Capítulo 24
El cielo empezaba a pasar del negro al zafiro cuando Elaith Craulnober subió ladera arriba, con un humor de perros muy acorde con el húmedo y helado viento marino que le azotaba la cara.
Estaba en Aguas Profundas. ¡Por todos los dioses! Aquello no era Siempre Unidos ni siquiera Suldanessellar. ¡Aquí no tenía los deberes de los señores, no en esta montaña de humanos ruidosos y malolientes!
Sí, había nacido noble y lo habían educado como guardia real. Sí, había adquirido destrezas que lo hacían merecedor del mando de la guardia real.
Sí, se había desposado con una princesa de Siempre Unidos… y sí, era el heredero de la espada lunar de los Craulnober.
Pero ahí se quedaba todo. ¿No había hecho ya el trabajo sucio suficiente hasta ese momento como para romper con todo ello?
Seguro que este sentido del deber lo llevaba grabado en los huesos. ¿Por qué si no tendrían que turbarlo los simuladores? El anillo de Amnestria le dijo cuándo y dónde se usaban, y la magia del simulador —magia elfa— se había trasladado recientemente a los alrededores de Aguas Profundas como un deseo ávido de las volutas que se precipitan hacia un ahogamiento masivo.
Aunque eso lo fastidiaba, a algunos humanos se les podía confiar ese poder: al pretendido noble Piergeiron, e incluso a ese gordo fanfarrón de Mirt. El prestamista podría pasar por una morsa y superar en volumen a un verraco, pero su inteligencia era casi tan aguda como la de un viejo elfo. Casi.
Pero ahora, la camada más reciente de cachorros de noble no capacitados tenían no uno, sino dos simuladores. Esto era intolerable.
Además, resultaba peligroso. Eran cabezas huecas, una bandada de ansarines chillones de plumas relucientes que no hacían más que pavonearse, alegre y tontamente inconscientes de que uno de ellos estaba jugando con fuego. El modo en que un loco temerario como Beldar Cuerno Bramante había conseguido hacerse con un ojo de contemplador resultaba desconcertante, pero quienquiera que estuviese detrás de esa transformación había enviado asesinos para defender al estúpido Cuerno Bramante de los colmillos del Serpiente.
Eso resultaba totalmente intolerable. Tincheron había desaparecido en esa batalla al servicio de Elaith, y los semidragones no crecían en los árboles.
Algunos Craulnober habían cabalgado dragones. El emparejamiento de dragón y jinete producían una vergüenza instantánea, y los descendientes eran marginados por la sociedad. Sólo una vez había oído hablar Elaith de uno en toda su vida, al que había buscado y del que se había hecho amigo, Tincheron. En sus largas temporadas de trabajo juntos se había acumulado el mayor tesoro de Elaith: la confianza.
Tenía que encontrar a Tincheron o vengarlo.
El joven noble permaneció sobre la muralla de la ciudad observando las Estatuas Andantes como un ignorante campesino que estuviera contemplando algo mucho mayor que su propio granero por primera vez en su vida.
Maravilloso. El joven Cuerno Bramante no sólo era un loco y un derrochador de magia —porque era un derroche haber matado a un viejo halfling con la magia hiriente cuando hubiera bastado con una puñalada—, sino también un borracho a juzgar por su cara de estupor.
—Lord Beldar —interrumpió el elfo.
El humano se dio la vuelta en redondo. Su ojo izquierdo —el ojo humano que le quedaba— se clavó en Elaith con bastante desconfianza.
Bien. No estaba borracho, y a juzgar por su expresión, se lo veía lo suficientemente sobrio como para sentirse insultado si alguien que no fuese un amigo íntimo lo llamara sólo por su título y su nombre de pila.
—Soy lord Beldar Cuerno Bramante —respondió con dignidad, apoyando la mano sobre la empuñadura de la espada.
Otro insulto, pero al menos el chico tenía sentido suficiente para saber cuándo se enfrentaba a un enemigo. Elaith sonrió.
—Los hombres de tu posición son, en Aguas Profundas, necesariamente hombres de negocios. Yo tengo una aventura conjunta que proponerte.
El ojo visible de Cuerno Bramante se entrecerró.
—Creo que no —respondió sin emoción—. Los intereses de los Cuerno Bramante posiblemente no coincidirían con los tuyos.
—Palabras un poquito grandes para alguien que está sólo a cinco generaciones de salteadores y ladrones de caballos, pero dejémoslo así. Tú tienes un problema, Beldar Cuerno Bramante, y yo la solución. A cambio de ella, necesito que me hagas un pequeño servicio.
Como era notorio, el noble estaba tratando de conseguir que su cara reflejase una calma indescifrable.
—¿Qué problema podría ser ese?
—Los halflings muertos ensucian las calles, ¿no es verdad?
Beldar Cuerno Bramante sonrió amargamente.
—Y por una cantidad tú harías desaparecer cierto cadáver.
Elaith ya lo había hecho desaparecer, pero no creyó necesario decirlo.
—A cambio, sólo te pido que me proporciones la información que podría facilitarme la recuperación de un criado mío al que has conocido recientemente. Un semidragón.
—¿Enviaste tú a ese matón para que me siguiera? ¿Con qué intención?
—Como es obvio, no pretendía que te matara —respondió Elaith mirándose las uñas—. Si te hubiera querido muerto, sería difícil que me encontrara aquí soportando este hermoso tiempo y el placer de tu compañía.
—¡Te hice una pregunta!
—Ya me di cuenta —repuso Elaith sin irritarse—. Pero ya has tenido tiempo suficiente para considerar mi proposición. ¿Hacemos trato?
—No lo hacemos —respondió Beldar lanzando una dura mirada a Elaith, demostrando así que era aún más valiente que la mayoría de los hombres, o mucho más loco—. Lo hecho, hecho está. Aceptaré la responsabilidad por mis actos, pero no haré más tratos con el mal.
Elaith no se molestó en ocultar su regocijo. Resultaba muy gratificante que lo entendiesen a uno tan clara y rápidamente. Era medianamente entretenido, aunque no merecía la pena subir todos aquellos escalones.
—No me pasó inadvertido, joven lord Cuerno Bramante, que hablaste de «más tratos». Si llegas a verte profundamente enfangado en el mal que ahora disfrutas, no dudes en llamarme.
Los labios de Beldar se fruncieron en una delgada línea.
—Agradezco tu oferta, lord Craulnober, pero debo rechazarla.
