¿Convertirse en padrastro o madrastra?

 

Es muy probable que te parezca extraño el hecho de convertirte en padrastro o madrastra. Sin embargo, es una gran experiencia para acompañar a los hijos de tu pareja, así como también tu pareja puede acompañar a los tuyos. Es importante destacar aquí que la salud emocional, física, social e intelectual de los niños y los adolescentes depende en gran medida de los adultos que los rodean y los acompañan en su desarrollo. Por esto mismo, esta es una oportunidad para hacer una diferencia positiva y establecer relaciones sanas que permanezcan en el tiempo.

 

Recuerda también que es posible que no todos estén de acuerdo con tu aparición en escena. La narración que los chicos tienen en mente lleva como protagonistas a su papá y a su mamá. No obstante, esta historia idílica ya no es parte de su realidad y les costará reinventarse como personas en un nuevo marco familiar. Para que esto pueda ser lo más sano posible recomiendo que haya acuerdos sobre el rol que cada adulto va a desempeñar. La confusión de roles es percibida por los niños o adolescentes, y esto puede generar desconcierto y aun choques. Recuerda que como padrastro o madrastra debes ver las cosas desde “afuera” por un tiempo y, poco a poco, ir conociendo el intrincado familiar anterior y legado en tus hijastros y pareja. No tomes partido por nadie, aunque tu corazón se incline hacia tu pareja. Muchas veces te sorprenderás al advertir que quien tiene la razón no es necesariamente la persona que está a tu lado.

 

Construir la familia perfecta es posible, siempre y cuando en tu concepto de perfección aparezcan los siguientes elementos: conflictos, paciencia, sentimientos encontrados, incertidumbre, negociaciones, amor, flexibilidad y respeto mutuo. Me gusta mucho pensar que la familia perfecta es un organismo que vive en tensión continua. Las relaciones en su ADN tienen tensión, o si no estarían muertas. La nueva familia de la cual estás pensando ser parte (o ya lo eres) es tensión constante. Pero te aseguro que es más saludable la tensión (siempre y cuando no haya hipertensión familiar) que la ausencia de ella (hipotensión familiar, donde todo es chato y donde el silencio juega un papel perturbador, similar a una “guerra fría”).