A CASA

1

Él se acerca hasta allí muy temprano. Esa es la hora del día que más le gusta. El cielo que se despeja, el sol madrugador.

Se la encuentra allí, con los ojos enrojecidos y el mismo uniforme hospitalario de la noche anterior, envuelta en una manta.

¿Qué estás haciendo aquí?, le pregunta ella.

Tengo que arreglar el voladizo.

¿Qué?

En el porche.

Ella menea la cabeza.

¿Ahora?

¿Es demasiado temprano?

Eh…, sí. ¿Qué hora es? ¿Las siete?

Menos cuarto. Hora de albañil. Levanta el termo que lleva. He traído regalos.

¿No será café?, pregunta ella algo desesperada.

Sí, señora. Con leche y azúcar.

Le deja entrar y se van hasta la cocina. La casa huele a humedad, a sucio. Es la misma cocina vieja. La misma nevera ruidosa. Los mismos armarios grasientos que nunca cerraban del todo. Siente un odio renovado por ese lugar. Si ella no estuviera ahí, tal vez le diera por encender una cerilla y prenderle fuego a todo de una vez.

¿Qué tal la estufa? ¿Sigue encendida?

Lo comprueba y ve que se ha apagado.

A ver si la pongo en marcha de nuevo.

Deja el termo y abre la portezuela y mete más leña y la enciende.

Ya está, dice. Con esto bastará de momento, creo.

Ella está de pie, temblorosa, pálida, muy guapa, tanto que cuesta mirarla. Él se quita el abrigo, y el jersey, y se lo cede a ella.

Ponte esto. Ella se retira la manta de los hombros y se pone el jersey: primero pasa la cabeza por el cuello, después mete los brazos flacos en las mangas.

Te queda bien, le dice él.

Desenrosca la tapa del termo y sirve un poco de café en el vasito que lleva incorporado.

Toma, bebe.

Ella obedece.

Él aclara un poco el tarro de pepinillos y se sirve un poco para él.

¿Una noche larga?

Sí, muy larga.

Ya me pareció que podría serlo.

Ella se acaba el café.

Está bueno. Gracias.

¿Buscamos un sitio para sentarnos?

Sí, vamos ahí.

Llevan el café al salón y se sientan en el sofá destartalado, y ella le pregunta por Wade, y él le cuenta lo de la herida de su hermano, lo del artefacto explosivo improvisado, le dice que es veterano de guerra, todo.

Es una guerra espantosa, dice ella. Ojalá le pusieran fin ya mismo. He tratado a algunos de esos hombres. Es muy triste.

¿Trabajas ahí? ¿En el Hospital Universitario? Lo he visto escrito en el uniforme ese.

Me estoy formando para ser cirujana.

O sea, que eres médico. ¿Ya?

Ella asiente.

Vaya, increíble. Al final las cosas te han ido bien, ¿no?

¿Para ser una chica a la que le mataron a la madre?

Sí, dice él, porque es lo que siente. Se te daba muy bien servir el té. Estaba seguro de que serías camarera. Me preparabas té.

¿Ah, sí? ¿Y se me daba bien?

Si te soy sincero, te quedaba un poco aguado.

¿Cómo era yo?

Pequeña. Y feliz, añade, porque sabe que necesita oírlo.

Me alegra saberlo.

¿Y tú?

¿Yo? No estoy seguro. Mis hermanos y yo no lo tuvimos fácil.

Yo también perdí a mi madre en esta casa.

Le cuenta la historia brevemente, sin entrar en detalles.

Intentábamos salir adelante.

Qué triste. Debió de ser muy duro.

Lo fue. Pero a mí me ayudó trabajar para tu madre.

Nunca encontraron al que la mató, dice ella. El caso sigue abierto.

Él no le cuenta lo desagradable y raro que era su padre. Que aquel día le tendió aquella trampa para que él fuera a cuidar de Franny. Nunca llegó a gastarse el dinero que Clare dejó allí para él. Le parecía que estaba manchado. Había cavado un agujero detrás de la casa de su tío y lo había enterrado. Seguramente todavía estará ahí. Ella no sabe que no llegaron a tener nunca pruebas suficientes para incriminar a su padre, ni que si no lo hicieron no fue por falta de ganas. Si lo hubieran condenado, seguiría en la cárcel, y él suponía que a ella la habrían criado sus abuelos. Pero las cosas no habían salido así. Se preguntaba cómo habría sido para ella crecer junto a Clare. No muy bueno, seguro.

Bueno, a veces es mejor no saber.

Ella lo mira, dudosa.

No. Siempre es mejor saber, dice. La verdad… es todo lo que tenemos.

Deciden salir a dar un paseo. Juntos, en silencio, mientras el sol se levanta y lo ilumina todo, atraviesan el campo y suben a lo alto del monte. Todo esto era nuestro, le cuenta él, moviendo la mano, como un prestidigitador, sobre la tierra, donde unas casas pareadas se alinean en un callejón sin salida.

Ahora hay gente que vive aquí y trabaja en la ciudad, dice. Antes había vacas.

