Señuelo
El primer pensamiento que apareció tras la vuelta de mi consciencia fue claro y conciso: “Quiero enfrentarme al ejército y no lo puedo hacer por no llamar demasiado la atención”. Pero tener que estar huyendo con el consecuente peligro al que estamos continuamente expuestos me atormenta cada segundo. Sin embargo, lo peor de todo es que Ilístera tenía toda la razón y sus argumentos son tan poderosos que no dan lugar a réplica. Aunque algo sí sacaba en claro, este problema tendría que solucionarse a la mayor brevedad posible, de una forma u otra.
Llevaba despierto algunos minutos pero aún me sentía demasiado cansado como para tan siquiera abrir los ojos. No sabía cuánto tiempo había pasado exactamente pero desde luego no el suficiente, al menos para volver a ser el de antes. El pecho aún me dolía bastante aunque al parecer había dejado de sangrar, y en cuanto a mi energía ya comenzaba a sentirla de nuevo en mi interior.
Cuando me dispuse a retomar el descanso absoluto noté la piedra bajo mi mano, respiré hondo y me sentí satisfecho. Con ella nuevamente en mi poder el rescate de mi amigo se volvía a tornar posible, al menos ya teníamos el billete de vuelta a casa. Recordé entonces las otras propiedades que tenía mi preciado bien, la que de vez en cuando me permitía ser el chico feliz que solía ser tiempo atrás. No tenía un trámite a seguir, las veces que había pasado fueron inesperadas, no sabía cómo empezar el ritual. La agarré con fuerza y volqué en ella todo el amor que sentía por él, si algo había sacado en claro durante todo este tiempo era que nuestros lazos eran tan fuertes y puros que no existía absolutamente nada que pudiera luchar contra eso. Apreté la piedra un poco más, pero todos mis esfuerzos se daban de bruces con la fría realidad, Drake no podía manifestarse en este momento. Intenté apagar mis sentimientos, en mi estado lo que menos necesitaba era ponerme triste, mi energía aún estaba demasiado preocupada en sanarme físicamente como para perder el tiempo en mis sentimientos. Inspiré pausadamente diciéndome a mí mismo que ya tendría otra oportunidad.
Mis amigos debieron darse cuenta de que volvía a estar despierto. Oí sus voces e incluso sentía su presencia bastante cerca de mí. Nunca había sido transportado por los conjuros de Ilístera pero todo parecía estar muy quieto, llamativa y descaradamente quieto. Reuní las fuerzas suficientes y abrí los ojos.
–¿Dónde estamos? –dije sin moverme un ápice.
–Querido, intenta hablar cuanto menos, mejor, y en su defecto hazlo lo más silenciosamente posible –susurró la Sra. Pimentel mientras me posaba su mano en mi cabeza.
–Tuvimos que improvisar –añadió Ilístera.
¿Qué había pasado y por qué tanto silencio? Eché una ojeada al lugar que ciertamente me era muy familiar, aunque, por otro lado, resultaba imposible. O bien el hechizo de la elfa lo emulaba de alguna manera o aún estábamos en Etrósferri, un sinsentido pues el bosque tocaba a su fin en el núcleo limítrofe.
–¿Dónde estamos? –repetí esta vez sin apenas emitir sonido. Ilístera se acercó a mí y comenzó a susurrar, tuve que concentrarme para oír sus palabras.
–Alexander, hemos tenido algunos contratiempos, aún estamos en Etrósferri. Cuando salimos del núcleo no pude creer lo que vieron mis ojos. Esperaba encontrarme la vasta región inerte pero de alguna forma durante la ausencia de Lergutrón, Anlia ha logrado expandir su reino más allá de las fronteras que marcan el núcleo, y sin el río de materia y contigo ausente no teníamos ninguna posibilidad de huir. Tuve que improvisar y ganar tiempo hasta el amanecer. Elegí uno de los árboles más grandes y lo conjuré a modo de búnker, no tenía garantía de éxito pero de momento está funcionando. Somos invisibles a ojos de Anlia y su ejército, aunque no disponemos de todo el tiempo. Están rastreando cada milímetro cuadrado del bosque y una vez lleguen hasta aquí no habrá hechizo alguno que nos otorgue camuflaje. Crucemos los dedos y esperemos al amanecer para salir de aquí.
–Siento no poder ayudaros…
Casi ni siquiera podía hablar, mis ojos comenzaron a cerrarse de nuevo. De alguna manera mi subconsciente comenzó a apagarme evitándome lidiar con la nueva y hostil situación.
