Núcleos

 



Nada, absolutamente nada, se podía comparar con esto. Los primeros instantes fueron tremendamente confusos pero solo hizo falta que pasara un par de minutos para que disfrutara de la experiencia. Mientras viajaba, no sé muy bien a qué velocidad, era consciente de todo, y cuando digo todo es todo. Mis sentidos abarcaban trescientos sesenta grados al mismo tiempo. Podía ver arriba y abajo, oler a la izquierda o derecha, sentir delante y detrás, todo perfectamente nítido. Sin embargo, mis habilidades iban mucho más allá. Si centraba mi vista en un punto determinado, podía acercarme tanto como para ver el paisaje desde la perspectiva de un ratón, no se me escapaba absolutamente nada. Antes, en la Tierra, utilizar la teletransportación se traducía en algo instantáneo, no me daba tiempo a experimentar absolutamente nada. En Etyram era muy diferente, las distancias eran infinitamente más grandes, lo suficiente como para hacer de este medio de transporte algo bastante lento.

Llevábamos casi cuarenta y cinco horas sin parar, millones de kilómetros recorridos y aún quedaban unas tres o cuatro horas para salir de las fronteras de Etristerra. Sin duda alguna la experiencia más extenuante que había vivido nunca. La sensación de cansancio físico real, hacía casi un año que no la experimentaba. Nada que ver con lo que sentía en este momento, necesitaba descansar cuanto antes.

Mis amigos parecían estar aletargados. Hacía ya algunas horas que nadie hablaba. Mientras los transportaba no los veía, sin embargo podía sentir cada sensación física que sentían. Al tenerlos rodeados de mi energía, podía contar sin margen de error las pulsaciones de sus corazones, el nivel de nerviosismo, incluso de vez en cuando si me concentraba en alguien en particular, conseguía captar algún pensamiento. Aunque esto último intentaba evitarlo, no quería indagar en la mente de ninguno de mis amigos.

Continuamos surcando el cielo a más de cien kilómetros de altura. El caudal energético se situaba a unos diez kilómetros por encima de nuestras cabezas, aunque si de mí dependiera me alejaría bastante más, lo que menos me apetecía era sentir el efluvio de Minaria tan cerca. Según Ilístera, teníamos que permanecer cerca, de esta forma la brillante luminiscencia camuflaría el rayo rojo en el que nos habíamos transformado.

El horizonte se hacía aún más infinito. En la Tierra, si estuviéramos a esa altura nos encontraríamos en la termosfera, casi en el espacio interplanetario. Pero una vez más en Etyram la situación era de lo más atípica. Parecía que su atmósfera se extendía mucho más, y por más alto que voláramos, ni siquiera conseguíamos ver la curvatura planetaria.

Después de muchas horas el horizonte cambió. El gigantesco bosque, con sus inmensas coníferas, ramificaciones fluviales y la fauna más variada y exótica, se vio interrumpido de golpe. La verde espesura colindaba con un paisaje extraño. Una placa de…hielo, por describirlo de algún modo, se extendía varios kilómetros hasta llegar a una cordillera. Concentré mi vista en la cadena montañosa, y como si me hubiese acercado a pocos metros pude verla con más detalle. Hielo y cordillera no eran las palabras más adecuadas. Por un lado, parecían estar compuestas de cristal en lugar de hielo, y desde esta perspectiva, su forma distaba mucho de una cadena montañosa convencional. Del suelo, emergían amontonándose multitud de salientes afilados en todas direcciones creando desde la lejanía esa forma montañosa. Decidí acercarme un poco más, lo suficiente como para que mis amigos pudieran ver lo mismo que yo. Ilístera habló de inmediato.

Alexander, no puedes parar aquí, no es un lugar seguro.

Al rayo de materia no le queda mucho, en diez o quince minutos a lo sumo desaparecerá. Creo que puede ser un buen sitio donde pasar inadvertido –contesté haciendo partícipe a todo el grupo de mi conclusión–. Además, estoy bastante cansado…

¿Qué problema hay? –preguntó la Sra. Pimentel.

