Punto de partida

 



Un leve murmullo me despertó hacía ya algunos minutos. Pero ni estando en otro mundo podía evitar ser algo perezoso. Después de mucho tiempo, quizás desde que llegué a Etyram, no me había sentido tan descansado como ahora. Al fin, abrí los ojos dispuesto a afrontar el día, el cual lógicamente no se me presentaba demasiado halagüeño. Giré sobre mí mismo dirigiendo la mirada hacia la ventana, aún era de noche. Creo que nunca podría acostumbrarme a ese ciclo, hacía casi cuatro días que la luz no hacía acto de presencia. Eso, sumado a otros muchos factores, me estaba dejando algo trastornado.

Miré mi reloj para saber qué tiempo llevaba en la cama, en ese instante volví de nuevo la mirada hacia la ventana. Exhaustivamente, el cielo comenzó a clarear. Los amaneceres en Etyram no eran como en la Tierra. A medida que se materializaba el rayo de materia las estrellas desaparecían dejando el cielo totalmente negro. Poco a poco este pasaba por varios tonos grisáceos hasta alcanzar el blanco impoluto característico. Si por un momento consiguiera abstraerme, la estampa podría parecerme incluso bella. Con el caudal energético totalmente visible el agua del lago adquirió su particular brillo plateado. Desde mi ventana podía observar cómo la vida conquistaba cada rincón del Marfad y todo el territorio salvaje colindante.

Sin tener la mínima intención, afloró el chico imaginativo y creativo que siempre había sido. Instintivamente saqué de mi mochila mi cuaderno de dibujo. Drake no solo había metido material de supervivencia. En las anillas del bloc estaban enganchados un par de lápices. Lo abrí dispuesto a plasmar algo en él pero para llegar a una página libre tuve que repasar todos los dibujos que allí tenía. La nostalgia me invadió a medida que veía todo lo que allí había plasmado a lo largo de mi vida. Garabatos de cuando apenas tenía un año, los cielos estrellados que veía cada noche desde mi habitación en el orfanato, incluso un retrato de mi madre adoptiva, la Sra. Sofía. La acaricié brevemente como si estuviese allí en ese momento… Seguí pasando las hojas hasta llegar a los dibujos y notas más recientes. Había dibujos de Gabriel, Brian, incluso alguno que otro de Furia. En mi cuaderno no solo había dibujos, tenía fotografías, incluso algunas frases anotadas. No pude evitar sonreír al ver un retrato de Drake… Conforme pasaba las hojas vi la enorme cantidad de fotos que nos habíamos hecho juntos, en el Parque del Retiro, en la piscina, en clase, incluso alguna que otra un poco más subida de tono. En el último dibujo que había hecho también salíamos ambos, aunque en unas circunstancias menos cotidianas. Al fondo estaban las Puertas de Europa, yo ocupaba la zona central. De mi cuerpo emanaba multitud de garabatos en tonos rojizos que se alzaban hacia el cielo. Por último, un misterioso ángel de alas negras se situaba justo encima de mí. En la zona superior había escrito una frase que Drake había pronunciado tiempo atrás cuando me contó el origen de la guerra infinita: “La aniquilación es solo el principio”. Sin darme apenas cuenta había comenzado a dibujar. En él incluí al pequeño saurio que me observaba en silencio desde la ventana. Pese a ser una criatura bastante primitiva parecía tener una inteligencia más que notable.

No miraba el bloc, los trazos emergían de mis manos al observar el paisaje que tenía frente a mis ojos. Estaba tan ensimismado que no pude evitar sobresaltarme, en ese momento, el reptil se levantó de golpe abriendo sus fauces en actitud amenazante. Pero la advertencia no era para mí sino para la presencia que tenía a mis espaldas.

¡Querido, pero qué es ese bicho! –exclamó la Sra. Pimentel.

Tranquilo enano –calmé al enfurecido animal.

No sin oponer antes resistencia, aceptó protestando a dejarme solo con la duquesa. Doña Josefa se sentó a mi lado cogiendo el bloc de dibujo. Durante algunos segundos lo observó comparándolo con la realidad…

Supongo que se trata de una interpretación libre, ¿verdad? –preguntó al ver el resultado.

Miré el dibujo, evidentemente la Sra. Pimentel tenía razón, el paisaje que se veía a través de mi ventana no se correspondía con mi ilustración. En ningún momento había querido plasmar la realidad, al menos no actual. En mis garabatos estampé la apariencia que tendría el lugar una vez cumplido mi objetivo…

¿Se encuentra bien? –le pregunté. Era la primera vez que la veía desde que se desmayó a causa del hechizo de Ilístera.