–Recupérate Alex, te necesitamos… te necesito.
Las palabras y calor corporal de Axel fueron las únicas sensaciones que percibí antes de sucumbir a mi recuperación. Me aferré a él y cerré los ojos.
Comencé escuchando los latidos de mi corazón, aparentemente volvían a ser normales. Me concentré un poco más y otros cinco se unieron, por más que quisiera a la Sra. Pimentel nunca sería uno de ellos. Poco a poco fui consciente de todo mi cuerpo y al fin, de toda mi energía pero en ese mismo instante noté cómo algo me oprimía, algo que intentaba ahogarme. Reaccioné de inmediato, me incorporé y me deshice del campo de fuerza.
–¡Alex tranquilo! –dijo Gabriel con las manos en alto.
Todos parecían asustados, me miré las manos y entendí el motivo, me había transformado involuntariamente frente a la amenaza.
–Tienes que tranquilizarte ya, por favor hazlo –insistió de nuevo.
Todos estaban en el lado opuesto a mí menos Ilístera, que estaba un par de pasos adelantada al resto con los ojos cerrados murmurando algo. ¿Me estaba hechizando? Hice caso a Gabriel y replegué mis poderes, aun así la elfa no cesó en su tarea.
–¿Qué hace? –pregunté.
–¡Shhh! –doña Josefa se lanzó hacia mí y me tapó la boca con su mano–. Primero cierra el pico, y segundo intenta disimular tu presencia energética lo máximo posible –asentí mientras intentaba interiorizar lo máximo posible mis poderes–. Ilístera lleva así desde que te recuperaste, tu energía vuelve a ser tan potente como antes y ella intenta disimular tu presencia por todos los medios de que dispone.
–Está bien –dije sin emitir sonido alguno–. Lo siento –añadí inclinando un poco mi cuerpo y levantando las manos en señal de sumisión.
Intenté disimular mi presencia lo máximo posible, tanto que por un momento me sentí plenamente humano. Nada de superpercepción espacial, bloqueo absoluto de hipersentidos y, por supuesto, nada de exteriorizar energía. No me gustó la sensación, me sentí vulnerable, torpe, indefenso, humano al fin y al cabo. Y fue esa misma sensación de inutilidad la que me devolvió la mala leche y las ansias de pelear con el ejército. Ilístera notó el descenso y salió del trance.
–Tenemos que poner fin a esta situación, no podemos huir eternamente –gesticulé con los labios.
–No tenemos otra opción que escondernos, estamos rodeados –contestó la elfa de la misma forma.
–Hay que pensar en algo, huir no es la solución. Es una bomba que tarde o temprano nos explotará en la cara –pese a no hablar mi enfado y frustración eran evidentes.
–Para enfrentarte al ejército necesitarás liberar una gran cantidad de poder llamando demasiado la atención. Hazlo y tendrás a Minaria delante antes de que puedas tan siquiera recuperar un tercio de la energía gastada en el ataque –no estaba dispuesta a ceder, y aunque razón no le faltaba, al menos teníamos que plantearnos una posible solución al problema.
–Este planeta es gigantesco, y aún estamos muy lejos de la capital, quizás no resulte tan notorio –intervino Axel mostrándome su apoyo.
–Un meteoro es infinitamente más pequeño que un planeta, no obstante, un impacto sobre él afecta y es tangible en toda su extensión, ¿te sirve el ejemplo? –contradijo con fiereza, y por qué no admitirlo, con absoluta rotundidad–. Aprovechemos el error de Anlia al no haber avisado aún a Minaria –sentenció apagando el fuego de la silenciosa discusión.
–Encontraré el modo pero te aseguro que esas cosas y su puta reina dejarán de ser una amenaza más temprano que tarde –esta vez fui yo quien la acabó definitivamente.
A través de los cristales pudimos ver cómo el bosque comenzó a apagarse, lentamente el rayo de materia aparecía de nuevo sobre el cielo Etyriano. Había llegado el momento de marcharnos. Ilístera, la Sra. Pimentel e Iria recogieron sus cosas, eran las únicas que aún conservaban sus provisiones y las túnicas que Drake nos dio, las mías y las de Axel se quedaron en Uclós. Lo único que me importaba haber perdido de todo era mi cuaderno de dibujo, y aunque si reparaba en ello su pérdida me atormentaría decidí ignorarlo y tomarlo como sacrificio para el bien mayor que perseguíamos.