La respuesta del Serpiente fue una ligera y casi burlona reverencia seguida de una tranquila partida.
El viento volvía a soplar mientras él apuraba el paso montaña abajo. Aún podría servirle para algo el joven Cuerno Bramante, que parecía convertirse poco a poco en la clase de persona destinada a grandes cosas, siempre que no se matara a sí mismo antes, desde luego.
El chico lo había sorprendido. Había esperado ser insultado y no fue así.
Tampoco había tratado Cuerno Bramante de echarse la culpa a la espalda, y parecía decidido a enfrentarse a las consecuencias de haber matado al halfling. Tenía la firme determinación de «hacer lo que es correcto» escrita en el rostro. Sí, Beldar Cuerno Bramante representaba la incómoda combinación de nobleza y estupidez que Elaith conocía demasiado bien.
Maldita la gracia que le hacía. Aguas Profundas estaba sobrada de eso.
El viejo gallo rojo de los Dyre aún estaba saludando animadamente el nacimiento del nuevo día cuando Alondra entró en el huerto con paso apresurado. Su emplumado harén voló más que corrió a saludarla, dispuesto para el banquete de la mañana.
Alondra frunció el ceño al tiempo que sacudía las faldas para espantar a las gallinas. Seguro que Naoni ya les habría dado de comer y habría recogido los huevos. ¿Qué había ocurrido esta vez?
Se apuró a entrar en la cocina donde se encontró a Naoni en el suelo, la cara entre las manos y los finos hombros sacudiéndose con cada sollozo.
Faendra estaba arrodillada a su lado, rodeándola cariñosamente con los brazos, mientras un halfling de cara sombría estaba de pie ante ellas. Tenía en la mano una jarra de cerveza que no dejaba de balancear. Incluso en la desgracia, Naoni era siempre hospitalaria.
Faendra miró a Alondra con una mirada cortante, casi acusadora, en los ojos azules.
—Uno de los guardias halfling de Naoni ha desaparecido. Había estado… siguiendo a alguien, a Beldar Cuerno Bramante.
—Por la madre de todos los dioses —murmuró Alondra muy afligida, y poniéndose de rodillas cogió las manos de Naoni—. ¡Pese a lo mucho que me desagrada ese hombre, no creo que sea de la clase de los que asesinan! Lo siento, señora, de verdad que lo siento. Pase lo que pase esto será muy duro para lord Korvaun.
—Mucho más duro aún si Beldar está muerto. —Al decir esto los ojos de Naoni volvieron a anegarse de lágrimas—. ¡No tendría que haberte golpeado, Alondra, pero no creo que por ello merezca morir!
Alondra miró fijamente a las dos hermanas totalmente asombrada.
—¿Acaso pensáis que esto es cosa mía?
Naoni se mordió los labios.
—Casi no sé qué pensar. Jivin nos estaba siguiendo. Tú le dijiste a Faen que se ocuparían de seguirnos y vigilarnos y él acabó asesinado. Taeros contrató a una elfa para seguirte, y ella desapareció. Ahora ha pasado lo mismo con el halfling.
—¿Estás relacionando a lord Cuerno Bramante conmigo? ¿Por qué?
—Debido al medallón de lord Taeros, ese que se perdió —dijo Naoni con un hondo suspiro—. Tú y Beldar lo habéis visto, al fin y al cabo, y os acusáis uno al otro de tenerlo. Hemos contratado a gente del Laberinto para que os siguieran y lo recuperaran.
Alondra se volvió como una fiera hacia el halfling.
—¿Cómo le fue al que me seguía a mí?
—Ella no habrá intentado aún conseguir el medallón —le respondió el halfling con voz sorprendentemente profunda—. Esta madrugada no había sufrido daño alguno.
—Dile que se acabó —le esperó Alondra con furia—. ¡Si no quiere morir, que se mantenga todo lo lejos que pueda de mí!
El halfling miró a Naoni, que asintió. Hizo una inclinación de cabeza, vació la jarra de cerveza de un prolongado trago y se marchó a toda prisa sin decir palabra.
Naoni cogió la mano de Alondra.
—Creo que tienes muchas cosas que contarnos.
Alondra asintió con tristeza y empezó a relatar la historia que nunca hubiera esperado tener que contar.
—Nací en Luskan, de una moza de taberna. Nunca conocí a mi padre, y cuando era joven una vez pregunté a mi madre qué aspecto tenía él. Ella me respondió que apenas lo había visto, porque es poco lo que se puede ver cuando a una le echan las faldas sobre la cabeza.
Faendra hizo una mueca.
—¿Tú madre fue… forzada?
—Pagada es más exacto —respondió Alondra con amargura—. Desde que nací pertenecí al dueño de la taberna. Mi madre le debía su manutención pues consumía más bebida de la que servía y nunca se libraba de su deuda. Tampoco lo intentaba. Estaba contenta con el lugar y con su vida, y se había encariñado con algunos de sus clientes habituales.
—Como una esclava —murmuró Naoni empezando a comprender.
—Cuando cumplí mis doce inviernos me dijeron que tenía que hacerme cargo de la deuda de mi madre… y de sus deberes. Yo había limpiado y ayudado en la cocina, todo al mismo tiempo, y nunca me quejé del trabajo, pero esto otro…
Alondra se quedó prendida de sus recuerdos, luego sacudió la cabeza y dijo bruscamente:
—No tenía elección y no podía escaparme; en el brazo tenía grabada la marca de la posada.
—Por eso llevas siempre una cinta —murmuró Faendra.
—Cualquier guarda de Luskan, cualquier capitán de barco de cualquier parte y cualquier jefe de caravana que se dirigiera a Luskan podría devolverme y ganarse una recompensa, que se añadiría a mi deuda. Yo estaba decidida a ganarme mi libertad, pero la deuda de mi madre había aumentado considerablemente. Murió mientras daba a luz a otro bastardo de padre desconocido, pero tardó en morir lo suficiente como para necesitar un sanador.
Yo no sentía cariño por ella, pero no podía dejarla morir sin asistencia. Cuando consiguieron encontrar a alguien que se atreviera por aquellas peligrosas calles, ya se había muerto, y el niño también. Luego vinieron los gastos del entierro…
Alondra apartó los recuerdos con un impaciente gesto de la mano.
—En ese momento la deuda alcanzaba una cantidad que yo no podría pagar nunca. No importaba lo duro que trabajara, nunca dejaría de ser una esclava.