Sí, al despertar algo mareada. Ten en cuenta que hacía mucho que no experimentaba nada parecido –contestó con su habitual sentido del humor.

Supongo que tendrá alguna que otra pregunta…

No te preocupes, Alexander, la propia Ilístera me ha respondido con gusto a todas mis dudas. Entiendo su forma de actuar –agradecí la condescendencia de la duquesa, me ahorraba serios problemas–. En cualquier caso, esas explicaciones se las tendrás que dar a Iria, digamos que ella no ha sido tan comprensiva como yo…

Aunque Iria era una mujer lobo bastante atípica en muchos sentidos, en otros tantos era fiel a lo que se esperaba de su raza. Era comprensible que no se fiara de Ilístera, la cautela hacia los desconocidos era algo habitual en los licántropos que había conocido hasta ahora.

Por cierto, querido, Ilístera te espera en las terrazas colgantes de la torre –me anunció la Sra. Pimentel.

Sus palabras me preocuparon de inmediato. Quizás se hubiese percatado de lo que hice en la torre, más aún cuando maté a los golem que custodiaban la entrada. Decidí zanjar la incertidumbre, si realmente odiaba a Minaria no tendría ningún inconveniente. Me vestí y salí al pasillo principal. Algo que lamenté de inmediato. Al abrirse la grieta en la pared de mi habitación comprobé el nivel de insonorización que esta tenía. El interior de la torre era todo un hervidero de golox, como un termitero, recorrían cada ápice del edificio. Instintivamente entré de nuevo en mi particular refugio aislándome de todo. Fui directo a la terraza, desde allí comprobé que el frenético ritmo de vida se extendía por todo Marfad, incluso multitud de extrañas criaturas bebía el agua plateada de las tierras salvajes. Una vez más me inquieté. No sabía a ciencia cierta los efectos que tendría mi experimento y la inmediatez de la manifestación sintomática. De todas formas quería comenzar la búsqueda de Brian lo antes posible. En un par de horas a lo sumo iniciaríamos el esperado y temido viaje.

Según vi en los días anteriores las terrazas colgantes se encontraban en la cara oculta de las torres, es decir, la cara que quedaba a las espaldas de la ciudad. Desde mi posición se veía el perfil de la torre principal, podía ver las terrazas unos cincuenta metros sobre mí. Eché un vistazo, no quería llamar demasiado la atención. Me encaramé al borde del edificio y salté. Aunque era una distancia bastante grande la salvé sin problema alguno. Supongo que la evolución de mis poderes afectaba también a mis capacidades físicas. En pleno vuelo, cuando llevaba aproximadamente unos veinte metros, sentí una ligera presión sobre el hombro izquierdo. No hizo falta que girara la cabeza para saber lo que ocurría, una vez más el pequeño saurio me quiso acompañar allá donde fuera. Emitió un pequeño gruñido y pegó su cabeza a mi cuello algo asustado.

En apenas dos segundos llegué a mi destino. Esta vez no la sorprendí, Ilístera peinaba delicadamente sus cabellos con un extraño peine. Permanecía con los ojos cerrados murmurando una bonita melodía. No fue hasta que estuvimos a un par de metros de distancia cuando al fin levantó su mirada. Finalmente la sorpresa asaltó su rostro, luego se alejó un par de pasos sin apartar la vista de mi hombro izquierdo. Mi pequeño amigo pareció intimidarla.

¿Qué haces con un Konprógnotul? –preguntó sorprendida.

La miré con cierta incredulidad. No entendía por qué un animal tan pequeño le causaba tanta impresión.

¿Con un qué? –pregunté extrañado al oír aquel trabalenguas–. Si te refieres a mi pequeño amigo, se coló por mi ventana anoche y desde entonces no se separa de mí –mentí.

Debes deshacerte de él, ese bicho es uno de los depredadores más letales de Etristerra –no entendía nada. ¿Cómo podía ser uno de los depredadores más peligrosos algo tan pequeño?–. Ese animal es solo una cría, apenas tendrá un par de meses. Y aunque hagan falta casi seiscientos ciclos energéticos para que sea adulto, con algo más de doscientos ya resulta letal para cualquier criatura de esta región.

¡Pero si apenas levanta un palmo del suelo! –no pude contener la risa. Me parecía ridículo el miedo que le tenía a mi diminuto amigo.

Ahora sí pero cuando complete su crecimiento serás tú el que puedas montar en su lomo.

