Sobre los personajes
AGNES MACLARTY (Santa Fe, 1961). Instructora de Gimnasia Rítmica. Practicó deportes desde muy temprana edad. En 1972 integró el equipo infantil que representó a Estados Unidos en el campeonato mundial de la especialidad, celebrado en Sofía, Bulgaria, y alcanzó el tercer lugar en barras asimétricas. En marzo de 1995 nació su hija, de nombre Gracia, e interrumpió su contrato laboral en el Instituto Emerson para dedicarse a la crianza de la niña. Desnuda y embarazada de ocho meses se dejó retratar para la tapa del poemario «Una gota de anís», escrito por Theo Uzcanga, su esposo, y publicado bajo el sello editorial Ediciones del Equilibrista, con prólogo del ensayista Alejandro Rojas-Celorio. En la actualidad colabora, como coreógrafa, con los principales grupos danzarios de La Florida. Consultada por el Autor, Agnes MacLarty autorizó las páginas de intimidad que se recrean literariamente en el capítulo 47 de esta novela. Theo estuvo de acuerdo: no iba a contradecir a su esposa, que estaba embarazada de su segundo hijo.
ALBERTO BETO MILANÉS (Cienfuegos 1955-Caracol Beach 1994). Hijo de Catalina La Grande. Poco o nada se ha dicho en esta novela de su predilección por la astrología pero sus familiares y amigos más cercanos aseguran que llegó a ser un buen especialista en el tema. Aurelia Casas, una novia de juventud, guarda una docena de cartas donde Beto lo demuestra con observaciones de gran exactitud. Igor Serguéyevich, ingeniero mecánico, en un fax enviado desde San Petersburgo, precisa que una noche, por demás muy clara, fue al cabaret del Hotel Jagua con Catalina y Alberto, y que recuerda vivamente la impresión que le causó el muchacho: «Sabía los nombres y datos de cada estrella, los emplazamientos astrales, la distancia en relación a la tierra, la influencia de la luna en la agricultura». Andrés Manuel Prieto, entrenador del béisbol cubano, acredita el potencial atlético de Beto, «una estrella fugaz pero rutilante en el firmamento de nuestro deporte nacional», según declaraciones telefónicas que hizo a nuestros redactores: «Es cierto que ponchó a Agustín Marquetti, en el difícil conteo de tres bolas y dos strikes. Se dice fácil». Su vida y su muerte se relatan en esta novela.
CATALINA MILANÉS (Sagua La Grande 1937-Cienfuegos 1995). Madre de Alberto, alias La Grande. Rafaela Sánchez Morales relata en una carta las razones por las cuales su comadre se dedicó a la práctica de la prostitución pero pidió a los editores que no incluyeran los datos en este libro, a no ser «que fuese, a juicio de ustedes, estrictamente necesario», por lo cual hemos considerado prudente no profundizar en el tema. En la misiva de referencia, Rafaela informa que Catalina hizo estudios de corte y costura en Cienfuegos, y subraya, además, sus habilidades culinarias, que le ganaron fama de repostera en la región del puerto. En el año 1973, el Municipio de Cienfuegos le habría otorgado la Medalla de la Clandestinidad por su aporte a la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista. Su cuerpo reposa en el cementerio de Sagua, bajo el escueto epitafio de «La Grande».
CLAUDIO FONTANET (Barcelona, 1940). Abogado criminalista. En 1972 conoció en un carnaval a la emigrante de origen cubano Maruja Vargas y García, con quien contrajo matrimonio ese mismo año. Formaban una bonita pareja. Al nacimiento de su hija Laura, fijó residencia en Santa Fe, donde abrió una oficina, asociado a una importante barra de litigantes. Enviudó pronto, y poco tiempo después se casó con la señora Emily Auden, su actual esposa. Formaban otra bonita pareja. Don Claudio tenía ojo clínico para detectar mujeres de oro. A principios de los ochenta obtuvo fama nacional al defender los derechos de un grupo de exiliados cubanos, en el caso conocido con el nombre genérico de «Los Marielitos». Ganó la mayoría de los pleitos y el cariño de La Pequeña Habana de Miami. Algunos le dicen Catalán. El negocio iba viento en popa. Después de los sucesos del deshuesadero cayó en una profunda crisis emotiva, que lo llevó a internarse en un sanatorio de recuperación, asistido por el doctor Andrew Burton. Laura y Emily lo atendieron con esmero. Recuperado, pasó a retiro y se dedicó al dibujo. Para el invierno de 1997 se anuncia su primera exposición personal.