Faendra torció el gesto y Naoni acarició la mano de Alondra con silenciosa simpatía.
—Una noche entró en la taberna un joven noble. Lo acompañaba un semiogro, un animal que todos temían en Luskan, pero cuando las monedas saltaban sobre el mostrador la mayoría de los dueños de las tabernas se preocupaban poco por la seguridad de sus sirvientes. El acaudalado lord pagó la comida y el entretenimiento de su acompañante, y se quedó mirando mientras el monstruo me arrastraba hacia las escaleras.
Las lágrimas asomaron a los ojos de Faendra.
Naoni palideció.
—No tienes por qué contar nada más.
—No, pero la historia toma otro cariz: la suerte quiso que un paladín de Aguas Profundas entrase por la puerta en ese momento. Mató a la bestia, preguntó al tabernero cuál era el monto de mi deuda y al instante sacó el dinero para pagarla. Nos marchamos esa misma noche en dirección a Aguas Profundas.
Alondra sonrió débilmente.
—Al principio pensé que me había comprado para su propio placer mientras iba camino del sur, pero él no entendió nada de lo que había sido mi vida. Sin lugar a dudas pensó que estaba rescatando a una virtuosa doncella. —Frunció el entrecejo y añadió pensativa—: O tal vez sabía lo que yo era y no le importó.
—¡Texter! —exclamó Faendra—. ¡Aquel al que le enviaste un mensaje a través del rebelde Serpiente!
—Sí. Traté de devolverle el dinero, pero él no quiso aceptarlo. Yo no perteneceré a ningún hombre, ni siquiera a uno bueno, y así se lo dije. Viéndome tan empeñada en esto, me pidió que, en lugar del dinero, le enviase una carta siempre que considerase que se cernía un posible peligro sobre Aguas Profundas o sus gentes.
Naoni la miró con gesto intrigado.
—¿Cómo se metió en esto Elaith Craulnober?
Alondra la miró suplicante.
—Trata de ponerte en mi lugar, señora. Yo he… conocido a hombres ricos, hombres con títulos, incluso a un gran capitán de Luskan, en el pasado. Pese a todo su refinamiento, no se diferencian mucho del marinero más tosco. Como los demás hombres, los Señores Enmascarados de Aguas Profundas no son mejores de lo que tienen que ser. Elaith Craulnober fue directo al escondrijo en el que Texter me había dicho que escondiera mi mensaje, por eso pensé que…
—Era un Señor de Aguas Profundas —concluyó Faendra.
—Sí. Me pregunté si había sido engañada cuando Jivin fue asesinado, pero entonces me dije que, si tiene razón vuestro padre, sería poca cosa para un Señor ordenar la muerte de un hombre. Sé que Elaith está interesado en el Nuevo Día; me hizo preguntas sobre ello.
—¿Qué le contaste? —la cortó Naoni bruscamente.
—Perdóname, pero le dije que maese Dyre y sus amigos, como muchos otros hombres mayores, hablaban mucho pero hacían poco.
—Las palabras llevan a las acciones —le replicó Naoni con expresión seria—. Las revueltas en la Ciudad de los Muertos empezaron con las palabras de esos hombres mayores.
Faendra miró ceñuda a Alondra.
—Tú no eres ni la mitad de leal a Aguas Profundas, pues habrías hecho lo que el Serpiente te pidiera sólo porque piensas que debe ser uno de los Señores de Aguas Profundas. El conoce tu pasado y te amenaza con contarlo por toda la ciudad, haciéndote perder tu empleo aquí y en cualquier otro lugar respetable. Por eso cogiste el medallón de lord Taeros, porque te lo pidió el Serpiente.
—Sí —susurró Alondra con desconsuelo.
¿Se lo has dado? —preguntó Naoni.
Alondra levantó la falda, abrió la bolsita de tela que llevaba cosida a la combinación y le tendió el medallón a su señora.
Cerrando los dedos sobre él, Naoni dirigió a Alondra una larga y serena mirada.
—Dijiste que Beldar te lo había cogido.
—Lo hizo.
—¡También dijiste que no lo tenías!
—Dije que no estaba en mi bolsillo, palabras que son tan ciertas ahora como cuando las dije —suspiró Alondra—. Pido perdón, señora, por haberte decepcionado por… no decir la verdad.
—Bueno —dijo Naoni encogiéndose de hombros—, por lo menos no se lo diste al Serpiente.
—No podía hacerlo sin saber con certeza qué era o por qué lo quería él, de modo que lord Cuerno Bramante me llevó a una maga y le pagó para que buscara conjuros en el medallón. Ella no encontró nada mágico.
Faendra se puso seria.
—Pero ¿por qué tenía él…? —De pronto chasqueó los dedos—. Claro. ¡Beldar era el joven adinerado de Luskan!
—Lo odiaba…, pero desde entonces he sabido que él nunca alentó a sabiendas a aquella bestia. Por favor, no hablemos más de ello. Lo que más quiero en mi vida es poner fin a todo eso.
—¡Por los dioses que lo puedes conseguir! —respondió rápidamente Naoni—. Cuando el elfo te pregunte por esto, dile que Taeros ya no lo tiene, ni tú tampoco.
—¿Y si insiste?
Naoni miró lo que tenía en la mano.
—Dile que el medallón te fue robado por un fundidor que hizo otra cosa con él —la instruyó hablándole lentamente.
—Señora, su voluntad mágica revisa mis palabras para saber si son ciertas.
La repentina sonrisa de Naoni brilló como el acero.
—¡Serán totalmente ciertas! ¡Faen, tráeme mi rueca!
Beldar se quedó en silencio, con la mirada fija en la calavera de piedra. No estaba seguro de lo que podía hacer por él la vieja bruja, pero ¿a qué otro lugar podía ir?
Uno de los dientes se movió.
—¿Vienes solo esta vez? —preguntó fríamente Dathran.
Él se tocó el parche del ojo.
—Ni hombre ni monstruo me acompañan ni me siguen, por lo que yo sé, sin embargo no puedo jurar por mi honor que esté realmente solo.
—¿Le traes más acertijos a Dathran? Muy bien, mientras me traigas también piedras preciosas y oro.
Beldar le mostró el bolsillo de las gemas y la calavera chirrió al abrirse. Mientras subía a la habitación se sorprendió de encontrar a Dathran trabajando a aquellas horas, colocando un mortero bajo de bronce sobre un trípode de hierro forjado y vertiendo dentro un líquido negro.
