CAPÍTULO 62
Los días empezaron a pasar sin apenas darme cuenta de ello. El viernes noche llegó y yo continuaba sin noticias de Tristán. Me planté frente al televisor con una bolsa de patatas fritas y una copa de vino blanco en la mano.
Permanecí en silencio ahí sentada. ¿Cómo había podido cambiar tanto mi vida? ¿Cómo podía sentir algo tan intenso por un hombre al que ―si lo pensaba con frialdad― apenas conocía? Ahora, la respuesta a todas aquellas preguntas ya no impor-
taba lo más mínimo. Yo ya lo había intentado y no había dado resultado. Ya nada estaba en mis manos. Por un instante, dejé que la tristeza me invadiera y se apoderara de mi mente. Recordé todos los momentos y locuras que había cometido durante esas últimas semanas a su lado. Sin pretenderlo, una sonrisa cruzó mi rostro, siendo consciente de que podría no volver a repetirse jamás. Aquello me entristeció, pues cada una de aquellas locuras había supuesto una inyección de adrenalina en mi cuerpo que nunca había experimentado junto a ningún hombre. ¿Por qué tuvo que marcharse de aquel modo? ¿Por qué no decidió creer mis palabras?
Viendo el rumbo que estaban tomando mis pensamientos, concluí redirigirlos hacia otro lugar, pues estaba segura de que aquella sería la mejor opción. Así pues, como siempre, cogí mi teléfono y busqué en mis páginas algunas de las últimas actualizaciones.
@CookieCruz Lo de #peinadosFáciles debe de ser un simple juego de palabras. Dime cuál es el secreto de tus horquillas… En mi caso, para que el moño quede sujeto, necesito un engranaje de ta maño industrial. #NoNosHagasSufrirMás
De verdad que aquellas chicas eran lo más. Tenían ocurrencias en las que yo jamás hubiera caído. Era consciente de que lo que a mí me resultaba sencillo de hacer, para otras personas podía suponer un mundo. Pero, ¿cómo podía explicarles mejor la forma de hacer una trenza de raíz? Todo era práctica, ni más ni menos.
@SaraTejada Prueba con las horquillas abiertas. Al principio parece que no vayan a poder sujetar el pelo, sin embargo, verás que descubres todo un mundo tras ellas. Las encontrarás en cualquier tienda de artículos para el cabello y cosmética. ¡Besitos mil!
Aquel comentario me hizo pensar en Josefina. Tan solo me quedaba un día para poder cumplir la apuesta y ni siquiera había vuelto a pensar en ella. Érica había pasado por mi casa cada tarde, pero no volvió a recordarme nada al respecto. De hecho, dos noches atrás la había usado a ella para uno de mis tutoriales. Maquillar siempre me había servido para evadirme y supongo que a ella no le importaba en absoluto. De hecho, creo que lo deseaba incluso. Quedó realmente preciosa. ¡Tenía tanto potencial…! Le expliqué un par de trucos con los que realzar la mirada a diario y me di cuenta de que había hecho uso de mi consejo de forma excelente. Iba a ser mi pequeña aprendiz.
Dejé el móvil sobre la mesa y miré la hora. ¿Se consideraría muy inoportuno presentarme en casa de Josefina a las diez y media de la noche? Como la respuesta me resultó evidente, aproveché que había logrado distraerme para revisar todo el material de maquillaje del que contaba. Conecté el iPod y me puse los cascos. Busqué la nueva canción de Adam Levine en colaboración con R.City, Locked away¸ y me dejé envolver por su pegadizo ritmo. Limpié todas las brochas y ordené todos los productos mientras mis pies seguían aquella melodía con ritmo y luchaba conmigo misma para que la imagen de Tristán moviendo el cuerpo desapareciera de mi cabeza. Dejé que un par de lágrimas resbalaran por mis mejillas y me negué a mí misma el secarlas con el dorso de la
mano. Hacerlo sería reconocer mi debilidad y para nada estaba dispuesta a ello. Dejé que cayeran hasta fundirse con el agua que salía del grifo. Me obligué a aceptar que el dolor formaba parte del amor y que el sufrimiento o la tristeza, en ocasiones, constituían un paso necesario para alcanzar la felicidad más tarde. Aunque creyera que en esos momentos aquella fuera una tarea imposible. Podría con ello, aunque era consciente de todo el trabajo que iba a llevarme conseguirlo. Tenía que pensar en mí y ser fuerte. El primer paso era creer que podías hacerlo. Érica estaría orgullosa de mí. En ese momento, subí al máximo el volumen de la canción y acompañé a los cantantes en su letra, sintiendo aquel estribillo muy adentro, como si saliera de mí misma. Canté con ellos y dejé que mi cuerpo les siguiera también, uniendo la música con mi alma, convirtiéndola en un canal en el que dejar fluir todo lo que me afligía. Aquello me había funcionado siempre, la música era una de las armas más poderosas de las que el ser humano disponía para dejar aflorar sus sentimientos. Hay canciones de todos los tipos: para bailar, para cantar, para reír y también para llorar. Somos nosotros los que escogemos la canción adecuada para cada momento, la que nos hace sentir mejor, la que nos permite sacar aquello que nos tortura, la que nos permite montar una coreografía con una amiga, la que nos recuerda a un momento en concreto que jamás podremos olvidar…
Desperté al día siguiente de mucho mejor ánimo. Estuve escuchando música hasta tarde, tumbada en la cama, perdida por completo en la oscuridad de mi dormitorio. No sabía a qué hora había caído rendida, pero el iPod ya no tenía ni pizca de batería.
