Un episodio revelador

 

Recuerdo un episodio con Astrid, mi hijastra menor, un día en que la llevé al hospital. Ella tendría, aproximadamente, unos 7 años. Fue una mañana de frío y, como todos los meses, Astrid debía recibir una inyección para su crecimiento prematuro. Tenía un inconveniente en sus huesos, que crecían a un ritmo diferente que su estructura muscular. Por ello necesitaba vacunas oncológicas para revertir este “destiempo” entre una cosa y otra. Esa mañana, Elisabeth no pudo llevarla, por lo que me ofrecí a pasear con ella durante ese día y, de paso, llevarla al hospital.

 

Cuando uno ve a los niños con problemas físicos realmente entiende el amor que tienen esos padres al llevarlos para que sean atendidos cada semana, cada mes, cada año, con la esperanza de no volver. Con Astrid nos sorprendíamos de los nenes y nenas que hacía muchos años que iban a recibir la vacuna para sobrevivir a sus enfermedades. Era conmovedor ver a los papás y las mamás firmes en su compromiso con sus hijos.

 

Cuando llegó nuestro turno, después de dos largas horas de espera, me levanté y acompañé a Astrid a vacunarse. En ese momento, naturalmente, le di la mano a la doctora y la saludé de manera cordial. Sin embargo, ella no tuvo la misma actitud, sino que, seria y con una mirada despectiva, me pregunto quién era. Por un instante supuse que la doctora conocía a Elisabeth y que, al no verla a ella por allí, pensaría que yo era el papá u otro familiar de la niña. No obstante, cuando le dije que era su padrastro pude detectar en ella una mirada llena de dudas. La doctora me pidió, en forma muy poco amable, que me sentara y luego dijo que la niña pasaría sola a recibir su inyección, cosa que no me pareció mal, ya que siempre fui cuidadoso de la intimidad de mis hijastros; sin embargo, me causó una sensación extraña.

 

Pude comprobar mi incertidumbre cuando apareció otra doctora. Esta vez era la directora del área infantil del hospital. Ella traía consigo una serie de papeles entre sus manos. Me miró con los mismos malos ojos que la anterior doctora, se sentó a mi lado y comenzó con lo que yo llamaría un interrogatorio al mejor estilo policial. Parecía que antes de contestar tenía sentencia firme: era un padrastro. Algunos nos juzgan por la cara que tenemos, otros por cómo nos vestimos, pero en este caso era por tratar de cumplir un rol indefinido, pero que para el imaginario social (el mismo que leyó a los hermanos Grimm) era motivo de sospecha. Las preguntas de la doctora fueron graduales, de lo sencillo a lo profundo, de cuestiones diarias a tratar de sacarme información sobre mi relación con Astrid. No tenía nada que ocultar y finalmente la doctora me agradeció que cumpliera mi rol. Al finalizar la saludé, y ella estrechó mi mano. Su mirada ya no era la misma que al inicio de nuestro encuentro.

 

Esta anécdota, y muchas más, me hicieron notar que los padrastros no tenemos buena fama. El pensamiento generalizado es que somos personas que les haremos mal a los hijastros, y sin embargo, no todos, por supuesto, somos así. Aunque tendremos que aguantarnos esto por algún tiempo más.

 

Algunas investigaciones sobre la relación de los padrastros y los hijastros, como las llevadas a cabo por la Asociación Española de Padres[3] con la custodia de sus hijos, nos dicen que es importante tener en cuenta tres elementos:

 

