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Libreta del soldado. Adivina, adivinador. Parece que no es broma lo de las fieras. Leones, tigres, jaguares, panteras, leopardos africanos o lo que sean. Todos los gatos grandes son tigres. Ernesto Aspirina estaba de guardia y vino corriendo hasta el campamento porque había visto uno del tamaño de un elefante. Dice que lo miraba fijo a los ojos con la boca hecha agua. El teniente Samá se puso cabrón. Le dijo hasta del mal que iba a morir al enfermero. ¿Y si por su estupidez nos sorprenden comiendo mierda en las hamacas? ¿Y si nos tienden una emboscada? Al que se le aflojen las piernas, le hago juicio sumarísimo y le parto el pecho en un palo de fusilamiento. Eso dijo. También dijo que la cobardía se considera alta traición a la patria. «Mejor métete un tiro.» No me joda. En la Sierra no hay leones, mi socio. ¡Pero aquí! ¡Su escopeta! A mí me toca el turno de medianoche. Yo sí que le meto un tiro entre ceja y ceja: eso de venir desde tan lejos a morir entre los dientes de un tigre o de un leopardo no me hace mucha gracia. Samá sacó de la manga uno de sus dichos. Se sabe un montón de dicharachos. Me lo aprendí, pues tiene su cosa. «Sólo a los árboles que dan frutos les tiran piedras.» (…) «¿Un consejo?», nos dijo Samá: «Un consejo no, una orden: a partir de hoy, duermen con las botas puestas». Leo Rubí preguntó: «Por las fieras, ¿verdad, teniente?», a lo que el negro respondió: «No, imbécil, para que puedan correr cuando nos sorprenda el enemigo». Propuse una actividad recreativa: jugar un partido de taco. Cuatro contra cuatro. Nadie quiso. Les metí un teque por la cabeza: ¡Qué cubanos son ustedes, compañeros, que no les gusta jugar al taco…! Antonio Maceo jugaba al taco en la manigua. Colón jugaba al taco con los hermanos Pinzones en la Santa María. Rubén Martínez Villena jugaba al taco en los corrales del Presidio de Isla de Pinos. Camilo Cienfuegos jugaba al taco durante la invasión de Oriente a Occidente. El taco es el taco. Está en la historia. Me plancharon. Deja la verraquera, me dijo Samá: el horno no está para pastelitos de guayaba. (…) Creo que tengo guayabitos en la azotea, como dice Rafaela. Anoche soñé que me encontraba un perro en la calle y lo llevaba a mi casa, que no era mi casa sino un lugar más raro que el carajo, aunque estaba claro que allí vivíamos Catalina y yo, no sé cómo, porque aquello parecía un tiradero de trastos. Nunca he tenido un perro. Un cachorro lleno de sarna. Lo cuidaba. Resultó cariñoso, juguetón. A mi madre no le gusta la idea de una boca más que alimentar porque dice que si nosotros no tenemos ni para comer qué coño le vamos a dar al perro. En el sueño no me regañó. Ni siquiera apareció por ahí. Yo estaba seguro que andaba por ese sitio pero no la vi. El perro iba conmigo para arriba y para abajo. Me defendía. Cuando yo regresaba del estadio, con el bate y el guante, el perrito me estaba esperando en la ventana. Le conté el sueño a Aspirina, que dice ser medio loquero. Me hizo un par de preguntas sobre mi infancia. ¿Y qué diablos tiene que ver mi infancia con mi perro?, le pregunté. Aspirina me respondió: «Creo que te hace falta un hermano». Puede ser. Cuando regrese a Cienfuegos voy a conseguirme un perro. Tal vez me haga falta un hermano en lugar de un padre. (…) Lo bueno que tienen las guerras es que uno conoce mejor a las personas y a uno mismo. Andar en la cuerda floja entre la vida y la muerte, en obligado equilibrio, resulta una experiencia reveladora. El peligro nos desnuda. Uno se queda con lo mínimo, lo imprescindible. Estoy hablando fino. Pico de oro. Equilibrista. Yo no sabía un chorro de cosas de mí. Es la pura verdad. Tenía la sospecha de ser un perfecto inútil y aquí, en el culo del mundo, he confirmado mis temores. Yo mismo me río de mis cosas. En tiempos de paz es distinto. En la candela uno descubre que el ser humano es un animal que vale la pena. No dejo de sorprenderme. Ocho hombres en la selva. Ocho piedras en un zapato. Ocho basuritas en un ojo. Ocho hombres que nunca nos habíamos tropezado en un mismo camino. Y ahora estamos en un saco. Y la vamos llevando. Cada uno es un mundo. Un mundo. Fulano dice frases de poeta; mengano resulta ser un sabio; esperancejo un gran cocinero. Y yo escribo. Escribo lo primero que me viene a la cabeza. A este paso voy a acabar siendo un artista emérito del glorioso pueblo de Cienfuegos. Lo malo es el leopardo africano. ¿Hay tigres? ¡Qué salación! Voy a encender una vela a la Virgen de Regla. Lo malo es que no hay velas. Aquí no hay ni donde caerse muerto. Lo malo es que han vuelto los moscardones. Cómo joden los bichos esos. Lo malo es que uno está lejos cantidad. Lo malo es lo malo. Con qué bielorruso estará durmiendo Catalina La Grande. ¿Quién se ocupará de sus gallinas? Qué sueño. Me doblo. Estoy partido de sueño. Me encojo en la hamaca. Por un hueco de la hamaca entra un frío de ampanga. Hasta mañana, digo. Nadie responde. Apagan la luz. Ibondá de Akú es una boca de lobo. A lo lejos, donde el diablo dio las tres voces, escucho ladrar un perro.