EMILY AUDEN (Carolina del Norte, 1944). Antropóloga. Profesora Invitada en el Instituto Nacional Indigenista de México (Cursos de Verano 1982-1984), sus estudios sobre la cultura maya han aparecido en varias publicaciones académicas. Tenaz polemista, expuso y defendió tesis muy audaces que intentaban recrear la vida cotidiana de los misteriosos mayas (relaciones inter-familiares, el papel de la mujer y de los niños en la política de estado, ceremoniales funerarios, etcétera). «Cansada de arar en el desierto», como ella misma ha dicho en su último ensayo conocido (Revista México Oculto, abril de 1986), abandonó su trabajo investigativo para dedicarse «a temas menos conflictivos, a saber: la huella de Cataluña en las islas Filipinas o la historia del movimiento sindical norteamericano bajo el ala del presidente Harry S. Truman, 1949-1953». Esposa del abogado Claudio Fontanet, vive en Santa Fe, «alejada de mis príncipes mayas y convertida en corredora de arte contemporáneo».
GIGI COL (Tijuana, 1972). Los datos aquí recogidos fueron aportados por su amigo Tigran Androsian, El Temible. «Una leona en la cama. Ejercía el noble oficio de la prostitución con extraordinario conocimiento de causa. Llegó a dominar con la punta del dedo índice a varios clientes ricos, algunos de muy buena estampa, hasta hacerlos padecer una dependencia tan incurable que no pocos de ellos llegaron a ofrecerle villas y castillas para llevarla ante el altar. Ella se negó a cambiar libertad por matrimonio. A menudo, y no sin tristeza, hablaba de su familia, que quedó en Tijuana, al otro lado de la frontera, y entre nosotros era pan comido que buena parte de sus ganancias las enviaba puntualmente a sus parientes. No se le saben de otros defectos que no sean los de la testarudez y la sinceridad. Por decir las cosas como son, sin maquillajes, se ganó el odio de algunos farsantes que necesitan de la mentira para hacer de las suyas. Hoy por hoy vive en Ciudad Juárez, donde pudo abrir un negocio de venta de ropas de segunda mano. Nos escribimos en Navidad. La adoro. Me dicen que adoptó una niña. Gigi es capaz. Le sobra coraje a esta coneja. Cabeza dura.»
GREGORY PAPA GORY (Port-au-Prince 1929-Santa Fe 1995). Maestro de educación primaria y secundaria, enamorado del Caribe, «región de potentes raíces culturales», colaboró en el periódico The Macandal Jornal para divulgar las virtudes y corregir los defectos de la comunidad haitiana en el exterior. Viudo, no tuvo hijos pero sí decenas de ahijados, quienes heredaron sus ahorros, patrimonio de gran valor simbólico aunque de escasos fondos económicos. Su repentina muerte en un accidente automovilístico dejó trunco el proyecto de escribir un libro homenaje a los piratas de América, en especial los de raza negra, que a juicio suyo se distinguían entre sus contemporáneos por una voluntad de justicia rara vez reconocida por los investigadores que se han acercado al tema, casi siempre de manera prejuiciosa.
LANGSTON FISCHER (Nueva Orleans, 1930). Titulado por la Universidad de California en la Licenciatura de Química, curso 1952-53. Se tienen pocos datos de él. El propietario de La Bética atestigua que el Dr. Fischer visitaba a menudo el boliche, pero nunca como jugador. «Se sentaba en las gradas, y no se movía de su sitio. Resultaba un poco inquietante. A veces, lo acompañaba un señor de lentes. Bebían whisky y les gustaban las empanadas gallegas. Se iban tarde, sin dejar propinas proporcionales al consumo.» En septiembre de 1995 abandonó Caracol Beach, se supone que con destino a su natal Nueva Orleans donde, al parecer, vive o vivía un hermano menor. Padece de migraña. Su ahijado, el enterrador de la comarca, afirma que no le conoció más perros que Bingo, el pequinés asesinado, al que guardó en la caja fuerte de su farmacia hasta que pudo lograr su incineración clandestina en el cementerio de Santa Fe.