Aquello sí me sorprendió de verdad. No había rasgo alguno en él que me hubiera hecho deducir que se trataba de una cría. Pero menos aún que crecería tanto. Había supuesto que Minaria los había creado inspirándose en los dinosaurios pero no en uno de los más grandes. Lo miré durante un par de segundos, justo después saltó de mi hombro colocándose en la estrecha barandilla. Me asusté, lo tomé de inmediato en mis manos, por un momento pensé que se precipitaría al vacío. Ilístera me observaba sorprendida, no entendía el comportamiento que tenía el animal respecto a mí. Aquella mirada me confirmó algo, de momento no se había enterado de lo que había hecho la noche anterior.

No entiendo por qué se comporta así contigo, estos animales suelen ser muy peligrosos desde su nacimiento… –murmuró sin apartar la vista de él.

¿Cómo dices que se llama?

Konprógnotul –contestó de inmediato.

Sabía que difícilmente me podría deshacer de él. Había pensado ponerle un nombre y ya que había un término que designaba a su especie pensé en utilizarlo. Sin embargo, era un nombre bastante difícil de memorizar. Lo miré durante algunos segundos contemplando sus exóticos ojos.

Kon, a partir de ahora te llamarás Kon.

Ilístera me miró con cara de pocos amigos. Supongo que por el hecho de tener la intención de quedarme con ese bicho, como lo llamaba ella. Intentó rebatirme la idea, pero entonces noté cómo sus ojos volvieron a la realidad, reordenó su escala de prioridades, el tema “Kon” podía esperar.

¿Tienes una respuesta a mi petición?

Se refería obviamente a la condición, que no petición, que puso para llevarme a Mirclesia. Lo cierto era que quería comentarlo antes con el resto del grupo, pero teniendo en cuenta lo inhóspito que podía llegar a ser Etyram y el desconocimiento absoluto por nuestra parte, no me dejaban demasiadas posibilidades que barajar. Como era obvio, no pensaba desdeñar cualquier ventaja o facilidad que tuviéramos a la hora de salvar a Brian. Por muy en desacuerdo que estuvieran mis amigos, en especial Iria y Axel, no tendrían argumento al exponer mis motivos. De una forma u otra Ilístera vendría con nosotros.

Ella me observaba con cierto miedo agarrado a sus ojos. Una negativa por mi parte le podría traer mil problemas. Aunque ninguno de ellos supondría nada comparado con la desintegración de la única posibilidad que tenía para escapar de las garras de Etyram. Decidí no prolongar su incertidumbre, a fin de cuentas ya había tomado una decisión al respecto.

Prepara todo para la marcha. Intenta no levantar sospechas.

Mis palabras emergieron de mi boca con cierto entusiasmo. Tanto fue así, que Ilístera se lanzó hacia mí con sus ojos ahogados en lágrimas. Instintivamente miré a Kon, que ya se disponía a echarse encima de la elfa. Solo hizo falta una mirada para que frenara en seco. Ilístera, ajena a todo, me abrazó con entusiasmo mientras me daba las gracias una y otra vez. No pude evitar compadecerme, yo mismo había sido preso durante dieciocho años, pero al menos tenía la esperanza de que llegados a los dieciocho años de edad sería libre. Sin embargo, ella se daba por condenada para toda la eternidad sin ninguna esperanza. Mis palabras fueron las mejores noticias que había tenido en miles de años. Pareció no importarle enfrentarse al duro viaje que nos aguardaba, lleno de peligros y retos imposibles. Supongo que al fin, después de tanto tiempo, había recobrado la esperanza.

Después de darme las gracias un millón de veces más, la animé a que se preparara para el viaje. Teníamos que salir en las próximas dos horas. Volví a mi habitación, me vestí con la túnica que Drake nos había dado, recogí mis cosas y salí a la galería principal. Tenía cierto miedo de incorporarme al transitado tumulto, seguramente Minaria tendría espías en cada rincón del planeta. Respiré hondo y me dispuse a salir a la galería principal, la habitación de mis amigos estaba a pocos metros de la mía. Cuando me acerqué a la pared, la grieta se abrió al instante permitiéndome el paso. Me preparé para unirme al incontable número de golox, pero el evidente cambio que había dado la situación me obligó a detenerme quedando clavado al suelo como un pasmarote. No había absolutamente nadie. Aunque un tenue murmullo me hizo saber que la tranquilidad solo afectaba a esta planta del edificio. Me asomé a una de las múltiples barandillas observando a los golox recorrer los pisos inferiores, pero ninguno, absolutamente ninguno, subía a esta planta.

