Capítulo 23

Taeros suspiró.

—El simulador ha desaparecido. —Asper se puso tensa y Taeros se apresuró a añadir—: Creemos saber quién lo tiene.

—Recuperadlo —los instó enarcando las cejas.

Korvaun hizo una mueca.

—Puede que resulte difícil. Según parece ahora está en poder de Elaith Craulnober.

Ahora la que hizo la mueca fue Asper.

—Ya veo. Está muy claro.

Su tono era seco y superficial, pero su sonrisa era irónica y en los ojos se le adivinaba la preocupación.

—Casi siempre dejamos al Serpiente a su aire. Se comporta con mesura, procurando no amenazar demasiado el buen gobierno de la ciudad, y en caso de que lo eliminásemos, la lucha por ocupar su lugar causaría inevitablemente un gran derramamiento de sangre.

—No hemos venido aquí a pedir ayuda —dijo tranquilamente Korvaun—. Consideramos que este asunto es responsabilidad nuestra, pero si Taeros y yo tenemos alguna posibilidad de recuperar el simulador, la necesitaremos. Para conseguirlo, necesito que me liberes de mi voto de silencio, de ese modo podré compartir este secreto con la señora Naoni Dyre, que es una maga cuyo don consiste en transformar cualquier cosa en hilo. Tiene tratos con una gnoma tejedora del Laberinto. Ella hila las piedras preciosas y las convierte en esto —dijo mostrando su resplandeciente capa.

—Una joven que es portadora de tales dones necesita protección. Los halflings de los Laberintos son tan buenos como los vigilantes, y entre ellos hay algunos de manos muy rápidas. Las mejores manos para recuperar el simulador son las de un ladrón, ¿tengo razón?

—Sobre la mayoría de las cosas, me atrevería a decir yo —murmuró Korvaun.

Asper esbozó una sonrisa pícara.

—¿Piensas decírselo a Mirt? Lord Yelmo Altivo, puedes hablarle a tu dama sobre el simulador obligándola a hacer los mismos juramentos que te vinculan a ti. Te encargo a ti su recuperación. Hazme saber rápidamente si el Serpiente hace algo… importante.

—Señora, lo haremos —respondió Taeros—. Suponiendo que aún sigamos vivos.

Korvaun y Naoni permanecían uno al lado del otro bajo la luz de la luna, los ojos fijos en la Esfera Lunar, pero sin ver realmente nada.

En la bruma de suaves reflejos flotaban al menos una docena de juerguistas que no dejaban de charlar ni de reírse a carcajadas. En el balcón que colgaba sobre la Esfera, un par de comerciantes jóvenes borrachos como cubas no dejaban de sobar a una chica igualmente ebria. Ella se deshacía en falsas protestas y gozosas risitas cuando los dos jóvenes la lanzaron por encima de la barandilla, las faldas revoloteando al viento, dentro del globo. Se sumergió en la iridiscente niebla como si se zambullera en el mar, se enderezó y se unió a una danza lánguida que evolucionaba en pleno aire.

—No me lo puedo creer —murmuró Naoni—. Alondra nunca nos había robado nada, ¡ni siquiera un pastelillo de miel! ¿Por qué tenía que mentirnos sobre el medallón de lord Halcón Invernal?

—Dijo la verdad, pero no toda la verdad. Algunas veces lo que no se dice tiene mayor importancia que lo que se revela.

Naoni se mordió el labio.

—Conozco a algunos halflings muy apropiados para el cometido. Si tienes dinero suficiente podemos contratarlos ahora mismo, uno para seguir a Alondra y otro a Beldar.

—Tengo dinero. Es de importancia vital que encontremos el simulador antes de que alguien descubra sus secretos.

Naoni se puso en marcha con paso rápido y Korvaun hizo lo propio al mismo tiempo. Después de haber avanzado un trecho, ella le dijo con tristeza:

—Espero que te equivoques con respecto a Alondra.

—Yo también —respondió él.

«Y mientras mantenemos la esperanza —pensó él con pesadumbre—, ojalá que toda la ciudad de Aguas Profundas esté equivocada con respecto a Elaith Craulnober».