LAURA FONTANET (Santa Fe, 1976). De niña estudió piano con la profesora Eloísa Galarraga y tomó clases de baile flamenco en el Liceo Municipal. Viajó por Centroamérica, en compañía de su padre, Claudio Fontanet, y su madrastra, Emily Auden. Alumna distinguida del Instituto Emerson, curso 1993-1994, y destacada activista de deportes, aplicó a una beca con el trabajo de diploma «Sicología Contra La Desesperación», muy elogiado por el Comité Calificador, presidido por el siquiatra y neurocirujano Andrew Burton. El profesor Theo Uzcanga insiste en que Laura tiene una sensibilidad especial para la literatura, aunque nunca se ha atrevido a reconocerlo; en el Instituto prefería aparecer como una joven frívola y un tanto alocada, imagen que correspondía a su transitorio liderazgo en la tropa de porristas. En diciembre de 1997 viajó a Cuba, acompañada por Emily Auden, y visitó la Basílica de San Lázaro. En el pueblo de El Rincón conoció a un primo hermano, el plomero Vlady Vargas, con quien mantiene correspondencia. Participa activamente en las campañas de solidaridad con la isla. Estudia sicología en La Universidad de Los Ángeles.
LÁZARO SAMÁ (Santiago de Cuba, 1930-Ibondá de Akú, 1976). Santero. Activo combatiente de la lucha clandestina en el sur de la provincia de Oriente, por orden de la dirección nacional del Movimiento 26 de Julio se incorpora al Ejército Rebelde en febrero de 1958. Peleó bajo el mando del legendario comandante Camilo Cienfuegos. Al triunfo de la Revolución, cursó la Escuela de Milicias y participó con grado de teniente en los combates de Playa Girón. En 1971, después del fracaso de la Zafra de los 10 Millones, pasó a la vida civil y comenzó a trabajar en el puerto de La Habana, donde llegó a ser responsable de la milicia obrera. Felipe, su único hijo, muere en 1967 al tratar de violar la frontera terrestre de la Base Naval de Guantánamo, posesión norteamericana. En 1975, Lázaro Samá regresa a la vida militar como combatiente internacionalista, y por su condición de oficial de la reserva es nombrado jefe de escuadra de exploración de la cuarta compañía, del segundo batallón, del sexto regimiento de infantería que actuaba al sur de Ibondá de Akú. Muere en una emboscada. Uno de los salones de actos de la empresa Terminales Mambisas, en La Habana, hoy lleva su nombre.
LOS TATUADOS (Varios). Beto Milanés se había tatuado en el brazo izquierdo los nombres de sus siete compañeros de escuadra, incluido el del teniente Lázaro Samá. De los otros seis soldados existen datos imprecisos. Ellos son, o ellos fueron: ELÍAS BENEMELIS (Camagüey, 1956). Alias Camagüey. Se ha podido conocer que trabajó en un taller gráfico, como linotipista, pues su nombre aparece en el machón de una revista de la Academia de Ciencias de Cuba. Murió en la emboscada de Ibondá de Akú. ERNESTO GÓMEZ (La Habana, 1957). Alias Aspirina. Enfermero de la Cruz Roja Nacional. Aficionado al baloncesto. Hizo el Servicio Militar Obligatorio en el Batallón de Ceremonias del Estado Mayor General. Murió en la emboscada de Ibondá de Akú. FERNANDO LÓPEZ (La Habana, 1957). Trabajador ferroviario. Antes de partir a Ibondá de Akú contrajo matrimonio con Zenaida Peña, con quien tuvo un hijo que nunca llegó a conocer. Murió en la emboscada de Ibondá de Akú. JOSÉ LONDOÑO (Santiago de Las Vegas, 1955). Alias Panetela. Estudiante del Tecnológico de Rancho Boyeros. Murió en la emboscada de Ibondá de Akú. LEO RUBÍ (Bayamo, 1956) Alias La Mosca. Telegrafista. Ganó un primer premio de danza folklórica en el XV Festival Nacional de Aficionados, según se acredita en un Diploma de Honor. Murió en la emboscada de Ibondá de Akú. TOMÁS RUEDAS (Cárdenas, 1957). Alias El Filtro. No terminó estudios sacerdotales en el Seminario de San Carlos. Graduado del Instituto Pedagógico de Matanzas. Traductor de inglés. Vivía en el puerto de Camarioca, cercano a la mundialmente famosa playa de Varadero. Murió en la emboscada de Ibondá de Akú.