Ella levantó la vista e hizo la petición acostumbrada.
—Sangre.
El joven Cuerno Bramante sacó su puñal y se hizo un corte limpio en el antebrazo. Cuando la sangre goteó dentro del hirviente mortero, la superficie del líquido empezó a enturbiarse y a borbotear. Cuando la superficie se aquietó, Dathran se inclinó sobre él para escudriñar algo en el fondo.
Del mortero salió una bocanada de vapor que motivó una retirada asombrosamente rápida de la anciana. El vapor se oscureció hasta volverse humo, y con horripilante rapidez se espesó para formar…
¡Un par de largos y negros tentáculos!
Uno de ellos se extendió, enroscándose alrededor de la garganta de la bruja con una fuerza brutal. Ella lo aferró, atravesándolo con los dedos, que se cubrieron de colgajos sangrientos, y tratando en vano de gorgotear un conjuro.
Beldar dejó caer su puñal y sacó la espada y empezó a hacer círculos sobre su cabeza. La bajó con todas sus fuerzas para atacar directamente el otro tentáculo, pero lo atravesó como si estuviera cortando en el vacío y arrancó chispas de la piedra con la que chocó.
El tentáculo se onduló sin sufrir daño alguno mientras la vieja se ahogaba.
El diablillo saltó desde un estante para atacar, gritando y dando zarpazos.
Sus garras y sus colmillos pudieron encontrar y hacer mella en el tentáculo, arrancándole largos trozos de carne oscura y sin sangre. El diablillo saltó del segundo tentáculo al primero, rasgando y royendo como un poseso mientras la oscura suavidad asfixiaba a Dathran.
Aquel sinuoso miembro no reducía la presión, y al mismo tiempo arrastraba a la bruja hacia el interior del cuenco de visión.
El segundo tentáculo no trataba de apuñalar a Beldar, sino de sacarse de encima al diablillo. Este salió despedido dando vueltas para chocar contra una dura y húmeda pared y acabó deslizándose hasta el suelo, retorciéndose, agazapado y silbando como un gato rabioso.
Ese tentáculo apuntó amenazante a Beldar, que saltó hacia un lado levantando la espada, pero esta se desplazó lateralmente haciendo caer el cuenco de su trípode.
Un líquido negro se derramó en todas direcciones, y los humeantes tentáculos se adelgazaron hasta tener el grosor de una cuerda. Beldar le dio un tajo a una de ellas, pero se apartó de él mientras el otro tentáculo daba un fuerte tirón a la nigromante. Suspendida en el aire, la bruja luchaba casi sin fuerzas y fue lanzada violentamente hacia adelante.
Su cuerpo se estrelló contra el trípode con un sonido denso, líquido y sordo, y lo derribó.
Los tentáculos se deshicieron en humo. Las volutas se enroscaron casi burlonamente alrededor de la mujer que se retorcía en el suelo… y desaparecieron.
Todo había ocurrido muy rápido. Beldar miró hacia lo que había quedado de Dathran. La sangre inundaba el suelo bajo el trípode, y la carne de la bruja parecía fundirse, apartándose de las erizadas picas que le atravesaban el cuerpo.
Del diablillo brotó un alegre carcajeo. Aleteó con vacilación remontándose desde el suelo hasta quedar flotando a la altura de Beldar.
—Me has liberado de la esclavitud en que me tenía, por eso supongo que nos volveremos a ver —dijo en un susurro. Luego le lanzó una mirada pícara y le hizo un guiño.
Desapareció en una nube de humo apestoso, partiendo mucho más rápido que su risita ahogada de despedida.
Recuperando su daga, Beldar se movió con rapidez dentro de la calavera buscando la salida, temiendo que pudiera empezar a cerrarse, y por fin salió tambaleándose al exterior. Aguas Profundas contaba con hombres que podían ayudarlo sin recurrir a la magia. Todo el mundo sabía de los barberos y sangradores que cosían y rajaban carne en los tenebrosos cuartuchos del distrito del Puerto, echando una mano —si podía decirse así— a los que rechazaban las plegarias de los sacerdotes y no podían pagarse las pociones. ¡Seguro que uno de ellos podría librarlo de la aversión que anidaba en su cabeza!
Si moría, ¿qué importaba? Beldar Cuerno Bramante cada vez tenía más claro que su vida ya no le pertenecía.
Sonaba la segunda campanada cuando Elaith Craulnober avanzó entre las humeantes ruinas de lo que había sido la covacha de un barbero y apartó de una patada los restos carbonizados y retorcidos que quedaban de su dueño.
El paciente del muerto parecía estar un poco mejor. Una violenta reacción mágica lo había despedido fuera de la habitación antes de que surtiera efecto el conjuro apagafuegos de la Vigilante Orden, y estaba cubierto por una espesa capa de hollín grasiento procedente del cuerpo mal quemado del barbero. Sus ojos —el derecho notablemente más grande que el izquierdo estaban cerrados, pero su pecho todavía alentaba aunque débilmente. Era más robusto y pesado que un elfo, pero Elaith se lo cargó sobre un hombro con aparente facilidad y lo sacó a la calle.
Unos cuantos observadores curiosos vieron la cara de pocos amigos del Serpiente y se dispersaron rápidamente como una bandada de pájaros asustados.
Elaith tiró una pequeña ampolla de vidrio al empedrado que, al estallar, derramó un líquido brillante que rápidamente se extendió formando un charco perfectamente redondo, del que a su vez surgió un cilindro de motas parpadeantes. El elfo entró en él con su pesada carga y se desvaneció de repente, llevándose con él todos los indicios de su portal mágico.
Cosas prácticas, los portales de salto. Elaith aterrizó sobre el suelo embaldosado de la antesala de una de las casas más tranquilas que poseía en Aguas Profundas.
Una matrona elfa echó una mirada a su amo y a la carga que portaba y se acercó presurosa a una magnífica escultura que descansaba sobre un pedestal. Mientras Elaith depositaba al chamuscado noble en el suelo, la mujer hizo algo con sus lágrimas irisadas que las hizo sonar y cambiar sus contornos, brindando a la mujer siete ampollas. Echando mano de ellas se acercó rápidamente a Elaith.
El Serpiente había apoyado ya una rodilla en tierra y estaba forzando la apertura de las mandíbulas de Beldar Cuerno Bramante.
