Mis errores más frecuentes

 

En este punto quisiera comentar mis errores más frecuentes como padrastro. Algunos que tuvieron que ver con mis propias formas de ver las cosas y otros, por la inexperiencia de cumplir este rol. Recuerdo que uno de los más frecuentes era pensar que mis hijastros habían superado la ruptura de sus padres. Quizás en mis primeros años con los chicos, no percibí que la sensación de pérdida que ellos vivían por el divorcio de sus padres podía ser devastadora. Luego entendí que este dolor puede durar años. Tenía la tendencia a pensar que ellos, al pasar por la ruptura de sus padres, verían esta nueva situación de su mamá como positiva, y quizás me confundí al pensar que me valorizarían desde el principio por venir en pos de la reconstitución de la familia.

 

Comprendí luego que, al entrar en escena, la sensación de pérdida por su familia original empeora y no mejora. Mi presencia en la familia representaba una anulación de la esperanza de los niños en cuanto a volver a ver a sus padres juntos. Mi error fue pensar que todo marcharía desde cero y no tuve la capacidad de comprender, en primera instancia, que me estaba involucrando en un nuevo mundo, con sus propias reglas y lenguajes. Sé que si les hubiera preguntado el primer día que los conocí, si querían que su madre se casara con otra persona que no fuera su padre, ellos hubieran respondido con un rotundo ¡no! Existen casos donde los hijos ven con buenos ojos que su madre/padre comience una nueva relación; sin embargo, en la mayoría de las ocasiones hay cierta reticencia sobre este tema.

 

En nuestra experiencia, y después de un año de noviazgo, comunicarles a los chicos nuestra decisión de casarnos y vivir juntos fue muy especial. Cada decisión importante en nuestro hogar se daba alrededor de una mesa, en medio de una cena familiar. Los chicos sabían que algo se venía, y que ese algo era importante, cada vez que los invitábamos a cenar algo especial. Con seguridad y puestos de acuerdo, pues, les comunicamos nuestro deseo de casarnos y de vivir juntos. Cada uno lo vivió de diferente manera. La menor saltó de alegría; el varón asintió con su cabeza y la más grande atinó a decir: “¡Tenemos que preparar la boda!”.

 

Suelo decir que en estas respuestas encontramos la paz que necesitábamos para comenzar. Todos, desde su lugar y edad, daban el sí a esta nueva propuesta familiar. Esto no nos evitó problemas, pero sí nos dio un empujón para seguir con el proyecto que habíamos pensado para la familia que comenzábamos a reconstituir.

 

¿Deben los hijos involucrarse en un evento como el nuevo casamiento de su padre/madre? Algunos especialistas afirman que hay que tener en cuenta varios factores. Para los hijos que han experimentado el dolor de un divorcio difícil, o la pérdida de un padre o madre por muerte, el involucrarse puede ser una fuente de ánimo para ellos. Los hijos adquieren la perspectiva de que la vida puede continuar, y participar en los acontecimientos puede ayudarlos en este proceso. El factor “diversión”, disfrutar de estos preparativos de la fiesta o el evento que se decida realizar, atrae a la mayoría de los niños. Cuando ellos toman parte en el servicio religioso (según sea la religión) adquieren el sentimiento de estar ayudando a papá o a mamá a casarse de nuevo. Aun cuando los niños no toman parte del evento, su sola presencia debería ser reconocida para que se sientan incluidos. En nuestra ceremonia, Astrid fue quien nos guió hacia el altar con pétalos de rosas, Iván nos entregó los anillos y Teté fue parte de la organización del agasajo final y del decorado del salón.