El regreso a la noble casa de Cuerno Bramante, sucio y ensangrentado como estaba, había resultado sorprendentemente fácil desde el momento en que Beldar decidió avanzar con la espada medio desenvainada y la mano en la empuñadura. Había correspondido a las miradas de curiosidad de los vigilantes y sirvientes de Cuerno Bramante con gestos de asentimiento y graves sonrisas de satisfacción, y los había dejado atrás susurrando y haciendo cábalas.

De hecho, la vida era sorprendentemente fácil, concluyó con seriedad, cuando las expectativas eran bajas. Los hombres como él eran una fuente de satisfacciones e inconvenientes. Por suerte, era propio de la naturaleza humana que la gente disfrutase con lo primero para considerar lo último como un precio justo por sus diversiones. La Vigilante Orden haría averiguaciones sobre los duelos que se habían celebrado aquella noche, y los sirvientes de la Casa informarían al administrador de que deberían hacerse algunos ajustes financieros al día siguiente. En resumen, la maldita rutina de los negocios.

Cuando Beldar llegó a su habitación la cabeza le daba vueltas y el escozor de su nuevo ojo lo hizo lagrimear. Le dolía todo el cuerpo y no era para menos. Cada prenda que se quitaba dejaba al descubierto nuevas magulladuras.

Echando una mirada de desagrado a sus licoreras siempre a mano, Beldar se acercó a uno de los extremos del aparador, abrió un compartimento secreto y sacó una poción sanadora.

Su dolor de cabeza se desvaneció en el tiempo que tardó en llegar al baño que lo esperaba. ¡Ah, un largo baño tibio! Sorbras se ganaba con creces hasta el último dragón que los Cuerno Bramante le pagaban…

El baño no contribuyó en nada a aliviar su mente ni a reducir sus inquietudes, y Beldar sólo estuvo sumergido el tiempo necesario para quedar limpio. De vuelta en el dormitorio, encontró su lecho menos apetecible de lo que había esperado.

A pesar de lo molido que estaba había algo en su interior que no lo dejaba descansar; por la noche tenía que volver a ausentarse.

Tal vez tendría que enfrentarse… al peligro. Pero bueno, ¿acaso los Cuerno Bramante no habían sido desde antiguo unos auténticos leones en la batalla?, ¿y acaso no era él un Cuerno Bramante? Un hombre que enumerase lastimeramente sus heridas en un baño perfumado nunca habría ganado una batalla ni habría dirigido un país.

Tendría que calzarse la botas para echarse a la calle y vestir por encima de ellas algo más adecuado que una amplia bata abierta por el frente. Beldar caminó descalzo hasta su vestidor.

No tenía un talismán anticonjuros para reemplazar al que había destruido el semidragón, pero rellenó su bolsillo de piedras preciosas y eligió su mejor atuendo «de espadachín de acción apuesto pero refinado». Camisa carmesí, pantalón rojinegro a la moda, guerrera negra… Los parches que había encargado ya habían sido entregados, y Beldar eligió uno que tenía un rayo estilizado que destacaba sobre el fondo negro. Elegantemente atrevido, pero adecuado a su estado de ánimo.

Su capa diamantina estaba tan brillante y planchada como si no se la hubiera puesto nunca. Beldar se echó sobre los hombros todo su esplendor color rubí. La gente estaba empezando a reconocerla en las calles por su llamativa tonalidad; al fin había alcanzado la notoriedad que perseguía desde hacía tanto tiempo.

Claro que la notoriedad era un pobre sustituto del destino. No es de extrañar que se hubiera apurado, a la primera ocasión, a cumplir la profecía de Dathran. Se tocó ligeramente el parche; sí, podía decirse que casi literalmente se había «mezclado con monstruos». La Dathran había prometido que esa mezcla sería el inicio de su camino hacia la grandeza. Ella había dicho también que sería un guerrero inmortal y un conductor de hombres.

Beldar sonrió con gravedad ante su imagen reflejada en los altos espejos del vestidor, pero la sonrisa se le quedó helada cuando lo asaltó un sombrío pensamiento: la Dathran no había dicho nada acerca de la clase de hombres que iba a liderar ni de la naturaleza de su glorioso y desconocido destino. ¿Acaso los canallas no necesitan jefes en igual medida que la gente honrada? ¿Había dado su primer paso hacia el dominio sobre truhanes y villanos?

