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Si soy culpable de algo es solamente de no haber vigilado a Jade por haber estado todo el tiempo con Ric. Ya sabíamos que no aguanta bien el alcohol pero jamás la habíamos visto antes en aquel estado.

La primera señal de alarma la tuvimos cuando Sarah quiso reunir a todas las amigas para una foto. Una a una, nos fue presentando a sus padres y a los de Steve. Es cierto que no eran muy guapos. Pero obviaremos la cosa si el nieto tampoco sale guapo. El contraste es demasiado violento.

Cuando Jade se encontró cara a cara con el padre del novio, le tendió la mano como fascinada, al ver la cara más arrugada que una pasa y el cráneo aplastado completamente calvo. Abrió bien los ojos y le dijo con voz pesada:

—¡E. T.! ¡Estás vivo! Qué bien que te quedaras. ¿Quieres llamar a casa?

Le tendió su móvil. Luego intentó cogerlo en brazos. Afortunadamente, en ese momento intervinieron Sophie y Léna, que con uno de sus grandes pechos la hizo recular un metro. El hecho de que el padre no hable francés fue una suerte. Pudimos convencerle de que el comportamiento de Jade se debía a su extraordinario parecido con un tío fallecido recientemente, al que le había ofrecido su teléfono. La idea no es mía.

Hubiéramos debido extraer conclusiones y vigilar permanentemente a Jade. Pero teníamos cosas más interesantes que hacer que vigilar a una loca. Ric y yo, por ejemplo, decidimos ir a ayudar al resto. Él se dirigió hacia la barbacoa y yo donde las bebidas. Desde mi sitio podía ver cómo se las apañaba con el resto de hombres.

Sarah vino a buscar un vaso de agua. Se lo serví mientras la felicitaba.

—Estás guapísima y la fiesta es maravillosa. No había estado en un convite tan bueno.

—Gracias.

Se bebe su vaso de agua de un trago:

—Tenía mucha sed. Tengo que estar en todas partes. Pero ¡estoy tan feliz!

De pronto se me queda mirando perpleja.

—¿Por qué te has puesto a servir? Eres una invitada. ¡Disfrútalo! Ve a estar con Ric.

—Está ayudando a tu marido con la barbacoa. Además, esto no me supone ningún problema. ¿Quieres una baguette poco hecha?

Sonríe y luego se queda mirando al grupo de bomberos que rodea el fuego de la barbacoa y añade:

—Creo que es a ellos a los que vamos a tener que vigilar hoy. Ya me conozco yo cómo terminan los bailes de bomberos. La mayoría de las veces con un incendio. Sin ir más lejos el amigo de Steve acaba de herirse. Casi roza la tragedia.

—¿Qué ha pasado?

—Mientras jugaba a los mosqueteros alguien le ha clavado un tenedor en el cuello.

Pongo una mueca de desagrado, ella continúa:

—Parecen duros pero luego no veas el drama. Bueno, tengo que seguir saludando y vigilar que ninguna de nuestras amigas histéricas trate de violar a Steve.

Observo de nuevo el grupo de los chicos. A pesar de ser más bien alto, Ric es uno de los más bajitos. Lo encuentro muy tierno. Desde lejos, parece un adolescente que se divierte entre adultos. Nunca le había visto así. Será cosa del ambiente. También espero que sea porque está conmigo, parece más relajado, más feliz.

Estar en el buffet me ha permitido conocer a casi todo el mundo. La única a la que no he visto es Jade. O bien porque ha dejado de beber, o bien porque ha caído muerta borracha en algún rincón o bien porque ha encontrado otro sitio para pimplar.

—¿Vienes a dar una vuelta?

Me sobresalto. Ric ha llegado por detrás sin que me dé cuenta. ¿Qué me acaba de decir?

He tardado menos de seis segundos en encontrar a una chiquilla encantadora para que me reemplace. Creo que no sabe diferenciar el agua con gas del champán, pero no me importa. Ric me agarra de la mano, y nos dirigimos hacia el camino que va al bosque. Estamos a punto de salir de la zona de las carpas, cuando Jade hace su entrada triunfal. Ya sé cuál es la respuesta: ha encontrado otro sitio donde beber.

—Jade, deberías lavarte la cara y hacer una pausa. Ve a ver a Sophie.

No parece reconocerme. Levanta un dedo y dice frunciendo las cejas:

—Están ahí, están en todas partes. Ya he visto uno. Hay que destruirlos para salvar a los niños.

—Jade, ¿de qué hablas?

Ni siquiera responde. Ric me sostiene la mano y casi me arrastra. ¿Voy a dejar que se me fastidie el paseo romántico por vigilar a una tía a la que se le han fundido los plomos? No. Sin embargo, debería.