 

Mi segundo gran error fue pensar que mi familia funcionaría como una familia regular. Las familias que se construyen a partir de los muros caídos de otra y que tienen nuevos componentes, poseen características particulares. Pensar que todo sería como una de esas familias que vemos en las series televisivas o como cualquier familia donde todo marcha pacíficamente es una utopía dentro de las familias reconstituidas. A diferencia de los otros tipos de familias, esta se forma a partir de dos grupos sociales diferentes. Existen dos grupos básicos reconocidos por la sociología. En primer lugar, el grupo primario, determinado por la cercanía, la espontaneidad en el trato, un conocimiento profundo de las características personales de cada integrante y la comunicación, que se establece “cara a cara”. En este grupo se incluye, generalmente, a la familia y los amigos cercanos e íntimos. En un grupo secundario, las relaciones no son tan íntimas como en el grupo primario, así como tampoco existe la libertad de la expresión espontánea, y el conocimiento interpersonal es limitado. Por lo común, son aquellas personas con las cuales el contacto es más formal y menos personal.

 

Al principio, uno de los mayores problemas en el proceso de unión de una familia reconstituida es que se trata de establecer relaciones dentro de un ambiente primario (el hogar) con personas del grupo secundario. La tensión que esto ocasiona conduce a una situación de gran tirantez por la falta de intimidad y apoyo de parte de la persona secundaria. En mi caso particular, era un integrante del grupo secundario, pero me equivoqué pensando que era del primario. No respeté el proceso que necesitaba esa relación para convertirse en un vínculo profundo. Cuando uno quiere ser del grupo primario por imposición se cortan los puentes de comunicación con los hijastros, sobre todo cuando son adolescentes. No respetar el tiempo que conlleva un proceso vincular puede ocasionar heridas y no permitir que la nueva familia desarrolle sus relaciones en forma saludable.

 

Si comprendemos esto y nos permitimos que las relaciones se vayan cimentando en el tiempo, veremos que los vínculos dentro del grupo familiar son complejos debido a la tensa relación emocional. Alguien dijo una vez que en un segundo matrimonio (tercero, cuarto, etc.) existen demasiadas personas. Si la vida de la familia biológica es como un juego de ajedrez, la vida de la familia ensamblada bien puede compararse con cinco juegos de ajedrez jugados al mismo tiempo.

 

El tercer error en relación con el trato con mis hijastros y mi nueva familia, fue pensar que tenía que ser el salvador de mi propia imagen. Como hemos visto en otro capítulo, los padrastros y las madrastras no tenemos buena fama. Muchas veces, la literatura y el cine nos entienden como personajes que estamos en contra de los hijos de nuestra pareja. Otras veces, los hijos nos toman como rivales y sienten celos de la relación con su padre/madre. Para los chicos, como ya he dicho, los padrastros o madrastras somos intrusos, y amenazamos el sueño de los niños de ver a sus padres unidos nuevamente. Esto sucede a pesar de los valores morales, la personalidad y el carácter de quien esté cumpliendo el rol de padrastro/madrastra.

 

Casi todo el material escrito sobre este tema apunta a que es el padrastro o la madrastra quienes representan la razón de disputas dentro de la familia ensamblada. Si las cosas no marchan bien, en general se acusa a la figura del padrastro o la madrastra. Nuestro error es, lamentablemente, prestar demasiada atención a este mito y formar, de manera inconsciente, esta imagen que se busca proyectar en nosotros. En cierto sentido, si hacemos esto preparamos nuestra propia tumba. El deseo de cumplir nuestra misión como padrastros o madrastras posiblemente nos empuje a ponernos presión sobre nosotros mismos y, quizás, a causa de ello, dejemos de lado las necesidades de los niños. Con frecuencia, nuestro error es concentrarnos en lo que debemos hacer y no en los sentimientos de los niños.