Ceñudo, bajó por las escaleras de servicio hasta la calle. No sabía lo que buscaba, además de dificultades. Había visto otra oportunidad en aquel semidragón, o en Hoth, para dilucidarlo, y esta vez haría la guerra por su cuenta.

—Soy Beldar Cuerno Bramante —proclamó en un murmullo que era una burla de sí mismo, al doblar una esquina, la mano apoyada sobre la empuñadura—, y sería prudente que me temierais.

Un vigilante apoyado distraídamente al abrigo de la puerta encolumnada de una casa noble, mientras esperaba a que cierto personaje saliese por la puerta para arrestarlo, escuchó casualmente aquel murmullo y puso en blanco los ojos tratando de no reírse. Menudo idiota ese joven.

Se habría quedado muy sorprendido al saber que a pesar de todo su aire de cuidada grandeza, Beldar Cuerno Bramante estaba de acuerdo con su valoración.

Por el hecho de no saberlo, el vigilante no pudo por menos que sorprenderse al darse cuenta de que un halfling con ropa de cuero moteado color gris piedra —y de cabellera a juego— avanzaba por la calle detrás de Beldar, deteniéndose brevemente aquí y allí para admirar los rostros esculpidos en las columnas y los ricos ornamentos de las puertas de hierro, pero mirando de reojo sin cesar al joven noble.

Un poco viejo y corto de estatura para ser un espantaladrones. Ya, pero tal vez el padre de los Cuerno Bramante lo hubiese contratado como espía para estar al tanto de adónde iba su joven hijo y en que se metía… Sí, debía de ser eso.

Debía de ser agradable tener dinero para gastarlo en esas cosas. Si él llegaba a tenerlo encontraría formas mejores de gastarlo, ¡sí señor! Buenos caballos, perros de caza, tal vez una cabaña en la espesura del bosque de Ardeep, donde tendría como invitados a sus amigos para cazar de día y pasar las noches en grandes juergas. Chimeneas encendidas, juegos de dados y cartas, abundantes asados crujientes y cerveza fría para acompañarlos… y hermosas chicas para servirlo todo, ¡ay!

Seguía dándoles vueltas a estos pensamientos mucho tiempo después de que se le borrara el recuerdo del paso de Beldar Cuerno Bramante.

Ya fuera día o noche, Aguas Profundas nunca dormía. El vagabundeo sin rumbo había llevado a Beldar hasta el barrio del castillo y más allá del palacio, donde la multitud, siempre apresurada, se amontonaba diariamente más que en ninguna otra parte. Las calles hervían con una actividad fuera de lo normal, pero cuando entró en el distrito del Puerto echó la vista hacia atrás, como era su costumbre, para admirar el palacio iluminado, destacándose orgullosamente sobre la rocosa ladera del monte Aguas Profundas.

Recorriendo con la mirada el magnífico granito, sus ojos descubrieron una pequeña y grisácea figura. No había nada de extraño en un anciano halfling que caminaba por una calle de Aguas Profundas; como decía siempre Taeros, no había escasez de ellos precisamente.

Ya, ya. Pero cuando se dio la vuelta casualmente al doblar una esquina próxima a Myarvan, la llamativa mansión de los juglares, y volvió a ver al mismo halfling, Beldar se quedó pensativo.

No conocía personalmente a ningún halfling. Nunca había ido más allá de un simple gesto de cabeza ni de dar unas monedas a los que trabajaban en las tiendas que él frecuentaba. Beldar iba obviamente armado, y se veía claramente que era joven y fuerte, por lo tanto era muy difícil que un raterillo lo considerase una presa fácil.

Él no pasaba desapercibido y por lo tanto era fácilmente reconocible. Además, en los corrillos de chismorreo de Aguas Profundas se lo conocía como un joven y ocioso espadachín, no como el heredero de los Cuerno Bramante, y por lo tanto indigno de un rescate e improbable portador de mucho dinero. Por lo tanto, el tipo era más bien un espía que un ladrón… Pero ¿de quién? ¿Quién tenía motivos para seguir a Beldar Cuerno Bramante?