MANDY (Los Ángeles, 1974). Para la publicación de este libro, Nelson Ramos hizo llegar a la casa editorial una nota autobiográfica: «Muchos me consideraron un niño prodigio. A los trece años fui cinta negra de judo, a los catorce reconocido karateca, a los dieciocho campeón de box y a los diecinueve me metí a la cama con Rigo Restrepo, el masajista colombiano con cara de codorniz que nos acompañó en el Campeonato Distrital de Tiro Deportivo. Al cumplir la mayoría de edad, y ante tanto éxito, decidí irme a vivir solo, lejos de mis padres, e inaugurar con mi alcancía una estética donde aconsejar a travestíes de la calle sobre los últimos gritos de la moda gay. Bueno, «solo» es un decir porque Tigran se pasaba casi toda la semana conmigo, defendiéndome con las uñas de mis amantes despechados, actitud ante la pareja que le ganó el apodo de El Temible, ingeniosa ocurrencia de la mexicana Gigi Col, nuestra consejera espiritual». Y nos pidió, a manera de posdata, que publicáramos la nota sin cambiarle una coma porque estaba convencido de que la novela tendría tintes de tragedia, y él pensó que no vendrían mal unas gotas de humor entre tantos episodios tristes y personajes «abofeteados por la fatalidad».
MARTIN LOWELL (New York 1976-Caracol Beach 1994). Primer expediente del Instituto Emerson, curso 1993-1994. Su trabajo de diploma «Del francés Blas Pascal al ruso Mendelehiev: por un mundo sin fronteras entre la ciencia y el pensamiento humanista» mereció las más altas calificaciones y su póstuma publicación en el anuario de ese centro de estudios. A su muerte, en los cajones de su escritorio se encontraron una colección de soldaditos de plomo, un álbum de sellos y un cuaderno de aforismos donde sintetizaba su temprana apreciación del mundo: «Por ti hay alguien, y no lo dudes, que está dispuesto a darlo todo con la única condición que tú le creas». En el mencionado cuaderno, había escrito además dos largos poemas en verso libre, dedicados a un «amor imposible»; hoy se supone que fueron pensados para Laura Fontanet. Los títulos así lo sugieren: «Blue Jeans» y «Vamos a oír a Sting junto a una fuente». Los hermanos Bill y Chuck Mayer no pueden hablar de Martin sin llorar: «Un gran amigo», dicen: «El mejor. Cómo olvidarlo». Su vida y su muerte se relatan en esta novela.
MARUJA VARGAS (El Rincón 1950-Santa Fe 1981). Don Claudio Fontanet dice que se enamoró de ella a primera vista en unas fiestas de carnaval, aunque apunta que decidió proponerle matrimonio cuando la escuchó tocar al piano unas contradanzas de Ignacio Cervantes, un 24 de febrero de 1972, «a las ocho y treinta y siete minutos de la noche. No lo olvido: era jueves. Maruja llevaba un overol amarillo. Le encantaban los overoles». En marzo de 1968, los padres de Maruja decidieron sacarla de Cuba por vía legal, y la joven fue a vivir a Santa Fe, con sus padrinos de bautizo, los Garza de Galarraga. Eloísa Galarraga, quien fuera maestra de piano de Maruja, y luego de Laura, reconoce que tenía grandes aptitudes para la música, por lo cual no se explica que haya abandonado su carrera de concertista justo cuando iba a dar su primer recital público. «Extrañaba la isla. Parecía una muchacha triste. Don Claudio, que es un catalán tremendo, alegró su vida. Más que hija, Laura fue amiga. Le contaba de la isla, y le enseñó a leer con La edad de oro. Luego supimos que tenía una salud muy frágil, como de papel de China». Maruja Vargas murió en el mes de mayo de 1981. Está enterrada en Santa Fe, bajo una palma real que sembró don Claudio en la cabecera de su tumba.