—Estúpido y obstinado humano —murmuró, mientras su ama de llaves vaciaba con todo cuidado una de las ampollas en la abertura que él había forzado.
La elfa observó detenidamente el efecto y vació otros dos viales.
—No está tragando —anunció.
Elaith golpeó rápidamente el vientre de Cuerno Bramante. El noble lanzó una bocanada de aire y con ella se desparramó por las comisuras de su boca la poción sin tragar, pero luego aspiró hondamente y Beldar se sentó, tosiendo y escupiendo.
—Se supone que tenía que tragársela, no aspirarla —indicó el ama de llaves.
Su amo se encogió de hombros al tiempo que se ponía de pie sobre los talones en un elástico y fluido movimiento.
—Está más o menos vivo, pero seguro que la poción surte efecto.
Beldar Cuerno Bramante se retorcía y se sacudía, tosiendo sin parar. Cuando finalmente se desvaneció su agonía, se encontró mirando a una mano pacientemente tendida. Una mano elegante, de dedos largos y en cierto modo conocida.
Siguió unos instantes con la vista clavada en ella y luego la aceptó. Sin esfuerzo visible, Elaith Craulnober puso de pie a Beldar.
—¿El… barbero?
—Muerto, como las últimas esperanzas del verano —respondió Elaith, viendo los hombros caídos y la debilidad que asomaba a los ojos del noble.
—¿Estás dispuesto a reconsiderar mi oferta?
—Parece que no tengo muchas opciones —observó el joven lord Cuerno Bramante—. ¿Qué quieres de mí?
—Llévame ante quien te hizo eso —pidió Elaith señalando el ojo derecho de Beldar—. Yo me ocuparé del resto.
Beldar asintió.
—¿Cuándo?
—Inmediatamente. Tiene a uno de mis… compañeros.
El humano estudió el rostro de Elaith.
—El semidragón. Estás realmente preocupado por tu subordinado.
—Trocearon a un contemplador del mismo modo que un cocinero corta trozos para un plato exótico, ¿crees que un semidragón puede esperar una larga y gozosa vida después de haber caído en sus manos?
—Te llevaré —respondió Beldar frunciendo el entrecejo—. Y lucharé a tu lado lo mejor que pueda, pero debes comprender que no soy plenamente consciente de mis actos. Podría verme forzado a traicionarte.
—Mientras no esperes de mí una confesión semejante, estamos de acuerdo —respondió el elfo encogiéndose de hombros.
Beldar frunció los labios.
—¿Hay algo más que quieras pedirme? —preguntó Elaith volviendo a sonreír.
—Sí —respondió entristecido el joven lord Cuerno Bramante—. Quiero tu promesa de que me matarás si llego a traicionar a gente inocente.
—Por un momento temí que fueras a pedirme algo desagradable —dijo con brusquedad Elaith enarcando las cejas.
El silbido en los oídos se volvió insoportable para Beldar… y luego se desvaneció. Salió de la oscuridad y del dolor y se encontró mirando fijamente los ojos desiguales del hijo de Golskyn.
—Está despierto —anunció sin emoción Mrelder.
Golskyn de los Dioses se acercó rápidamente. De debajo de sus ropas asomaron los tentáculos, se enroscaron en la cintura y los brazos de Beldar y pusieron al noble de pie.
—Quédate de pie, como corresponde al heredero de Piergeiron —tronó el anciano.
Beldar dirigió una mirada interrogativa a Mrelder, que parecía el más cuerdo de los dos.
—Se te ha concedido una mejora porque lord Unidad desea poner a un títere de la Amalgama en el trono del Primer Señor —le informó Mrelder con desgana—. Como ya habrás adivinado, no podrás hablar de esto con nadie. Ya has visto cuáles son los resultados de cualquier intento de rastrear la magia o de extraer el ojo.
—Esta traición te será perdonada —prosiguió Golskyn—, pero la próxima no. Muy pronto tu destino dependerá sólo de ti. Los dioses me han desvelado la mejor hora y el mejor lugar: la noche del solsticio de verano, en la fiesta de las Sedas Rojas. —Mientras lo decía los tentáculos oscilaban y se movían amenazadores—. Acepta este destino, aquí y ahora, o se le pasará a otro. ¿Me has comprendido?
El noble consiguió asentir con la cabeza. El sacerdote lo despachó con una ondulación de los tentáculos y a Beldar le faltó tiempo para salir a toda prisa del edificio.
«Esta traición», había dicho el sacerdote loco. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba Elaith Craulnober? ¿Había conseguido la Amalgama acabar con el tan temido Serpiente?
Beldar frunció el entrecejo, abriéndose paso entre la multitud que atestaba la calle. La tienda no estaba muy lejos…
Recordaba vagamente a Elaith mientras formulaba un conjuro sobre él que parecía haber servido sólo para entorpecer su pensamiento. ¿Había servido para ocultar sus recuerdos del acuerdo al que habían llegado? ¿Estaba el Serpiente merodeando, observando ahora mismo a los amantes de los monstruos?
No había habido lucha, hasta donde podía recordar él, ningún enfrentamiento serio entre Elaith y Golskyn, y ni el menor rastro del semidragón… ni de sus miembros reciclados.
Beldar hizo una mueca y sacudió la cabeza. ¿Primer Señor de Aguas Profundas? Nunca, ni en sus elucubraciones más fantasiosas, había previsto un futuro semejante, aunque esta insoportable parodia de sus sueños ni de lejos le resultaba tentadora.
En un túnel oscuro, Elaith limpiaba la sangre de su espada y se ponía de pie con todas las respuestas que buscaba. Le había llevado más tiempo del que esperaba arrancar la verdad al robusto hombre de seis brazos que había luchado contra Tincheron, pero eran buenas noticias.
Tincheron no había caído en poder de la Amalgama, sino que había huido por las cloacas. Los adeptos de Golskyn lo estaban buscando, pero sus agentes estaban haciendo lo mismo; tenían que encontrar al semidragón antes que nadie.
Lo cual significaba que los torturadores de Beldar Cuerno Bramante sobrevivirían un día más. Los conjuros y los sirvientes de lord Unidad eran asombrosamente fuertes: había sido necesaria la mayor parte de la magia disponible de Elaith para protegerlo de los guardias y de los conjuros de búsqueda del sacerdote loco.
El Serpiente hizo una mueca mientras envainaba la espada. No había victoria, pero sí una huida sin tropiezos.