¿Quiénes si no Golskyn de los Dioses y su malhumorado hijo?

Tal vez. Eran los sospechosos más probables, desde luego, pero no habrían contratado a un halfling. Su soplón sería más bien un humano con una garra o una cola de animal oculta bajo la capa.

Bueno, iba a seguir una ruta diferente y así comprobaría si se trataba realmente de un espía.

Beldar tomó uno de los senderos —escaleras, en realidad— que serpenteaban por la ladera de la montaña y subían hasta la muralla de la ciudad. Era demasiado estrecho y estaba demasiado azotado por el viento como para que lo usaran los de la guardia, que tenían sus propios túneles dentro de la montaña, a cubierto del aguanieve invernal y de las tormentas veraniegas. Este camino apenas iluminado lo transitaba la gente que deseaba mantener largas conversaciones con relativa privacidad, como era el caso de los que hacían negocios turbios y de los amantes. Por suerte, ambas clases de paseantes eran escasas en ese momento.

Unos cien pasos más arriba, Beldar hizo un alto y miró hacia atrás. La pequeña figura gris estaba justo detrás de él, azorada ahora que resultaba imposible ocultarse.

Beldar volvió sobre sus pasos para encontrarse con su sombra.

—¿Quieres algo de mí?

La respuesta del halfling fue agitar ante la cara de Beldar una pequeña bolsa de tela, que se abrió de golpe desparramando arena con la intención de cegarlo.

Beldar dio un salto hacia atrás y hacia arriba, apoyando el talón en el siguiente escalón, y a punto estuvo de caerse y de estrellarse contra el suelo.

Una segunda bolsa estaba a punto de abrirse con toda claridad ante sus ojos.

Beldar subió unos cuantos escalones más, dándose la vuelta mientras se desprendía el parche y el ojo contemplador miraba con ferocidad al halfling.

El desorientado halfling vaciló. Beldar desenvainó la espada y retrocedió prudentemente otro escalón hacia arriba, sin perder de vista en ningún momento la cara del halfling.

Ahora su rostro reflejaba un profundo horror, y dirigió la vista hacia atrás con una mirada salvaje. De pronto, se dio la vuelta en redondo con la intención de salir corriendo.

Beldar saltó los escalones como un animal hambriento. Antes de que el halfling pudiera poner pies en polvorosa, el joven Cuerno Bramante lo aferró por un hombro y lo hizo retroceder mirando con rabia la cara pálida de nariz afilada de aquel ser.

Una mano pequeña trató de empuñar un puñal escondido en el cinturón, pero Beldar estaba preparado para ello y le dio un fuerte manotazo.

En torno a ellos se produjo un golpe de viento cuando el hombre y el halfling se miraron fijamente a los ojos, Beldar con una sonrisa forzada a medida que se le despertaba el hambre… y el halfling hundiéndose en la oscuridad mientras el ojo de contemplador de Beldar actuaba con su hiriente magia.

—¿Para quién trabajas? —gritó Beldar, empujando al espía contra los escalones e inclinando la cabeza hacia adelante hasta que las narices de ambos casi se tocaron.

—¿Qué es lo que quieres? ¿Mi vida?

—N…ooo —susurró el agonizante halfling—. Algo que robaste, noble y poderoso lorrrr…

La última palabra se quedó en un tartamudeo borboteante y la parpadeante luz de aquellos ojos moribundos se extinguió.

Allí se quedó Beldar Cuerno Bramante, sosteniendo a un halfling muerto en la ladera del Monte Aguas Profundas en medio de una fría brisa que estaba empezando a soplar, e incómodamente consciente de la presencia de los centinelas de la guardia de la ciudad en algún lugar por encima de él y de la ciudad despierta que se extendía a sus pies.

Asombrado, Beldar acunó el cuerpo del halfling como si estuviera reconfortando a un amigo helado de frío.

Acababa de matar a alguien en lo que dura un suspiro. A un extraño que al parecer sólo llevaba consigo dos puñales, o más bien dos pequeños cuchillos, por toda arma. ¿Alguien que trataba de recuperar algo que él, Beldar, había robado?