Pasan por el bosque, bajo los viejos árboles que aúllan. Antes por aquí vivía un coyote ya mayor. Yo llevo en estas tierras toda mi vida.

De vuelta en casa, él le entrega su cuaderno de dibujos.

Lo he encontrado en el rincón más profundo de mi armario. Es una pequeña historia de un chico americano normal y corriente.

Tú no tienes nada de normal y corriente, Cole.

Él la observa mientras ella pasa las páginas y los colores de su pasado empiezan a rellenarse.

¿Este eres tú?

Sí, soy yo y mi amigo, Eugene. Fuimos juntos a Union College. Su abuela vive ahí. Y este es Eddy, mi hermano mayor.

¿Dónde está él ahora?

En Los Ángeles. Toca la trompeta. Él es músico de estudio. Para películas y cosas así. La verdad es que le ha ido muy bien.

¿Está casado?

No. Una vez estuvo enamorado de una chica. En aquella época. Creo que no lo ha superado nunca. Ha tenido muchas novias, pero ninguna como ella.

Tal vez algún día vuelvan.

Podría ser. Eso espero, pero lo veo difícil.

Nunca se sabe.

No, nunca se sabe. Le sonríe, y ella le devuelve la sonrisa y a él se le enciende todo el cuerpo.

¿Esto no es un poco raro para ti?

Sí, un poco. Pero también es bueno, diría.

Me alegro, dice él. Me alegro de que te parezca bueno.

Ella vuelve la página y se queda en silencio, y él ve que ha encontrado a su madre. En la imagen, Catherine está tendida sobre la hierba con unos pantalones cortos y con la blusa anudada a la cintura. Está sonriendo, mira a cámara como retando al fotógrafo a disparar.

Esta foto la tomó Eddy, dice. Yo diría que se gustaban. Pero ella era mayor, y estaba casada, claro. Todos adorábamos a tu madre. Creo que eso debes saberlo. Era muy buena con nosotros.

Está muy guapa, dice ella muy bajito, y él nota la añoranza en su voz.

Tú también lo eres. Y entonces la besa. No podía esperar más.

Y yo quería que lo hicieras.

Empieza a llorar.

¿Qué pasa?

No lo sé. Nada, que todo esto es duro para mí. Y me siento muy sola.

Venga, pues eso se va a acabar. La abraza con fuerza y la atrae hacia sí. Estoy aquí, contigo. Ya no tienes por qué estar más sola.

2

La lleva en coche al pueblo, toman más café y él le cuenta cosas de su vida en ese pueblo, de su matrimonio con una chica a la que conocía desde la infancia, de la hija que tienen. Ella le mira los ojos azules mientras le habla de su exmujer, de lo que crearon juntos, y ella nota el amor que aún siente por la madre de su hija y se siente un poco celosa, pero sonríe y no lo demuestra. En un rincón de su mente piensa en el amor, en qué es, en su paciencia infatigable… y en el hecho de que nunca ha estado tan cerca de encontrarlo.

La lleva en su camioneta por Chosen, le va mostrando los sitios que son importantes para él: la casa de su tío en Division Street; el colegio en el que estudiaba y en el que ahora su hija va a la guardería; la casita en la que vivía con Patrice.

Finalmente la lleva a su casa. Así es como la llama, aunque en realidad no vive allí. Al principio ella solo ve una extensión inmensa de pastos, campos de maíz aplastado. Apaga el motor y se baja y se va hasta su puerta para abrírsela, y la coge de la mano y caminan por el campo, donde aguarda una casa vieja.

Todavía no está terminada, evidentemente, dice él. Hace un año, cuando Patrice y yo decidimos separarnos, yo me volví a casa de mi tío. Esta finca la había comprado hacía un par de años, antes de que nadie más se diera cuenta: era demasiado bonita para dejarla escapar. La casa es más bien pequeña, la típica vivienda de granja, y está vieja, pero estoy trabajando para añadirle este anexo. Creo que al final quedará bastante bien.

Se vuelve y la mira con esos ojos azules, con un gesto que no llega a ser sonrisa dibujado en la cara, que le resulta a la vez nuevo y conocido. En él ve al niño que fue, al hombre que es ahora.

Esto es muy bonito, Cole, le dice, mientras el viento le agita el pelo. Este viento es de locos.

Sopla bastante, ¿verdad?

Se quedan ahí, al viento.

Lo siento, pero eres tan guapa que no puedo quitarte los ojos de encima.

¿Lo dices en serio?

Sí, lo digo en serio.

Él le da un beso largo, lento, y ella sonríe, y se ríe, y los dos se quedan ahí un poco más, riéndose por nada, mecidos por el viento.

3

Aun desde lejos y sin gafas, Justine sabe que es ella. Ya había oído que la granja se había vendido.

¡Por aquí!, le grita desde la puerta del estudio.

La chica la saluda con la mano. El parecido parece irreal. La ve aproximarse, solemne, las piernas largas, los pantalones vaqueros, el pelo rubio, claro.

