lo que había sido alguna vez la imagen de mi madre adoptiva. Intenté una y otra vez llegar hasta ella pero para un niño era imposible luchar con un titán.

Las dos mitades marchitas estaban siendo tragadas por el vórtice, y esa imagen hizo que me enfureciera realmente. Aún con apariencia de niño mi poder se exteriorizó, observé mis brazos viendo mis venas rojas y visiblemente dilatadas. Volví la mirada hacia el portal, y tras un grito proyecté un rayo de energía, pero llegué tarde, aquel monstruo de luz la había devorado.

-¡¡¡No!!! –grité lanzando de nuevo mi poder.

Desperté viendo cómo un rayo de energía magmática salió por la zona descubierta, por suerte, de mi habitación, iluminando el inerte Igneas Rectum.

Ha faltado poco –resoplé al pensar en las consecuencias que hubiera tenido si el golpe hubiese salido en dirección al interior de la ciudad.

Me incorporé sintiendo que había dormido lo suficiente, según mis cálculos la interminable noche Etyriana estaba llegando a su fin, quizás faltaba un par de horas más a lo sumo. Me sentía descansado y no me apetecía quedarme en la cama, menos aún con el insoportable calor que hacía. Me vestí con lo preciso y salí al exterior.

En mi planta todo estaba en bastante calma, probablemente dormían todos, incluida la Sra. Pimentel que, incluso siendo un espectro con ciertas habilidades inusuales, tenía que aletargarse de vez en cuando para recuperar algo de la energía perdida en los grandes esfuerzos a los que estábamos sometidos continuamente.

El resto de la ciudad aún estaba en calma, no conocía el ritmo de vida de los rocfos, pero según parecía se pasaban la mitad de la noche muy activos para descansar la segunda mitad. Todo seguía en silencio y desierto. No obstante, no pensaba meterme en más líos inspeccionando los bajos fondos de la ciudad. Solo quería encontrar el cristal potabilizador de materia de Fuerrun y continuar con mi silenciosa venganza. Como en todos los reinos, este solía estar en el punto más alto con lo que en este caso, y aplicando la lógica, debía estar ubicado justo encima del templo de Akour. Aunque ahora que lo pensaba había ciertos bichos que quizás fueran un problema, los pequeños kreimes a los que tuvimos que enfrentarnos cuando las cosas se pusieron tensas con Akour. De todas formas mi intención no era infectar el cristal esa misma noche, aún me quedaba mucho tiempo en Fuerrun, y sería una decisión de lo más inconsciente por mi parte. Esta noche solo lo ubicaría bien para ir directamente una vez llegado el momento de continuar la sepsis.

Antes de abrir la puerta del templo pegué mi oído a la puerta rastreando algún indicio de vida en el interior, quería evitar a toda costa un posible enfrentamiento con los pequeños kreimes, guardias o con el mismísimo rey.

El interior olía fatal y estaba muy oscuro, demasiado para transitar por él con mis, cada vez más escasas, limitaciones humanas. Mis ojos se llenaron de mi fuego dándome una visión del mundo que me rodeaba perfectamente definida, con mis poderes a flor de piel no se me escapaba absolutamente ningún detalle. Mientras caminaba hacia el centro buscando la apertura ovalada en el centro de la sala observé a los reyes del pasado, los antiguos gobernantes de Fuerrun petrificados ahora en piedra para la eternidad.

Me parecía tremendamente curioso el sistema reproductor de la especie de los rocfos en general con sus tres individuos, pero me lo parecía todavía más el que tenían especialmente los monarcas. Era perfecto desde un punto de vista sanguíneo, una sucesión perfecta. A medida que mis preguntas surgían velozmente en mi mente, mi insaciable curiosidad innata se impacientaba al no obtener las respuestas que necesitaba. Eché una rápida ojeada asegurándome de que estaba realmente solo y me acerqué a uno de los reyes petrificados dispuesto a averiguar todo sobre ellos. Tenía que conocerlos mejor que ellos mismos, extendí mi mano y dejé que mi energía entrara directamente en el cuerpo que alguna vez albergó la esencia espiritual de un rey.

La información no tardó en llegar, y lo cierto es que fue realmente abrumadora. Me asaltaron tal cantidad de recuerdos, de tantas mentes, que tuve que emplear un poco más de poder para organizar todo aquel barullo de pensamientos. Como el que ve una película observé detalles de la vida de este espécimen, pero algo que me llamó poderosamente la atención fue que las vivencias que estaba viendo no pertenecían únicamente a este Akour en particular, de alguna forma los recuerdos del rey anterior pasaban a la siguiente generación, y así sucesivamente, a lo largo de toda la dinastía.

Vi imágenes de todo tipo, del nacimiento de la ciudad, la creación de los primeros rocfos a través de la roca ardiente modelados por su creadora, de la temida y letal corriente térmica y de las extrañas luces que anunciaban su llegada, las cuales no hicieron otra cosa más que inquietarme…

Rompí el contacto con la piedra al sentir que había dejado de estar solo en el templo. Me incorporé de inmediato y giré mi cuerpo hacia donde estaba el inesperado visitante.

