EXILIO
12 de septiembre de 1978 Querida mamá:
Saludos desde Siberia.
Sé que ya te he escrito sobre esto otras veces, pero ya me perdonarás la insistencia. No tengo a nadie en quien confiar. Aunque no le sorprenda a nadie más que a mí misma, es un hecho que no tengo amigos de verdad, ni aliados dignos de confianza. He llegado a ver con claridad meridiana que, al casarme con George, he cometido un grave error de juicio. Estoy cansada de pasarme la vida excusándolo. Antes creía que tal vez trabajaba demasiado, o que le preocupaba su futuro profesional. Pone unas caras de abatimiento… Pero ahora simplemente me parece que es raro.
Ya sé que me has dicho que aguante por el bien de Franny, que económicamente me costará, que me será casi imposible encontrar a alguien que me quiera con una niña de tres años. Pero debo confesarte que mis emociones pesan más que las razones prácticas. Entiendo tus argumentos, mamá, y sé que tú has hecho concesiones en tu propio matrimonio, pero yo no soy tan fuerte como tú.
9 de octubre de 1978 Querida mamá:
Una nota de agradecimiento.
Gracias por ayudarme a mantenerme alerta con el tema de mi peso. Siempre es bueno saber dónde está uno en la vida. He intentado reducir mi consumo de calorías. A veces me siento incluso algo mareada y tengo que recordarme a mí misma que debo comer algo. Pero, claro, todo es por mi bien. Sé que mi marido me prefiere así.
Gracias por enseñarme este autocontrol, esa persuasiva perseverancia.
Y sobre otro tema: he llegado a la conclusión de que en el fondo tú tienes razón, es mejor estar casada que divorciada.
Todavía existe un gran estigma asociado al divorcio, creo, aún hoy.
En este pueblo tan pequeño solo hay una mujer divorciada. La he visto comiendo en el café, pinchando hojas de lechuga con el tenedor. Es triste.
Así pues, debo darte las gracias por animarme a seguir casada con George aun cuando él:
a) no tiene la menor idea de quién soy yo;
b) no tiene el menor interés en comprender mis necesidades;
c) ni se plantea lo que yo pienso ni cuáles son mis sueños;
d) secretamente me encuentra repulsiva;
e) me detesta más aún de lo que lo detesto yo a él.
21 de octubre de 1978 Mamá:
He preparado la receta que me enviaste, la de la piccata de pollo. Me ha quedado bastante bien. George incluso me ha dedicado un elogio, y eso que es muy quisquilloso con mi manera de cocinar.
25 de octubre de 1978 Querida mamá:
Llevo un tiempo caminando mucho. Este paisaje puede ser tan lúgubre que te consume, pero al mismo tiempo tiene algo que te levanta el ánimo. Supongo que cuando una mira al cielo tiene una especie de experiencia religiosa.
30 de octubre de 1978 Querido Dios:
Te escribo para pedirte tu opinión sobre los fantasmas. Creo que esta casa nuestra está encantada… Siento que ella intenta advertirme, decirme algo. ¿Por qué si no sigue por aquí? ¿Es verdad que hay fantasmas? ¿Son reales? Si yo muriera, me convertiría.
Como católica, creo que existe un lugar llamado Cielo y que la gente buena va allí para existir, de alguna manera, en paz.
1 de noviembre de 1978 Querida Agnes:
He estado leyendo La semilla del diablo.
En el libro (tienes que leerlo) el diablo le hace el amor a la pobre Rosemary y ella acaba dando a luz a su hijo. Es fantástica y da mucho miedo.
No sé por qué, pero me hace pensar en la Virgen María.
El caso es que la estoy disfrutando mucho.
Mamá me ha contado que intentas quedarte embarazada. ¡Pensándolo mejor, seguramente no deberías leer el libro!
4 de noviembre de 1978 Querida mamá:
Gracias por tus palabras de consuelo la otra noche. Sé que estas cosas son sobre todo problema mío y tienen poco que ver con George.