No es un lugar seguro –contestó la elfa rotundamente–. Estos son los llamados núcleos limítrofes, icebergs diamantinos que marcan las fronteras interregionales. Emiten pequeñas ondas energéticas que evitan que los ecosistemas de reinos colindantes entren en contacto. De esta forma la fauna no inteligente, el clima, incluso la primera capa de gases respirables, no se mezclan nunca, solo las criaturas inteligentes pueden burlar este sistema. Pero eso no es lo preocupante, los núcleos son los puntos más alejados de las torres de energía. Cualquier Etyriano evita merodear por estos lugares. Están situados muy lejos de cualquier fuente de materia potabilizada. Las criaturas que habitan en los núcleos son primitivas, más salvajes por así decirlo. Son las únicas que no son parte del sistema nutritivo autótrofo mayoritario del planeta. Obtienen su sustento devorando a otros seres, y como imaginaréis, no suelen comer muy a menudo. Sin duda alguna no son buenos lugares para pasar la noche, si quieres acabar de una sola pieza, claro está.

Ilístera tenía razón, teníamos que evitar este tipo de lugares. Pero el tiempo y el cansancio jugaban en nuestra contra. El río energético comenzaba a disiparse y mi debilidad física empezaba a ser preocupante. Si había otra opción, estaba ya fuera de nuestras posibilidades.

Tarde –se adelantó Axel.

Podemos viajar algunos minutos más –contradijo Ilístera.

No –volvió a rebatir Axel–. Regla número uno: prohibido viajar de noche, llamaríamos demasiado la atención –dijo en tono de burla recordándole sus propias indicaciones.

Mentalmente le hice llegar un mensaje a Axel: “Gracias por facilitar las cosas”. Estaba realmente cansado, si no paraba ya, dudaba si sería capaz de mantenernos en el aire por mucho tiempo.

De nada Alex –contestó sin previo aviso en voz alta.

No pude evitar reír. Era una de sus muchas virtudes, sacarme una sonrisa en los momentos más variopintos. Los demás guardaron silencio encontrándole sentido al agradecimiento.

Está bien –se dio por vencida al fin–, tendremos que montar puestos de vigilancia. No sabemos qué nos espera ahí abajo.

Pese a la clara advertencia de la hechicera, las circunstancias una vez más nos obligaron a tomar la decisión más arriesgada, pasaríamos una larga noche en las montañas de cristal.

Después de tantas horas sin apoyar nuestros pies, durante unos segundos volvimos a la infancia. Parecíamos niños pequeños intentando dar un par de pasos seguidos con cierto éxito, todos excepto Kon, que seguía encima de mi hombro. Tras recomponernos nos adentramos con cautela en aquellas montañas. Nos sobresaltamos, al desaparecer totalmente el río de materia cada rincón adquirió un extraño tono azul, como si de las entrañas de la montaña hubiesen encendido un foco de este color. A medida que nos adentrábamos observé el paisaje con más detalle. Parecía cristal pero en realidad no lo era, podría ser hielo pero no estaba frío. Dejé caer mi mano sobre un pequeño saliente, al tocarlo, una pequeña porción se evaporó solidificándose algunos metros más arriba. Penetramos aún más en busca de un lugar seguro, los salientes cada vez se hacían más gruesos y densos coloreándose de un azul más intenso. Llegamos a un desfiladero, a ambos lados emergían de la pared puntiagudos bloques creando un pequeño túnel piramidal.

Sorteémoslo, no sabemos si más adelante se podría volver demasiado estrecho –sugirió Iria.

Vamos hermanita, no creo que esas paredes sean capaces de soportar una embestida mía –fanfarroneó Axel.

No podemos llamar la atención, ¿verdad? –contestó Ilístera devolviéndole la burla. Axel la ignoró saltando al primer saliente.

Recorrer el desfiladero fue tarea fácil. Aunque las paredes se elevaban mucho más, la cercanía de los salientes nos permitió recorrer saltando el angosto camino a media altura. De esta forma, aprovechábamos la protección de las paredes laterales y evitábamos la peligrosa falta de espacio en el nivel inferior. De momento habíamos conseguido ser sombras sigilosas en un aún más silencioso entorno, pero un misterioso sonido nos hizo parar de golpe haciendo caer algunos cristales hacia abajo. Mientras caía, contuvimos el aliento mirando a la Sra. Pimentel.

Lo siento –dijo entre dientes.

El singular sonido acaparó nuevamente nuestra atención. Parecía que alguien moviera una gran placa metálica a mucha distancia creando un aullido, suave pero continuo.