Ilístera ha comenzado con los preparativos –murmuré dando por buena la idea. ¿Qué otra razón podría haber?

Con el camino totalmente despejado, llegué a la habitación de mis amigos sin ningún problema. La pared se abrió, pero allí no había nadie. Encima de una de las camas había una nota. Por el grueso trazo de la caligrafía supuse que la había escrito Axel:

Estamos en el salón flotante. El lugar donde conociste a tu nueva amiguita”.

Mientras leí la breve nota casi pude palpar el enfado que Axel tenía conmigo. En los últimos días oculté información, había creído la palabra de una extraña que, según él, había dado mil motivos para desconfiar de ella, y por si todo aquello fuera poco, lo había vuelto a rechazar de una forma un tanto más…profunda. Tenía que hablar con él. No me gustaba verlo enfadado, y menos conmigo. Estaba en deuda con él de por vida, aunque teniendo en cuenta la situación, sería más acertado decir para siempre, ya que ambos éramos criaturas inmortales. Sabía que ponía en peligro su vida al acompañarme, dejó a su hermana al otro lado del portal, pero todo aquello no lo frenó un ápice a la hora de decidir acompañarme. Sí, definitivamente Axel no merecía tener motivos para enfadarse conmigo.

Localicé la estancia que ponía en la nota. El salón circular rodeado de arcos que flotaba en mitad de una profunda galería cilíndrica. Con Kon a mis espaldas, salté sin esfuerzo alguno los pocos metros que me separaban de la acera opuesta. Nada más pisar el suelo comencé a oír las voces de mis amigos en su interior. Me extrañó no haberlas escuchado antes. Decidí hacer un pequeño experimento, volver al otro extremo para corroborar que la habitación estaba protegida de alguna manera de forma que la aislaba del exterior. Me dispuse a volver, pero a esas alturas mi proximidad fue la suficiente como para que mis amigos notaran mi presencia. Axel, tan fino y delicado como siempre, fue el que habló primero.

¿¡Acaso me vas a hacer salir para que te haga entrar!? –bramó.

Tranquilo chihuahua –bromeé mientras atravesaba los finos visillos blancos.

De nuevo una vez más, Kon fue el que recibió todas las miradas. Aunque la Sra. Pimentel ya lo había visto pareció sorprenderse de igual manera. Decidí no darle importancia al asunto. Toda mi atención la volqué en Iria, no la había visto desde que entramos en la torre, el día que Ilístera la hechizó junto a doña Josefa. Aunque la loba tenía un carácter bastante más flexible que su hermano, estaba seguro de que sería la más difícil de convencer de ambos. Me acerqué a ella rápidamente y la abracé. Aunque sabía que estaba bien, no pude evitar sentir cierta añoranza al verla. Solo habían sido unos días pero fueron suficientes como para echarla de menos. Las inverosímiles circunstancias me hacían aferrarme a lo único que me importaba, el cariño de mi familia era lo único que tenía en la enormidad que nos acontecía.

¿Estás bien? –pregunté con cariño.

Ahora sí, aunque he de confesar que estoy algo confusa. No esperaba que fueras tan crédulo con esa tipa –contestó bastante molesta.

Aunque Iria tenía una personalidad aplastante como para dejarse influir en sus decisiones, estaba seguro de que Axel tenía parte de culpa en su estado de ánimo. Él se había mostrado totalmente en desacuerdo respecto al trato y confianza que le había dado a Ilístera, según Axel, la teníamos que haber matado a la mayor brevedad posible. Compartir con ellos mi decisión iba a ser más duro de lo que en un primer momento pensé.

Iria, tengo mis motivos para serlo –contesté calmado–. Es tanta la confianza que tengo sobre Ilístera –respiré profundamente dispuesto a recibir mil críticas. Esperaba que la habitación estuviera aislada de alguna forma, los reproches se escucharían en diez kilómetros a la redonda–, que he permitido que nos acompañe en el rescate.

¿¡QUÉ!? –exclamaron Axel e Iria al mismo tiempo.

Dejadme explicarme antes de poneros como auténticas bestias –pedí al ver a ambos apretar los puños–. La situación es infinitamente más complicada de lo que esperábamos. Sin un guía que nos conduzca por este mundo estamos totalmente perdidos. Tenéis que saber que sin ella no tendríamos ninguna probabilidad de éxito, ninguna –repetí haciendo especial hincapié en la palabra–, solo os pido que confiéis en mí, toda ayuda es poca si nuestro objetivo es recuperar a Brian, ¿me equivoco?