MAYER, BILL Y CHUCK (Santa Fe, 1975 y 1976). Miembros del Cabildo de Meadores, cofradía que fue desintegrada apenas doce horas después de su fundación, por causa del triste final de Martin Lowell y Tom Chávez, sus otros dos afiliados. Bill Mayer, notable dibujante, se sometió a un tratamiento médico para abandonar su incipiente adicción a la marihuana. En mayo de 1995 matriculó en la Universidad de La Florida, donde cursa estudios de Ingeniería. Chuck, el menor de los Mayer, reaccionó de manera muy visceral a la tragedia de sus compañeros: se dejó captar por una secta religiosa, los Hijos del Cielo, radicada en Utah, con lo cual logró confundir aún más sus sentimientos con un complejo de culpa, absolutamente inmerecido. La resignación lo llevó al borde del suicidio. En el invierno de 1996, una «fuerza de choque» comandada por Sam Ramos e integrada por Bill Mayer, el profesor Theo Uzcanga, Wellington Perales, don Claudio Fontanet y el rector del Instituto Emerson (quien planeó el golpe en detalle), viajó clandestinamente a las montañas de Utah, tomó el «monasterio» por asalto y logró rescatarlo a la fuerza, en auténtica batalla campal, impidiendo así una nueva desgracia en la cadena de fatalidades que comenzó a tejerse aquel primer sábado de junio en el deshuesadero de coches de Caracol Beach.
PAUL SANDERS (Hawai, 1931). Hijo del general Abraham Sanders Munkacsy, Héroe de la Segunda Guerra Mundial, Paul cursó estudios en la Escuela Nacional de Artillería, Pennsylvania. Capitán con experiencia de mando en las guerras de Corea, Vietnam, Granada e Irak, donde fue analista del Estado Mayor de la Fuerza Aérea. Vive en Caracol Beach, rodeado por sus catorce hijas hembras, seis de ellas gemelas de tres partos. «Nunca me doy por vencido, pero Betty me ha derrotado», dice. Betty es su esposa, madre de las jovencitas. La mayor participó como enfermera en la Guerra del Desierto. Condecorado por cuatro presidentes de la Unión por servicios prestados a la Seguridad Nacional, Paul Sanders fue director de una Academia de Infantería en Bases del Canal de Panamá, Segundo Agregado Militar en la Embajada de Estados Unidos en Budapest (1971-72), y Asesor Internacional de Naciones Unidas en el conflicto de Ibondá de Akú (1975-1979). Acaba de pasar a la vida civil. Tiene casa en Santa Fe, aunque se consume buena parte del tiempo en Gran Caimán. Le gusta el tenis.
PETER SHAPIRO (Texas, 1952). Ganadero y comerciante. Setenta y dos horas después de los sucesos en el deshuesadero de coches, los representantes legales de Shapiro pusieron demanda contra Nelson Ramos y Zack Duhamel ante un juzgado de La Florida. En el documento acusatorio los responsabilizaban del atraco e incendio del Ford, en el estacionamiento del bar. Wellington Perales llevó a cabo las investigaciones de rigor, gracias a lo cual el abogado Claudio Fontanet pudo presentar pruebas concluyentes a favor de su defendido. El testimonio de Tigran Androsian resultó clave en el juicio, porque su amorosa versión de los hechos logró impresionar a los miembros del jurado. De regreso a Texas, Shapiro hizo críticas públicas sobre la emigración armenia y haitiana en Santa Fe, denuncia que podía leerse como una racista diatriba contra los homosexuales. Grupos gay cercaron su rancho con manifestaciones incansables, conciertos de rock y desfiles de moda donde las modelos, en su mayoría lesbianas, se paseaban vestidas de religiosas sobre las vacas. Shapiro tuvo que abandonar Texas.