Estoy buscando a Justine.

Pues ya la has encontrado. Hola, Franny.

La chica no sonríe. Ha venido a cumplir con una misión, y no es una misión agradable.

Ella no tenía muchas amigas, dice ella.

Bueno, me tenía a mí. Siento mucho lo de tu madre, cariño.

Justine la convence para que entre en su estudio y se tome un té. Mientras hierve el agua, le enseña un poco el sitio.

Llevo un tiempo trabajando en estos tapices. Están inspirados en Louise Bourgeois, más o menos. ¿La conoces?

Por supuesto. Mi padre me obligó a cursar la asignatura de Historia del Arte.

He estado experimentando con nuevos tintes.

La chica pasa la mano por el suave tejido.

Son bonitos.

El hervidor de agua silba y Justine se va a preparar el té. Franny se queda mirando la fotografía de los gemelos.

Ahora ya son mayores, dice Justine, alargándole una taza.

Gracias. ¿Dónde viven?

Los dos están en la ciudad. John es escultor, y Jesse escritor, como su padre.

He leído su libro, dice ella. Es bueno.

Se lo diré. Podrías decírselo tú misma, pero ha ido al pueblo. Trabaja en la biblioteca.

Se sientan en el sofá que hay junto a la ventana. El día es ventoso, radiante, y la habitación está inundada de luz. Justine se alegra de que estén ahí sentadas, juntas. Se da cuenta de que las dos lo necesitan. Las dos necesitan hablar sobre Catherine.

Ya sabrás que yo le enseñé a hacer calceta. Te estaba haciendo un jersey y estaba muy orgullosa. Nosotras salíamos muchas veces a dar largos paseos. Era muy guapa, muy amable. Ella y tú teníais algo único. Te adoraba. Te llevaba a todas partes.

No la recuerdo, dice ella.

Era una buena persona.

Ella mueve la cabeza, indignada.

Entonces, ¿por qué está muerta?

No lo sé. Eso no puedo responderlo. A veces las cosas pasan, simplemente.

Pero la chica nota que Justine no se lo cree.

Yo eso no puedo aceptarlo, dice.

No, ya lo veo. Y no debes. Nadie debería.

Tengo que saber, dice. Tengo que saber qué pasó realmente.

Tal vez sea un poco cruel, pero Justine no se resiste a preguntárselo:

¿Qué te contó tu padre?

Él no habla nunca de mi madre.

¿Y por qué crees que es eso?

Ella se encoge de hombros.

No se querían.

Tal vez. Pero no fue eso lo que la mató.

¿Qué la mató entonces?

Justine niega con la cabeza.

Ojalá lo supiera.

No le dice nada de su accidente, ni de que sospechara (sin llegar a saberlo nunca) que fue el padre de Franny el que la hizo salirse de la carretera. No le dice nada de las tres operaciones por las que tuvo que pasar para que se le curaran las piernas. No le pregunta cómo está George, ni cómo le ha ido en la vida, porque sencillamente le da igual. No sabe si a Franny eso le parecerá raro, un gesto de mala educación. Pero ella tampoco saca el tema. Y tal vez ese silencio tácito es todo lo que necesita saber.

Y vivo en Siracusa, le dice Franny cuando Justine se lo pregunta. Básicamente, me he pasado toda la vida en colegios. Y ahora estudio la especialidad de cirugía.

Le habla de lo duro que es ser médico residente. Y de que durante todos esos años de formación ha intentado demostrar algo.

¿Que eres inteligente?, le pregunta Justine.

No, eso lo he sabido siempre.

La mira con sus ojos grandes mientras lucha por soltar las palabras.

Demostrar que no soy culpable.

¿Porque estabas ahí?

Ella asiente. Y ahora sí brotan las lágrimas.

Él no me dejaba hablar del tema. Y yo lo necesitaba tanto…

Llora mucho, y Justine siente un odio renovado por George.

Lo necesitaba tanto…

Justine la abraza.

Ya está, le dice. Ya está. Tú no tienes nada de lo que sentirte culpable. La mantiene abrazada mucho rato.

Cuando al fin se separan, Justine le dice: Tu madre te adoraba, Franny. Estaría muy orgullosa de ti ahora, de lo que estás haciendo.

Gracias por decirme eso, dice, y es evidente que quiere creerlo.

Las dos se apoyan en los cojines, exhaustas, decididas.

¿Sabes? Seguramente ella nos está mirando desde arriba, feliz de que estemos juntas.

Las dos levantan la cabeza y miran hacia el techo.

¿Saludamos?

Franny sonríe por primera vez.

Hola, Catherine, estoy aquí sentada con tu preciosa hija.

Hola, mamá, ¿cómo van las cosas por el cielo?

Y se quedan ahí un rato, con las cabezas levantadas, como buscando algo arriba; buscando nada. De pronto el viento parece arremolinarse en la habitación. La lámpara de araña tintinea y las hojas secas que quedan fuera golpean las ventanas como si fueran las manos de alguien que quisiera entrar.