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Gutenberg recordaba la súbita muerte de su padre, mientras el fiscal continuaba con su alocución, cargada de golpes de efecto y gestos grandilocuentes.

Habida cuenta del aciago fin de su marido, Else, aun a su pesar, decidió que Johannes continuara la tradición paterna y lo envió a estudiar a la Universidad de Erfurt donde fue inscripto con el nombre de Johannes de Eltville. Fue un estudiante destacado: sus conocimientos previos, todos los secretos que le había revelado su padre, su paso como orfebre por el arzobispado de Mainz y las manos curtidas tempranamente en el trabajo duro, causaban asombro en sus maestros y envidia entre sus compañeros. Era un joven introvertido, curioso y mucho más afecto a la investigación y a la práctica que a las disquisiciones teóricas. Tenía la misma habilidad que su padre para el arte de la fundición, la sutil delicadeza para la orfebrería, la fuerza y la precisión para la herrería. Pero, además, resultó ser un experto grabador. A diferencia de Friele, no solamente apreciaba el dinero como un mero objeto artesanal, sino como la via regia para alcanzar sus mundanales propósitos.

Una vez que obtuvo todos los conocimientos necesarios, renunció a los honores y a los títulos y, antes de completar los estudios, partió a Estrasburgo, donde vivía un hermano de su madre. Reservado y silencioso, nadie sabía exactamente cuáles eran los planes del muchacho llegado de Mainz. Por entonces decidió ocultar su rostro detrás de aquella barba de aspecto mongol. A pesar de la estatura que había heredado de su madre, solía pasar inadvertido: la cabeza gacha metida entre los hombros y enfundada siempre en un sombrero, la ropa oscura y el paso ligero, le conferían el escurridizo aspecto de una sombra.

Gracias a los contactos de su tío y a su indiscutible talento, Johannes entró a trabajar como orfebre en el ejército de Estrasburgo. A sus conocimientos en el arte de la fundición, la herrería, la acuñación, la copia de libros y la orfebrería, se sumaba el de las armas. Todas las artes, ciencias y oficios eran para él la mayor fuente de curiosidad. Ávido de saber, llevaba los estudios y la experimentación hasta las últimas consecuencias.

De motu proprio, solicitó autorización para fabricar una espada diseñada por él. El general que le había facilitado los elementos que había pedido el joven de Mainz quedó mudo al ver la pieza: la empuñadura ricamente labrada y decorada con piedras preciosas incrustadas, la hoja liviana pero capaz de cortar un pelo a lo largo, la convertían en un arma tan bella como mortífera. La admiración del general no solo le significó el ascenso inmediato a Johannes, sino que le abrió las puertas de una nueva disciplina: la joyería. Un hermano del militar era uno de los joyeros más prósperos de Estrasburgo. Como no podía ser de otro modo, el general mostró a su experto hermano la espada que acababa de obtener. Al ver la empuñadura y el modo en que estaban engarzadas las piedras preciosas, el comerciante no dudó en emplear a Gutenberg. A su modesto sueldo en los talleres del ejército, se sumó una nada despreciable suma de dinero que le pagaba el joyero para que diseñara alhajas. Podía haber progresado en este último oficio hasta convertirse en una eminencia de la joyería. Sin embargo, consideraba que las alhajas eran algo frívolo, ostentoso y superficial que se alejaba de las alturas que imaginaba para su futuro. Por otra parte, había resuelto no volver a transitar el camino empinado, árido y previsible, que había recorrido su padre. El atajo para llegar a su destino de riqueza no sería a campo traviesa, sino por arriba, volando como las águilas. Él merecía algo más que una existencia pedestre como la del viejo Friele, convertido en el ejemplo de lo que no quería ser.

Rápidamente abandonó la joyería y se dedicó al estudio de la impresión de láminas. A las técnicas tradicionales, Johannes sumó sus conocimientos de acuñación de monedas mediante el prensado con planchas metálicas. Tan preciosos resultaron sus trabajos, que en marzo de 1434 recibió una notificación lacrada de manos de un mensajero oficial. Se trataba de una invitación del mismísimo alcalde de Estrasburgo. De repente, Gutenberg descubrió que había logrado hacerse un camino por sus propios medios. Gracias a sus méritos y no a los favores de algún influyente personaje, llegó al lugar que todo joven con aspiraciones anhelaría. Y aunque sabía que su destino habría de trascender el mero grabado, el joven Johannes Gutenberg sintió que tocaba el cielo con las manos. De la noche a la mañana se convirtió en el grabador oficial del Ayuntamiento de una de las ciudades más importantes de Europa. Como si todo esto fuese poco, el alcalde lo envió a Holanda para que terminara su formación junto al más grande grabador de todo el mundo: Laurens Koster.