9 de noviembre de 1978 Querida mamá:
He descubierto la poesía. Ayer por la noche Justine me llevó a una lectura poética de Adrienne Rich. ¿Sabes? Ella estaba casada, y con el tiempo descubrió que ya no quería seguir casada, y que en realidad era lesbiana. No creo que sea justo dar por sentado que fue ese hecho lo que determinó el fracaso de su matrimonio, aunque es evidente que tuvo mucho que ver con él, pero no creo que fuera la única razón. (¡Me parece casi estar oyendo tus pensamientos!). Pero bueno, mamá, no te preocupes, que esto no va a ser una confesión sobre mi homosexualidad: ¡Proclamo que no soy lesbiana! Pero lo que Rich dice en su poesía sobre que las mujeres tienen que aceptar su propia vida, sus propios cuerpos imperfectos, sus experiencias en cuanto que mujeres libres llenas de fuerza, que han de buscar su propio placer (¿te lo imaginas?), eso es lo que quiero transmitirte a ti. ¡Esa sensación de liberación! En la vida hay algo más que una cocina limpia y un par de calcetines bien zurcidos. ¡Voy a tirar a la basura mi máquina de coser! Voy a dedicarme solo a ser yo misma, no la persona que soy ahora, que se mueve como tiene que moverse y dice lo que tiene que decir. Voy a pasearme por toda la casa desnuda, eso, desnuda, sin que me preocupe lo que piense George de mis grasas y mis curvas, de mis caderas anchas, de mis estrías, incluso del lunar que tengo en el muslo… Un tatuaje de bruja, como decías tú. ¡Ya basta! ¡A la basura la hojilla de afeitar! Voy a dejar que mi cuerpo haga lo que es natural. Quiero oler, mamá. Quiero brillar de sudor. Quiero que mis pechos sean libres, disfrutar de su peso, de su vaivén. Quiero masturbarme. Sí, lo has leído bien. Quiero acariciarme sin tener que representar ningún papel para satisfacer el delicado ego de mi marido. Quiero meterme su cabeza entre las piernas, notar que su lengua entra en mí, quiero que saboree mi veneno amargo y encantador.
17 de noviembre de 1978 Querida mamá:
¿Cuántas veces me habré preguntado qué retiene hasta tan tarde a George en la facultad? He llegado a plantearme incluso la posibilidad de contratar a un detective privado. Debo confesarte que creo que me es infiel. Hoy he montado a Franny en el coche y nos hemos ido hasta el campus. He dado unas vueltas por el aparcamiento de la universidad. No he visto el coche de George aparcado en ningún sitio. Debo de haber estado una hora entera dando vueltas, buscándolo.
A veces me fijo en su olor, y llega con la ropa impregnada de un perfume barato de jazmín.
25 de noviembre de 1978 Querida mamá:
Como sabes, fuimos a casa de sus padres por Acción de Gracias. Para ellos, claro está, invitarnos solo a nosotros no era suficiente. Algunos amigos suyos vinieron a un cóctel. Todo se veía precioso (ya conoces su casa). Y ella llenó la chimenea de poinsettias. Preparó un pavo bastante bueno, y también un jamón asado, y era bonito sentarse ahí a contemplar el Estrecho. Y Franny estaba monísima con su ropita. Llevaba el vestido que le hice yo y que saqué del catálogo de McCall. Y los zapatos de charol.
