75

Ric me mira y comienza a hablar con una voz que le cuesta dominar.

—Mis padres trabajaban como zapateros más al sur. Éramos un familia modesta. Mi madre iba por los mercados y hacía horas con los zapateros de la zona. Mi padre se pasaba los días en nuestro garaje, pegado a máquinas de segunda mano. Durante algún tiempo había trabajado en una fábrica de coches, pero tenía la impresión de que allí lo explotaban. Así que juntos decidieron vivir modestamente pero libres. En su tiempo de descanso solía fabricarme juguetes con los restos de cuero, fundas para mis pistolas de plástico, animales fantásticos, disfraces. Me encantaba observarlo. Con él aprendí que el trabajo siempre debe poseer un componente de amor. Había que verlo pasar la aguja a través de la piel, aplicar cuidadosamente el tinte, lustrar con delicadeza cada par de zapatos… Un día mis padres oyeron hablar de un concurso para una marca importante. Se trataba de idear el bolso del futuro. Decidieron conjugar su talento y dar lo mejor de sí mismos.

Pone su mano sobre el viejo bolso y lo acaricia suavemente.

—Julie, sin saberlo, me has traído lo que estaba buscando. Este bolso, más que un recuerdo, es una prueba.

Se levanta y va a buscar un cúter. Abre el bolso con cuidado y comienza a cortar el forro.

—Mis padres crearon este prototipo para Alexandre Debreuil. Él jamás les pagó. Les dijo que los contrataría. Pero no volvieron a saber de él. Unos años más tarde, en una visita al dentista, mi madre se puso a leer una revista. Y allí estaba, en un anuncio: el bolso que ellos habían creado. El resto pertenece a la historia. Los Debreuil amasaron una fortuna gracias a lo que mis padres habían creado. Mi padre no pudo soportarlo. Un cáncer se lo llevó un año más tarde. Mi madre perdió las fuerzas para seguir luchando. Se dedicó a mí en cuerpo y alma antes de dejarse consumir poco a poco. Y yo me juré que habría de vengarlos, que vería su honor restablecido. Y que llevaría a cabo el proceso que ellos no se habían atrevido a emprender.

Levanta el forro. Debajo de éste, trazadas con tinta en el interior del bolso, había tres firmas: las de Chantal y Pietro y, debajo de ellas, un dibujo de un perro y la firma de Ric. Al lado habían escrito: «Que este proyecto nos traiga por fin suerte». A Ric se le saltaban las lágrimas.

—Ya lo sabes todo, Julie. Vine aquí a recuperar lo que había pertenecido a mis padres y llevar ante la justicia a aquél que los había estafado. Pero lo que no había previsto es que en el camino te encontraría a ti. Llegué a plantearme olvidar mi venganza para poder vivir contigo. Pero la promesa que les había hecho a mis padres era demasiado fuerte. Así que preparé ese robo contigo pegada a mí.

—Pero ya no lo necesitas…

—No, gracias al riesgo que tú has asumido.

—¿Y qué vas a hacer ahora?

—Contar la historia a la prensa y a la justicia y esperar que me escuchen.

Parece agotado. Es como si la presión en la que llevaba años sumido se manifestara ahora a través de ese cansancio.

—Tengo ganas de llorar, de cantar, de arrojarme sobre ti y besarte.

«No me gusta cuando lloras. Tampoco me gusta cuando cantas, ya te oí en la boda de Sarah. Y sin embargo lo del beso…».

—Julie, ¿te gustaría vivir conmigo?

—Sí.

Lo que sigue es asunto nuestro. Pero tengo que confesar que le deseo a todo el mundo que aunque sea solo una vez en la vida experimente lo que yo sentí ese día. Aunque a veces todo parece ir mal, la vida siempre da nuevas oportunidades. Hasta los gatos podrían llegar a ser mis amigos. Son las 21.23 y estoy viva.