RAFAELA SÁNCHEZ (Cienfuegos, 1945). Vecina y comadre de Catalina Milanés. No tuvo hijos, carencia que suplió con sus aves de corral. Llegó a tener un palomar con veinte parejas en permanente cría, aunque sólo unas pocas eran de las llamadas mensajeras. En todo caso, nunca las explotó deportivamente. Tampoco se alimentaba de ellas, no así de los patos y de los guanajos, que incluso vendía en el mercado negro, a buen precio. Catalina hablaba a menudo de Rafaela: «Mi hermana Felita», decía con genuino cariño. La afición por las palomas nace en la juventud, cuando vivía con su tío Idelfonso, farero del puerto de Cienfuegos: «y el cayo se llenaba de gaviotas». Gracias a Rafaela Sánchez Rosales se reconstruyeron literariamente algunos pasajes de esta novela, en especial los que suceden en escenarios cubanos. Cuando Catalina murió, el Poder Popular de su circunscripción autorizó a que Rafaela se mudara a la casa de la familia Milanés. Para los vecinos, Beto desapareció en la guerra de Ibondá de Akú. «Es lo justo», dice Rafaela en una carta dirigida a Ramos: «A fin de cuentas, no deja de ser verdad».
RAQUEL GOULD (Los Ángeles, 1940). Apenas tres frases se han escrito en este libro sobre esta maravillosa mujer, siempre a la sombra, discreta. Hija del economista Albert Gould, autor del clásico Las finanzas del dolor, Raquel tuvo desde niña una singular facilidad para la aritmética. En 1955, compartió la medalla de oro en la Olimpiada Internacional de Ciencias Exactas celebrada en Quito, Ecuador. Licenciada en Matemáticas, abandonó una prometedora carrera docente por seguir a Ramos en su peregrinar por campamentos y academias militares; los largos períodos de soledad, propios de la esposa de un soldado, los llenó con una afición a la lectura que, en breve, hizo de ella una reconocida crítica literaria. Sus ensayos sobre el cuento corto norteamericano han sido publicados en varias antologías. Al cumplir los 55 años, Tigran y Mandy la sorprendieron con el mejor de los regalos posibles: El alma secreta de Raquel Gould, una bellísima edición de sus reseñas, con un prólogo donde Sam Ramos se atreve a comparar el amor con una batalla naval.
SAM RAMOS (San Juan, Puerto Rico, 1932). Militar de carrera. Vivió en Caracol Beach entre 1993 y 1996. En la actualidad radica en su natal San Juan, Puerto Rico, y escribe sus memorias, donde relata experiencias de vida y muerte en las cinco guerras en que se vio involucrado, siempre como oficial de retaguardia. De él ha dicho el profesor Theo Uzcanga: «Conocer de cerca a un caballero como el señor Ramos es un privilegio, porque hombres como él nos enseñan que los seres humanos somos superiores gracias a la fuerza que nos concede el saber, y poder, pedir perdón. Haber peleado a las órdenes de este puertorriqueño audaz ha sido, al menos para mí, una suerte inmerecida». En el invierno de 1996, Sam Ramos comandó el rescate de Chuck Mayer en las montañas heladas de Utah, episodio que le ha servido de tema central para su primer proyecto literario, «La séptima Cruzada: El Monasterio de los Hijos del Cielo», novela de aventuras con final feliz dedicada a «su tropa de salvavidas»: Theo Uzcanga, Wellington Perales, Claudio Fontanet, Bill Mayer y el «estratega» Hervey Weinberger, rector del Instituto Emerson, tantas veces mencionado pero jamás nombrado en este libro.