Pero bueno, el caso es que ayer, cuando volvimos, él se fue a correr un rato. Yo estaba preparando la cena y vi que me faltaban unas cosas, así que metí a Franny en el coche y nos fuimos al pueblo. Tuve una sensación de lo más extraña, como si todo el tiempo estuviera suspendido. Cuando conducía por las calles pequeñas en las que vive la gente del pueblo (hay un terreno con caravanas fijas cerca, y algunos bares, un barrio, mamá, que a ti no te gustaría), me fijé en una de las imágenes de la Virgen María (ya sabes que la gente de los pueblos las ponen en los jardines delanteros de las casas, metidas dentro de bañeras viejas puestas en vertical, como hornacinas, una tradición que yo, sinceramente, no entenderé nunca), y algo me hizo detenerme, y me bajé del coche y me acerqué a una y la pintura azul del manto estaba pelada, pero los ojos…, había algo en aquellos ojos, y la toqué y sentí que algo me recorría todo el cuerpo, como una descarga eléctrica…
Después, al pasar por delante del restaurante, en un establo alargado donde se alojaba parte del personal, lo vi. Ahí de pie, con una chica. ¿Qué?, pensé. ¿Ese es George? Levanté el pie del acelerador y seguí avanzando más despacio. Vi que estaban discutiendo; era evidente. Se mantenían separados. Había algo en su perfil que me resultaba conocido, y estaba llorando. George seguía ahí, con los brazos cruzados, como hace siempre que se enfada, sin dar su brazo a torcer, desafiante. Yo he visto esa mirada, esa actitud castigadora, y descubrí que me estaba poniendo del lado de ella, fuera quien fuese. Por mi parte habría sido una tonta si no me hubiera dado cuenta de que entre ellos dos había algo. No había duda: era una discusión entre dos amantes. El corazón se me salía del pecho, y notaba que las piernas y todo el cuerpo me flaqueaban. Casi no podía sostener el volante. Tuve que hacer un esfuerzo para seguir conduciendo.
3 de diciembre de 1978 Mamá:
Me estoy armando de valor para encararme con él. Para mí no es nada fácil, porque como sabes no soy persona de confrontaciones. Además, mi amiga Justine ha tenido un accidente de coche. Fuimos a visitarla y estaba ahí en la cama, inmóvil, y su marido, bueno, nunca lo había visto en ese estado. Yo no me lo podía creer. Y entonces, cuando parecía que las cosas no podían ir peor, George me contó lo de la chica.
Es una chica cualquiera a la que conoció en la biblioteca. Una chica con problemas. Ella se obsesionó con él. Según él, no ocurrió nada. No había nada entre ellos. Ella se había obsesionado con él. Era una chica con problemas graves.
Supongo que estas cosas pasan en muchos matrimonios. Yo estoy intentando asumirlo. Todo me resulta mucho más difícil ahora que no puedo comentarlo con Justine. Ella sigue ahí en la cama. No sé, es muy triste.
17 de diciembre de 1978 Querida señora Clare:
Por favor, aunque con retraso, acepte este agradecimiento por su encantadora celebración de Acción de Gracias. Por desgracia, el puré de boniatos gratinado con malvaviscos no me sentó del todo bien, pero ya estoy mucho mejor. Me ha atormentado bastante el hecho de que.
17 de diciembre de 1978 Querida señora Clare:
Le escribo para transmitirle una buena noticia. Tiene que ver con esas pinturas que su pobre sobrino realizó antes de su muerte. Las han encontrado. Sí, es cierto. Por casualidad, asistí a una celebración navideña en el lugar de trabajo de su hijo. Había muchas cosas para comer, y mucho alcohol también, y me gustó ver todas las decoraciones que había distribuido la secretaria, ángeles de porexpán y esas cosas, y purpurina por todas partes.
Estoy segura de que no lo sabe, porque George es muy modesto, pero en el departamento tiene un despacho muy bonito. Mientras él estaba ocupado socializando y bebiendo demasiada ginebra, yo entré en la oficina y me puse a mirar, y fue entonces cuando me fijé en los cuadros. Atrapada por su temática, me vi a mí misma caminando, acercándome a ellos. Los estudié de cerca. Son cinco en total. Cinco encantadoras escenas marinas en las que su hijo, George, había estampado su firma.
Su entregada nuera, Catherine.