Solo son las vibraciones que mantienen los ecosistemas separados –dijo Ilístera.

Continuemos pues –añadí reanudando la marcha.

A los pocos minutos divisamos por encima de nuestras cabezas dos estrechas pasarelas que sobresalían de una pequeña cueva. Sin duda alguna el lugar más resguardado que habíamos visto hasta el momento. La Sra. Pimentel se me adelantó.

Alexander, querido, ¿no crees que puede ser un buen sitio?

Tenemos que asegurarnos –intervino Ilístera.

Por supuesto, déjame que yo misma me asegure…

No, yo lo haré –Ilístera quiso ser educada, pero su actitud sobreprotectora no le gustó a la fantasma en absoluto. Hacía mucho tiempo que doña Josefa había asumido ese rol.

Querida, agradezco tu entrega –contradijo con dulzura pero con determinación–. Sin embargo, creo que dada mi naturaleza resulto idónea para esta tarea. Soy la única del grupo, o al menos que yo sepa –se autocorrigió mirándome–, que puedo ser invisible e intangible. Cosas de fantasmas –le dedicó una pequeña sonrisa y se vaporizó en nuestras narices.

Todos permanecimos expectantes mirando en la dirección que se suponía debía de estar. Instintivamente tensé todo mi cuerpo, si el perfecto camuflaje del espectro fallaba debía estar preparado para acudir en su ayuda de inmediato. Pasaron los minutos y ni rastro, un nerviosismo generalizado comenzó a germinar en el grupo.

¡Todo perfecto! –exclamó doña Josefa sobresaltándonos a todos. Especialmente a Axel y Kon.

¡Señora! Le agradecería que la próxima vez fuera un poco más… –lo miré advirtiéndole que no fuera excesivamente bruto–…discreta –acabó. De seguro aquella no habría sido la palabra que él habría elegido.

¿Y bien, es seguro? –preguntó Iria.

Sí, no hay nada. La cueva está estructurada en tres cavidades. La entrada da paso a un pasillo bastante estrecho, un metro como mucho, este desemboca en una zona bastante grande que nos puede servir como refugio. En la zona posterior hay otro pasillo sin salida no más grande que el primero. No quedan reminiscencias de ninguna criatura, al menos que yo pueda localizar. Eso sí, no estamos solos en estas montañas, al transmutarme he sentido múltiples presencias que no logro ubicar.

El grupo permaneció en silencio ante las últimas palabras de la Sra. Pimentel. Parecían preocupados, especialmente Ilístera e Iria.

No debería preocuparnos. Cuando decidimos descansar aquí dimos por hecho que no estaríamos solos –les tranquilicé mostrando cierta autoconfianza–. Vamos, descubramos la suite de lujo –bromeé.

Nos instalamos en el interior de la cueva, dejé a mi particular acompañante escamoso en un rincón, y apenas tardó un par de minutos en quedarse dormido. Tal y como había dicho la Sra. Pimentel, la zona central resultó ser un buen lugar. Al penetrar tanto en el interior de la montaña, las paredes parecieron volverse más opacas, no podíamos ver el exterior, y gracias a la luz azulada que emitían no nos hizo falta pensar en algo para iluminar la cavidad.

Organizamos ocho turnos de vigilancia de seis horas cada uno. En un principio pensé descansar, pero las tres horas que habían pasado desde que dejamos de viajar parecieron ser suficientes para que la extrema necesidad de descanso menguara considerablemente. El primer turno lo haríamos Axel y yo. Establecimos el puesto de vigilancia en la zona más alta del desfiladero. Un saliente se elevaba dándonos una vista general de la montaña.

Tuvimos una extraña sensación que nos enmudeció a ambos. En el horizonte solo había oscuridad, todo lo que llegaba a alcanzar nuestra vista estaba iluminado por el fulgor azul que emitía la montaña, buscar más allá resultaba en vano. Alcé la vista en busca del bello cielo nocturno que tanto me gustaba observar, sin embargo, la luminiscencia actuaba con el alumbrado público de las ciudades.

Si lo pensamos con frialdad, la elfa tiene razón. Este lugar no es el más indicado para pasar inadvertido. Esta luz resulta escalofriante y, además, observa el paisaje, estas montañas son un faro en la absoluta oscuridad. Cualquier criatura que merodee por los alrededores estará obligada a mirar hacia aquí –dijo el lobo sin quitar la vista del horizonte.