Dije la palabra mágica. En ese momento nuestro amigo era el único objetivo que teníamos en mente. Al oír mis palabras Iria pareció tranquilizarse, o más bien le di un motivo para soportar la presencia de Ilístera. Por la expresión de su cara comprendí que la resistencia por su parte había acabado. Cosa que con Axel aún no había percibido.

Alex, cuando decidimos venir hasta aquí, no contemplábamos ni la más remota posibilidad de recibir algo de ayuda. Debemos ceñirnos al plan original y hacer esto solos –aunque estaba enfadado habló con bastante calma.

Axel, no teníamos un plan –le dije mientras le cogí de la manos.

Al entrar en contacto nuestra piel ambos nos relajamos casi al instante. Percibir los aromas que emanaban de él me hacía sentir seguro. Me hacía sentir en casa. Noté cómo su corazón se relajó haciendo desaparecer cualquier atisbo de la creciente ira que acumulaba en los últimos segundos.

Este mundo es enorme, Axel, tanto que ni siquiera yo puedo recorrerlo en un tiempo prudencial. Sin la ayuda de Ilístera tardaríamos millones de… Y eso es demasiado. Puede que incluso más tiempo del que puedas llegar a vivir por muy inmortal que seas.

Axel me tomó de las manos y me atrajo hacia él. Desde ese momento supe que había derruido la muralla que había erguido respecto a ese tema. Me acercó un poco más. Instintivamente pegué mi cabeza a su cuello dejándome embriagar por el calor que irradiaba su broncínea piel. Con tantos problemas apenas me di cuenta de lo carente de afecto que estaba. Necesitaba el abrazo que me daba Axel, puede que incluso mucho más de lo que pensé desde el principio. Me pegué más a él inhalando la multitud de olores silvestres que perfumaban su tersa e impoluta piel. Por un momento, deseé que ese instante se prolongara por un tiempo indefinido. Necesitaba aportar algo de normalidad en aquel caos insondable. Me aferré a su piel con más intensidad, como si hacerlo fuera lo único que me salvara del vórtice mortal que nos absorbía a todos.

Axel notó mi miedo, la desesperación que me asediaba en ese instante. Me apretó hacia él un poco más y me besó la cabeza con una dulzura casi indescriptible. Agradecí el gesto desde lo más profundo de mi ser, tanto que yo mismo me sorprendí. El fuego de mi interior reaccionó por primera vez al contacto físico con él. Al principio me relajé aún más, pero en un momento determinado Drake ocupó mi mente. Hasta entonces era él el único que provocaba una reacción así en mi interior. Aunque apenas me hizo falta un par de segundos para notar la diferencia. En un primer momento, me sorprendió sentir aquello con él, cualquier contacto con Axel había sido hasta entonces puramente físico. Ahora era la primera vez que mi poder reaccionaba, pero una vez más me demostré a mí mismo la intensidad de mis sentimientos por Drake. Mi ángel negro despertaba sensaciones que por más que intentaba, no podían ser descritas por palabras, simplemente me hacía el ser más afortunado de todo el Universo. Sin embargo, con Axel era diferente, encontraba palabras que definían las sensaciones que había experimentado en el pasado y las que acababa de conocer. Sentía un cariño inmenso hacia él, uno tan grande que quizás se acercaba al amor humano. Podría besarlo y ser feliz, podríamos hacer el amor y disfrutar de una experiencia llena de sensaciones e incluso de sentimientos. Pero todas ellas palidecían ante lo que había vivido con Drake. Podría haber sido feliz con Axel, al igual que un águila real nacida en cautividad, pero no podría serlo nunca al nacer en libertad. Por muy cómoda que fuera su jaula. Después de conocer a Drake, Axel sería para mí una cómoda y lujosa estancia, sería feliz, pero siempre añoraría la libertad que me daba mi ángel.

Gracias por entenderme –susurré mientras me separaba de él.

Sabes que a veces soy un poco…imbécil, pero siempre podrás contar conmigo. Sea lo que sea.

Axel pronunció las palabras con un cariño inmenso. Nuestro breve pero intenso contacto físico había despertado en él ilusiones que daba por perdidas. Pese a saber que en el futuro próximo este abrazo traería problemas, no me arrepentí. Este inesperado cariño era algo que necesitábamos ambos. No pensaba atormentarme si estaba bien o mal, nos esperaban situaciones lo suficientemente malas como para complicarse con trivialidades de este tipo. Llegado el momento tendrían solución.