4 de enero de 1979 Querida mamá:
Feliz Año Nuevo. He seguido tu consejo y he hablado con el sacerdote. Me ha dicho que el perdón es siempre el mejor recurso en el matrimonio. Pero empiezo a dudar de esta solución. Pienso que el cura no tiene un conocimiento personal profundo de mi vida personal, y que no es justo generalizar. He empezado a sospechar que mi marido tiene graves problemas y que es bastante posible que sea psicótico.
Verás, la persona que conocemos como George Clare es solo un caparazón, agradable, sí, inteligente, encantador. Pero es solo una ilusión, una quimera. Porque su verdadera personalidad se la guarda para sí mismo, encerrada en algún lugar oscuro y espantoso, apartado del mundo. Yo he visto destellos de esa otra persona cuando lo descubro solo, por ejemplo, enfrascado en alguna tarea menor, como por ejemplo cuando se está lustrando los zapatos y mete una mano dentro y con la otra, delicadamente, frota la piel, concentrado, melancólico, me atrevería a decir sexual. O cuando afila los cuchillos: esa intensidad de su mirada, esa manera de comprobar si el filo está afilado con las yemas de los dedos, esa misma expresión de ternura y lejanía.
Mira, mamá, somos animales. Sabemos cuándo estamos en peligro. No es algo que pueda argumentarse ni minimizarse. Todos sabemos lo que es el miedo. Sabemos lo que significa. Es instintivo. Es real. No hay manera de impostarlo.
2 de febrero de 1979 Querida mamá:
He tenido tiempo para estar sola y me he dedicado a pasear por el campo. Mucho frío, pero al menos hacía sol. He caminado mucho, mucho, y he pensado en Dios y he intentado sentirlo a mi alrededor, cuidando de mí. Me he sentido amada. Por Él. Solo por Él. Ni siquiera por ti ni por papá. Y mucho menos por George. Él es mi adversario. No puedo confiar en nadie.
Excepto en Dios. Debería haberme hecho monja.
16 de febrero de 1979 Querida mamá:
Qué buena noticia lo de Agnes.
Si quieres que te diga la verdad sobre esas cosas, te contaré algo que he descubierto sobre mí misma. De cómo empecé a encontrarme mal. Mal todo el rato. Y con un peso peculiar en el vientre, un cosquilleo en los lados, como si lo tuviera lleno de cerdas de caballo. Fui al médico y me dijo cuál era el problema. Volvieron a mi mente recuerdos de George al principio. Cómo nos vimos atrapados el uno con el otro, para empezar. ¿Por qué? Yo era débil, insegura. No me creía capaz de hacer nada. No me creía lo bastante buena. Tal vez pensara que Dios tenía un plan para mí. Pero ahora veo que solo era cobardía. Excusas solamente por el tiempo malgastado. No te echo la culpa a ti, mamá. Tú siempre has hecho lo que creías que estaba bien. Pero no estaba bien, ¿verdad? En realidad no estaba bien.
La verdad es que he tardado todo este tiempo en entender que tengo en mis manos mi propio destino. No tú, ni papá. No George ni Franny. Ni siquiera Dios.
Mi cuerpo es mío. Y hago mis propios planes.
22 de febrero de 1979 Querida mamá:
He decidido dejarlo. Por mi propia seguridad. Porque últimamente he descubierto algo espantoso. Una noche, la misma noche en que se ahogó nuestro amigo Floyd, George llegó a casa empapado. Era muy tarde, y lo oí en el cuarto de la ropa. Estaba ahí de pie, desnudo, con la camisa, los pantalones y los calcetines en la mano, y vi que estaba todo mojado, no un poco, sino chorreando de agua, calado hasta los huesos, como si acabara de salir del agua. Cuando subió a la habitación yo salí y me fui hasta su coche. El asiento también estaba empapado. Apreté la tapicería y escupió agua.
Han ocurrido otras cosas raras, pero la peor es su distancia, esa manera fría que tiene de rechazarme. Como si no soportara verme siquiera.
Termino esta carta con el siguiente consejo: si algo me ocurriera, no deis por sentado que ha sido un accidente.