Axel tenía razón. Si nuestros enemigos nos buscaran, este sería uno de los lugares que sin duda llamarían más su atención.

De la dirección contraria a Etristerra una corriente de aire frío cruzó la montaña haciéndome castañear los dientes. Me puse la capucha de la túnica en un intento de resguardarme del frío. Me reconfortaba pensar que aún había cosas en mí que me hacían parecer humano. Axel pareció percatarse de algo que se me escapaba.

Drake hizo bien en darnos estas túnicas… Mira.

Axel, al igual que yo segundos antes, se puso la capucha. Sonreí al comprobar hasta qué punto Drake intentó ayudarnos pese a no estar aquí. La tela se volvió azul luminiscente.

Si alguien mirara en esta dirección le sería difícil vernos –dijo Axel dándole sonoridad a mis pensamientos.

Gracias –susurré mientras acariciaba la piedra de antimateria que colgaba de mi cuello.

Mientras oteábamos el horizonte en busca de posibles peligros, y sin darme apenas cuenta, acabé escudriñando cada rincón de mi acompañante. Sin lugar a dudas la Ilíada en la que estábamos inmersos y de la que apenas vislumbrábamos los primeros haces de luz, no sería lo mismo sin la compañía de Axel. A su lado, y pese a no necesitarlo en el sentido estricto de la palabra, me sentía seguro. Lo demostró en el pasado cuando antepuso su vida al atacar a Dría en una confrontación condenada al fracaso. Su carácter impetuoso y algo chulesco, normalmente le servía de repelente para cualquiera que pasara con él más de diez segundos seguidos, en cambio, a mí me cautivó desde el minuto uno. Siempre conseguía sacarme una sonrisa, y teniendo en cuenta nuestra actual circunstancia, era de agradecer.

Involuntariamente, y como sucedía en un noventa y nueve por ciento de las veces, mis pensamientos se perdieron en el limbo al detenerme a observar el físico del lobo. Axel no era consciente, pero en caso de perder la guardia mínimamente, mi mente se perdía en su perfección física. Por suerte, esta vez solo podía mirar su rostro, el resto de su cuerpo lo tapaba la túnica, que siendo sinceros, la hubiera volatilizado hace tiempo si no resultara tan necesaria.

No conocía mucho de su vida, ni siquiera cómo aconteció su transformación, pero tenía la certeza de que todas sus vivencias habían dejado en él una fuerte impronta. Pese a aparentar apenas veinte años, la expresión severa, la rectitud de su mandíbula, y cómo obviarla, la profundidad de su mirada, eran claros indicativos de su madurez real. Sin embargo, pese a innumerables décadas de existencia el tiempo no había conseguido borrar totalmente el atractivo innato que poseyó siendo humano y acentuado posteriormente por la licantropía. Sus ojos rasgados perfilados naturalmente coloreados de un marrón claro, pómulos y mandíbula dibujados por el mejor retratista en perfecto equilibrio con sus carnosos labios y su cabello, negro azabache muy corto, hacían de Axel una criatura misteriosa, cautivadora y, sin lugar a dudas, con el segundo rostro más bello de cuantos mis ojos habían visto. Y lo mismo que solía perderme, mi mente volvió de golpe a la realidad. Aunque Axel me hacía perder la concentración, inevitablemente mi mente establecía tarde o temprano la comparación, y llegados a ese punto, ni mil licántropos como Axel conseguirían perderme de nuevo. Drake ocupó nuevamente, como debía ser, toda mi atención, pensamiento y sentimiento que transitaba en ese momento sobre mí.

Acaricié la piedra nuevamente, en un intento de transmitirle cuantos pensamientos se atropellaban en mi cabeza, y si de algo estaba seguro, era de que nunca sería suficiente el número de veces que le proclamara mi amor. Cualquier cifra me seguiría pareciendo ínfima al ser comparada con mis sentimientos por y para él. Axel se percató de mi ensimismamiento, y permaneció, antes de hablar, algunos segundos observándome en silencio.

¿Qué es esa piedra? –preguntó al fin. Se acercó un poco más y apoyó su mano en mi rodilla–. Desde que llegamos no pasas menos de dos minutos sin tocarla, parece algo automático.