Preparadlo todo, poneos las capas negras. En diez minutos nos vemos en la cima de esta torre. Es hora de comenzar el rescate –dije algo más frío a la vez que me soltaba de las manos de Axel. Este pareció alargar el momento paseando sus cálidos dedos por mis manos–. Te espero arriba –le dije mientras me giraba no sin antes ver una sonrisa en sus perfectos y carnosos labios.

Una vez salí de la habitación me dirigí hacia las únicas escaleras que subían a la cima de la torre. Los escalones, con un aspecto marfilado al igual que todo el edificio, flotaban en el aire con uno de sus extremos muy cercanos a la pared. Con mi mochila a cuestas recorrí la primera estancia pero una vez salvada, me vi obligado a detenerme en seco. El techo se alzaba a más de cincuenta metros sobre mi cabeza. En el centro tenía una gran abertura por donde caía con fuerza un chorro de materia “potabilizada”. Como una gigantesca columna cruzaba toda la zona aérea hasta dividirse en otras dos corrientes que desembocaban en las cascadas exteriores. El escenario era digno de admiración, con ese maravilloso contraste entre el agua plateada y las paredes de marfil.

Me llevó algunos segundos encontrar la prolongación de las escaleras. Estas subían en forma de caracol rodeando la columna principal de agua. Inconscientemente, tanteé los primeros escalones. Ahora impresionaba mucho más transitar por las estructuras flotantes, si fallaban me darían un buen revolcón hasta acabar en el lago. Por un momento me hubiese gustado quedarme para ver la cara de Axel al encontrarse con este mismo inconveniente. Comprobando de nuevo la estabilidad de los escalones, los subí, no sin sentir cierto titubeo. Una vez fuera, vi que el cañón principal de agua era a su vez una bifurcación que se producía en la torre principal. La noche anterior había estado allí, aunque claro, a esas horas todo el mecanismo estaba inactivo.

Fotografié mentalmente la maravillosa estampa antes de buscar a Ilístera. Ella estaba en el enorme espacio que bordeaba el flujo energético a modo de terraza, aunque a juzgar por la amplitud parecía más bien un gigantesco helipuerto. Alcé la vista hacia la misma dirección que lo hacía la elfa. Aún en la lejanía, dos puntos brillantes se acercaban lentamente. Sin saber por qué, una idea se infundió en mi mente llenando de terror cada rincón de mi alma. Involuntariamente, mis ojos ardieron y caí presa del pánico que me poseyó en ese instante; rápidamente me coloqué al lado de Ilístera con la urgencia emanando a borbotones.

¿Es Minaria, verdad?

Ilístera, que no me había oído llegar, pegó un pequeño brinco al oír mi desesperada pregunta. Me miró con cierta confusión, no entendía ni el porqué de mi apariencia ni el nerviosismo que dominaba a mis palabras. Tardó un par de segundos más en reaccionar.

¿Pero qué haces, Alexander? ¡Tápate de inmediato o echarás mis planes por la borda! –pese al tono urgente de sus palabras no alzó la voz.

Pareció una madre regañando a su hijo, y como tal le hice caso. Tapé mi rostro con la capucha, en ese mismo momento la túnica pasó del más absoluto negro al más inmaculado blanco. Hasta ese momento no fui plenamente consciente de los problemas que nos ahorrarían en un futuro las prendas que Drake nos había facilitado.

Quédate a mi lado y no digas ni una sola palabra –haciendo caso adopté una postura erguida quedándome inmóvil a su derecha-. Por cierto, no es Minaria –respiré aliviado.

Después de algunos minutos al fin pude ver de qué se trataban los dos puntos luminiscentes. Efectivamente, el espacio circular que rodeaba la catarata, era en realidad un amplio helipuerto, aunque lógicamente, helicópteros no era lo que solían aterrizar por allí. Dos imponentes…¿dragones? se posaron grácilmente a cierta distancia de nosotros. Con al menos diez metros de largo, cuello robusto e impresionantes alas. Criaturas verdaderamente bellas. Eran totalmente blancas con cierto viraje al azul, y a lo largo de todo su cuerpo tenían incrustadas piedras cristalinas de un plateado intenso, casi del mismo tono del agua que inundaba todo Marfad. Durante un momento perdí la compostura observando más detalladamente sus cabezas, de las cuales salían los mismos cristales a modo de espinas. Kon, que estaba bajo la túnica, siseó al ver a las grandes criaturas, por suerte mantuvo una actitud discreta.