Se encogió de hombros. Ahora que la seguridad de Tincheron ya no era una preocupación acuciante, sería excesivo matar a todos los actores potencialmente útiles, especialmente cuando tenían capacidades y ambiciones tan interesantes.
Elaith sonrió. El dinero y el poder eran hermosos, pero él prefería cada vez más otra cosa: los pasatiempos.
Y pasara lo que pasara, la Amalgama no dejaría de proporcionárselos.
Sólo había dos clientes en la Tienda del Viejo Xoblob. Un par de niños de unos trece inviernos que se estaban riendo anticipadamente de la cara que iba a poner una chica cuando viera surgir de entre sus flores del solsticio de verano las calaveras de dos ratas de colmillos afilados. Beldar lanzó una mirada a los chicos que los hizo salir a toda prisa de la tienda.
Dandalus echó un vistazo superficial a Beldar.
—¿Ahuyentando a los clientes que pagan?
Por toda respuesta, Beldar señaló a los animales disecados y al contemplador colocado en un lugar elevado.
—¿Cómo mataste a Xoblob?
Dandalus se acarició la barbilla.
—Bueno, así de pronto, hace años… ¿No cantaban los juglares una o dos canciones sobre ello?
—¡Necesito saber la verdad, no me interesan los cuentos de taberna! ¿Hay algún modo de destruir un ojo sin matar a la criatura?
—Bueno, ya conoces el dicho: Si vas a matar a un rey, lo mejor es matarlo del primer sablazo. Con los contempladores pasa lo mismo.
Beldar volvió la cabeza para no herir al tendero y apartó el parche del ojo.
Dandalus lo observó en silencio durante un largo rato y luego respondió:
—Bien, hay una poción que podría devolverte a tu estado anterior. Pero cuidado, te quemará como el veneno de un dragón negro, y no hay seguridad alguna de que el contemplador sobreviva a su ceguera.
—Entendido —respondió Beldar secamente—. ¿Cuánto cuesta?
Dandalus buscó bajo el mostrador y sacó una pequeña ampolla carmesí.
—No es nada. Has sido siempre un buen cliente.
Beldar sonrió con ironía. Que despedida tan elegante.
Elaith Craulnober se quedó mirando la partida de Beldar, luego dejó su escondite entre los frascos con trozos de monstruo y las curiosidades que se alineaban en la estantería para deslizarse por la rendija de la pared de atrás. Adoptar el tamaño de un ratón le permitía entrar y salir fácilmente de muchos edificios.
En la avenida adyacente su forma reducida se expandió, fluyendo como el humo hasta alcanzar su tamaño normal. Hizo una señal con la cabeza a un par de fornidos trabajadores que ganduleaban por allí, y estos se apartaron de la pared sobre la que estaban apoyados y se echaron a andar siguiendo a lord Cuerno Bramante hasta que la siguiente pareja se hizo cargo de la vigilancia. La gente a la que Elaith había hecho seguir a menudo se daba cuenta del seguimiento.
Beldar Cuerno Bramante se volvía cada vez más interesante. En un primer momento no había sido más que el camino más fácil para conseguir los simuladores que poseían los Capas Diamantinas, pero ahora…
Había tratado de matar al conocido y famoso Serpiente, claro que la mayoría de los hombres, por no decir también la mayoría de los elfos, también lo harían si se les presentaba la oportunidad. Y él tenía la fortaleza mental y física suficiente para luchar contra el conjuro para nublar la mente que Elaith había formulado con la esperanza de romper el control que ejercía Golskyn, y para buscarse su propia muerte en ese mismo instante con el fin de quedar libre de la esclavitud a la que lo tenía sometido la Amalgama, lo cual no era más que otro noble aunque estúpido gesto humano.
Aún podía resultar necesario eliminarlo, pero a Elaith le gustaba tomarles la medida a los que se cruzaban en su camino. Beldar Cuerno Bramante sería, a fin de cuentas, una interesante diversión.
En primer lugar tenía que evitar que el desquiciado joven se matase.
—Lord Cuerno Bramante —lo llamó.
Beldar volvió lentamente el rostro hacia él mientras su destapado ojo ardía con fuego helado.
—Había oído que los elfos tienen una medida del tiempo diferente de la de los hombres, pero ¿acaso es habitual esperar a que la batalla haya concluido para cumplir un pacto?
Elaith hizo caso omiso del insulto.
—¿Cómo va la herida del brazo derecho que te has hecho en los túneles?
El joven Cuerno Bramante mantuvo la mirada fija en él durante largo tiempo antes de buscar la abertura ornamental de su hombrera para palparse un corte superficial. Su expresión sugirió que únicamente ahora sentía el escozor de esa herida.
—¿Cuándo? ¿Cómo…?
—Empecemos por el «quién» y el «por qué», ¿te parece? Yo te la hice con la hoja de la espada impregnada de una sustancia para inmovilizarte. En ese momento me pareció que estabas dispuesto a morir, por eso me pareció una táctica prudente. ¿No recuerdas nada de la pelea?
—Te conduje hasta la Amalgama —recitó Beldar lentamente—. Atravesamos por los túneles para tomarlos por sorpresa.
—Y eso fue lo que hicimos, por más que ellos no se mostraron tan sorprendidos como me habría gustado. El conjuro que te lancé no afectaba a tu voluntad…
—Pero sin embargo se anuló ante la magia de Golskyn —recordó Beldar con amargura; y después de un momento de silencio preguntó—: ¿Cómo está el semidragón?
—Volvió con los amigos. ¿Cómo va tu ojo? Parece que te duele bastante.
La sonrisa de Cuerno Bramante fue irónica.
—Una pálida sombra de lo que va a ocurrir.
—La poción —dijo sin rodeos Elaith, haciendo que el noble estuviera a punto de ahogarse por la sorpresa—. Una valiente idea, pero algo prematura. Mejor sería descubrir antes los designios del sacerdote loco y acabar con ellos y con él al mismo tiempo.
La cara del noble se quedó sin expresión.
—Meditaré tus palabras y te agradezco tu consejo —dijo mientras se daba la vuelta para marcharse.
Elaith tiró suavemente de la manga del noble.
—Si necesitas atención, no busques más —le dijo.
Frente a frente, ambos se estudiaron durante algunos momentos.
—¿Tengo tu palabra? —preguntó Beldar con toda tranquilidad.