SEÑORA DICKINSON (Carolina del Norte, ¿1936?). No se cuenta con datos precisos sobre esta señora que, para unos, se llamaba Anna Margaret Ingrid y, para otros, simplemente Dorothy. A duras penas se ha podido establecer que estudió Secretariado y Contaduría en algún estado del Oeste, pero nunca ejerció la profesión porque a finales de la década de los cincuenta heredó una pequeña fortuna, suficiente para radicarse en el balneario de Caracol Beach y abrir una tienda de artículos de pesca. Vecinos entrevistados para esta edición, afirman que era una dama tranquila, amante de los gatos y de la soledad. No recibía visitas. Cada domingo, podía vérsele en misa de seis. Nunca fue a la playa. Se comenta que era alérgica al sol. Los fines de semana rentaba películas de vaqueros en un comercio de la localidad. En el otoño de 1994 abandonó Caracol Beach. El 15 de noviembre de ese año el porche de su casa había amanecido cagado con una plasta de mierda humana. A nadie confió su nuevo destino. La poca correspondencia que sigue llegando a su domicilio anterior, por órdenes suyas es enviada a un apartado postal de Massachusetts. El único detalle de cierta intimidad que se le conoce es su habilidad para lanzar dardos.
SEÑORITA CAMPBELL (Boston, 1936). En el invierno de 1994, la señorita Marina Campbell renunció a su cátedra de Matemáticas del Instituto Emerson. Bill Mayer y Laura Fontanet tienen versiones antagónicas sobre la maestra. Diríase que se refieren a dos personas diferentes. Para Bill, la señorita Campbell es un ángel caído del cielo; para Laura, una víbora. La muchacha asegura que posee pruebas que apoyan su tesis; el joven opina que no debe confundirse la soledad con la maldad: «Le tocó sufrir», dijo. «¡Sufrir!», exclamó la porrista: «Yo me reservo la compasión para aquel que lo merezca». A lo cual Bill Mayer respondió con una cita de la propia Laura Fontanet en su trabajo de diploma «Sicología contra la desesperación»: «Casi todos los adultos son traidores, aunque no lo admitan, porque la mayoría de ellos ha dejado en el olvido al niño que fueron. El olvido es una traición indemostrable pero cierta. Sin embargo, no sólo los elegidos tienen derecho al perdón. ¿Para qué más dioses en la tierra?».
THEO UZCANGA (Ciudad de Guatemala, 1960). «La poesía de mi amigo Theo Uzcanga tiene la abrumadora sencillez de las canciones populares. Por tanto, resulta sabia. Theo podría decir, a dúo con el maestro Eliseo Diego, que la poesía es una conversación en la penumbra», afirma el ensayista Alejandro Rojas-Celorio en el prólogo a la primera edición del poemario Una gota de anís (Editorial La Copa Rota, 1997, 34 págs. 300 ejemplares firmados por el Autor, Premio Octavio Smith). De niño fue llevado por sus padres a Orlando, Florida. Allí se graduó en licenciatura en Literatura Hispanoamericana con la tesis Reinaldo Arenas: Celestino desde antes del alba hasta antes que anochezca. Su proyecto de ensayo sobre Alfonso Reyes, «Algo había que hacer con el impresentable Minotauro» mereció el Premio Gabino Palma, 1997. Reside en Caracol Beach, con su esposa Agnes y su hija Gracia. Espera un segundo descendiente y prepara un nuevo libro, Un barco que se aleja: coplas veracruzanas, con el cual pretende concluir el ciclo de creación inspirado en la poesía del mexicano Francisco Hernández. Es asmático.