 

En relación con el cuarto error, quiero decirte que quizás se trató del más frecuente y consistió en pensar que la vida familiar sería armoniosa. Ingenuamente pensé que las cosas podían marchar sin mayores inconvenientes. Sin embargo, bastó poco tiempo para advertir que estaba totalmente equivocado. Cuando uno ingresa a la vida familiar existen ciertos conflictos propios de la convivencia que no existen con el papá o la mamá que los visita una vez por semana o pasa con ellos el fin de semana. Siempre me pregunté por qué los chicos se llevaban tan bien con su papá y en casa muchas veces peleábamos. La respuesta era sencilla, pero difícil de entender para mí como padrastro: las relaciones crean tensiones y sobreviven al resolverlas. Si no existe tensión en las relaciones, no existe la relación como tal. Más allá de este concepto, que me liberó de varias culpas, cabe mencionar que lo más importante para un padrastro o madrastra es contar con herramientas para resolver conflictos con sus hijastros, porque, sin duda, estos aparecerán.

 

Una de mis preguntas frecuentes en medio de los conflictos giraba alrededor de cuál era mi función como padrastro. En nuestro caso, mi esposa me permitía participar en los conflictos con los chicos y me otorgaba, aunque en forma paulatina, cierta autoridad para poder ponerles límites. Si eres padrastro o madrastra sabes que te enfrentarás a la gran frase preferida por los hijastros para derribar todas nuestras pretensiones, la conocida expresión: “No eres mi padre/madre para decirme lo que debo hacer”. Es como la kryptonita para Superman. Nos debilita, nos ubica y nos hace agachar la cabeza. O lo que es más grave aún, puede sacar de nosotros lo peor y producir un mal mayor. Espera esa frase en medio de los conflictos y recuerda que eres un adulto al cual los niños deben respetar, pero también recuerda que eres un adulto que debe cuidar emocionalmente de los niños y no compitas con ellos tirando dardos venenosos tú también.

 

Vayamos ahora a mi quinto error. Cuando uno ingresa a una nueva familia debe entender que muchas veces tiene como herencia errores pasados cometidos por otros adultos. Es decir, muchas veces nos encontramos parados sobre las ruinas de la vida de otra persona, pagando sus errores. Sin embargo, no siempre es así y los hijastros no ven a su papá o mamá como los malos de la situación, sino todo lo contrario. En medio de esto, los padrastros podemos llegar a pensar que estamos compitiendo con los padres biológicos. Una de las cosas que me ponía mal y me enfurecía era cuando los chicos venían con regalos de parte de su padre. Él tenía toda la libertad para hacerlo, y sin embargo a mí eso me ponía los pelos de punta. La causa de mi enojo y de mi frustración era que su padre no cumplía con su cuota alimentaria aduciendo que ese mes “no podía”. Así, podían pasar meses y aun años. Sumado a esto, los chicos, cada vez que salían con su papá, traían regalos. Creo que es sencillo imaginar cuál era mi reacción.

 

Marco esto como un error de mi parte porque como padrastro debía celebrar que su papá gastara en ellos y no en otra cosa. Y por otro lado, no debía competir con él. Era su papá y eso no lo cambiaría nunca. Llegué a decirles a los chicos, en mi estupidez de padrastro, que su papá en realidad se comportaba como un tío que los llevaba a pasear y que luego les daba regalos. Eso no fue sabio y, seguramente, en las emociones de los chicos produje una herida.

 

Por último, quiero agregar un error que cometí en relación con mi estado de soltería. En mi caso, no había tenido experiencias matrimoniales anteriores. Aunque no lo percibí hasta después de un tiempo dentro de mi nueva familia, me di cuenta de que había pensado que no tenía que hacer un duelo por mi soltería. Esto significa que una persona soltera vivirá un abandono de ciertas expectativas como: estar a solas por algún tiempo con su esposa/o, tener la ilusión de iniciar la vida matrimonial sin hijos ajenos, como también la de pensar la relación solo como dos personas. Descubrí, entonces, que cuando decides convertirte en padrastro o madrastra (y eres soltero/a sin hijos) estás renunciando a ciertos espacios, privilegios y reglas propias de la vida matrimonial sin hijos.