Eso no tenía sentido. El tipo cuyo ojo estaba ahora en su poder había muerto, cortado en docenas de pedacitos ensangrentados para arrojar los ojos y las entrañas a la fusión. Fuera de eso, Beldar no recordaba haberle robado nada a nadie, como no fueran unos cuantos besos en El Queso Añejo, antes…

Antes de que todo se viniese abajo y Malark muriese.

Beldar sintió un escalofrío y apartó el cadáver lejos de sí. Con la cabeza colgando, el cuerpo empezó a perder el equilibrio. Súbitamente horrorizado, Beldar lo sostuvo y lo acomodó rápidamente recostándolo sobre los escalones. La cabeza volvió a colgar.

Lo volvió a colocar en una posición razonablemente natural, y se acabó escurriendo lentamente hacia un lado.

Asqueado, Beldar se puso de pie, envainó su caída espada y se apresuró a subir escaleras arriba, temblando de repugnancia. Acababa de cometer un asesinato.

Con tanta rapidez, tanta facilidad.

—Dioses —murmuró al viento—, ¿en qué me he convertido?

Frente a él y a sus pies se veía una ciudad llena de magos y sacerdotes que podían extraer los secretos de alguien recién muerto, vigilantes que arrestaban a jóvenes lores asesinos, y magistrados de negra túnica que dictaban sentencia con toda la fuerza de las leyes de Aguas Profundas…

Cuando estuvo sobre la muralla de la ciudad, desierta en ese punto y sin un vigilante en los alrededores, Beldar se dio cuenta de que había estado murmurando la pregunta una y otra vez.

Se llevó una mano al ojo del contemplador. Era mágico y además tenía poder: su hiriente magia podía matar. Ahora era un apéndice suyo y no al revés.

¿Correcto?

Lo sentía caliente y, pese a que sabía que eso era imposible, más grande que su cabeza. Rápidamente, Beldar volvió a colocar el parche en su sitio.

El mundo parecía haberse desplazado ligeramente, y había perdido parte de su color. Beldar tropezó, se tambaleó y dijo algo entre dientes.

—En nombre de todos los dioses vigilantes, ¿qué me está pasando?

Dio algunos pasos, cruzando por delante de una oscura cúpula que se veía más allá de las almenas: era la parte de arriba de la gran cabeza de piedra de una de las estatuas andantes de Aguas Profundas. Permanecía en su nicho por debajo de la ronda de la muralla, con su mirada ciega fija en el mar.

Mirada ciega. Beldar casi envidió a la estatua.

Algo cálido y peligroso se revolvía detrás de su parche. Muy pronto encontrarían al halfling muerto; tenía que bajarse de esa muralla cuanto antes.

No, eso era una cobardía…, era indigno de él. Lo hecho, hecho estaba, y ahora tenía que hacer frente a las consecuencias.

Pero en su interior surgió una voz salvaje que le llenó la cabeza y le salió disparada de la boca.

—¡Vete! —murmuró Beldar—. ¡Tienes que irte, idiota! ¡Vete!

Justo delante de él se movía la siguiente estatua andante.

El corazón de Beldar se desbocó. ¡El guardián había visto su crimen! ¡Eran ellos los que estaban manipulando a la estatua para que se diese la vuelta y lo aplastase allí mismo!

—¡Da la vuelta y echa a andar! —gruñó, pensando que tenía que echar a correr…

La estatua se dio la vuelta y se volvió a situar en su nicho.

Beldar carraspeó.

Mirándola desconcertado, se encontró de pronto preguntándose qué era lo que diferenciaba a aquella estatua.

Ahora lo recordaba. Era la estatua del sahuagin.

Habría visto su cruel y monstruosa cara de piedra con más claridad si se hubiera girado un poco en el mismo sentido…

Obediente, y con algunos crujidos a medida que rozaba contra la montaña, el titánico sahuagin de piedra dio un giro para mostrarle su perfil.

Durante largo tiempo, Beldar Cuerno Bramante permaneció tan inmóvil como las estatuas que jalonaban la muralla sobre la que él se encontraba, mientras el viento silbaba al pasar y helaba su cuerpo.

Se había convertido en alguien importante, después de todo. La voz que había dado la orden a las estatuas andantes de Aguas Profundas provenía de su propia mente.