—Lo juro por mi honor como Señor de Siempre Unidos —afirmó Elaith con una sonrisa irónica—. ¡Y, aparentemente, también de Aguas Profundas!
Todas las casas nobles empleaban recaderos, pero Korvaun Yelmo Altivo se quedó sorprendido, por decirlo de alguna manera, al ver acercarse al mayordomo de la mansión Yelmo Altivo, un hombre de edad avanzada, con el cabello y el poblado mostacho encanecidos, resoplando para entregar un pequeño envoltorio cuadrado de pergamino con los bordes dorados, lo cual indicaba que el remitente era un noble.
—¿Qué es esto, Thamdros?
—Lord Cuerno Bramante me dejó impresionado con la urgencia de su misiva —dijo casi sin voz el mayordomo—. Y expresó vivamente su deseo de que fuera yo mismo quien lo entregara.
—¿Que lo entregaras tú mismo?
—Junto con un zafiro, señor. El más pequeño que he visto jamás, pero que debe valer sus buenos cien dragones. Yo, por supuesto, me negué a aceptarlo, señor.
El mostacho del mayordomo tembló de indignación. Ningún sirviente honrado aceptaría un regalo semejante de un noble ajeno a su propia Casa, porque hacerlo implicaba que no estaba debidamente remunerado, o lo que es peor, que no era digno de confianza. Thamdros estaba claramente ofendido por este quebrantamiento de la etiqueta, y Korvaun rápidamente cometió otra: palmeó la espalda del anciano como si se tratara de un amigo que trata de restablecer la confianza de otro.
—Lord Cuerno Bramante conoce tu prudencia como la conozco yo, y te aseguro que no pensaba ofenderte. Contaba con tu integridad para transmitir algo que no se atreve a confiar al papel. Sabía que me harías partícipe de ese comportamiento, haciéndome saber sin palabras funestas que las cosas no van como debieran ir.
La cara del mayordomo se relajó y respondió con una inclinación de cabeza.
—Gracias, señor.
Korvaun rompió el sello de Beldar, desplegó la nota y leyó: «¿Puedes reunirte conmigo dentro de dos campanadas en Tamsrin’s? Por la eterna amistad». Debajo aparecía garabateada la runa de Beldar. La caligrafía era irregular, como correspondía a una nota escrita a toda prisa.
¿Qué pasaba ahora? Tamsrin’s Thirst era un local rústico para beber y charlar, tan chispeante y bullicioso como muchos otros del distrito Norte, demasiado atestado para las conspiraciones o para los trabajos sucios. Demasiado ruidoso y plagado de gente que se daba excesiva importancia para el gusto de Korvaun, pero como todos los que vivían al norte de la ruta de Aguas Profundas, sabía dónde estaba.
—¿Algún problema, señor? —se atrevió a preguntar Thamdros.
Korvaun le alargó la nota pensando que sería prudente que alguien más conociese su paradero.
—¿Una invitación a beber y a una charla improductiva? —preguntó el viejo mayordomo indignado.
Korvaun sonrió.
—No creo que sea eso. Voy a ir más que nada para enterarme de lo que está pasando por la cabeza de lord Cuerno Bramante. Tal vez este asunto tan importante se refiere a buenas y no a malas noticias. Incluso podría tratarse de que finalmente ha caído presa de los encantos de una dama.
—Si así fuera —observó Thamdros amargamente—, harías mejor en llamar a la puerta de la dama y tratar de hacerla entrar en razón.
Repentinamente se puso rojo de vergüenza, lamentando haber pronunciado aquellas palabras.
Se quedó con la boca abierta cuando Korvaun le dedicó una amplia sonrisa.
—Haré algo mejor, le presentaré al nuevo amor de lord Jardeth. Tal vez los dioses sonrían a otras dos damas, que por otra parte están condenadas al fracaso, y les infundan sentido común.
El anciano mayordomo emitió un repentino y ruidoso bufido que podría haber sido una carcajada. Korvaun esperó el tiempo suficiente para asegurarse de que Thamdros no se ahogaba ni era presa de un ataque y luego se lanzó a la carrera, apresurándose a responder a la petición de Beldar.
Sonrió con melancolía. Igual que antes.
Así era como debía ser. Korvaun sabía que ahora sus amigos estaban buscando su camino hacia el liderazgo de Aguas Profundas, pero en su fuero interno, esa dignidad y una cierta capa preciosa roja estarían siempre unidas.
Tamsrin’s estaba tan atestado como siempre, lleno de juerguistas charlatanes y de todo tipo de helechos y enredaderas floridas, moteado por la luz del sol que se colaba por las claraboyas. En medio de aquella alegre barahúnda salpicada de carcajadas, dos hombres podrían hablarse a gritos sin que nadie los oyera.
Beldar y Korvaun pidieron el vino por señas, bebieron un sorbo y finalmente chocaron los vasos y brindaron, luego inclinaron las cabezas sobre la mesa hasta juntarlas, apartando a un lado la inevitable cestilla de pan de cebolla caliente.
Antes de que Korvaun pudiera hablar, Beldar inclinó su vaso de espumoso vino mentolado, inspeccionando su contenido como si no hubiera probado nunca uno de sus vinos favoritos. Un cuajarón de espuma cayó sobre la mesa y él lo extendió, y por pura casualidad pasó un dedo repetidas veces sobre la mancha.
Korvaun entrecerró los ojos y Beldar sonrió con cierto aire de tristeza.
—No es nada mágico. Sigo siendo el mismo que os metió a todos en…
—Demasiados problemas —concluyó Korvaun secamente. Beldar se dio cuenta de a dónde conducían sus palabras y las dejó suspendidas en el aire.
—Sí, pero olvidemos los infortunios del pasado, ¿te parece? ¡Es posible que esos caballos no hayan ganado, pero algunos sirvieron para hacer una cola excelente!
Beldar le gastó otra pequeña broma, pero Korvaun apenas pudo oírlo. No apartaba la vista del dedo de Cuerno Bramante, que se movía descuidadamente por toda la mancha húmeda, y trataba de entender lo que estaba haciendo.
Algunas veces, los códigos de la infancia pueden resultar útiles. Beldar se rio a carcajadas de su propia gracia, y Korvaun se le unió con una sonrisa burlona, elevando la vista lo suficiente como para hacer un levísimo gesto con la cabeza a Beldar. Luego volvió a levantar el vaso para que todos los que lo miraban pensaran que estaba festejando la broma, y volvió a bajar la vista.