Aquella observación me sorprendió. Si bien era cierto que mi apego con el colgante era inquebrantable, no era consciente de que fuera algo tan evidente para el resto.

¿Tan evidente es? –le devolví la pregunta con cierta añoranza.

Solo para mí –contestó mostrándome una perfecta sonrisa–. Y bien, ¿qué es?

Aunque no había sido una elección como tal, hasta ese momento no caí en la cuenta de que nadie sabía la existencia del colgante de antimateria. Quizás mi subconsciente quería mantener en secreto sus diferentes utilidades, salvaguardando de alguna manera el único nexo que tenía con Drake en este mundo. De todas formas, era Axel quien preguntaba, no tenía inconveniente, confiaba plenamente en él.

Nuestro billete de vuelta –contesté provocándole cierta frustración. Enarcó una ceja esperando el resto de la explicación–. Como sabes, este planeta está formado por materia, una energía extraña y letal para cualquier criatura excepto para mí. Vosotros podéis transitar por ella gracias a la funda protectora con la que os recubrí antes de cruzar el portal. Supongo que a Ilístera le proporcionaría Minaria alguna forma de escapar a ese efecto. La piedra negra de mi colgante contiene la esencia de la antítesis de Minaria, el efluvio de Drake, la antimateria.

Cuando el cosmos aún era joven, Drake y Minaria ya estaban enzarzados en la guerra eterna. Ya habían creado sus respectivos planetas: Etyram y Anterium; y estos mismos fueron sus principales objetivos a batir, invadir la creación del contrario. Sin embargo, esos planes se vieron truncados casi de inmediato. Cualquier criatura que se acercara demasiado a las fronteras de sus enemigos automáticamente se veía repelida, aparecían en un nanosegundo en el punto de partida. Justo ese es nuestro plan, llegado el momento destruiremos esta piedra y seremos expulsados de Etyram apareciendo en la mansión. O al menos esa es la teoría.

¿Y si la teoría falla?

Siendo sincero, a mí no sé qué me podría suceder, puedo interactuar con las dos sin que me pase nada –contesté lo más honestamente posible–. A vosotros…seréis aniquilados sin apenas daros cuenta –añadí con cierto toque dramático sobreactuando.

No le veo la gracia –dijo muy serio.

Mi broma no había llegado a buen puerto. Retiró su mano de mi pierna sin dejar de mirar la piedra de antimateria.

Creo que deberías habernos informado, ya sabes que no me gusta estar cerca con nada que tenga que ver con…él –el odio que Axel sentía por Drake nubló cualquier razonamiento por su parte.

No seas infantil, Axel –esta vez fui yo quien recuperó el contacto físico–, es nuestra única opción. No tenéis nada que temer, mi energía os protege, ninguno de los dos poderes elementales puede dañaros –le tranquilicé.

Realmente no encuentro la diferencia entre tu novio y la tía esa que va en bolas por ahí. Las dos energías son iguales de jodidas para cualquiera de nosotros, ¿quién nos garantiza quién es el malo y quién el bueno? –su inesperada actitud me molestó bastante.

¿Acaso no viste quién raptó a Brian y nos intentó matar en el claro?, ¿qué más pruebas necesitas, Axel? ¿O acaso son otro tipo de sentimientos los que condicionan tu actitud?

Me arrepentí nada más acabar la frase. Si bien no me gustaba esa actitud de poco respeto a Drake, no tenía derecho a utilizar sus sentimientos para defenderme. No hacía falta, y hasta cierto punto era lógico que no se fiara de él. Drake tenía algo que él deseaba. Mi amor... Tal y como imaginé mis palabras dañaron a Axel aunque intentaba disimularlo. Permanecimos en silencio algunos minutos hasta que él retomó la conversación.

Alex, lo siento –entorné los ojos confuso. Intenté hablar pero me detuvo de golpe–. Déjame explicarte –asentí dispuesto a escucharlo.

Lo siento por hablarte de esa forma. Sé que no tengo derecho, y que, hasta cierto punto no tengo razón. Pero tienes que entenderme, no puedo confiar en él. Drake y la otra, son seres que hasta hace relativamente poco ni siquiera me planteaba su existencia. Son demasiado poderosos, han vivido muchísimo más tiempo que nosotros, y si quisieran nos podrían engañar fácilmente. No digo que tú no tengas confianza ciega en él, pero no me pidas que sufra la misma ceguera.