Espero que hayas descansado –la voz de Akour resonó en la sala.

Disculpe mi intromisión en este lugar –me disculpé de inmediato, lo último que quería era ponerlo de mala leche–, pero ya he descansado suficiente y con este calor a los que son como yo nos es imposible pegar ojo.

No tienes de qué preocuparte, según veo solo quería conocernos un poco más y el templo de las dinastías es el lugar más idóneo –no entendía, ¿se había dado cuenta de la exploración mental?

Sí así es –improvisé–. Me parecéis una especie fascinante, y en particular, la línea de sucesión a vuestro trono me lo parece aún más –en eso no mentía aunque en realidad mi objetivo por conocerlo fuera algo más complejo que la simple admiración.

¿Y qué has descubierto? No intentes mentirme, he sentido los recuerdos que has visto –preguntó y advirtió sin quitarme sus ojos blancos de encima. Los poderes extrasensoriales de Akour me sorprendían cada vez más.

Heredáis la memoria y vivencias del rey anterior, por ejemplo, teniendo así un conocimiento pleno y universal de toda la historia de vuestra especie –no me arriesgué a mentir, era una de las conclusiones que había sacado.

Muy bien, aunque tu interpretación es bastante escueta –contestó con cierto aire de superioridad–. Realmente no solo heredamos los recuerdos. Para que el reino evolucione y sobreviva a las amenazas que nos acechan es necesario un reinado colmado de sabiduría y con un regente infinito. El sistema de reproducción de los reyes no es uno como tal, lo único que hacemos es crearnos un nuevo cuerpo, una carcasa mejorada respecto a la anterior a la que transferimos nuestro cerebro, por eso nuestro cuerpo anterior muere, en el momento del nacimiento nuestro cerebro se desprende de la cabeza y se inserta en el nuevo vehículo. ¿No fue maravillosa nuestra creadora? –Akour me dio aquella información encantado, sus palabras fluyeron con toda naturalidad, profesaba verdadera admiración por Minaria.

Simplemente renacéis, sois el mismo individuo –razoné en voz alta ignorando el comentario sobre la supuesta perfección de Minaria. Personalmente me parecía algo asqueroso.

Así es –concluyó cruzando dos de sus brazos a la altura de los hombros.

Ambos estábamos dispuestos a continuar la conversación pero finalmente la penumbra iluminó la estancia, en algún lugar muy lejos de allí un rayo de materia acababa de aparecer. Aunque no fue la única llegada, por la apertura superior de la sala vimos llegar a Fuerrun a los jinetes con sus rackvenur.

Espero que traigan buenas noticias –gruñó saliendo rápidamente a su encuentro.

Ractrips, el súbdito de Ilístera, comandaba al grupo en la primera ronda. La segunda la realizarían de nuevo los jinetes, y la tercera y más larga la haría yo mismo.

Nos hemos alejado todo lo que hemos podido y no hemos encontrado evidencias de la corriente térmica.

Viendo el estado de los rackvenur aquellas palabras no daban lugar a dudas, nada más tomar tierra se tumbaron en el suelo presas del cansancio.

¡Tenéis que alejaros más, mucho más! –bramó Akour visiblemente cabreado. Daba vueltas en círculos agitando sus cuatro brazos en el aire.

No podemos hacer más –Ractrips estaba realmente cansado. Tiñó sus palabras con un gran tono lastimero, parecía casi una súplica. El golox estaba visiblemente deteriorado por el viaje.

Tenéis que ser más rápidos e ir más lejos o incluso doblar el turno –Akour no atendía a razones, quería resultados y los quería ya.

No podemos hacer eso, es simplemente imposible, los rackvenur han volado tan rápido como les ha sido posible. Moriríamos si nos alejáramos más –sollozó el golox.

Por suerte tenemos varios más –contestó cruelmente el rey. Aquellas últimas palabras hirieron el orgullo de Ractrips.

Tendrá que buscarse una solución, pues nosotros no tenemos por qué acatar sus órdenes –contestó el golox eliminando de sus palabras cualquier rastro de debilidad, lo que provocó que Akour explotara como un gato rabioso.

Si no me servís, no hacéis nada aquí, os largáis o alimentaréis a nuestros kreimes con vuestra carne blanda –dictaminó irguiéndose delante de nosotros. Y aunque aquella respuesta la había provocado Ractrips, también era un mensaje camuflado para mí.

La próxima ronda la haré yo, triplicaré el turno y con todo ese tiempo abarcaré un millón de veces la distancia de los jinetes –me vi obligado a intervenir, no podía permitirme poner en peligro mi trato con Akour.

Perfecto pues, haz lo que tengas que hacer antes de marcharte pero hazlo rápido. Espero noticias –dio la orden y se marchó triunfalmente.

Mientras lo vi marchar entendí algo, en el fondo es lo que quería. Ponerme a trabajar lo antes posible y quitarme de en medio durante un rato, conmigo allí su liderazgo estaba seriamente cuestionado. Y ahora con el repentino cambio de planes me surgía un nuevo problema en el cual aún no había reparado, ¿cómo iba a alejarme de la ciudad, en continuo movimiento, sin perderme?

La infección de Etyram
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