Ojo nuevo bajo el parche. Me vigilan. La mano de Beldar se deslizó sin prisas sobre la mancha de espuma borrando lo que había escrito.
—¡Bueno! ¡Tengo uno para ti! —anunció Korvaun alegremente, y acercó todavía más la cabeza hasta quedar nariz con nariz con Beldar, lleno de curiosidad por lo que brillaba bajo el parche que ahora tenía tan cerca—. ¿Quién?
—No puedo decírtelo —respondió Beldar con una ancha y falsa sonrisa—. Y puedes tomarlo al pie de la letra: no puedo formar las palabras adecuadas.
Mientras hablaba, dibujó sus runas privadas.
Están buscando al próximo Piergeiron.
Korvaun echó mano de su vaso de caña alta dándole un golpe deliberadamente, por lo que se derramó parte de su contenido sobre la mesa.
—Muy pronto vamos a necesitar más vino —dijo en voz alta.
Piergeiron está VIVO. ¡Se recupera bien!, escribió rápidamente sobre la mesa.
Beldar se echó sobre el respaldo de la silla golpeando la mesa como si Korvaun hubiera dicho algo tremendamente gracioso.
Eso es lo que yo he oído, pero ¿quién sabe a qué atenerse en los tiempos que corren?
—Oirás rumores incluso más increíbles en la fiesta de las Sedas Rojas —dijo Korvaun, tratando de transmitir alguna información importante de sí mismo—. Todo el mundo estará allí, incluso…
—¡No, no, no! —lo interrumpió Beldar en voz alta y muy divertido, moviendo las manos en un caricatura feroz de una ama de casa chismosa—. ¡No me lo cuentes!
Luego se le volvió a acercar todo lo que pudo, poniendo la oreja en una gruesa parodia de ese alegre chismorreo y siguió escribiendo:
No digas nada, nos están escuchando.
¿QUIÉN nos escucha? —escribió Korvaun mientras susurraba sin armar escándalo—. ¿De dónde salió el ojo? ¿De un mago?
Beldar se rio a carcajadas.
No, de un contemplador, escribió.
Korvaun fue consciente de que le había cambiado la cara. Intentó borrar el horror de su expresión y la debilidad de su voz.
—¿Qué noticias hay de las adquisiciones de Cuerno Bramante?
Siempre se hacía la broma de que el hermano mayor de Beldar compraba casi a diario caballos o pequeñas tiendas de la ciudad, o trataba de comprar hermosas mujeres. Al mismo tiempo que hablaba, Korvaun hizo una mueca.
La sonrisa de Beldar cambió a una extraña expresión.
—Mi estimado primo compró tres esta mañana, según me dijeron, cada uno de los cuales traspasó el primero la línea de llegada. Impresionante, a menos que hagamos caso al rumor de las potras enfadadas que dicen que el futuro patriarca Cuerno Bramante confunde las pistas de carreras con los dormitorios.
—Nosotros no hacemos caso a los chismes —respondió Korvaun con malicia, levantando su vaso.
—Nada más lejos de nuestra intención.
Chocaron sus vasos en un brindis irónico, derramando más espuma, pero no por casualidad, y volvieron a beber.
De repente, Beldar se tocó el parche que le tapaba el ojo y su cara se iluminó.
—De momento se marcharon, los dioses sean loados —dijo con sordina—. Sin duda se habrán llevado una profunda decepción. Ahora escucha, puede que no haya tiempo para repetirlo.
Korvaun se inclinó acercándose más.
—¡Habla!
—Ven a la recepción, con todos los Capas Diamantinas, listos para armar lío: armas reales, no espadas de fantasía. Se espera que luchen los hombres con garras de monstruos y tentáculos y todo lo demás, cuarenta o más, conducidos por un sacerdote loco que quiere poner a su propio esclavo en el trono de Piergeiron, es decir, a mí. Dime si no está loco. Tiene un hijo brujo, y ambos pueden mover a las Estatuas Andantes a su antojo. A través de mí.
—Maravilloso —respondió Korvaun con voz atronadora, dando palmadas en la mesa y volviendo a sentarse mientras una moza que vio el estado de sus vasos se apresuró a llenarlos de vino fresco—. ¡Sencillamente fabuloso!
—¡Beldar, debemos comunicarlo en palacio en seguida! ¡Piergeiron tiene pensado asistir a la fiesta! —bisbiseó Korvaun cuando la chica se marchó.
—¿Comunicarles qué? ¿Qué estoy oyendo voces? ¡Estoy seguro de que lo dejarán todo para escuchar a un perezoso y joven espadachín que es tan estúpido que ha permitido que le quitaran el ojo derecho y le colocaran en su lugar el de un contemplador! Algo que es totalmente ilegal, según la jurisprudencia de los jueces, por si fuera poco. ¿También digo eso?
—No.
—Supongo que también me olvidé de mencionar al halfling que maté la pasada noche, cuando el ojo me controlaba.
Korvaun tenía la vista fija en su amigo.
—Seguramente un mago o un sacerdote podría demostrar que dices la verdad, y romper esta maldición que pesa sobre ti.
Beldar meneó la cabeza en un gesto negativo.
—Lo intenté. La que fue bruja de Rashemen yace muerta no muy lejos de aquí, lo mismo que el barbero cuya única culpa fue la codicia. No seré la causa de más muertes. Este es mi sino, y debo aceptarlo.
—Nosotros te apoyaremos, ¡por supuesto! ¡Claro que son cuarenta hombres monstruo! ¿Qué pueden hacer nuestras cuatro espadas —cinco, si te puedes poner a nuestro lado— contra semejantes enemigos?
—Poco, pero tal vez podamos ofrecer nuestra ayuda a alguien que tenga más experiencia en estas lides.
—¿Ah, sí? ¿Quién es ese gran paladín?
Beldar se puso rígido y en su cara se dibujó una amplia y forzada sonrisa.
—¡Nunca me creerías! —rio alegremente al tiempo que daba un golpe sobre la mesa.
Los espías invisibles debían de haber vuelto. Korvaun apenas pudo esbozar una sonrisa forzada cuando se bebió su vino se uso de pie.
—No hay un solo hombre vivo en el que haya confiado más que en ti —dijo con parsimonia.
Y con un alegre giro sobre los talones se dirigió hacia la entrada dejando que los torturadores invisibles de su amigo interpretaran aquello como más les gustara.