–A mi señal desvaneceré el camuflaje y estaremos totalmente expuestos –advirtió Ilístera.
–Daos las manos y preparaos para sentir el vértigo de nuevo –bromeé respecto a la velocidad que pensaba alcanzar.
–¡Ya! –exclamó en silencio la hechicera.
En ese mismo instante cientos de ilucun se tiraron encima del árbol pero con mi plena recuperación no sería problema deshacerme de ellos. Nos transformamos en energía y salimos volando desintegrando a todo aquel que había osado bloquear nuestro camino.
–A este ritmo vuelves a sacarles bastante ventaja, puedes frenar si no quieres que vomite, estoy seguro de que pese a ser un fantasma podría hacerlo bajo esta situación –no pude evitar reírme al oír en mi mente las palabras de doña Josefa.
Aunque todos intentaban aparentar cierta calma, en parte para no añadirme más presión, ninguno lo conseguía realmente. Todos sabían que al recubrirles cada célula de sus cuerpos con mi energía podía acceder a voluntad hasta el más recóndito de sus pensamientos, cosa que, por supuesto, no pensaba hacer. Me había interpuesto la limitación necesaria para no tener acceso directo a su mente. Sin embargo, a veces, algunos de ellos, especialmente Altaír, Axel y Gabriel, pensaban demasiado alto y por muchas trabas que me autoimpusiera me era imposible no oírlos. Gabriel estaba obsesionado con Kayra, aunque más que obsesión era una preocupación inmensa, incluso diría que había algo más que de momento no había exteriorizado con la suficiente contundencia como para oírlo. Altaír pensaba continuamente en su mujer e hijo, su poblado y el sentimiento de absoluta soledad que le embargaba al sumirse en su pérdida. Aunque eran breves destellos los que llegaba a vislumbrar eran tan intensos que podía sentir la absoluta desdicha que lo consumía. Luego estaba Axel, quien mostraba el comportamiento más extraño de todos. Desde este último salto todo su ímpetu era no pensar absolutamente en nada, mantener la mente en blanco era su único objetivo, y fue ese extraño comportamiento lo que casi me hizo penetrar en su mente. Por suerte mi cariño hacia él se impuso a mi repentina curiosidad salvaguardando su intimidad, no debía incumplir esa regla nunca. Aun así le pregunté mentalmente de forma que nadie, excepto él y yo, pudiera oír algo más.
–Axel, ¿qué te preocupa?
–Mmm…nada, ¿por qué? –contestó dubitativo, mi pregunta le había pillado por sorpresa.
–El esfuerzo que haces por no pensar en nada es demasiado evidente. Sabes que tus pensamientos están a salvo, jamás entraría en ti sin tu consentimiento –le dije intentando tranquilizarlo.
–Solo intento no añadirte más preocupaciones, por eso intento centrarme en una imagen totalmente en blanco –argumentó tranquilizándome–. También estoy cansado, necesito un momento sin pensar en nada…solo es eso.
–Está bien, está bien –contesté dando por finalizada la conversación.
Por mucho que me dijera había algo más, nunca había tenido esa sensación con Axel pero intentaba ocultarme algo. Si bien no pensaba dudar de su palabra, seguro que lo que quería evitar era abrumarme con los sentimientos y deseos que sentía por mí. Cosa que en parte le agradecía, mi lista de inconvenientes ya era enorme como para sentir en ese momento las sensaciones que despertábamos ambos.
–¿Cuánto tiempo llevamos viajando? –preguntó Altaír algo fatigado. No era de extrañar, a todos les había pasado las primeras veces, más aún él que era humano y llevaba un montón de horas sin descansar.
–Quince horas y cuarenta y tres minutos para ser exactos –informó la Sra. Pimentel.
–No podemos parar, Alexander, solo le sacamos un par de horas de ventaja al ejército –apuntó Ilístera.
No le faltaba razón, si echaba la vista atrás veía cómo una enorme mancha de infinidad de colores se deslizaba rápidamente por el bosque siguiendo nuestro rastro. Era más rápido que ellos pero al parecer no lo suficiente como para quitárnoslos de encima de una vez. Tenía que encontrar una manera de ganar tiempo, algo que hiciera a los ilucun frenar o cambiar de dirección, un nuevo rastro que seguir…
–¡Lo tengo! –exclamé en voz alta dentro de sus cabezas provocándoles cierto resalto.
–¿¡Qué tienes!? –preguntó Iria sobresaltada imitando mi repentino entusiasmo.