TIGRAN ANDROSIAN (Erivan, 1969). Campeón de ajedrez de Moscú, Torneo Colegial de 1980. En 1991 trabajaba como electricista del Ballet Clásico de Armenia. Abandonó la compañía durante una gira por España, donde pidió y le fue concedido el asilo político. Después de dar muchas vueltas por Europa, demasiadas para un joven inexperto como él, conoció en Londres a un empresario norteamericano que lo trajo de amante a San Francisco. Allí probó fortuna como diseñador de ropas. Su colección de kimonos de seda estampados en oro resultó seleccionada por una revista famosa como la peor de la temporada: «Son disfraces para espantapájaros», ha dicho Mandy con su peculiar juicio crítico. Luego intentó ser profesor del Juego Ciencia, escenógrafo, entrenador de animales, pero tan grandes fueron sus sucesivos fracasos que puso pies en polvorosa. Reapareció en Santa Fe, en negocios de gastronomía: su restaurante Los Mencheviques ha ido ganando en popularidad. A mediados de 1995 hizo un viaje de turismo a Erevan, en compañía de Mandy, sin imaginar que apenas llegaría a tiempo para cerrarle los ojos a su padrastro, por entonces internado en un asilo de ancianos, todos veteranos interrogadores de la KGB. Vive con Mandy. Es feliz con su perro, a quien llama Boris. Ha sido reconocido como un incansable batallador en la lucha contra el sida. Le dicen El Temible. Una broma que a él no le gusta desmentir.
TOM CHÁVEZ (Santa Fe, 1976-Caracol Beach, 1994). Once días después de los sucesos en el deshuesadero, a casa de la familia Chávez llegó una notificación que informaba a Tom Chávez haber sido ganador de un Nissan deportivo, último modelo, pues entre nueve mil aspirantes sólo él había logrado responder las ciento cincuenta preguntas que un periódico formulaba sobre la NBA, por lo cual lo invitaban al Juego de Las Estrellas, ocasión en la que el mismísimo Michael Jordan haría entrega de las llaves del auto, ante doscientos millones de telespectadores. Lo merecía. Desde niño le apasionaron los deportes, los pronósticos de competencia y los récords de sus ídolos. Era un muchacho sano. Todos sus condiscípulos coinciden en señalar su espíritu justiciero. No soportaba el abuso. Hacía suyas las causas de los indefensos. En toda su existencia, que fue bien breve, tuvo únicamente un segundo de mala suerte: el último. Los hermanos Bill y Chuck Mayer no pueden hablar de Tom sin llorar: «Un campeón», dicen: «Sin duda, el atleta más grande de Santa Fe y sus alrededores». Su vida y su muerte se relatan en esta novela.
WELLINGTON PERALES (Ciudad de Panamá, 1972). Siempre le dijeron que a su padre lo había asesinado un gatillero en Ciudad de Panamá, pero le mentían. Durante el transcurso de la investigación que siguió a los sucesos del deshuesadero de coches, se obtuvo la información secundaria de que el alférez de la marina había muerto en una vendeta interna de narcotraficantes. Este descubrimiento no invalida la admiración que el joven Wellington siente por su progenitor, pues al decir del capitán Sanders, que lo conoció en Panamá, «el generoso Luis Napoleón Perales se distinguía por una temeridad a prueba de miedo». El propio Sanders no aceptó la renuncia que el agente Perales le presentara después de los hechos del deshuesadero, porque consideró que el joven merecía una segunda oportunidad, sólo que lo trasladó durante un tiempo al departamento jurídico, donde aún trabaja. Lo que sí nadie pudo impedirle, ya que dependía enteramente de él, es que dejara de practicar la caza submarina. En la primavera de 1997, Ramos recibió una invitación para ser testigo en la boda de Wellington y la dominicana Sofía Carrasco, pero a última hora decidió quedarse en casa.
ZACK DUHAMEL (Caracol Beach, 1930). Aprendió el arte del tatuaje al mismo tiempo que los secretos más oscuros del vodú, pero nunca hizo uso de esos conocimientos, salvo la tarde que grabó en el brazo a Beto los nombres de sus siete muertos. Solterón empedernido, ha sido severamente criticado por los ancianos de la comunidad de haitianos. Amigo de Beto, para él «un gran cazador de leones», Zack Duhamel ha ido mejorando humanamente a medida que envejece. A la muerte de Gregory Papa Gory se ha mencionado su nombre para ocupar el trono moral que con tanta sabiduría llenó el albino. No es un hombre ambicioso. Trabaja en La Bastilla. Nada en su piscina tres horas al día. Y tiene una amante llamada Artemisa de la O. Vive con su madre, Madame Brigitte Duhamel, una anciana que cumple cien años en diciembre de 1997 —el día diecinueve, para ser precisos.