Me levanté sonriente a pesar de la soledad que invadía una parte de mi corazón. Pero me propuse no pensar en él durante todo el día. Aquel iba a ser mi reto del sábado y a su lado, conseguir que Josefina se prestara a mi propuesta iba a ser pan comido. Me di una ducha rápida y me puse un vestido floreado de tirantes que había comprado en Zalando unos días atrás. Estaba
rebajado y yo deprimida… no eran necesarias más explicaciones,
¿no? Me puse unas sandalias marrones de plataforma y cuña que simulaban corcho y que se anudaban a mi tobillo con unas cintas marrones que me encantaban.
Me dejé el pelo suelto y me maquillé de forma delicada, quería tener una apariencia angelical para Josefina. Tenía que entrarle por la vista… ―¿De verdad estaba dispuesta a aquello?―.
No debía pensarlo, quería vencerme a mí misma, pues si lo conseguía podría demostrarme que todo era cuestión de ser fuerte y mantenerse en pie. Me tomé un café y poco me faltó para que mi esófago no se viera duramente afectado por la temperatura del mismo. Me lavé los dientes y por último me apliqué un poco de brillo en los labios. A continuación, me dirigí hacia el recibidor, cogí las llaves de la entrada y anduve hasta el rellano sin detenerme.
Llegué al bajo en cuestión de un minuto, y eso que había bajado por las escaleras. Me planté frente a su puerta y automáticamente me sentí paralizada. ¿Qué demonios hacía yo ahí? Hice el intento de llamar al timbre un par de veces pero, tal y como acercaba la mano hacia el botón en cuestión, una fuerza sobrehumana tiraba de ella hacia atrás. Al fin, cuando me di cuenta de la verdadera locura que estaba a punto de cometer y de que efectivamente, mi sentido de la improvisación se había perdido en algún punto de mi vida anterior, desistí de aquello y decidí regresar de nuevo al interior de la cueva de diseño que tenía por hogar.
Como siempre sucedía en ese edificio, la casualidad quiso que justo cuando yo iba a subir el primer peldaño, Josefina entrara al rellano cargada con un par de bolsas de una tienda cercana. Encima tenía estilo la señora, ¡tenía narices la cosa!
―Buenos días, jovencita. ¿Acabas de entrar? No me ha parecido ver a nadie conocido por el camino…
―Hola, Josefina. Pues… ―titubeé un momento― no. Bajaba para salir a dar un paseo, pero luego he recordado que me había dejado el bolso en casa ―mentí con una facilidad que incluso a mí me sorprendió.
―¿El bolso? ¿Precisamente tú?
Su mirada escéptica era tan penetrante que me atravesó por completo. Era la segunda vez que demostraba tener una capacidad de observación impecable.
―Iba distraída… ―añadí restándole importancia.
―Ya… Papá Noel no ha vuelto a dejarte ningún regalo más,
¿verdad?
Era posible que se me hubieran salido los ojos de las órbitas en ese mismo instante. Debía disimular la cara de boba que se me había quedado pero aquel comentario me había dejado fuera de juego. ¡Pues vaya con la vieja! ¡Era de armas tomar!
―Creo que Papá Noel se ha convertido más bien en un reno cualquiera...
Josefina me observó sin perder de vista mis ojos. Era como si me estuviera leyendo el pensamiento, como si pudiera saber exactamente qué era lo que me sucedía.
―Que yo sepa, no hay ninguna señal de prohibida la caza en este edificio. Espera tu momento y dispara un dardo efectivo. No te ganarás su cariño, pero te será más fácil aplicar cualquier técnica de tortura que desees. Los renos no suelen ser muy inteligentes… estoy segura de que caería en la misma trampa tantas veces como tú quisieras hacerle caer.
Mi boca llegaba al suelo en esos momentos. No podía creer lo que aquella señora acababa de insinuar con un juego de palabras tan sutil. Ante mi nuevo gesto de sorpresa, Josefina se mantuvo impasible, sin mover ni un milímetro ningún punto de su rostro. No sabía ni qué contestarle.
―¿Por qué no me cuentas la verdad? ―dijo entonces en un tono más cercano. Pude ver un atisbo de sonrisa que me hizo sentir bien, a la vez que una súbita oleada de vergüenza por lo que realmente quería pedirle me poseía con avidez.
―No se preocupe, era una tontería… No pretendía molestarla ―dije al fin mientras empezaba a darme la vuelta para dirigirme de nuevo hacia la escalera.
―Tengo té de chocolate y naranja. ¿Te gustaría acompañarme? No será ninguna molestia para mí.
Una vez más, volví a girarme hacia ella, traté de estudiar el gesto de su rostro y decidí que no tenía nada que perder… Al fin y al cabo, aquello era justamente lo que había ido a buscar, ¿no?
―Adelante ―dijo solícita cuando pasé por su lado.
Su sonrisa era ahora muy distinta, escondía algo que me gustaba, algo que decía “todo va a salir bien”.