–Algo que con un poco de suerte nos hará ganar algo más de tiempo, quizás el suficiente como para atravesar este maldito bosque –expliqué transmitiéndoles todo el júbilo que sentía en ese momento.
–Estamos llegando al final del bosque, si miráis con atención, cada vez es menos denso –apuntó Ilístera.
Una vez más no le podía quitar la razón, el bosque de Etrósferri cada vez tenía menos árboles, el paisaje pasaba de un espeso amasijo de troncos de marfil marmóreo a un desierto con arbustos aislados. Si quería llevar a cabo mi plan, tendría que ser ahora.
Comencé a descender, todos exteriorizaron su confusión, ¿por qué se supone que tomaba tierra? Pronto lo sabrían. Nada más materializarnos Altaír comenzó a vomitar.
–Descansa amigo, aunque solo sea unos segundos –lo reconforté mientras le daba un par de palmadas sobre la espalda.
–¿Por qué paramos? ¿Te has vuelto loco? –preguntó Gabriel representando el estado de confusión que reinaba en el grupo.
–El ejército se guía por nuestro rastro energético, ¿no es así? –Ilístera asintió– Pues démosles un rastro mejor que seguir –sonreí.
Pese a que nadie me entendió no me paré a dar explicaciones, luego las daría, ahora mismo el reloj corría en nuestra contra. Me proyecté hacia el cielo solo intentando emitir la menor cantidad energética, me replegué sobre mí mismo mientras ganaba altura, tanta que incluso sobrepasé el río de materia. Nunca había volado tan alto. Una vez allí, comencé a acumular energía, toda la que podía, hasta tal punto que visto desde fuera parecería un repentino sol de puro magma. Suficiente, en ese estado sería detectado hasta por el ilucun con el instinto más atrofiado. En un movimiento de extrema rapidez separé la energía acumulada de mí lanzándola con fuerza en dirección contraria a nuestra posición. En ese instante recuperé mi solidez corpórea y me dejé caer al vacío viendo cómo mi llamativa bola energética se alejaba a toda velocidad de nuestra posición. Entonces caí en la cuenta de que no reparé en el final del plan, tendría que aterrizar con mis piernas desde una altura prácticamente incalculable, ¿cincuenta kilómetros?, ¿cien? ¿o tal vez mil? Sentí cómo la fricción de la atmósfera de Etyram intentaba incendiar mi cuerpo como lo haría con cualquier otro objeto que bajara a esa velocidad, por suerte no fue el caso.
Doscientos metros, cien metros, sesenta metros, veinte metros, estaba a punto de impactar contra el suelo sin saber si me haría papilla. Llegué. Flexioné las piernas y apoyé mi mano derecha en el suelo, sentí el impacto, sentí cómo la tierra sucumbió ante mí pero por inverosímil que pudiera parecer no sentí ni el más mínimo dolor. Levanté la cabeza como si nada viendo la atónita mirada de mis amigos.
–Alex, eso ha estado muy guay –habló Iria recuperando momentáneamente a la chica divertida y espontánea que solía ser.
–¡Eres el rey de los felinos, menudo aterrizaje! –añadió Altaír con el mismo ímpetu de Iria.
–Bah, más quisiera el mejor de los gatos –añadió Axel con cierto desdén–. Bueno Iron Man, ¿para qué ha servido tal demostración? –añadió en el mismo tono.
–A veces me pregunto cómo eres el alfa de tu manada –intervino Gabriel con cierta burla–. ¿Acaso no lo ves? Alex ha creado un señuelo.
–Claro que lo sabía, era evidente –improvisó, como era característico en él, no podía quedar en evidencia de forma tan obvia.
–Es hora de renovar el viaje y cruzar los dedos para que todo esto tengo algún efecto –dije mientras extendía las manos dispuesto a reanudar nuestra particular travesía.
Decidí viajar a ras de suelo, de esa manera mi rastro sería todavía más difícil de localizar. Los ilucun me buscarían en las alturas, y allí ya había una cantidad considerable de energía alejándose de nosotros a toda pastilla. La suficiente como para darme al menos tres horas más de ventaja antes de deshacerse, sin contar que impactara con alguna otra torre o algo similar, en ese caso tanto la bola energética como el objeto en cuestión quedarían reducidos a la nada.
–Chicos, estamos de enhorabuena. Han picado, el ejército ha variado su rumbo –informó el espectro doña Josefa.
–Activemos el turbo pues –dije justo antes de aplicarme a fondo y salir disparado de allí.