I H S

S. C. C. M.

Santificada, Cesárea, Católica Majestad,

el Emperador Don Carlos, nuestro Señor Rey:

Real e Imperial Majestad, nuestro Muy Reverendo Gobernante, desde esta ciudad de México capital de la Nueva España, en el segundo día después del Domingo de Rogaciones, en el año de Nuestro Señor mil quinientos treinta, os saludo.

De acuerdo con la petición de Vuestra Estimada Majestad en su reciente carta, nos, debemos confesar que somos incapaces de señalar a Vuestra Majestad el número exacto de indios prisioneros sacrificados por los aztecas en esa ocasión, hace ya más de cuarenta años, de la dedicación a su Gran Pirámide. Hace mucho tiempo que la Gran Pirámide desapareció, así es que no queda ninguna anotación sobre la cantidad de víctimas en ese día, si es que alguna vez la hubo.

Aun nuestro cronista azteca, que estuvo presente en aquella ocasión, es incapaz de mencionar un número exacto, sino que nada más llega a la aproximación de «miles», aunque es muy probable que el viejo charlatán exagere con el objeto de hacer parecer ese día (y ese edificio) más importante históricamente. Nuestros precursores, los misioneros franciscanos, han calculado el número de víctimas de ese día entre cuatro mil y ochenta mil. Pero esos buenos hermanos deben de haber aumentado excesivamente la cifra, también, quizás inconscientemente influidos por la fuerte repulsión que sentían hacia ese hecho, o quizá para impresionarnos a nosotros, su recién llegado Obispo, con la inherente bestialidad de la población nativa.

No, difícilmente necesitamos utilizar la exageración para tratar de persuadiros que los indios han nacido salvajes y depravados. Ciertamente que podríamos creer eso, ya que contamos con la evidencia diaria del narrador, cuya presencia debemos soportar por las órdenes de Vuestra Muy Magnífica Majestad. A través de estos meses, sus pocas aportaciones que pudieran contener algún valor o interés, han sido hechas a un lado por sus divagaciones viles y venenosas. Adrede nos ha causado náusea, al interrumpir sus relatos de ceremonias solemnes, viajes significativos y sucesos casuales, sólo para detenerse en algún pasaje de algún hecho transitorio lascivo, ya sea de su vida o de la de otro, y describir en la forma más minuciosamente detallada el placer que éste daba, en todas las formas físicas posibles y en una manera muy a menudo repugnante y sucia, incluyendo aquella perversión de la cual San Pablo decía: «No dejéis que eso sea nombrado entre vosotros».

En cuanto a lo que hemos aprendido sobre el carácter del azteca, nos, podríamos realmente creer que los aztecas de buena gana hubieran matado ochenta mil hombres en su Gran Pirámide y en un solo día, excepto que esa matanza fue del todo imposible. Aunque sus sacerdotes-ejecutores hubieran trabajado incesantemente las veinticuatro horas del día, habrían tenido que matar cincuenta y cinco hombres por minuto durante todo ese tiempo, casi un hombre por segundo. Y aun el número menor de víctimas que se estima, es difícil de creer. Teniendo nosotros mismos alguna experiencia en ejecuciones masivas, nos es muy difícil creer que esa gente tan primitiva podría haber dispuesto de miles de cadáveres antes de que empezara la putrefacción y con ello engendrara la peste dentro de la ciudad.

Sin embargo, ya sea que la cifra de hombres muertos en aquel día haya sido ochenta mil o solamente diez, cientos o miles, de todas maneras esa cantidad sería execrable para cualquier Cristiano y un horror para cualquier ser civilizado, ya que tantos murieron en nombre de una religión falsa y para la gloria de unos ídolos demoníacos. Por este motivo, a vuestra orden e instigación, Señor, en los diecisiete meses desde nuestra llegada aquí, han sido destruidos quinientos treinta y dos templos de diferentes tamaños; desde estructuras elaboradas en las altas pirámides hasta simples altares erigidos dentro de cuevas naturales. Han sido destruidos más de veintiún mil ídolos de diferentes tamaños, desde monstruosos monolitos tallados hasta pequeñas figuras caseras hechas de arcilla. Para ninguno de ellos se volverá a hacer un sacrificio humano y nos, continuaremos buscando y destruyendo los que vayan quedando, conforme se vayan expandiendo las fronteras de la Nueva España.

Aunque ésta no fuera la función y la orden de nuestro oficio, siempre seguiría siendo nuestro mayor esfuerzo, el buscar hasta encontrar y destruir al Demonio en cualquier disfraz que él asuma aquí. En vista de esto, nos, deseamos llamar la atención de Vuestra Majestad, particularmente en la última parte de la crónica de nuestro azteca, en las páginas anexadas, en donde él dice que ciertos paganos al sur de esta Nueva España, ya han reconocido a una especie de Dios Único Todopoderoso y tienen un símbolo gemelo al de la Santa Cruz, mucho antes de la llegada de cualquiera de los misioneros de nuestra Santa Iglesia. El capellán de Vuestra Majestad se inclina a tomar esa aseveración con cierta duda, francamente por la mala opinión que tenemos del informante.

En España, Señor, en nuestros oficios de Inquisidor Provincial de Navarra y como Guardián de los descreídos y mendigos de la Institución de Reforma de Abrojo, hemos conocido a tantos réprobos incorregibles como para no reconocer a otro más, sin importar el color de su piel. Éste, en los raros momentos en que no está obsesionado por el demonio de la concupiscencia, evidencia las otras faltas y debilidades del común de los mortales, aunque en este caso algunas de ellas más perversas. Nos, lo consideramos con tanta doblez como esos despreciables judíos «marranos» de España quienes se someten al bautismo, que van a nuestras iglesias y que incluso comen carne de cerdo, pero que todavía mantienen y practican en secreto las ceremonias de su prohibido judaísmo.

A pesar de nuestras suspicacias y reservas, nos, debemos de mantener una mente abierta. Así es que si este viejo odioso no está mintiendo caprichosamente o mofándose de nosotros, entonces, esa nación que está hacia el sur y que proclama devoción a un ser más alto y que tiene como sagrado el símbolo cruciforme, debe ser considerada como una anomalía genuina para el interés de los teólogos. Por esta razón, nos, hemos enviado una misión de frailes Dominicos a esa región para que investiguen dicho fenómeno y nos, haremos llegar los resultados a Vuestra Majestad en cuanto los tengamos.

Mientras tanto, Señor, que Nuestro Señor Dios junto con Jesús Su Único Hijo, derrame todo género de bendiciones sobre Vuestra Inefable Majestad, que os dejen prosperar en todas vuestras empresas y que os vean tan benéficamente como vuestro S. C. C. M., leal siervo,

(ecce signum) ZUMÁRRAGA