Aunque resulte duro lo que voy a decirte, quiero que lo sepas. No pondría en peligro mi vida por nada de este mundo, ni siquiera por Brian, y no me tomes a mal, no tengo nada en su contra pero no es prioritario para mí. Sinceramente creo que su rescate, dadas las circunstancias, es casi imposible. La mente de Minaria es simplemente inalcanzable para seres como nosotros, estoy seguro de que su plan no hará aguas por ningún resquicio. Pero si tú crees que es posible te seguiré hasta los últimos instantes de esta locura. Mi presencia en este mundo solo tiene un responsable, tú. No podía dejarte solo, el mero planteamiento de alejarme de ti me volvía loco, y por suerte, yo sí que podía acompañarte en este viaje –concluyó Axel.

Las palabras del lobo me dejaron una mezcla de sentimientos poco habituales en un mismo contexto. Entendía y respetaba su opinión acerca de Drake, no pensaba luchar por acercarlos, sería absurdo. Las cosas eran como eran. Pero me sorprendió mucho su actitud en cuanto al rescate de Brian. Yo mismo había descubierto de primera mano el duro camino que nos aguardaba, pero por muy largo y doloroso que fuera, no me planteaba jamás otra opción que no fuera volver a casa con mi amigo. ¿Todos pensarían de ese modo? En cualquier caso no me importaba la respuesta, mi objetivo estaba fijado costara lo que costara.

Su último razonamiento no me pilló por sorpresa. Sus motivos me habían quedado bien claros desde el minuto uno. No podía luchar contra él en ese sentido, más aún cuando él conocía perfectamente el tipo de sentimientos que me producía. Aunque el hecho de saberlo, no sé si era algo bueno o malo realmente.

Inmerso en mis pensamientos me quedé en silencio mirando a un punto fijo. Axel me miraba esperando una reacción por mi parte. No era el momento de los grandes y acalorados debates en los que solían acabar este tipo de conversaciones con él.

Te entiendo, Axel, estoy seguro de que en el futuro tendremos tiempo para subsanar todos estos miedos –contesté al fin bastante calmado.

Seguro –respondió pasándome el brazo por la espalda.

Como vigías de antiguos buques observábamos el horizonte meticulosamente. Las horas pasaban sin que ninguna criatura hambrienta apareciese tal y como advirtió Ilístera. No obstante, no todo permaneció perpetuo. La temperatura en las montañas se desplomaba a medida que pasaba el tiempo. Bajó tanto que instintivamente busqué la fuente calorífica más cercana. Axel entendió de inmediato el motivo, me abrazó por detrás y pegó su pecho a mi espalda. Cerré los ojos reconfortado y me enrosqué como un cachorro. La tregua que el cansancio me había dado cesó de golpe. Axel me rodeó con todo su cuerpo compartiendo conmigo su preciado calor corporal. Si se transformaba podría soportar la temperatura más gélida, pero en su forma humana Axel tenía casi la misma temperatura de un humano normal, cuatro grados más a lo sumo. Pero esa pequeña diferencia marcaba la diferencia en casos como este. Notaba su piel incandescente debajo de la túnica azul, la permanente robustez de su musculatura; en cambio esta vez mi mente no fantaseó como de costumbre. Debido a nuestra conversación anterior tenía a Drake muy presente. Sin nada que me lo impidiese, la pena y el dolor me asaltaron sin piedad. La sensación de vacío succionó cada gota de mi alma, hasta el último rincón de mi cuerpo lloraba por su ausencia, anhelaba el contacto de su piel, sus besos, oír su voz… Agarré entre mis manos el colgante de antimateria y lo besé justo antes de sucumbir ante la oscuridad del agotamiento. 

La infección de Etyram
titlepage.xhtml
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_000.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_001.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_002.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_003.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_004.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_005.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_006.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_007.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_008.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_009.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_010.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_011.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_012.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_013.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_014.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_015.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_016.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_017.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_018.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_019.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_020.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_021.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_022.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_023.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_024.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_025.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_026.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_027.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_028.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_029.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_030.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_031.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_032.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_033.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_034.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_035.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_036.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_037.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_038.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_039.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_040.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_041.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_042.html
CR!WNBG37KCN572V3CGCX46362F1159_split_043.html