29
Tengo la sensación de haber probado y vivido más cosas en tres semanas que en todo el resto de mi vida. Estoy completamente agotada. Demasiadas emociones, demasiado diversas. Dejé la baguette a la señora Roudan y bajé a casa. Me puse la camisa de Ric e intenté aclarar mis ideas. Todavía olía a quemado. Había metido con cuidado el ordenador destruido en una bolsa de basura y lo había guardado hasta que decidiera qué hacer con él. Encendí varias velas perfumadas. La mezcla de jazmín y componentes electrónicos quemados no es muy agradable.
Encima de la mesa y por la cocina se apilan todavía los restos de la cena interrumpida. Lo ordeno casi todo. No me apetece limpiar ni su plato, ni su vaso. Así todavía tengo la impresión de que él sigue aquí. Alguna vez he oído decir que si alguien bebe del vaso de otra persona, sabrá todos sus pensamientos. Tengo ganas de probarlo. Al fin sabría lo que opina de mí o por qué amontona tantos artilugios extraños debajo del fregadero. El chico, definitivamente, es raro.
Alguien llama a la puerta. Seguramente la señora Roudan, que ha olvidado decirme algo. Abro. No es la señora Roudan. Es el hombre dueño de la camisa que llevo puesta y que no debería haberme visto así.
—Hola.
—Buenos días, Ric.
Señala su camisa:
—Te queda bien. Quería agradecerte otra vez lo de anoche. Fue una cena rara pero me lo pasé muy bien.
—Yo también.
—¿Qué tal el olor de tu ordenador?
—Está metido en una bolsa. Luego lo bajaré a la basura.
—¿Quieres que intente recuperar tu disco duro?
—Si crees que va a servir de algo, encantada. Pero seguramente tienes otras cosas que hacer. No había nada importante.
—Me lo puedo llevar y lo miraré cuando tenga algo de tiempo.
—Muchas gracias.
Saca un papel del bolsillo.
—Toma, mi número de móvil. No suele estar encendido, pero nunca se sabe.
Cojo rápidamente el papel que me tiende y me precipito sobre mi escritorio para apuntarle el mío. Cuando me giro me sobresalto. Está aquí, en la habitación. Me ha seguido.
Encima de la cama deshecha, Toufoufou tiene los pantalones que me dejó anoche a medio poner.
—Y ahora, sin ordenador, ¿cómo vas a apañártelas?
—Tengo un ordenador viejo que puedo usar para leer los mails. Para lo demás, bueno, en una panadería no hay demasiadas presentaciones o informes que hacer.
—Claro.
—¿Sales a correr mañana?
—Lo voy a intentar, pero tengo algunas cosas que preparar.
«Cosas. Siempre tiene cosas que hacer, cosas que ver, cosas que preparar. Mejor sería que tuvieras cosas que besar, mimar, amar. Y yo soy una gran cosa».
Coge mi número de teléfono y se dirige hacia la salida. De pronto se acuerda del ordenador.
—Le voy a echar un vistazo. Hay menos de un veinte por ciento de probabilidades de que pueda recuperar algo, pero vale la pena intentarlo.
Nos damos dos besos y se marcha. No me doy cuenta inmediatamente de que se ha ido. Sin duda porque, sorprendida por su visita, no me ha dado tiempo a asimilar que ha venido. Necesito dormir porque si no voy a hacer cualquier cosa. Incluso más que de costumbre.