61

Antes veía a Ric con fascinación. Ahora con inquietud. Llevo un mes intuyendo que trama algo, pero eso no me ha impedido enamorarme. La realidad supera el guión más enrevesado. Es peor de lo que sospechaba. Ya no hay lugar a dudas. Lo sé. Ya no es mi imaginación la que se embala de la mano de mi corazón, sino mi cerebro en plena lucha contra mis sentimientos.

Él se muestra tan encantador como siempre. Creo que incluso más. Nos vemos con frecuencia, pasamos momentos increíbles, como una pareja a punto de formarse. Todo sería perfecto si me limitara a pensar en la parte visible del iceberg. Cuando voy a su casa, no puedo evitar pensar que sus archivadores están llenos de secretos, que tras las puertas de los armarios se esconden instrumentos sospechosos, o peor aún, armas y explosivos. Deseo ser capaz de ver a través de la materia como los superhéroes. Sueño con verlo y leerlo todo. No para traicionarlo o impedirle actuar. No. Soy suficientemente lúcida como para saber que en lo que a Ric se refiere he renunciado a toda objetividad. Solo quiero descubrir si bajo el disfraz de príncipe encantado se esconde un monstruo.

Afortunadamente Sophie estaba conmigo cuando descubrimos adónde se dirigía a escondidas. Sola habría sido incapaz de asumir el peso de esa verdad. Me habla del tema, se preocupa por mí, me pregunta qué pienso hacer. Los días pasan, también sus noches, y yo le doy vueltas al problema pero sigo sin saber cómo actuar.

A veces Ric me llama o pasa a verme, y siento que pone más ilusión en la relación que yo. El colmo.

Cuando estoy en la panadería no le quito ojo a la calle y a menudo lo veo pasar corriendo por delante del escaparate. He notado una cosa: nunca saluda cuando sale. Parece concentrado, taciturno. En cambio, a su regreso, cuando no pasa a comprar algo al menos me saluda a través del cristal. Jekyll y Hyde. El doctor Ric y Mr. Patatras. Vaya título.

El 10 de octubre, dentro de nueve horas, será mi cumpleaños. Ric me ha invitado a su casa el próximo sábado. Ese detalle me habría hecho feliz si no existiera esa cuestión que me tiene en vilo.

Estoy en la panadería rebanando un pan de pueblo. Cuando me doy la vuelta allí está.

—Hola, Julie.

—Hola, Ric.

Hace tiempo que la señora Bergerot sabe lo que representa Ric para mí. Cada vez que entra por la puerta ella se las arregla para desaparecer y cederme el placer de atenderle.

Ric señala una gran tarta detrás de una vitrina.

—Si me llevo esa tarta, ¿vendrás a compartirla conmigo esta noche?

«Más bien te vas a llevar la tarta puesta si no respondes a mi pregunta. ¿Por qué te dedicas a espiar las fábricas de los Debreuil?».

—¿Por qué no?

—Entonces la compro y te espero a las ocho.

«¿Qué te traes entre manos? Por favor, Ric, confiesa».

—Llegaré en cuanto salga del trabajo.

Hace un tiempo, si un hada me hubiera concedido el deseo de poder hacerle una sola pregunta a Ric ante la que él no pudiera mentir, le habría preguntado si me amaba, o a qué esperaba para besarme. Ahora mi obsesión por descubrir en qué está involucrado, unida al miedo de que ese secreto nos separe, ha tomado la delantera.

Cuando sale de la panadería, la señora Bergerot se acerca a mí.

—Julie, no quiero meterme en tu vida privada, pero siento que estás más distante con este chico. Sin embargo, tiene muy buena pinta. ¿No te gusta?

«Sí, tiene muy buena pinta y me tiene loquita, pero…».

—No lo tengo muy claro.

—No quiero darte consejos, Julie, pero en el amor es mejor dejar la razón de lado y hacer caso al corazón. Rara vez la decisión más meditada es la que nos hace felices. Sigue tu instinto.

Ha puesto el dedo justo en la llaga. Justo ahí. Reflexionar y dudar o dejarse llevar esperando no despertarse nunca. Me entran ganas de arrojarme a los brazos de la señora Bergerot y confesárselo todo, de echarme a llorar como una niña pequeña.

De pronto veo que cambia la expresión de su cara. Acaba de localizar, al otro lado del cristal, un nuevo expositor de frutas que ha aparecido por arte de magia justo delante de nuestro escaparate.

—¿Qué demonios es esto?

«Seguramente Mohamed, que acaba de mover otra ficha en ese juego que os traéis».

—¿Quiere que vaya yo?

—No, hija mía. Es necesario tener experiencia para enfrentarse a ese hombre.

«Veamos».