Estaba tan absorto observando a los dragones que no reparé en la presencia de los dos jinetes que bajaron de ellos. Eran altos, de al menos dos metros, y sumamente estilizados. Sus cinturas eran anormalmente estrechas respecto al cuerpo. Vestían túnicas parecidas a los golox, solo que dado el tamaño de estos eran bastante más largas. Aunque sus ropas no eran el único rasgo distintivo que compartían con los golox. Al descubrirse las cabezas comprendí que ambas especies tendrían que estar emparentadas de alguna forma. Sus cabezas y rostros tenían la misma fisionomía que los habitantes de Marfad. Cuando estuviéramos solos preguntaría a Ilístera qué eran aquellos seres. Mis pensamientos se vieron truncados con el inicio de una conversación.

Gracias por acudir a mi llamada –dijo amablemente Ilístera–. Por motivos…–dudó–…confidenciales, tengo que ausentarme de la ciudad bastante tiempo. Tanto es así que necesito que alguien asuma mis obligaciones en mi ausencia, y como no puede ser de otra forma, Ractrips y Cartruc, habéis sido mis elegidos.

Tus elecciones, nuestro cometido –contestaron los dos al unísono.

Aunque sé que sois dos los que hacéis llegar mis propósitos en Bastric, necesito que dividáis esfuerzos –entre tanto trabalenguas me estaba perdiendo, ¿qué era eso de Bastric? –. Cartruc gobernará allí y Ractrips hará lo propio en Marfad –ciudades de Etristerra, entendí.

Si necesitamos acudir a usted en caso de necesidad, ¿cómo lo podremos hacer? –preguntó el que supuse que sería Ractrips.

Confío plenamente en vuestro criterio –contestó Ilístera en un tono bastante autoritario.

Los dos jinetes dieron por finalizada la conversación, volvieron a sus dragones, que tras un ligero silbido, los hicieron elevarse en el aire. Permanecí algunos segundos observando el vuelo de las bestias aladas. Uno de ellos volvió por donde había venido mientras el restante descendió en dirección a la entrada.

Casi me descubres –me volvió a regañar–. Intento ocultar las huellas de nuestra huida. Si todo funciona con normalidad en las ciudades no llamaremos la atención de Minaria. Estos jinetes de rackvenur gobiernan la ciudad de Bastric, son mis subordinados. Para ellos lo que acabo de hacer es una gran muestra de confianza, harán todo lo posible para que las cosas vayan bien.

Ya me explicarás qué es eso de rackvenur y demás palabrejas…

En ese momento apareció el resto del grupo. Como en un funeral, las túnicas negras llegaron hasta nosotros. Si por un solo momento lograba abstraerme, aquellas oscuras presencias conseguían ponerme la piel de gallina. Obviamente, una vez descubiertos sus rostros todo cambiaba, si fuera necesario daría la vida por proteger a cada uno de aquellos espectros tenebrosos.

Dadme las manos, es hora de comenzar el rescate...

Un momento. Antes de marcharnos quiero aportar algo al grupo –interrumpió Ilístera–. Etyram es un mundo en el que viven criaturas muy diversas entre sí, cada una con sus culturas, sus lenguas, etc. No puedo insertaros todos esos datos en vuestras mentes pero sí puedo hacer algo para que nuestra interacción con los Etyrianos sea más fluida.

¿Cómo? –preguntó Iria con cierta arrogancia.

Haciendo posible que nos entendamos con cualquiera de las especies inteligentes del planeta mediante un antiguo conjuro élfico.

Nada de artimañas mágicas –gruñó Axel.

Mantener una actitud abierta, chicos, me parece una idea genial –apoyé a la elfa de cara al grupo.

Todos me miraron dubitativos pero entendieron que era lo mejor.

Hazlo –la animé.

Ilístera se alejó unos metros y murmuró unas extrañas palabras. A nuestro alrededor apareció una especie de polvo azulado, lentamente nos rodeó y nos envolvió superficialmente.

Ya está. A partir de ahora entenderéis las distintas lenguas de Etyram y os haréis entender –dijo la elfa orgullosa de sus habilidades.

¿Ya está? ¿Estos polvos cutres me van a hacer hablar otros idiomas? –se mofó Axel.

No como tal. Vosotros escucharéis en vuestra lengua sus palabras y ellos en la propia las vuestras –explicó la elfa maravillándome.

Nos ha instalado una aplicación de traducción instantánea, si lo patentamos seguro que Apple nos compraría la idea –bromeé haciendo reír a todos menos a Ilístera.