1. “Los lazos entre hijastros y padrastros o madrastras necesitan, para su establecimiento, de la implicación de ambas partes, tanto de los niños como de los adultos, y para ello es positivo que ambas construyan su relación del mismo modo que cuando inician una amistad.” Es decir, la relación necesita del aporte de ambas partes. Esto demanda, desde luego, un proceso en el tiempo; no podemos apurar las cosas: somos extraños que recién nos estamos conociendo en este nuevo rol. Más allá de que haya existido una relación anterior, esta nueva función de ambas partes necesita de un curso natural que debemos respetar. Recuerdo que el día en que conocí a mis hijastros quise hacer el inútil esfuerzo de dar todo de mi parte para construir la relación con ellos. Creo que es una actitud común. Sin embargo, luego entendí que debía darles lugar a ellos para que realicen sus aportes. Para que esto fuera un acto concreto, tuve que aprender el arte de escucharlos, de valorar sus pequeños actos y de adentrarme cada vez más en su mundo. Como adultos, muchas veces atentamos contra el proceso de una relación. Es extraño, pero real, el hecho de tener que relacionarnos con niños o adolescentes que no siempre responderán a nuestra propuesta de relación. Como adultos, también tendremos que respetar su negativa a relacionarse con nosotros. Con Teté, mi hijastra mayor, esperé más de nueve meses para que comenzara a verme con otros ojos. En un principio, Teté probó si yo tenía real interés en ellos o si lo que pretendía era hacerme el “buen samaritano” para impresionar a su madre.

 

2. “Las actitudes de los hijastros se forman a partir de las evaluaciones o juicios que estos hacen acerca del comportamiento de las parejas de sus padres hacia su propia familia; en este sentido, si consideran que la entrada de un nuevo miembro es beneficiosa para la familia, ya sea económica o emocionalmente, tenderán a aceptarla mejor. Si los menores ven a su madre/padre más feliz desde que está con esa persona, les repercute directamente a ellos, y por lo tanto verán con mejores ojos a su padrastro/madrastra.” Nada aporta más al vínculo entre hijastros y padrastros que la buena relación matrimonial de la nueva pareja. Cuando el padrastro trata bien a su mamá o la madrastra a su papá, los hijos ven desde otra perspectiva al nuevo integrante. En mi experiencia, no tenía muchos referentes o modelos de buen esposo, sin embargo quería una vivencia matrimonial diferente para mi esposa y para mí. Por ello, nos esforzamos en nutrir nuestra relación y tomarnos mucho tiempo para relacionarnos, jugar, estudiar y hacer cosas juntos. Los chicos comenzaron a ver que podíamos llevarnos bien y, además, que mi trato hacia su mamá no era invasivo ni abusivo. Esto les permitió atribuirle mayor confianza a la pareja, y abrigar esperanzas de que, finalmente, la nueva familia funcionara. Hay que procurar tener discusiones y peleas en espacios privados para la pareja. Si estas suceden frente a los chicos (aunque tengas razón), ellos tomarán parte por su mamá/papá y es lógico que así sea.

 

3. “Igual de fundamental es la colaboración de la anterior pareja, es decir, la madre o el padre de los niños que no está en ese domicilio. Muchas veces el miedo a que ‘quieran más a su padrastro/madrastra que a mí’ lleva a los padres/madres a tratar de poner en contra de esa persona a sus hijos. Hay que hacerles entender que los padres biológicos no son sustituidos por los padrastros o madrastras si ellos siguen manteniendo vínculos fuertes con sus hijos, y que estos los seguirán queriendo, incluso aunque quieran también a sus padrastros o a sus madrastras.” Esta es una tarea a conversar con el padre/madre de los chicos. Sentarse y plantear que no se trata de una competencia sino de una relación colaborativa en beneficio de los menores. Recuerdo haber tenido charlas exprés o breves con el papá de los chicos, en las cuales pactábamos ciertas cuestiones de horarios, cuota alimenticia y buenos tratos. Él, en principio, me veía como un estorbo y aun como una competencia; sin embargo, poco a poco, pudo advertir que no era mi intención separarlo de sus hijos ni competir por ellos, y entonces la relación fue menos tensa. Cuando el papá o la mamá biológicos descubren que eres un adulto responsable que desea aportar algo para el desarrollo de sus hijos rara vez pueden oponerse. Si lo hacen, es importante que revises tus motivaciones y alientes, desde la intimidad hogareña, a los niños para que visiten, llamen y valoren a su papá/mamá que no vive con ellos.

 

 

3 Pueden consultarse en www.custodiapaterna.org