CAPÍTULO 59
 

―Lo siento, Érica. Siento que hayas tenido que enterarte de este modo de todo esto… ―le dije una vez volvíamos a estar a solas.

―¿Sabes? El tiempo que he estado escondida tratando de no escuchar vuestra conversación, he podido pensar un poco sobre el tema. Ni siquiera se merece que pierda un minuto más hablando de él. He pasado por cosas peores en la vida, créeme.

¿Cómo estás tú?

Su entereza me asombraba. Quizá más adelante me atreviera a preguntarle qué era aquello tan doloroso por lo que había pasado para que situaciones como la vivida esa misma tarde no lograran desmontarla. Sin embargo, muy al contrario de lo que le sucedía a ella, yo me encontraba hecha un buen lío. ¿Por qué Néstor le había dicho aquello a Tristán? ¿Realmente sentía todas esas cosas por mí?

―¿Por qué no bajas y hablas con él? ―se atrevió a preguntar Érica, siendo ahora ella la que me tendía un vaso de agua.

¿Crees que querrá verme?

―Lo que creo es que, como mínimo, deberías intentarlo.

―¿Y qué le digo?

Su mirada escéptica fue suficiente respuesta para mí.

―De acuerdo… lo haré.

―Sé valiente. Todo saldrá bien.

Se acercó hasta y me abrazó. Habíamos compartido muchos momentos intensos durante aquellas últimas semanas, muchos de ellos decisivos para nuestras vidas. Ahora, Érica formaba parte de la mía, se había convertido en aquella persona que todo el mundo necesitaba tener al lado, mi pequeño Pepito Grillo.

La observé desaparecer desde la distancia y me quedé apoyada sobre la mesa de la cocina durante algunos instantes. Hundí

la cabeza entre las manos y traté de silenciar mis pensamientos. Pero era una tarea imposible. Así pues, sin darle más vueltas al tema, me incorporé de nuevo, me dirigí hacia la entrada, cogí las llaves de casa y salí en dirección al tercero.

Estuve frente a su puerta durante algunos segundos. ¿Qué debía decirle? ¿Debería confesarle mis sentimientos? Por lo que había dicho Néstor, Tristán sentía por lo mismo que yo sentía por él… Entonces, ¿de qué tenía miedo?

Sin que me diera cuenta de que mi cerebro había mandado la orden a mi mano, pulsé el timbre y esperé nerviosa a que se abriera la puerta. Tardé unos instantes en escuchar los pasos de Tristán tras ella. Al final, abrió y me encontré de frente con el rostro de un hombre hundido por el dolor. Aquello me impactó. En mis treinta y dos años de vida, por curioso que pudiera parecer, jamás había visto a un hombre llorar. Y no sabía muy bien cómo reaccionar.

―Valentina, no es momento para más jueguecitos ―dijo entonces para mi absoluta sorpresa.

―No he venido a jugar ―salté a la defensiva.

―¿Qué es lo que necesitas entonces? Ya sabes todo lo que tenías que saber, no puedo añadir mucho más.

Aquel tono me disgustaba a la vez que me entristecía verle tan abatido. Deseaba decirle tantas cosas…

―¿Puedo pasar? ―pregunté al fin, más como una súplica que como una petición.

Por la expresión de su cara supe que aquella no era una idea que le entusiasmara demasiado. Ahora que no entendía nada.

¿Qué era lo que le sucedía? ¿Es que no era verdad lo que había dicho Néstor?

―No es el mejor momento… ya te lo he dicho.

―¡¿Y cuándo va a llegar ese momento?! ―exploté sin poder evitarlo―. Llevo días tratando de hablar contigo. Ya te expliqué lo que sucedió entre Aritz y yo, o más bien lo que no sucedió. ¿Qué

todas de que lo que siento por ti no es un simple juego?

Aquellas palabras me salieron del alma. Ahora me sentía furiosa, porque a pesar de que había bajado a tratar de poner un poco de orden en nuestras respectivas vidas, Tristán continuaba en sus trece.

―Valentina, debo arreglar muchísimas cosas antes de partir mañana… Por favor, no lo hagas más difícil de lo que ya me está resultando.

―¿Que no te lo haga más difícil? ―estallé alzando todavía más la voz―. ¿Crees que eres el único que está sufriendo con todo esto?

―¡En ningún momento he dicho eso! ―me contestó entonces igual de alterado que yo―. ¿Sabes? por si no te habías dado cuenta, mi vida se tambalea en estos momentos. Mi trabajo ya no es el que era, me han llegado muchas ofertas en los últimos días, justo en el mismo momento en el que apareciste en mi vida dispuesta a arrasar con ella y a hacer que perdiera el norte. ¿Crees que es fácil tomar alguna de las decisiones que me estoy viendo obligado a realizar? ¿Crees que es fácil asumir las pérdidas que va a conllevar cualquiera de ellas? ¡Maldita sea! ¡Lo que en principio era un sueño ha terminado por convertirse en un infierno para mí! ―continuó con la voz alzada―. Y encima, por si te había pasado por alto, lo último que necesitaba era darme cuenta de que aquel que creía tener como amigo, no era más que un imbécil cuyas malas decisiones han repercutido también en mi vida.

En aquel momento se quedó en silencio y me sostuvo la mirada. Sus ojos continuaban igual de enrojecidos que al principio, pero no me quería rendir. Sabía que debía marcharme, pues estaba casi segura de que haciéndolo lograría apaciguar el ambiente. Pero había algo que me impedía dar el primer paso, una especie de fuerza invisible que me aseguraba que, si optaba por marcharme, sería muy difícil volver a recuperar lo que teníamos antes.

―Valentina, necesito estar solo. Por favor… no me lo hagas

más difícil. Solo te pido que lo entiendas.

Sin apartar la mirada de sus ojos, hice un gesto afirmativo con la cabeza y ya no contesté nada más. Me sentía frustrada y decepcionada, pero no podía obligarle a más. Me despedí con la mano, di media vuelta y me encerré en el ascensor con una sensación contradictoria en el cuerpo. Me sentía triste y enfadada a la vez, incapaz de descifrar cuál de las dos emociones dominaba sobre la otra.

El espejo de #cookiecruz
titlepage.xhtml
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_000.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_001.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_002.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_003.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_004.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_005.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_006.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_007.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_008.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_009.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_010.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_011.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_012.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_013.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_014.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_015.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_016.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_017.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_018.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_019.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_020.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_021.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_022.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_023.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_024.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_025.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_026.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_027.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_028.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_029.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_030.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_031.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_032.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_033.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_034.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_035.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_036.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_037.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_038.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_039.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_040.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_041.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_042.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_043.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_044.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_045.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_046.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_047.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_048.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_049.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_050.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_051.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_052.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_053.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_054.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_055.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_056.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_057.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_058.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_059.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_060.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_061.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_062.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_063.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_064.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_065.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_066.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_067.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_068.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_069.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_070.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_071.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_072.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_073.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_074.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_075.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_076.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_077.html