¿Qué es una aplicación y qué es eso de Apple? –preguntó confundida.

Olvídalo, olvídalo, ya te lo explicaré –contesté riéndome aún más–. Dadme las manos, ahora sí que por fin es hora de comenzar el rescate realmente.

En ese momento se desbocó el latir de mi corazón, multitud de sentimientos afloraron de golpe. Por un lado, deseaba con todo mi ser recuperar al que consideraba mi hermano. Brian merecía cualquier sacrificio por mi parte, emplearía hasta mi último aliento para devolverlo a casa. Indudablemente, al pensar en Brian, mi hermano mayor ocupó irremediablemente toda mi atención. Gabriel se encontraba a millones de años luz y pese a necesitar su compañía, me reconfortaba pensar que estaba a salvo dentro del escudo de la mansión. Y aunque aquellos pensamientos no estaban previstos, la razón de mi existencia acaparó hasta mi último rincón. Este momento, el punto de partida que suponía salir de Marfad, me acercaba un poco más al añorado reencuentro con mi ángel negro.

Miré al resto de mi familia, la que por suerte o desdicha me acompañaba en esta aventura. Aunque no lo demostraban, la tensión se podía palpar en el rostro de cada uno de ellos. La Sra. Pimentel me miró con una sonrisa llena de confianza, me apretó la mano y asintió con su cabeza. Contaba con ella. Mi mirada se dirigió esta vez a Iria. Aunque estaba nerviosa, las ganas y empatía que tenía con Brian mermaban cualquier nerviosismo por su parte, al igual que doña Josefa, sonrió y asintió a la vez. Ilístera estaba pletórica, emanaba por cada poro de su piel la euforia ante la posibilidad de volver a casa. Mi pequeño amigo Kon emitió un gruñido contagiado por los nervios provocando una risa en el grupo. Por último, Axel, mi lobo negro, me apretó la mano en señal de confianza. No me cabía la menor duda de que se interpondría entre mí y el más peligroso de los titanes que pudiésemos encontrarnos.

Todo saldrá bien –susurró muy cerca de mi oído. Le sonreí.

Ahora es cuando comenzaba realmente nuestra cruzada. Hasta ahora habíamos salvado obstáculos ínfimos comparándolos con los que tendríamos que saldar en el futuro próximo. Dejábamos Etristerra, una región de Etyram creada a partir de la vida en nuestro planeta. Hasta ahora todo nos había parecido extraño pero familiar hasta cierto punto, pero una vez que saliéramos de sus fronteras nos encontraríamos con el verdadero Etyram, un planeta alienígena totalmente desconocido, brutal, y dispuesto a destruirnos sin la menor compasión.

Tanto a ellos como a mí mismo nos hacía falta una inyección de confianza, de unidad, arraigar más aún los lazos casi familiares con los que habíamos partido. Pero dada la situación me tocaría a mí desempeñar tal función, pese a que me costaba asimilarlo, yo era el ser más poderoso de aquella comunidad, aunque no era ni de lejos el que más experiencia tenía. A fin de cuentas, el más joven de todos me sacaba más de noventa años. Respiré hondo y comencé a hablar.

Mientras nos mantengamos unidos nadie podrá con nosotros –comencé–. Somos uno solo, debemos actuar como una sola criatura, porque a diferencia de nuestro enemigo, sabemos el significado de la palabra amor –pensé en Drake, aunque Axel me miró de reojo–, tenemos confianza ciega el uno hacia el otro –apreté la mano de la Sra. Pimentel y miré a Iria a los ojos–. Nos une un sentimiento común haciéndonos más fuertes –dirigí mis ojos a Ilístera que sonreía llena de júbilo–. Y, por último, ellos jamás podrían descifrar la palabra familia, amistad incondicional y eterna, porque a diferencia de sus inexistentes lazos –visualicé a Minaria dejando morir a Dría–, nosotros seríamos capaces de morir el uno por el otro –giré mi cabeza encontrándome con los ojos de Axel que me brindaron la emoción que necesitaba.

¡Volveremos a casa!

En ese instante liberé mi energía a través de sus manos. Todos cerraron los ojos dejándose envolver por mi poder. Llegué a lo más profundo de sus cuerpos, y como una red, separé sus átomos mutándolos en pura energía. Transformados en un rayo energético nos proyectamos al infinito siguiendo la estela del río de materia. Eché una última ojeada a la torre principal de Élclaris, noté cómo un destello rojizo brilló tenuemente en la cima del edificio.

La infección de Etyram
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